17- La soledad.
El amanecer era triste, las nubes grises en el horizonte no me dejaban ver el sol. Mis ojos estaban inundados de lágrimas sin control, mi corazón roto de nuevo, sola. Sólo mis hijos permanecían junto a mí.
La preocupación por los dos hombres que más amaba, el recuerdo de la noche vivida con José y el dolor de estar separada de ellos, me ahogaba.
Tenía que encontrar las fuerzas para soportar la espera.
En la mesa, una carta que no me había atrevido a leer, tal vez después, antes de acostarme por la noche, para que mis hijos no me vieran llorar.
En esos momentos, tenía muchas cosas que hacer, pero permanecía sentada mirando por la ventana. Estaba abatida, necesitaba un día para asimilar que él se había ido.
Más tarde los niños se levantaron y me obligaron a sonreir, les tuve que explicar que José se habia marchado a buscar a su papá. Con un nudo en la garganta, vi cómo Ana lloraba y me decía que quería que regresara. ¿Cómo consolarla?
Para ella José era más importante que su padre, ya que éste se fué cuando ella era muy pequeña y casi no lo recordaba. Sergio en cambio sí se acordaba de él.
Fué un día muy triste para los tres. Los niños lo echaban de menos y no me dejaban sola ni un momento. Como si tuvieran miedo de que yo también desapareciese.
Me senté en el sofá, les abracé y les prometí que nunca me separaría de ellos.
A mediodía encendí la radio y traté de comunicarme con José.
—Aquí sola 1 intentando contactar con José ¿me oyes? —pregunté con las manos temblorosas.
—Aquí José, voy de camino a encontrarme con Sebastián, para que me indique el camino hasta el lugar donde retienen a Iván —respondió al instante, casi como si hubiera estado pendiente de la radio en esos momentos.
—Te has marchado muy temprano y sin despedirte —reproché, con un dolor sordo en el corazón.
—No me gustan las despedidas, te he dejado una carta, ¿la has leído? —contestó. Tenía aquella misiva en mis manos, la observaba con una mezcla de temor y anhelo.
—No, esta noche a solas la leeré. No quiero llorar delante de los niños. ¿Estás bien? —indagué preocupada.
—Sí, estoy bien y quiero darte las gracias, Andrea, anoche me diste algo muy importante: me diste esperanza —confesó sorprendiéndome.
—Cuídate, José, los niños te echan de menos... y yo también —respondí con los ojos acuosos, tratando de contener una emoción que escapaba de mi control.
El día se hizo eterno, pero como todo en esta vida llegó a su fin, el sol se ocultó y emergió la luna entre nubes. Acosté a los niños y, después de hablar con José nuevamente, me dirigí a la entrada de la casa para sentarme a leer su carta.
«Querida Andrea, mi amor.
Esta noche nos hemos demostrado el amor mutuo, me llevo tu recuerdo, el recuerdo de tus besos y de tu cuerpo, aunque no lo creas, eso me ayudará a sobrellevar nuestra separación. Sigue adelante con los niños, tú puedes, eres más fuerte de lo que te piensas. Si no vuelvo a verte será porque no he podido recuperar a Iván, pero quiero que sepas que haré lo imposible por rescatarlo. Te quiero.»
Leí la carta tres veces, con el corazón deshecho, las lágrimas corrían por mis mejillas, los recuerdos de la noche anterior desfilaban en mi mente anulando el control de mis emociones. Mirando el camino de salida de la granja, por donde se había marchado José, mis pensamientos retrocedieron en el tiempo. Entré a casa y me senté junto a la ventana, recordando a Iván y a José, me querían y yo les quería a ambos. Qué cruel destino que las dos personas que amaba se alejaran de mi lado.
Se me acercó Vida y el gato, que no tenia nombre, y estuve acariciando a los dos mientras lloraba.
Me acosté tarde y me dormí más tarde aún. El día siguiente me despertaron los niños y Ana logró sacarme de mi estado de depresión con una simple pregunta.
—Mamá, ¿Estás malita? ¿Quien nos va a cuidar ahora? —preguntó con inocencia, acariciando mi rostro con sus pequeñas manos.
Sólo ella, con esa sencilla frase pudo despertarme y hacer que me levantara nuevamente y realizase todas las labores que quedaban pendientes.
