Capítulo 6: Los extraños preparativos de una fiesta extraña.

Capítulo 6: Los extraños preparativos de una fiesta extraña.

Durante los siguientes días todo parecía ser diferente, la rutina se había aparcado a un lado y todo lo que pasaba a mi alrededor era como un secreto, nadie me contaba nada y todo iba bien, pero se cocía algo, eso seguro.

Me sentía como si estuviese en una sala llena de gente, justo en el centro y totalmente quita, viendo como todos mis seres queridos, conocidos o allegados, se movían de un lado para otro sin parar y sin percibir mi presencia. ¿Acaso ser la elegida no me ponía en un puesto preferente ante todas esas conjuras? Al parecer no.

El lunes fue un día normal en St. James, al menos todo lo normal que podía ser. A pesar de que recibimos las invitaciones de mi cumpleaños, el entrenamiento con Júnior fue tal y como acordamos, entrenamos mis reflejos y mis movimientos de reacción. No hablamos de la fiesta, ni siquiera sabía si Jeremy le había dado la invitación o todavía no se había enterado de nada.

El martes empezaron los cambios. Júnior decidió que me tomara el día libre para hacer lo que quisiera, ni siquiera para ir a clase con mis amigos, tan solo descansar y disfrutar de un día primaveral, pero yo ya no estaba cansada nunca y hacía demasiado frío como para que lo considerara primavera. Cuando le pregunté por lo qué haría él, tan solo contestó:

- Cosas.

Así que tras levantarme tarde, desayunar mucho y recoger mi habitación, ya no tenía nada más que hacer y disponía de mucha energía que debía quemar, por lo que me tiré toda la mañana en el gimnasio, algo de piscina, de cinta, abdominales y hasta me puse unos guantes de boxeo y golpeé un saco hasta que me aburrí.  

Pero lo más extraño del día fue, que cuando Júnior me dijo que no habría entrenamiento, mi mente pensó en todo un día junto a Jeremy en la cama. Pero cuando me desperté, él ya no estaba en la habitación, ni en ningún lugar del centro. Tampoco había ni rastro de Gloria y Henry. Y cuando aparecieron a la noche, Gloria me dio una pobre excusa:

- Fuimos a comprar los trajes para la fiesta, ¡te he encargado uno que te encantará! – dijo eso último muy entusiasmada.

- Y no pudisteis decírmelo. – protesté yo.

- Pensamos que entrenabas con Júnior. – dijo ahora Henry, solo que pude ver un destello de mentira en su rostro.

No insistí más en el tema, pero reconozco que esto empezaba a convertirse en una costumbre muy fea. Era como si intentasen conspirar contra mí y si no fuera porque son mis amigos y mi novio, hasta lo creería de verdad.

El miércoles y el jueves fueron algo más normales, Júnior volvió a entrenarme, solo que estuvo mucho más exigente de lo normal. En lo que fue el día, pudo decir unas cincuenta veces la frase de: “¡Tus golpes han de ser más fuertes! ¡Mas fuertes!” Era muy raro, como si el motivo de tanto entrenamiento, estuviese más cerca de lo que esperaban. Así que el jueves, una vez se hizo de noche y dio por finalizado el entrenamiento, le pregunté de camino al orfanato:

- ¿Vendrás el sábado a la fiesta? – no habíamos hablado aún del tema y tampoco sabía que opinaba él de Lucia o si la conocía. Pero él no contestaba y pude ver en sus ojos como había algo que no quería decirme. – Ya sé que estáis tramando algo y sinceramente, no sé porqué no podéis decírmelo. Pero tan solo quiero saber si he de esperar algo más de esa fiesta, si he de estar alerta.

- Deberías hablar estas cosas con Jeremy, no me gusta estar en medio. – dijo sin ni siquiera mirarme. – Aunque la verdad, creo que todos te subestiman, eres más perceptiva de lo que ellos creen.

- ¿Qué quieres decir con eso último?

