18-La decisión
Las noticias sobre el estado de Iván eran esperanzadoras, parecía que había superado la parte crítica de su recuperación y que iba sanando correctamente.
A los tres días ya pude hablar con él por radio. Su voz sonaba cansada y sólo le dije unas pocas palabras para no cansarlo demasiado.
—Hola, Iván, ¿Cómo estás cariño? —hablé con voz dulce.
—Hola —musitó con voz cansada—. Andrea, por fin oigo tu voz, te he extrañado mucho, ¿Cómo están los niños? —preguntó enseguida, consiguiendo que el nudo en mi garganta se apretase más. Casi no podía pronunciar las palabras.
—Los niños están bien, tienen ganas de verte —murmuré, sin poder evitar que la emoción se reflejase en mi voz.
Dos gruesas lágrimas caían de mis mejillas mientras hablaba con él. Recordaba todo lo que habíamos vivido juntos, nuestras noches, los viajes en la moto, el día que nos conocimos...
—¿cómo estás? ¿Dónde te han herido? —inquirí ya sin esconder mis sentimientos.
—En la pierna, pero ya estoy mejor, he superado la infección y pronto podré levantarme. ¿Cómo se le ocurrió a José arriesgarse a rescatarnos? Esos tipos estaban locos, nos retenían contra nuestra voluntad y estaban armados, José fué alcanzado por una bala cerca del corazón, está vivo de milagro, pero todavía no se ha despertado —explicó, sin darse cuenta de que mi corazón se estaba rompiendo en pedazos por la preocupación.
Mientras me hablaba de José pensaba en la decisión que debía de tomar cuando regresaran. Mi corazón estaba dividido entre los dos, ahora estaba más preocupada por José, porque estaba más grave, pero también pensaba en Iván.
—¿Has podido hablar con él? —pregunté, temerosa de que le hubiera hablado de nosotros.
—Un poco, pero sólo un momento antes de que le disparasen, sólo me dijo que venía a buscarme por ti —expresó con voz seria, extrañado.
—Es cierto, y tendremos que hablar los tres cuando os recuperéis —contesté enigmática.
le quitaron la radio para que descansase y me habló un desconocido de la salud de ambos. Me explicó que José estaba inconsciente y que no sabían si superaría la herida que había sufrido. De Iván me contaron que lo difícil era que pudiese caminar con normalidad, que le podía quedar alguna secuela.
Dijeron que seguirían informándome cada noche y que,cuando fuera seguro, los traerían a casa a los dos.
Cuando corté la comunicación mi corazón estaba sangrando. Estar tan lejos de los dos me dejaba una sensación de impotencia y sentía que debía hacer algo más para ayudarles. Pero no sabía qué.
Fui a dormir, pero lo poco que dormí lo hice con pesadillas. Me levanté al día siguiente con náuseas y mareos, hice lo más imprescindible para mantener la casa decente y los niños bien atendidos y después me senté en el sofá a meditar sobre la decisión que debía tomar.
Por un lado quería a Iván, teníamos dos hijos en común, había estado apoyándome en el embarazo y el parto, y habíamos iniciado nuestra vida en común en una época muy difícil, superando grandes retos juntos.
Por otro lado estaba José, mi primer amor, con el que también iba a tener un hijo en común, que me había ayudado a superar la agresión de los indeseables que me habían violado, que me ayudó cuando le necesité y que se fue de mi lado para encontrar y salvar a Iván. La parte negativa de Iván era que su libertad era lo primero en su vida y que necesitaba sentir el viento en la cara con su amada Linda para sentirse feliz. La parte negativa de José era que quizás se marchase al hospital para seguir tratando a los pacientes que acudiesen a él, porque su vida era la medicina.
Difícil elección. mis sentimientos estaban tan embrollados que ni diseccionándolos conseguía encontrar respuestas.
Amaba a José desde los catorce años, había soñado con él tantas veces que me parecía mentira que hubiésemos compartido cama. Con Iván el amor había surgido en la convivencia, mientras compartíamos las dificultades de la vida que nos había tocado vivir.
En definitiva, los quería a ambos pero tenía que elegir.