Saqué a las vacas al prado, ya empezaba a crecer hierba fresca y comerían el pasto del campo. Recogí los huevos y cavé el huerto para prepararlo para sembrar. Todo empezaba de nuevo en la primavera, todo se renovaba. Los niños corrían por el prado, ajenos a mi tristeza, oculta tras la necesidad de sacar adelante a la família.
Por las noches releía la carta de José, hablaba con él brevemente y me sentaba en el sofá con Vida y el gato.
Una noche me dijo que ya estaba cerca del lugar donde retenian a Iván y que no podría contactar conmigo, hasta no rescatarle y alejarse el máximo posible.
—Es peligroso que me contactes, podrían oír nuestras comunicaciones, o descubrirme cuando esté escondido —se justificó.
—¿Qué vas a hacer? Ten cuidado por favor —supliqué, aferrada al walki. Presentía que un terrible peligro se cernía sobre ellos, estaba asustada.
—De momento me acercaré sin que me vean y trataré de estudiar la situación, después planearé el rescate y lo llevaré a término. Me pondré en contacto contigo, si todo sale bien, dentro de quince dias. Hasta entonces ten paciencia cariño —explicó con una voz dulce que conmovía mi corazón.
—Te quiero, José, ten cuidado —supliqué antes de cortar la comunicación.
Fueron semanas de miedo, preocupación e incertidumbre.
Durante el día estaba ocupada, pero de noche apenas dormía pensando en los dos.
Fue durante esos días que me di cuenta de que no me había bajado la regla. Tenía un período un poco irregular así que, al principio, no le di mucha importancia.
Una noche, con Vida en brazos y el gato a mi lado en el sofá, rememorando la última noche con José, traté de recordar si habíamos tomado precauciones. Lo pensé con detenimiento, reviviendo cada instante de la noche y me di cuenta de que esa noche no utilizamos preservativo.
¿Podría ser que en una sola noche quedara embarazada?
No podia ser cierto. Seguro que era un retraso nada más.
¿Y si era un embarazo? Una mezcla de sentimientos se abrió paso dentro de mí. Por un lado, si estaba embarazada de José, era el resultado de nuestro amor y estaba ilusionada, por otro lado, si José no podía volver estaba sola, embarazada y con dos criaturas más. Además, si volvían a casa los dos... ¿Aceptaría Iván a la criatura en caso de quedarme con él? Era probanle que sí, ya que había aceptado a Sergio como su hijo sin serlo. Pero...
¿José aceptaría marcharse si sabía que tenía un hijo? O Iván, ¿aceptaría irse después de haber vuelto a reencontrarnos? No tenía respuestas. Pero lo que más miedo me daba era tener a ese bebé sola. Mi anterior embarazo y parto había ido bien, pero con la ayuda de Iván, sin nadie a mi lado no lo conseguiría. Si no regresaban ninguno de los dos ¿Quién me ayudaría? Tendría que buscar a otras personas para recibir apoyo. Pero aún tenía la esperanza de que fuese sólo un retraso, No me preocuparía todavía por eso...
Me vi inmersa en el trabajo de sembrar, regar, recoger leña y cuidar a los niños, además de la comida, la limpieza y el cuidado de los animales. Estaba cansada y aún así por las noches me quedaba hasta muy tarde a la escucha con el radio-transmisor, para esperar noticias de José.
Pasaron tres semanas y nada, cuatro semanas y tampoco. La espera se hacía eterna.
La quinta semana estaba hecha un manojo de nervios.
La comunidad con la que manteníamos conexión me daba apoyo moral, intentando animarme, mientras yo ya había confirmado mi embarazo. Miedo era la palabra que definía cómo me sentía.
La angustiosa espera se alivió una noche, cuando José se puso en contacto conmigo.
—Aquí José, ¿Estás ahí, Andrea? —Escuché su voz animada.
—Sí, Aquí Andrea, ¿tienes noticias?¿Ya rescataste a Iván? —indagué esperanzada.
—Estoy a punto de realizar la extracción, sólo quería decirte que te quiero y que si todo sale como espero pronto estaremos en casa —exclamó, mientras mi corazón latía a un ritmo desenfrenado.
—¡me alegro de oírte!, José, ten mucho cuidado —advertí, a pesar de haberlo hecho con anterioridad.
—Descuida, nos vemos pronto —añadió antes de cortar la comunicación, que me dejó un poco más tranquila, al menos de momento estaban bien.
