Beca Perlman
—Cielo, hora de irse...
No sé realmente a quién se le ocurrió difundir la dichosa frase de: «A quien madruga, Dios lo ayuda». Me podrían culpar por hereje por pensar así, pero me niego a abrir los párpados. No quiero levantarme tan temprano. Escucho cómo mi padre cambia su tono de voz a una más alegre... ¡Bah! Eso no lo ayudará en nada.
Soy inmune a su voz, ni el canto de miles de ninfas hará que me levante, aunque el daño ya está hecho. Empiezo a dar vueltas en la cama, me coloco la almohada encima de mi cabeza, pero mi padre está empecinando en sacarme de mi santuario. Su tono melodioso me saca de mis casillas.
No me gusta levantarme temprano; en honor a la verdad, ni sé qué hora es. Amo mi lema LCD (leer, cantar, dormir) y si no canto, ni muchos menos leo, entonces que mejor que dormir, pero la voz de mi padre no me deja.
—¡Peach, se te hará tarde!
Suspiro y sacudo la cabeza. Mi nombre es Peach Marie Hoop. Nací en Vaduz, Liechtenstein. En un residencial en donde todas las casas son similares, pero que a la vez lucen diferentes. Todas cuentan con grandes ventanas, un pórtico y un patio bastante amplio. Al principio me costaba comprender por qué de tantos nombres hermosos y exóticos que existen, llevo el de una fruta. Al principio pensé que mi padre estaba medio narcotizado. No obstante, gracias al internet, descubrí que hay personas que llevan nombres más raros que el mío.
Mi país es muy pequeño, se encuentra entre Suiza y Austria. Debido a nuestras liberales políticas fiscales y bancarias, somos un país que tiene más empresas que habitantes. Seguimos una política de neutralidad, siendo uno de los pocos, pues se abolió debido a sus altos costos.
Mi ciudad es un principado, un lugar muy lindo con paisajes maravillosos en las diferentes épocas del año, limpio, seguro y ordenado; rico en almacenes de moda, algunos de los cuales representan el período de la Belle époque, cuando Vaduz tenía las mejores relaciones. Además, es la sede de varios encuentros de filósofos, poetas y músicos.
A diferencia de otros países, el lujo de aquí es la seguridad, andar en la calle caminando sin temor a ser asaltada, vivir sin rejas ni portones con mil candados. También todo es tan planificado, que hay poco espacio para la espontaneidad, los encuentros con amistades hay que planearlos y agendarlos, mas mi gente es muy amable y simpática... a veces su percepción de la puntualidad es un verdadero dolor de cabeza.
—Cariño, por favor, baja.
El tono de voz de mi padre ya no es tan alegre, pierde la paciencia. No es bueno para su salud. Decido levantarme, por más que lo intente, no podré dormir. Él no me dejará. Fijo la vista en mi mesita de noche, ahí está mi retrato, junto con él, cuando me llevó al museo de pequeña. Mi corazón se infla al ver su rostro tan alegre conmigo en brazos. Lo amo hasta hartarme.
—Peach Marie, por favor, baja.
Soy hija única de Herbert Hoop, un maestro de matemáticas de la Matura. Recuerdo que me dije que lo primero que le vino a la mente al verme por primera vez, fue la imagen de un melocotón. Mi pobre madre no contó con el suficiente tiempo para rebatir su elección. Murió por complicaciones en el parto.
Mi corazón se hunde al pensar que nunca pude conocerla. Siempre estaré entre lo que pudo haber sido y no pudo ser con mi madre. Mi respiración se me atora en la garganta. Duele mucho. Mi papá trató de llenar ese hueco, aunque es imposible de llenar por más que se intente.
Me engaño a mí misma poniendo mi nostalgia en un rincón apartado en mi alma. Pero desde hace mucho tiempo he comprendido que debo de seguir adelante aún con la pena. No lo pienso más, así que me levanto y arrastro los pies. Me aseo y arreglo lo más rápido que puedo. Al bajar las escaleras, me dirijo hacia la cocina.
—Papá, estoy lista. —Me quedo justo en el marco de la puerta, doy una media vuelta para que vea que estoy lista en tiempo récord. Ni siquiera levanta la vista, porque está muy concentrado en buscar ese algo que no sé qué es—. ¿Necesitas ayuda?
—¿Qué? —La expresión seria en su cara hace que, de repente, me ponga nerviosa—. La princesa se dignó a bajar. Ya era hora, Peach, estamos tarde, y sabes que detesto llegar tarde.
