9- Trabajando duro.

Iván trajo las vacunas hasta los dieciséis años para ambos niños, también vacunas del tétanus para todos, antibióticos y varios medicamentos más. Trajo un tensiómetro, otro termómetro y un medidor del azúcar en sangre.
Para los niños también tuvo el detalle de traerles juguetes.

—No he podido traer nada más en la moto. Pero mira, traigo varios CD's de música para nosotros y los niños —Mostraba orgulloso todo lo que había logrado reunir en el viaje.

Sergio no se despegó de él en toda la tarde, lo había echado muchísimo de menos. Yo también lo había echado tanto de menos que no podía dejar de mirarle. Mi corazón latía apresurado al ver cómo dedicaba el tiempo a los niños, y anhelaba sus besos.
Nos sentamos a cenar esa noche todos juntos como una família, Ana en mis brazos, Sergio en su sillita adaptada e Iván a su lado.
Nos explicó su encuentro con un grupo de personas que estaban organizadas, pero que no le habían causado buena impresión. Parecía que tenían un cabecilla y, la persona en cuestión, era un narcisista y déspota según pudo observar. También en el hospital se había encontrado con un doctor, de más o menos nuestra edad, que le había ayudado a conseguir las vacunas y el libro de las pautas de vacunación.

—Parecía buena gente, me dijo que era de Barcelona también, pero se había marchado a Santander después de acabar la carrera —explicaba mientras iba gesticulando con las manos. Yo no podía apartar la mirada de él.

—Espero que sobreviva —deseé de corazón.

—Me ha confesado que él es inmune, que no se ha ido del hospital para intentar ayudar al máximo de personas posibles y está intentando encontrar un tratamiento para la enfermedad —explicó, con una clara admiración por aquel hombre.

—Todavía queda gente comprometida —comenté mientras intentaba que Sergio acabase de comer.

—Antes de irme le dije que intentase encontrar un radio-transmisor para seguir en contacto.

—Espero que lo consiga, se debe sentir muy solo —pensé en voz alta, ya que yo misma me había sentido así durante la ausencia de Iván y podía comprenderle.

—Si, no tiene más que a sus pacientes —añadió.

Hablamos un rato más sobre el viaje y después nos fuímos a la cama.
Cuando Sergio y Ana se durmieron, me abracé a él como si fuera mi tabla de salvación en un naufragio. Nos besamos y dimos rienda suelta a nuestra desesperación.
Le despojé de su ropa y él me quitó la mía. Nos consumía el deseo, le había necesitado tanto esos días que había estado fuera,que no podía esperar para sentirlo dentro de mi. Besé su cuerpo y él me saboreó por entera. Despertaba mis sentidos y provocaba temblores en todo mi ser. Trataba de no gritar mientras me besaba los pezones, le arañaba la espalda y lo apretaba contra mi.
Despues de lo que me pareció una eternidad se puso el preservativo y entró en mi interior.
Mi corazón estaba a punto de explotar. Se quedó quieto un momento y después empezamos a movernos cada vez más rápido hasta que llegamos al clímax.

Nos levantamos al amanecer y al salir a dar de comer a la vaca, nos encontramos con una sorpresa mayúscula, en vez de una vaca teníamos una vaca y media.
¡Había nacido un ternero!
Por suerte el parto había ido bien. Nos miramos y decidimos intentar ordeñarla por primera vez en nuestras vidas.
Sacamos un taburete, colocamos un cubo limpio y lo intentamos. En un principio no conseguíamos nada pero insistiendo llenamos el cubo.
El resto de la leche se la dejamos al ternero.
Estábamos muy emocionados, ¡teníamos leche! Al menos de momento.
Decidimos conservar la que pudiésemos para cuando la vaca ya no tuviera.
La hervíamos y extraíamos la nata, una parte nos la comíamos y otra la congelábamos.
Con la leche hacíamos lo mismo, guardábamos una parte y la otra la consumíamos.
Nuestra dieta se basaba en los huevos y la leche , las verduras que habiamos congelado y las conservas. Pronto nos quedaríamos sin pasta ni arroz , tendríamos que conformarnos con lo que cosecháramos. Patatas, verduras, leche y huevos.