No me había dicho cuándo vendría, aún así haber hablado con él ya era para mí un consuelo y un alivio a mi soledad.
En medio de toda la vorágine de trabajo que suponía la primavera, encontraba un poco de tiempo para sentarme con los niños y hablarles de su papá y de José.
No les hablé del bebé que crecía dentro de mi. Ya
estaba en la séptima semana de gestación. Cada mañana al despertar tenía un pensamiento para él, y antes de dormir también.
Pasaron tres días más y mi paciencia y resistencia estaban a punto de quebrarse.
Mas una noche recibí una comunicación inquietante.
—Aquí grupo 1 de sobrevivientes contactando con sola 1 —habló una voz desconocida.
—Hola, aquí sola 1, ¿qué noticias tenéis? —pregunté directa.
—Andrea, tenemos noticias de Iván y José, han sufrido un percance y su salud peligra, vamos a salir a buscarles a ellos junto a varias personas más, en cuanto tengamos más información contactaremos contigo —espetó aquella voz dejándome con el corazón encogido.
—Por favor, mantenerme informada —rogué— intentaré ponerme en contacto con ellos yo misma, si me necesitáis para recogerlos me lo decís y voy mañana para allí —. Me ofrecí, a pesar de que mi situación no era la más idónea para ayudar.
—Tranquila, Andrea, tenemos medio de transporte, los trasladaremos a nuestro núcleo y les daremos la asistencia que necesiten —prometió aquella voz, intentando, sin conseguirlo, calmar mi nerviosismo y el terror de mi voz.
Cortaron la comunicación y me quedé de nuevo preocupada, asustada ante lo que había escuchado. ¿Qué había ocurrido? ¿Estaban heridos los dos?
Llamé a José, esperando poder hablar con él.
—¡Aquí sola 1 intentando contactar con José! —exclamé desesperada.
Mas sólo recibí el silencio en la línea .
—Aquí sola 1 intentando contactar con José. Por favor respondan, soy Andrea —insistí, con la voz estrangulada por el nudo de mi garganta.
Se oyó un crepitar de la radio y una voz de mujer hablando en voz baja.
—Hola, Andrea, soy Alba, estoy con José, Iván y varias personas más, José está inconsciente ahora y no puede hablar, Iván está despierto pero tiene una herida de bala, debe descansar —Escuché preocupada.
—Dime, ¿es grave su estado, Alba? —pregunté de inmediato.
—No te sabría decir, ahora nos han dicho por radio que nos vendrá a buscar un grupo de gente y que nos ayudarán a recuperarnos —explicó aquella mujer, con un hilo de voz.
—¿Qué ha pasado? —imploré por información.
—José nos ha rescatado a los que estábamos retenidos y han resultado heridas varias personas —explicó con voz atropellada.
—Está bien, cuando pueda hablar alguno de ellos dos, por favor, contactar conmigo —rogué, intentando controlar el impulso de correr yo misma hacia donde estaban ellos dos.
—De acuerdo, Andrea —aceptó.
El miedo se apoderó de mi mente, estaba entrando en pánico, los dos estaban heridos y no había podido hablar con ninguno de ellos.
No podía ser cierto.
Me dormí en el sofá con la radio en la mano esperando noticias.
Nadie dijo nada hasta la mañana del día diguiente.
—Aquí grupo de sobrevivientes 1 contactando con Andrea —Escuché de pronto, sobresaltándome e incorporándome en el sofá.
—Aquí Andrea, dime —respondí con rapidez.
—Tenemos a todo el grupo de rescatados en el núcleo, estamos intentando curar sus heridas. De momento José e Iván son los que están más graves pero creemos que sobrevivirán.
El resto están más o menos bien, famélicos pero no han sufrido heridas graves.
Hay mujeres y niños entre los rescatados por José —explicó de nuevo aquella voz.
Dios mío, pensé,no se había conformado con rescatar a Iván sino que se había tenido que hacer el héroe y rescatarlos a todos. Ahora estaban heridos los dos, y yo no podía hacer nada para ayudarles.
—¿Cuándo podrán venir a casa? —pregunté.
—De momento no podemos moverlos mucho, al menos un par de semanas tendrán que quedarse aquí, luego depende de cómo evolucionen —habló alguien que, al parecer, también tenía nociones de medicina.
—Os contactaré mañana para saber más notícias —avisé.
—De acuerdo, Andrea, hasta mañana...
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