Salí por la tarde con los niños a buscar algo de leña y hierbas aromáticas. Mis hijos iban cantando una canción que les había enseñado José, también les había enseñado a atarse los cordones y lo que él no se lo había enseñado, lo habían aprendido por mí.
Eso hizo que me diera cuenta de que Iván era muy buena pareja, me quería mucho, pero no era una persona responsable. Recordé los días que se marchaba a buscar lo que fuese para salir con la moto. Y recordé que él se sentía atrapado en casa todo el invierno.
Cuando Ana y Sergio me preguntaron cuándo iba a volver José, me di cuenta de a quién debía escoger. Hablaría con Iván, le explicaría lo que había pasado cuando se fue y cómo me había enamorado de José, cuando creí que se había marchado para siempre de mi lado.
No sería fácil decírselo, también le haría ver que entendía
su deseo de libertad y que comprendía que necesitaba volar con su moto y no estar atrapado con una mujer e hijos que él no había querido.
Le daría la libertad, para que se marchase de manera tranquila, sabiendo que no le guardaba rencor y que podría venir cuando quisiera a ver a sus hijos. Creía que eso era lo más justo para él y para nosotros.
Lo único que me preocupaba era que José no daba muestras de recuperarse. Estaba muy angustiada por él.
Tal vez si lo dejaban a mi cuidado podría hablarle y así ayudarle a despertar. Porque aunque no me lo dijeran con esas palabras, tenía claro que José estaba en coma.
La siguiente vez que hablé con Iván me dijo muy serio que teníamos que hablar, que era muy importante y que necesitaba decírmelo en persona. Así que me dejó totalmente confundida y preocupada. No imaginaba lo que podría ser y temía que me dijera que lo había pensado y quería quedarse en casa con nosotros, que me amaba y necesitaba estar conmigo. Todo eso haría aún más difícil explicarle mis sentimientos por José, y más aún cuando le dijera que estaba esperando un hijo suyo.
Pasó una semana en la cuál yo había empezado a cultivar y preparar la cosecha anual. Las Abejas ya habían salido y recogía la miel para reponer la que nos habíamos comido en invierno. Tenía mucha miel, más de la que nos podíamos comer, así que decidí aquél año envasarla y cambiarla por otras cosas que yo no tenía, como carne o pescado. Eso nos ayudaría a mantener una alimentación más variada.
Por radio me llamaban e informaban de que Iván estaba recuperandose, pero José seguía dormido. Insistí en que me lo trajesen a casa para cuidarlo. Esperaba poder despertarlo del coma con mis atenciones. Le necesitaba, y me sentía impotente al tenerlo tan lejos. No es que desconfiara de las personas que lo estaban cuidando, sino que quería cuidarlo yo misma. Conseguí convencerles y aceptaron traerlo a casa.
José se había llevado la furgoneta cuando se fue a buscar a Iván, así que les pedí que me lo trajesen de vuelta en ella. También quedé con ellos que me trajesen carne a cambio de miel, cosa que aceptaron de inmediato. Iván vendría con ellos guiándoles con otro vehículo que les serviría para volver.
Tenía que estar preparada para hablar con Iván y tener preparada la habitación para cuidar de José.
Los niños se pusieron muy contentos al día siguiente, cuando les expliqué que volverían los dos, pero cuando supieron que José estaba enfermo se preocuparon por él.
—¿No podrá jugar con nosotros? —me preguntó Sergio.
—No, cariño, está muy dormido y no consiguen que se despierte, así que necesitaré vuestra ayuda para que abra los ojos, le hablaremos y le contaremos cuentos, pondremos todo nuestro empeño en que se despierte, ¿de acuerdo? —Les expliqué.
—Vale, mamá. Yo le contaré cuentos —afirmó Sergio von una seguridad que me hizo estar muy orgullosa de él.
Quedaron en venir dos días más tarde y lo cumplieron, traían carne y yo les di la miel y huevos. José venía en una camilla improvisada y entre Iván y otro hombre lo entraron en casa y lo pusieron en la cama.
Cuando vi a Iván, le abracé, y los niños corrieron a abrazarle también. Nos besamos en los labios, pero no fue un beso como los de antes de marcharse, era más frío, más de amigos que de pareja.
—Andrea, tengo que hablar un momento contigo a solas. Hay una cosa que tengo que decirte —empezó, tras separarnos.