- Pues que ellos no paran de tramar cosas sin que te enteres y tú pareces enterarte de todo. – dijo entre risas. Debía hacerle gracia que mis amigos y mi novio me mintieran en la cara, pero a mí no me hacía ninguna y así se lo hice saber con la mirada. - ¡Vale, tranquila! Una fiesta donde están los protectores más viejos de nuestra comunidad, es como una buena diana a la que apuntar si quisieras hacer daño a nuestro mundo. No hay nada confirmado, ni digo que la fiesta vaya a ser una trampa, solo que están tomando medidas para protegerte, eso es todo. – hizo una pausa para ver como me había tomado la noticia, solo que yo aún no sabía como tomármela. – Y contestando a tu primera pregunta, yo seré de los que estén en la retaguardia por si acaso. Odio las fiestas de esa clase, pero la semana que viene tendremos que celebrar tu cumpleaños como Dios manda, ¡eh!

- Sí sí, tranquilo. Tendrás tu fiesta con strepers y alcohol. No te preocupes. – dije con sarcasmo.

- No espero menos por debajo de eso. – contestó guiñándome un ojo.

Reconozco que tuve una primera impresión equivocada de Júnior en un primer momento. Cuando le conocí me pareció todo menos un amigo, miles de insultos pasaron por mi cabeza ese primer día. Pero tras más de un mes de pasar los días juntos, casi podía considerarle como un buen amigo. Además, tenía la sensación de que era el único que no me mentía, quizás no me decía todo lo que yo querría saber, pero no mentía y eso era de agradecer.

El viernes fue muy parecido al martes, solo que esta vez si supe donde iba a ir Júnior en lugar de ir a entrenar.

- Vamos a coordinarnos con el equipo que estará para protegerte. – dijo cuando le pregunté estando a solas.

- ¿Quiénes vais? ¿Y cómo que un equipo? ¿Cuántos guardaespaldas necesito? – pregunté atónita.

- Por tu nivel de aprendizaje, muchos. – dijo bromeando, a lo que se llevó un golpe en el hombro. – Vamos todos, Diana. Todos, todos. – repitió la palabra “todos” para que entendiera sin necesidad de preguntarle más.

Todos. Jeremy, Henry, Diana, él, todos menos yo, porque claro ¿qué pintaba yo en una reunión donde el tema principal era mi seguridad?

- ¡Estupendo! Otro día sola. – dije derrotada.

- Lo siento princesa, es lo que hay. – dijo lanzándome un beso antes de irse.

Hoy no me apetecía hacer absolutamente nada. Me sentía desdichada, me sentía frágil, me sentía estúpida. ¿Cómo era posible que me diesen de lado? ¿acaso no merecía saber lo que estaba pasando? ¿acaso yo no pertenecía a este mundo igual que ellos? ¿por qué era yo la que se tenía que quedar en casa sin hacer nada, si era la que tenía más poder de todos?

Era temprano, las clases acaban de empezar y aún quedaban como cinco horas para la comida. Los pasillos del St. James estaban desérticos y congelados, aunque se suponía que estábamos en primavera, hacía un frío invernal. Recuerdo como era la primavera en casa, el jardín se ponía lleno de flores, a veces sacábamos la mesa fuera para comer al aire libre y mis amigos y yo nos pasábamos las tardes tomando el sol en cualquier parque. Aquí solo me entraban ganas de esconderme debajo de la manta.

Y para colmo, era la víspera de mi cumpleaños, mañana ya tendré dieciséis y mis padres no estarán conmigo para celebrarlo, no me cantarán el “cumpleaños feliz” de forma desafinada y descoordinada, ni me harán tortitas para desayunar. Mañana tan solo seguiré encerrada en este centro durante todo el día y por la noche, me iré a una estúpida fiesta en la que no conocía a nadie, en la que nadie era mi familia, en la que nadie me trasmitirá cercanía.

De repente salí de la cama de un salto y sin pararme para extender las sabanas, cogí una mochila donde metí bebida, comida, teléfono móvil y mi bloc de dibujo. No pensaba volver para comer y me daba igual a quien pudiera molestar por ello.