—Tenemos que conseguir árboles frutales. Cuando llegue la primavera iré a buscarlos. Seguro que encuentro algún comercio de jardinería —
Dijo un día Iván.

Yo empecé a sospechar que se sentía atrapado, pero no podía hacer nada para ayudarle.
Iván siempre había sido un espíritu libre en su moto, sin ataduras, y ahora estaba atado a nosotros tres.
Mientras pasaba el invierno, los niños fueron creciendo, Sergio ya caminaba y Ana empezaba con las papillas. Ya llevábamos las vacunas al día. La vaca dió leche seis meses, desde que nació la ternera.
En primavera la soltamos en el prado con la cria, pero por la noche siempre volvían al establo, por la mañana la ordeñábamos y la dejábamos salir de nuevo.
Al llegar el verano, la ternera, que averiguamos que era hembra, habia sido destetada. Ellas dos pasaban el día y la noche fuera.
Intentamos encontrar forraje para el invierno, sembramos en un campo cercano trigo y lo recogí a finales del verano, lo desgranamos y la paja la guardamos para el invierno.
Todo lo que se nos ocurría para conseguir alimentos lo llevábamos a la práctica: a veces teníamos suerte y salía bien, otras en cambio fracasábamos. Pero seguíamos aprendiendo.
En primavera Iván salió muchas veces, con Linda y alguna vez con la furgoneta, para traer cosas.
Al principio me quedaba angustiada, luego me fui acostumbrando a quedarme sola con los niños y me hice más independiente. Tenía que organizarme para sacar adelante la familia. Como lograba ocuparme de todo, gané confianza en mi misma. Ya no dependía de Iván, si él estaba, bien, si no estaba, también bien. A los niños les construí un pequeño parque de juegos de donde no podían salir solos, allí dejaba jugando a Sergio. A Ana la dejaba a su lado en una mantita, durmiendo. De esa forma tenía tiempo para hacerlo todo.
Seguíamos intentando conectar con alguien a través del radio-transmisor, sin mucho éxito. Hasta que una noche alguien contestó mi llamada. Dio la casualidad de que Iván no estaba, había ido a hacer otra de sus incursiones para buscar cosas.

—Aquí sola 1 , ¿hay alguien a la escucha? —pregunté como de costumbre, sin esperar respuesta.

Silencio...

—Aquí sola 1 , ¿Hay alguien a la escucha? —insistí.

—Aquí Iván, estoy bien, mañana vuelvo —Escuché, quedándome tranquila al saber de él.

—Aquí solo 2, te escucho, por fin contacto con alguien —Se oyó una voz desconocida.

Me quedé sin habla por un momento, no sabía qué decir. Había soñado tantas veces que contactábamos con alguien que ahora que lo habíamos logrado no sabía qué decirle.

—Aquí Iván, solo 2 ¿Estás bien? ¿Dónde te encuentras? —habló Iván.

—Aquí solo 2 , me encuentro en Santander, estoy ahora mismo solo. Soy médico pero en estos momentos no tengo pacientes. Tengo dificultades para encontrar comida —explicó aquella persona.

—¿Eres José solo 2 ? —indagó Iván, mientras yo estaba atenta a la conversación.

–Si, soy José, ¿tú eres quien vino hace unos meses a buscar vacunas? —Escuché , comprendiendo de pronto de quién se trataba.

—Sí, José. ¿Cómo está la situación por ahí? —inquirió Iván.

—Igual que cuando viniste, Iván, pero sin pacientes.

Yo seguía escuchando la conversación sin intervenir, me parecía increíble que hubiésemos podido contactar con alguien, que además era médico y que en caso de necesidad podría darnos indicaciones para tratar algunas enfermedades.

—Sola 1 ¿Cómo están los niños? —preguntó de pronto, sacándome de mis pensamientos.

—Bien, José, durmiendo, de salud estupendos, de momento tenemos suerte —declaré.

—Me alegro sola 1, seguiremos hablando mañana —Se despidió.

—Iván, te espero mañana ¿has conseguido todo lo que necesitábamos? —interrogué para saber si volvía pronto.