Algo típico de mi padre es que, si no llega veinte minutos antes de la hora acordada, para él eso es una tardanza imperdonable. Esa puntualidad extremista no pudo ser adoptada por mi gen, ya que no lo captó al ser concebida. Le hago una leve reverencia, porque si me considera una princesa, ¿quién soy yo para llevarle la contraria?
El trayecto de camino hacia la Matura es de lo más pintoresco. Entre pinos frondosos, casas antiguas, montañas envueltas en un manto verde y un cielo despejado, mi padre y yo conversamos al desplazarnos por las calles de Vaduz dentro de nuestra titi, así bautizamos a nuestro Mini Cooper amarillo.
Mi padre como profesor de matemáticas, es el dolor de muelas de muchos de mis compañeros. A raíz de esto, soy el blanco perfecto de burlas por parte de los alumnos reprobados. No con eso debo decir que he vivido un infierno, pero me han hecho pasar por episodios bastantes desagradables y más en la época de exámenes.
Papá me reprocha que, con este sol tan radiante, si hubiéramos salido como él quería, bien pudimos salir en nuestras respectivas bicis, pero eso será para otro día. Enciendo la radio, busco alguna música que me aleje de sus resoplidos. Sin embargo, tiene otro discurso guardado bajo su manga, por eso apaga el aparato.
—Me gustaría que salieras un poco más —resuella—. ¿No recibiste alguna invitación?
Herbert Hoop es del 0.0001% de los padres que desea que su hija de diecisiete años salga un poco más de casa, que rompa de vez en cuando los toques de queda. En fin, desea que su primogénita sea un poco más fiestera y no la ayudante del celador del cementerio.
—He recibido algunas invitaciones. —Intento mentir—. Pero sabes que deseo mejorar mi voz y eso se logra con mucha práctica y dedicación.
—Melocotón, sabes que mi mayor deseo es que seas equilibrada —ríe, sé que detectó mi mentira—. Me gustaría que salieras y te diviertas un poco, con moderación, ante todo.
—Lo tomaré en cuenta —contesto con una sonrisa genuina—. ¿Ahora sí puedo poner la radio?
Acepta a regañadientes, por eso me inclino un poco para darle un beso en compensación. Llegamos al LiechtensteinischesGymnasium. Papá toma su maletín y yo mi mochila. Él va directo al aula 46, mejor conocido como Rompe Cráneos. En cambio, me dirijo al aula 39, donde se imparte historia.
Desde que llegué, mi mirada chocó con la de mi alma gemela, Lynn. Mi amiga, hermana, confidente... La lista sigue, sigue y sigue como una historia sin fin. Nos conocemos desde siempre: su abuelo es el mejor amigo del mío; su padre es el de mi padre. Lo demás es historia.
—Hola, Lynn —saludo y pongo mi mochila debajo de mi asiento.
—¿Cómo tienes la desfachatez de hablarme? —Lynn toma una pose digna del principado para darme la espalda.
—Lynn, te dije que no iría —susurro con voz lastimera.
—¡¿Qué?! —Se voltea hacia mí y mueve sus manos, frenética—. Me dijiste: «Lynn, lo pensaré. Te prometo que te llamaré».
—Estaba practicando —suelto, derrotada—. Las fiestas no son lo mío.
—Mira, Joan Sutherland, si continúas así, te quedarás sin voz y sin amiga. Además, con la esperanza de que ponga en tu lápida: «Aquí descansa una muda que murió afónica».
—¡Oye, no seas cruel! —Pongo los ojos en blanco y arrugo la nariz—. Lo que dices no tiene sentido.
—Bien, te lo cambio entonces, ¿qué te parece?: ¿«Mi ausencia no ha dejado ningún vacío... al igual que mi presencia»?
Me cubro la cara con las palmas de mis manos, es tan frustrante empezar el día con los reproches de mi padre y mi mejor amiga. Lynn se ríe y golpea mi brazo.
—Tontica, sabes que no puedo durar más de una milésima de segundo enojada contigo. —Su tono es más alegre—. Este fin de semana la pasé genial.
—¡Qué bien! —Corro rápido para alzar la bandera de la paz.
Pongo mi libro de historia sobre la mesa, me preparo mentalmente para lo que viene. Lynn empezará a ametrallarme con su fabulosa historia de fin de semana. Por eso desconecto mi mente, cierro mis oídos y solo veo el movimiento de sus labios.