Así que salí por la puerta del patio y me encaminé hacía el bosque que había entre el mirador y el edificio. Una vez oculta de la vista de cualquier mirón, corrí dirección sur, dirección el calor, dirección a mi hogar.

No sé porqué lo hacía, tal vez por haber recordado como era estar con gente que te aprecia, que comparte cosas contigo, que te quiere ante todas las cosas, o también puede ser porque esté sentimental con el tema de mi cumpleaños. Pero fuera por lo que fuese, hacía ya muchos meses que no iba a ver la tumba de mis padres, que no recorría las calles de mi antiguo vecindario, que no entraba en mi antigua casa, ahora deshabitada y sin uso.

Tan solo había hecho este camino una vez, justo antes de convertirme en protectora y que mi vida cambiase por completo. La otra vez lo hice a lomos de Jeremy, así que no tenía muy claro recordar el camino a la perfección. Aún así, era una suerte que yo no me cansara nunca y que no tuviese otra cosa mejor que hacer.

Me perdí, por supuesto. Me pasé mi ciudad y lo descubrí al ver un cartel que ponía que había bajado más al sur de lo que pretendía, por lo que volví a subir unos cincuenta kilómetros. Al final acabé topando con la carretera que te llevaba al centro de la ciudad y decidí ir en paralelo a ella, intentando ocultarme entre árboles y matorrales y yendo tan deprisa, que el ojo humano tan solo querrá haber visto una sombra de algo irreconocible. Y en menos de dos horas desde que salí del St. James, ya estaba en la puerta de mi casa.

No tenía las llaves, la asistente social que se suponía que se encargaba de mí, las tenía retenidas hasta que cumpliera los dieciocho años, es decir, me quedaba un año para poder entrar en mi casa de forma legal, de momento, la casa ni siquiera me pertenecía. Así que, sabiendo eso, no me quedó otra que cometer un allanamiento.

Fui a la parte trasera de la casa, donde había un pequeño jardín, césped, un árbol con un neumático colgando de una cuerda,… Pero todo se veía descuidado, como si les faltara algo. Por supuesto el césped parecía más una jungla, pero todo parecía carecer de luz. Y aun así, me sentí en casa.

La temperatura era cálida, así que por primera vez en meses, me quité la manga larga que cubría mis brazos. Al vérmelos al descubierto y bajo la intensa luz solar, pude apreciar lo pálida que era, mucho más que en mi peor momento del St. James, cuando ni siquiera comía. Aunque eso sí, ser protectora me permitía una piel perfecta, sin ninguna impureza ni imperfecciones.

Lo mismo había pasado con mi cuerpo, dudaba mucho que los vecinos me reconocieran como la hija de los difuntos dueños de la casa. No solo había crecido en altura, mi figura se había esterilizado, había desarrollado todas las partes que desarrolla una mujer y ya ni siquiera parecía tener dieciséis años, bueno, diecisiete.

Me dirigí a la puerta trasera que comunicaba el salón con el exterior. Era una puerta de dos hojas, una de ellas, la más pequeña, se cerraban arriba y abajo con unos ganchos. Pero lo que casi nadie sabía, es que la parte de abajo la rompí cuando era pequeña el día que me caí jugando al balón, así que si la forzabas un poco, eras capaz de desencajar la cerradura del centro y abrir la puerta principal.

Una vez dentro volví a tener las dos sensaciones, la de extrañeza y la de mi hogar. Todo estaba tal y como mis padres la dejaron, el mando de la tele sobre el brazo del sofá, los imanes de la nevera colocados en forma de pirámide, tal y como los coloqué la última vez, la ropa de la plancha puesta en el cesto esperando a que alguien la planchase… Y al ver eso último, no pude evitar ponerme a llorar de forma descontrolada. Mi madre ya no plancharía esa ropa, se fue sin terminarlo, se fue dejándose eso a medias, al igual que conmigo, sé fue dejándome a medio crecer, perdiéndose todo lo bueno y lo malo de mi vida.