—Casi todo, Andrea, me falta el azúcar y la sal. Espero encontrarlos mañana y volver, cuenta que llegaré tarde —contestó avisándome para que no me preocupara.

—Entendido, Iván, cuídate y ven pronto, te echamos de menos.

Al día siguiente, las actividades de la mañana no me dejaron tiempo para pensar, por la tarde los peques se durmieron y pude sentarme a reflexionar sobre nuestro futuro.
Los niños todavía eran muy pequeños, me daba mucho miedo que nos pasara algo y quedaran totalmente solos e indefensos.
Últimamente Iván salía mucho más a menudo que unos meses atrás, tenía miedo de que le ocurriese algo con la moto y no volviera.
Si eso sucedía tendría que tomar la decisión de buscar más gente con la que apoyarnos.
Al haber hablado el día anterior con el médico, se me planteó la idea de crear una comunidad con personas que quisiesen convivir y ayudarse mutuamente, sin cabecillas, que cada uno aportase lo que estuviese en su mano. Pero llevar a cabo esa empresa sería muy difícil.
Por la noche lo estuve hablando con Iván cuando volvió. Después contactamos con el médico que se hacía llamar solo 2 y que era José, el que le había ayudado a conseguir las vacunas.

—Aquí solo 2 desde Santander,¿cómo estáis? Por aquí todo bien, tengo dos personas ingresadas, el único problema es la comida, ya no me quedan casi provisiones —explicó.

—Aquí Iván, si quieres puedo intentar llevarte algo de lo que nosotros tenemos — sugirió, tras mirarnos a los ojos y entendernos sin necesidad de hablar.

—No quiero que vosotros lo paséis mal por mi culpa, me las apañaré, mañana saldré a buscar en la ciudad, espero encontrar algo —contestó con voz preocupada.

—Aquí Iván, si tienes problemas contacta con nosotros y te ayudaremos, estamos en situación de ayudar —insistió Iván.

—Gracias, Iván, hablamos mañana.

Intentamos localizar a más personas en otras frecuencias pero el silencio era desolador.

—Iván, ¿tú crees que el médico querría venir aquí a vivir? —pregunté tras meternos en la cama.

—No lo creo, el hospital se ha convertido en su motivación para sobrevivir, no querrá salir de allí. Pero si quieres puedo decírselo cuando hablemos con él mañana —Se ofreció.

—Además de hablar, creo que va a necesitar ayuda para conseguir alimentos. Puedo preparar un paquete de comida y podrías llevársela la próxima vez que salgas. No es la solución pero podría ayudarle por ahora. A cambio podemos pedirle ayuda médica si lo necesitamos —sugerí.

—Creo que nos vendría muy bien contar con él —afirmó— la semana que viene saldré a buscar un congelador extra para guardar más comida para el invierno, quiero ver si puedo conseguir los trajes de apicultor y ponemos panales de abejas más allá del río. Si conseguimos miel no necesitaremos azúcar —y añadió—. De camino le llevaré comida a José y le propondré que venga el próximo verano. Quizás podamos construir una pequeña cabaña para él.

La primavera suponía muchísimo trabajo, desde sembrar a recoger leña y cuidar de los animales. Ese año pudimos sembrar y recoger tomates, lechugas, judías verdes y un sinfin de hortalizas. Iván trajo árboles frutales, cerezos, almendros, limonero, melocotonero y otros .
Tendríamos mucha fruta que guardar y conservar.
Ese primer año, cuando llegó el otoño, estábamos mucho mejor preparados para el invierno.

Cada noche, hablábamos con José, que nos explicaba sus anécdotas, y nosotros de vez en cuando le llevábamos comida.
El invierno llegó y la nieve con él, Iván ya no salía, no había tanto trabajo. Pasábamos las tardes leyendo cuentos a los niños, que tenían uno y dos años, escuchando música y hablando.
Pero Iván, hacia el final del invierno entró en un estado de depresión. Se pasaba los días con la mirada perdida, sin hablar. Al mirarlo sabía que se sentía atrapado. Era un espíritu libre, y yo me sentía su carcelera.

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