—¡Peach! No me estás escuchando —me reprocha.
—¿Estás loca? —responde con cierto aire burlón. Lynn pone los ojos en blanco—. ¿Me decías?
—Te dije que hice un acto de bondad —imita a una cantante de ópera.
—¿Un acto de bondad? ¿Le dirás a tus padres que por fin te irás de la casa?
—Claro que no, morirían sin mí. —Pone sus manos en su pecho—. El acto de bondad es para ti, así que adivina.
—Soy mala para las adivinanzas, y lo sabes. —Ella empieza a tocar el piso con la punta de su bota, lo hace con fuerza. Un claro indicio de que no aceptará un no por respuesta.
—¿Viaje a Legoland? —Me aventuro a decirle.
—¡Ni en tus sueños!
Lynn empieza a verse las uñas con impaciencia, va a explotar en cualquier momento. Me considero una chica razonable y sé que la mejor manera de salir con vida de esto, es siendo humilde.
—Lynn, me rindo —resuello con timidez e inclino mi cabeza para mantener el contacto visual con ella.
—Estaba esperando a que te rindieras porque sé que nunca lo adivinarías.
A veces la odio, pero al ver esa cara de pato al final de la temporada de caza, se la perdono. Entonces mi loca amiga corta el poco espacio que tenemos para susurrarme en el oído, como si eso fuera un secreto de Estado.
—Resulta que el viernes Jude me invitó a tomar un helado espantoso. No sabía qué era peor, escucharlo o aguantar la incomodidad en mi estómago. Me excusé y me dirigí al baño. Ya dentro, escuché a unas chicas hablando de una tal beca Perlman. Nunca escuché de esa beca, la curiosidad me mataba. —Me aparto cuando Lynn impacta en mi oreja su saliva al hablarme tan cerca. Me sonríe, limpia sus rastros para arrastrarme a la misma posición de la cual me escapé—. Así que el sábado, después que mi estómago me perdonara por haberlo maltratado, hice mi búsqueda por Internet. Solo encontré información superficial, así que llamé al profesor Kurt y juntos contactamos a las personas responsables de la beca aquí.
— ¿Entonces qué paso? ¿Por qué tanto secretismo con esa beca?
— ¡No me estás escuchando! Esa beca es la meca de las becas. No es muy conocida porque no quieren llamar la atención de personas innecesarias.
—Entonces es una beca clasista.
—En parte sí. —Medita antes de responderme—. Solo pueden competir lo mejor de lo mejor.
—¿Por qué llamaste al profesor Kurt?
—Pensé que él podría saber y di en el clavo. Además, de una manera u otra, tendría que llamarlo.
Frunzo el ceño.
— ¿Por qué?
—Porque uno de los requisitos es una carta de recomendación. —Lynn alza la mano y tira de una hebra de mi pelo—. Me pasé todo el fin de semana llenando formularios y enviándolos.
—Espera, Lynn, estás de verdad muy interesada. Pero no me has dicho en qué consiste la dichosa beca Perlman. —Me mira enojada, bien pudiera mandarme a la luna de una patada
—Bueno, consiste en una serie de competencias. Las primeras serán por instituciones estudiantiles, después pasarán a las regionales y, por último, por países.
—Bien con eso, pero no has respondido a mi pregunta. ¿Competencias de qué?
—Peach, a veces pienso que eres burra —se queja.
—Si fueras más específica, no sacaría mi vena de burra.
Toma una respiración profunda, luego inclina la cabeza hacia el techo, murmura algo para luego decirme: —¡Te estoy dando la oportunidad de tu vida!
Niego con mi cabeza en protesta.
—¡Estás loca!
—Cálmate y deja el drama. —Bufa por la nariz—. Ya estás apuntada, solo tienes que mandar tu ensayo.
— ¿Ensayo? —Mi voz suena demasiado chillona.
—Sí, un simple y fácil ensayo. —Arruga el rostro—. No es nada del otro mundo, solo tienes que escribir qué sientes al cantar.
—¿Qué siento al cantar?
—Sí, burra boba. —Aspira profundo—. Te apunté porque sé que eres la mejor. La beca Perlman es solo para artistas en potencia. Así que quita esa cara a lo Marion Crane antes de morir asesinada en el motel.
—¿Por qué me haces esto? —me quejo.