Decidí que seguir dando un paseo por la casa, iba a costarme más de lo que había esperado, por lo que lo aplazaría e iría primero a ver la tumba de mis padres.

Salí de la casa casi corriendo y dejando la puerta todo lo cerrada posible, pero sin llegar a cerrarla. No quería que los vecinos llamasen a la policía antes de tiempo, por pensar que habían entrado a robar o algo así.

Una vez llegué al cementerio, me sentí mejor que en casa. Al menos aquí sabía lo que me iba a esperar, ya había estado antes y el estar de nuevo aquí, era casi como una visita obligatoria y agradecida.

- Hola papá. Hola mamá. – dije sentándome delante de sus nombres. – Ya lo sé, no hace falta que me lo gritéis desde el más allá, no debería estar aquí. – dije sabiendo lo que dirían si pudieran hacerlo. – Últimamente todo está muy mal en el orfanato, siento que me estoy convirtiendo en otra persona y ni siquiera me he parado a pensar en si me gusta esta nueva yo. Todos parecen haberme dejado de lado, no me cuentan nada y el hecho de verles mentirme una y otra vez, hace que en el fondo, sienta dolor por ello.

Desahogarme me venía bien y aunque se lo estuviese contando a dos piedras con los nombres de mis padres, no podía negar que me sentía cómoda al hacerlo.

Busqué la botella de agua de la mochila y algo para comer, aún no me apetecía volver a la casa y estar al aire libre, con este calor primaveral, me estaba llenando de fuerza. También saqué el bloc de dibujo y decidí, mientras seguía contándole cosas a mis padres, hacerles algún dibujo de los entrenamientos.

- Júnior, al igual que todos, piensan que soy yo la que ha mejorado enormemente en los entrenamientos, pero no es verdad, siento a la elegida dentro de mí, deseando esos entrenamientos para probarse y mejorar, pero yo no tengo ningún interés, así que le permito ser ella la que entrena, mientras yo miro desde atrás.

El dibujo me quedó perfecto e imperfecto a la vez. La escena era una típica de los entrenamientos, Júnior con posición defensiva retándome a que fuera a por él, y yo con la postura agazapada, los brazos separados del cuerpo y una mirada que daba autentico miedo. ¿Era así como me veía? ¿realmente me estaba convirtiendo en una especie de asesina? O puede que sea así como la vea a ella, a la elegida, quizás fuese ella la que me parecía una asesina en serie y no yo. Aún así, decidí no dejarles ese dibujo, de una forma irracional, no quería que ellos me vieran así, aunque seguro que ya lo habrán visto en vivo muchas veces.  

Comí algo y me tumbé a contemplar el cielo azul celeste. El sol empezaba a darme de lleno en la cara y el calor se estaba convirtiendo en molesto, por lo que tras unas últimas palabras más, recogí todas mis cosas y me dirigí de nuevo a la casa.

Entrar ahora me costó mucho menos trabajo, pero una vez dentro, todas las sensaciones por las que había huido antes, volvían a aparecer. A pesar de todo eso, conseguí reunir las fuerzas necesarias como para pasar a la primera planta, donde estaban las habitaciones. No sé que esperaba encontrar ahí, ni para que necesitaba ver toda la casa, pero así lo hice.

Primero entré en mi habitación. Estaba tal y como la dejé, desordenada. Había ropa por todas partes, libros, apuntes,… Me tumbé en la cama para recordar lo que se sentía estando aquí, en mi santuario, en mi casa.

Cerré los ojos un segundo, tan solo fue un segundo, hasta que escuché un gran golpe.

- ¿Qué ha pasado? – oí la voz de un hombre al otro lado de la puerta de mi habitación.

Me levanté de un salto al reconocerla y salí de mi cuarto casi corriendo.

- Nada cariño, se me ha caído el costurero y para evitar que se desparramara todo por el suelo, por casi me cargo el vestido. – dijo la voz de mi madre.

La situación era perfecta y me era muy familiar, yo ya había vivido esto antes.