—Yo también tengo que decirte algo, Iván. Ven, vamos a la cocina —supliqué para tener un poco de intimidad.
Dejamos a los niños con el hombre que les había acompañado en la habitación de José, fuimos a la cocina y nos sentamos uno enfrente del otro.
—¿Qué tenías que decirme, Iván? —inquirí nerviosa.
—Andrea, cariño, ha pasado tanto tiempo... cuando me fui de aquí pensaba volver de nuevo, me olvidé la radio y me encontré con unos individuos que me retuvieron contra mi voluntad, me ataron junto a otras personas, hombres y mujeres, nos hacían trabajar y nos daban de comer una miseria. Allí perdí toda esperanza de libertad, aquellos hombres estaban armados y no creí poder escapar —explicó a modo de introducción, ya que todo eso ya lo sabía—. En medio de todo aquel caos, conocí a una persona, una mujer, que me dió todo el apoyo y el cariño que necesitaba y ,me he enamorado de ella —espetó dejándome sin palabras.
Lo miré a los ojos, vi la sinceridad de su mirada y la pena. Lo había pasado mal, yo
comprendía la necesidad de cariño en esas circunstancias, en el fondo me alegraba de que fuera así. En esas condiciones había encontrado a una persona que le había dado el cariño que necesitaba.
—Iván, yo también tengo que confesarte una cosa, Cuando te fuiste y me quedé sola, hubo un momento en el que creí que te habías marchado voluntariamente y que no volverías, después José se rompió una pierna y tuve que ir a buscarlo para ayudarlo a sobrevivir. Aquí en casa se restableció de la pierna, pero unos individuos entraron un día y nos atacaron, me violaron y le dispararon, por suerte él pudo dispararles y nos deshicimos de ellos, eran cuatro, Iván, a partir de ese momento empezamos a tener una relación más estrecha y me he enamorado de él. Los niños lo quieren, y yo también, además estoy embarazada de nuevo y él es el padre, aunque no lo sabe.
Me miró y se levantó de la silla, se acercó a mi y me abrazó. No hizo falta más palabras, la vida nos unió y la vida nos había separado, pero seguíamos siendo amigos.
—¿Dónde irás Iván? —pregunté preocupada por él.
—Nos quedaremos en el grupo que nos salvó. así que de vez en cuando me acercaré a ver a los niños, si no te importa —susurró, en tono de súplica.
—Me parece estupendo que puedas venir a verlos y, de paso, podremos intercambiar productos básicos, como hicimos hoy con la miel —sugerí, tranquilizándolo. Pude ver cómo se relajaba al escucharme.
—Si me necesitas estaré siempre dispuesto a ayudarte, ya lo sabes —declaró con sinceridad—. Espero que José se recupere pronto.
—Gracias, Iván, Lo mismo te digo. Por favor cuídate mucho, ¿sabes que te quiero verdad? —Me sinceré con él.
—Yo también te quiero, Andrea, hemos vivido muchas cosas juntos —dijo mirándome a los ojos, mientras me tomaba de las manos.
—¿Has recuperado a Linda? —indagué temerosa de su respuesta.
—Sí, pero no sé dónde repostar gasolina —expuso.
—Encontrarás la manera, Iván, seguro —sentencié, convencida de que lograría todo lo que se propusiera.
—Adiós, Andrea. Cuida de los niños, nos veremos pronto y seguiremos en contacto por radio —Se despidió, con los ojos húmedos, intentando controlar las lágrimas.
—Adiós, Iván, cuídate —murmuré mientras mis lágrimas escapaban.
Se marcharon ese mismo día después de comer, se llevaron los huevos y la miel. Ahora nosotros teníamos carne de conejo, pues ellos salían a cazar.
En cuanto me quedé sola de nuevo, entré en la habitación donde estaba José y lo miré detenidamente, hacía varios días que no comía, estaba muy delgado y le habían puesto suero, pero sólo quedaban tres bolsas más, resultaba imprescindible que recuperara la conciencia en menos de tres días, si no moriría de inanición o deshidratación.
Me acerqué a su cama con cuidado y le besé en los labios, resecos y agrietados, pero no reaccionó.
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