—Sé que quieres ir a la academia que está en Londres... ¿No?
—¿Tanta fe me tienes? —No sé por qué me sorprende tanto. Lynn siempre ha apostado por mí—. Necesito ir al baño.
—Tú y tus problemas de retención de líquido —me regaña.
— ¡No tengo ningún problema de retención! —Le saco la lengua.
Salgo del aula en busca de un baño. Para qué mentir; cuando estoy nerviosa, me dan unas enormes ganas de orinar. De camino a los baños, no puedo dejar de pensar que Lynn está loca. Ella mejor que nadie sabe que cuando estoy enfrente de personas extrañas, tartamudeo. Aunque ella ya me apuntó, sé que no tengo escapatoria, lo más seguro es que buscó aliados.
Al visualizar el letrero de los baños, apresuro mis pasos. Cuando voy a girar el manubrio de la puerta, la encuentro cerrada. Eso es extraño. Intento una vez más girarla mientras uso mi hombro para empujar la madera. Me estoy poniendo un poco histérica, pero es la urgencia del momento.
—¡Lee el letrero, cachalote!
Escucho la burla de Corletto, el chico de gimnasia. Miro hacia donde sus manos me indican que vea. Leo el letrero que dice que están en reparaciones. Y para consolarme, me indican que vaya a los otros baños que están al otro lado del recinto. Esos me quedan bastantes lejos y no sé si podré llegar.
Me urge ir, brinco en el mismo espacio en el que estoy como si estuviera pisando brasas ardientes. Dentro de mi dolor, pienso en la señorita Mary, mi maestra de economía. Un amor. Recuerdo que en su oficina tiene un baño.
No tengo que pedirle permiso, le dejaré una nota explicándole que lo usé. De camino, pienso en que mataré a Lynn por su brillante idea de meterme en un concurso del cual no le pedí que me metiera. Corro con las manos entre las piernas por los pasillos de la Matura.
Me concentro en recrear el crimen en el trayecto. Visualizo la oficina de la señorita Mary, entro más rápido que una gacela. Giro el manubrio, también está cerrada. Grandioso, hoy no es mi día. Pongo mi cabeza en la madera, mientras aprieto los dientes en frustración.
Escucho que abren el grifo del lavamanos, aleluya. Toco la puerta con toques frenéticos y demandantes.
—¿Puede darse rápido?
—Acabo de entrar, permítame unos minutos y deje de tocar así, que esta no es su casa.
Tengo los nervios de punta, sé que nada justifica el melodrama que monto, aunque soy una adolescente con mucho estrógeno y puedo darme el lujo de ser dramática cuando quiera.
—¡Es una emergencia! —Vuelvo a tocar. En realidad, estoy derribándola—. ¡Abra la puerta!
—Le dije que, en unos minutos, ya casi estoy terminando. —Hace una pausa antes de contestar—. Le sugiero que cuente ovejas, eso podría ayudarle.
¿Que cuente ovejas? Será cretino. Esto debe de ser una broma. Mis piernas empiezan a temblarme y me duele la vejiga.
—Por favor, necesito el baño —suplico.
—Le pido, por favor, que no me acelere —resuella con voz molesta.
Siento la urgencia de estamparle la puerta en la cara. Pero cuando siento que mis pantalones están más frescos que un prado con el rocío de la mañana, sé que ya no necesito el baño. Me hierve la sangre.
—¡¿Sabe qué?! Voy a desistir de utilizar el baño por su culpa, estúpido.
— Es una pena, porque ya le iba a abrir la puerta —me contesta en tono jocoso—. Que tenga un feliz resto del día.
Me debato en la idea de esperar a que salga para matar al imbécil, idiota, bobo, zoquete, burro, mentecato, ignorante, zopenco y palurdo de persona que está detrás de la puerta. Enderezo mis hombros y me alejo ahora con el pensamiento de que seré la noticia del momento cuando se den cuenta de que mojé mis pantalones como si fuera una niñita.
Respira, Peach, porque apenas tu día empieza...
Glosario:
Legoland: es una cadena de parques temáticos de Lego.
Marion Crane: también bajo el alias Marie Samuels, es un personaje ficticio creado por el autor estadounidense Robert Bloch en su novela de suspenso Psycho de 1959; interpretada por Janet Leigh en la versión de 1960 de Psycho dirigida por Alfred Hitchcock.
Cachalote: es una de marino del orden del suborden además es el cetáceo dentado más grande que existe.
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