Mis padres se preparaban para acudir a la fiesta de compromiso de los Miller, una familia con dinero y cuyo integrante era jefe de mi padre. Habían tenido que gastarse una fortuna en el vestido de mi madre para que no llamase mucho la atención, lo que había dejado a mi padre con un esmoquin alquilado, aunque de primera calidad.

- Diana cariño, deja de mirar y ayuda a tu madre a terminar de arreglarse. No podemos llegar tarde, ¿lo entiendes? – dijo mi padre a escasos centímetros de mí.

No pude evitarlo y le abracé con todas mis fuerzas, hasta se me escapó una lágrima al hacerlo. Debía de estar soñando, pero no me importaba, iba a disfrutar de ellos hasta el último suspiro.

- Bueno, bueno… Tampoco te pongas dramática. Apenas nos iremos unas horas. – dijo mi padre intentando separase de mí para que no le arrugara el traje. - ¿Estás bien?

- Es que están tan guapo y elegante. – contesté con la voz rota por el dolor.

- ¿Conseguirás que tu madre esté lista en media hora? Sabes que no podemos llegar tarde.

- Eso está hecho, papá. – dije dándole un último abrazo.

- Creces muy deprisa cariño. Me harás abuelo en seguida. – dijo dándome un beso en la frente y bajando al salón.

No me extraña que le pareciera que crecía deprisa, la fiesta fue hace unos cuatro años, por lo que yo tendría unos doce o trece.

Entré en la habitación y mi madre ya había recogido todo el costurero del suelo y estaba dando las últimas puntadas a su hermoso y elegante vestido. Era de un color granate oscuro, la parte de arriba se ajustaba al cuerpo como si fuese un corsé y la falda eran como plumas al vuelo. Recuerdo que solo se lo puso en esa ocasión, aunque lo guardó en el armario del desván por si alguna vez encontraba la ocasión para volvérselo a poner.

- Diana, no te quedes ahí mirando y ayúdame a peinarme. – dijo ofreciéndome un cepillo del pelo.

Mis manos temblaban al coger el cepillo, pero ella me las agarró para relajarme y me dijo:

- Lo harás bien. – solo que pareció decirlo por algo que no tenía nada que ver con peinarla.

Pasé el cepillo por su pelo unas cien veces hasta que ella terminó de maquillarse. Después me pidió que fuese dándole las horquillas para su moño en función me las fuese pidiendo. Y para terminar, le ayudé a subirse el vestido y la cremallera.

- Estás muy elegante, mamá.

- Espero que algún día lo lleves tu puesto. – volvió a decir con un doble sentido.

La observé dar vueltas delante del espejo para comprobar que todo en ella estuviese perfecto, entonces no pude aguantarme más, no sabía si esto era real, era un sueño o me estaba volviendo completamente loca, pero necesitaba aprovechar esta oportunidad.

- Mamá. Me siento perdida.

- Lo sé cariño. Pero no hay nadie quien pueda ayudarte en eso. Tu sola has de encontrar tu propio camino, tu sola has de aceptarte tal y como eres, con tus virtudes y tus defectos.

- ¿Qué quieres decir con eso? – pregunté confusa.

Entonces ella me sonrió y me abrazó con la misma fuerza con la que yo había abrazado a mi padre.

- Empieza por despertar, Diana.

La oscuridad parecía adueñarse de mi vista. Estaba tumbada sobre una superficie cómoda y algo desorientada. ¿Había sido todo un sueño? ¿Qué querían decir las palabras de mi madre?

Entonces recordé algo que si entendí: “espero que algún día lo lleves tu puesto”. El vestido, ella quería que lo llevase a la casa de Lucia. Corrí a oscuras por el pasillo hasta llegar a una zona donde una silla descansaba contra la pared. Entonces me subí a ella y tiré de un cordón que sobresalía del techo. Ese era el acceso al desván donde mi madre había guardado el vestido.

Unas escaleras descendieron por la trampilla que había abierto y subí a una zona aún más oscura. Busqué a tientas la cadena que encendía la única luz que había en el desván y cuando lo encontré, fui directa al armario que había al fondo del todo. Y ahí estaba, una funda blanca que protegía el vestido de mi madre.

Me daba igual lo que Gloria hubiese comprado para mí, este iba a ser el vestido que iba a llevar mañana a la fiesta.

Cogí el vestido y bajé de nuevo a mi habitación. Sin pensarlo, encendí la luz y me sorprendí de que no la hubiesen cortado, al fin y al cabo, aquí no vivía nadie.

- ¡Oh mierda! – dije tirándome para apagarla cuanto antes.

Me asomé a la ventana y vi como la señora Dulson, la vecina de enfrente, miraba sorprendida la casa. Tenía que salir de aquí.

Cogí el vestido, la mochila y salí volando de la casa. Esta vez ya no me preocupaba dejar la puerta abierta o cerrada, ya me habían pillado, así que aproveché la oscuridad de la noche para salir como un rayo del pueblo.

¿Cómo se me había podido hacer tan tarde? ¿Cuánto tiempo había estado dormida? Ni siquiera recordaba haberme sentido cansada.

Me detuve a las afueras de la ciudad, una vez se me pasó el susto y pude comprobar que estaba a salvo. Entonces metí la mano en la mochila en busca del teléfono móvil, y tal y como esperaba, tenía cincuenta y tres llamadas perdidas y algunos mensajes de voz en plan: “¿Donde estas?” “Da señales de vida, por favor” “Vuelve si no quieres morir”… ese último era de Júnior.

Suspiré derrotada antes de escribir un mensaje que decía: “Ya voy, no tardo más que una hora” y le di a enviar.

Al final si fue un poco más de una hora, pues volví a perderme. Además, no era fácil correr a esa velocidad, intentar no ser vista e ir cargada con el vestido de mi madre, intentando que no se enganchara en ninguna rama o roca. Y como era de esperar, en cuanto subí a la segunda planta del St. James, todos habían decidido hacer una reunión en mi habitación.

Abrí la puerta con energía y en una milésima de segundo, todo lo que llevaba en los brazos, acabó en el suelo junto conmigo y con Jeremy. Había venido a mí con tal rapidez, que ni le vi, ni pude detenerle, así que fuimos los dos al suelo.  

- No vuelvas hacerme esto en tu vida. – dijo besándome en los labios.

Aunque tener a Jeremy entre mis brazos era lo que llevaba necesitando todo el día, no podía olvidar lo enfadada que estaba con él, bueno, con él y con todos.

Me levanté como pude y recogí el vestido para dejarlo con cuidado en el armario. No dije ni una palabra, ni siquiera miré a los demás intrusos de mi cuarto, Júnior, Henry y Gloria.

- ¿Acaso no vas a decir nada? – dijo Júnior muy enfadado.

- Sí, como por ejemplo, que es eso que hay en la bolsa. – dijo ahora Gloria, que por supuesto, no había ignorado la funda de vestido con la que había venido.

- Es el vestido que me pondré mañana. – dije sin mirarla aún, seguía haciendo hueco en el armario. Pero cuando lo dejé, comprendí que tenía que acabar enfrentándome a ellos en algún momento, por lo que cerré la puerta de mi habitación y me encaré diciendo lo único que se me ocurría en este momento. – Es un vestido de mi madre. Aún no me lo he probado, pero seguro que si me quedase algo suelto, podríamos arreglarlo antes de la fiesta ¿Verdad Gloria?

- ¡Eehh! Sí claro, no habrá problemas. – dijo con algo de desconcierto. – Pero… ¿qué pasa con el vestido que te he comprado?

- ¡BASTA DE VESTIDOS! – gritó Jeremy. - ¿Quieres decirme que has viajado cuatrocientos kilómetros para coger un vestido de fiesta, tu sola?

- Son más kilómetros y sí, he ido hasta mi casa. Y no, no solo he ido para coger el vestido, eso surgió allí. – tanto mi postura y mi mirada estaban a la defensiva, ¿acaso iba a tener que dar explicaciones cuando ellos no lo hacen?

- ¿Por qué? – preguntó simplemente Jeremy con aspecto cansado.

Era como si fuese él el dolido, como si yo le hubiese traicionado, como si ya nunca pudiese confiar en mí. Y todo eso terminó de encenderme, era como la chispa que necesitaba para volverme loca con este asunto.

- ¿Qué por qué? ¿por qué no dejáis de mentirme? ¿por qué necesito saber defensa personal? ¿por qué he de prepararme como si otros protectores fueran a atacarme? ¿por qué mañana voy a necesitar un ejército de guardaespaldas? ¿por qué conspiráis a mis espaldas? ¿por qué no me tratáis como si fuese uno de los vuestros? ¿Por qué no me dejáis ser la elegida? ¿por qué…

- ¡POR TU PROTECCIÓN! – gritó Jeremy interrumpiéndome.   

- No seas hipócrita, Jer, es algo que no te pega nada. – dije con una sonrisa que bien podría ser una mueca de disgusto. – YO soy la elegida. YO soy la que debe protegeros. Asume que ese hecho no te gusta y que no intentas protegerme, sino que intentas ocultarme.

De repente caí en la verdad de mis palabras, habían salido sin pensar si quiera, pero habían sido las palabras más ciertas que había dicho nunca. A Jer no le gusta que yo fuese la elegida, no le gusta verme en primera línea de batalla, no le gusta ponerme en peligro, por eso debe haber convencido a todos de que ocultarme la verdad, era lo mejor para mí.

El silencio se instauró en mi habitación, señal de que llevaba razón y no encontraban argumento que defendiera sus actos. Y la verdad, me sentía bastante mejor por haberme desahogado, no tanto porque mis amigos hubiesen estado mintiéndome por petición de Jeremy, pero a ellos les entendía, no podían desobedecer al que ahora es su líder. Pero Jeremy, el era todo amor, aunque quisiera, no podría enfadarme con él, aunque me mintiera por puro egoísmo.

- A partir de ahora, quiero que la situación cambie. Quiero saber todo lo que se cuece en esa fiesta, quiero saber que debo esperar de mañana y sobre todo, si estoy en peligro, también quiero saberlo. ¿Lo habéis entendido?

Todos miraron a Jeremy, lo que confirmó mi teoría de que era él el que andaba detrás de las mentiras. Pero Jeremy aún no estaba convencido del todo y aunque sabía que cualquier cosa que dijera en estos momentos era inútil, tampoco dijo que fuese a concederme lo que deseaba. A decir verdad, no dijo nada, tan solo suspiró y salí como una bala de la habitación.

- Al parecer se lo tiene que pensar. – dijo Henry aportando un toque de humor al momento.

- Gracias por comprenderlo. – dije de corazón, pues aunque aún no habían dicho nada, podía ver la liberación en las caras de Gloria y Henry.

- Nunca apoyamos las mentiras, pero entendíamos los motivos por lo que lo hacía. Espero que nos perdones. – dijo Gloria suministrándome una energía positiva extra, lo que ayudó bastante a sentirme menos culpable por la marcha de Jeremy. – Bueno, todo aquel que no sea una mujer, que se largue inmediatamente de la habitación. Tengo que dar mi aprobación al nuevo vestido. 

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Y aquí un nuevo capi de Soledad, me quedó un tanto larguito, pero bueno...más para leer :D

Pobre Diana, por todo lo que tiene que pasar como para que empiecen a mentirla uuuhh jajajaja!!

Capítulo dedicado aaa.... Yaiza Dieguez Casares....bbiiieeennnn!! jajajaja!! muchas gracias por todo el apoyo que me estás dando, espero que te guste. 

Y a los demás, ya saben, si les gustó el capítulo, pulsen la estrellita para votar, ayuda mucho para que más tente pueda encontrar la historia. Al igual que si quieren comentar algo, pues ya sabén :D

Abrazos enormessss...!! :D

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