8 - Comida rápida

¡Hola!💞

Recuerden votar, sus interacciones me ayudan mucho. Y, si es posible, ¡dejen sus comentarios! ⭐

No se olviden seguirme en Wattpad, ¡les toma dos segundos!

¡Es MUY importante para mí como autora! 🤳🏻


NaiiPhilpotts 


Estamos aislados del mundo. Estoy aislada de todos. Rodeada por agua, atrapada en una isla.

Trato de no volver a vomitar. Tampoco quiero seguir arrancándome mechones de cabello. Hace más de una hora que camino por la costanera y sigo sin ver a nadie. Por más que grito, mis llamados no reciben respuesta.

Hace un momento se hizo de día. Nunca vi un amanecer tan triste; nuboso y cubierto de lágrimas. A cada paso que doy, me digo que es el último, que es inútil y que tengo que volver por Syria, pero sigo caminando. Ya caminé más de diez cuadras y bajo esos pensamientos.

Me freno en un mirador y trato de ver algo en la costa vecina. La mirilla está oscura. La máquina necesita monedas y no sé quién en su sano juicio las sigue utilizando hoy en día. Revuelvo mi mochila en busca de algún vuelto perdido porque el aparato funciona con dos dólares montresalinos y yo solo tengo uno.

No hay nadie a mi alrededor ni en algún lado; me urge saber el por qué. Un nudo me quema la garganta de tal manera que siento que estoy tomando vodka puro. Me duele el alma gracias, la opresión en el pecho no me permite avanzar.

«¿Qué hago?».

El desasosiego se ciñe sobre mí. Furiosa, aviento mis cosas en la acera. Mi celular sale volando de mi mochila y escucho cómo el vidrio se golpea contra un reborde de cemento. Sin necesidad de verlo, sé que se fragmentó la pantalla. Por momentos, quisiera aventarme a mí misma al mar. Esto es demasiado.

Harta, me acerco a levantar mis cosas y encuentro una moneda tirada. Siento que el destino me escupe en la cara. Grito por la ira y corro a meter las malditas monedas en el aparato, con mi mochila al hombro. No sé qué alcance tiene, pero no veo nada. Por más que enfoque, lo único extraño que noto son una serie de lucecitas que parpadean en la lejanía; no sé qué sucede. Intento apurarme, porque sé que esas cosas funcionan por tiempo, pero los nervios me juegan en contra. Trato de regular la visual con las perillas y las imágenes poco a poco van cobrando nitidez y sentido. El mar se ve endemoniadamente claro, precioso. Muevo el aparato como una endemoniada en busca de las luces y quizá encuentro su fuente...

Una centena de barcos navegan en dirección contraria a la isla. Parecen irse, la están dejando. No puedo explicar cuántos son. Arriba de ellos sobrevuelan una decena de helicópteros y de aviones militares.

La escena que presencio me parece ficticia, es un mero reflejo de alguna clase de sueño surreal. El dolor suplantó a la sangre de mis venas. El ácido y la bilis visitan mis papilas gustativas. No puedo contenerme más y vomito todo lo que tengo. Mis zapatillas y mis jeans se salpican con la inmundicia. Limpio la comisura de mis labios con el puño de mi camiseta. Es mejor que vuelva con Syria.

No obstante, cuando emprendo el regreso, un zumbido mecánico llama mi atención. Volteo y veo que un grupo de cinco drones se acerca peligrosamente hacia mí. Como una presa agazapada, me quedo estática, en alerta, bombeando pánico. Quiero gritar y pedirles ayuda, pero no sé si pertenecen a las personas que derribaron el puente.

Sin previo aviso, uno de ellos me ilumina la cara. Por impulso, cierro los ojos con fuerza. Intento seguir viendo para no perder nada de mi panorama, pero por unos segundos me es imposible. Lo único que soy capaz de notar son unas manchas luminosas que inundan mis retinas.

Mientras, otro de los aparatos desmonta un alerón metálico con punta redondeada, similar a un tubo. Sé lo que es. Lo vi en un especial de tecnología en la televisión. Una luz roja se posa delicadamente en mi brazo, casi como si fuera una mariposa en primavera. Los otros tres drones se alejan como si yo ya no formara parte de su interés.

Quiero reír para no llorar.

Antes de que salga la primera bala yo ya estoy corriendo.

Me dejo dominar por la adrenalina; en estos momentos me veo incapaz de siquiera de pensar. Lo único que hay en mi mente es un cartel iluminado con luces de neón que dice «huye». Mis piernas se mueven tan rápido como pueden, quiero preguntarles adónde me llevan pero sé que no hay respuesta.

Mi visión aún está reducida porque el flash del dron me dejó aturdida. Sé que estoy volviendo sobre mis pasos, pero no soy capaz de ver por dónde piso. Los tropiezos se escurren en cada grieta y los silbidos de las balas me atormentan.

«¿Qué demonios ocurren?».

Quiero gritar. Quiero despertar. Quiero ser herida de una forma atroz porque creo que el dolor será de ser lo único que me traiga de nuevo a la realidad o me lleve de lejos de ella.

Tengo miedo.

¿Y si no soy capaz de abrir los ojos?

¿Y si todo se queda así?

Las lágrimas se arremolinan en mis pestañas y me obligo a parpadear unas cuantas veces para hacerlas caer. Las gotas caen por mis mejillas y una se asoma en la comisura de mis labios; puedo saborear la sal. La relamo con la lengua para apartarla. Me distraen y me genera un cosquilleo molesto que se deslicen con tanta delicadeza y parsimonia.

No obstante, me arrepiento. El sabor de la sal se mezcla con el del vómito, y juntos me revuelven el estómago. El regusto amargo se pasea nuevamente por mi garganta, amenazándome con ser capaz de salir otra vez, en cualquier momento. Me obligo a carraspear para bajar aquella sensación porque tengo que seguir corriendo y no puedo perder el tiempo.

Un dron sobrevuela por encima de mi cabeza, sus aspas mueven algunos mechones de mi cabello. Me vuelve a iluminar con el flash cegador y me apunta con lo que creo que es una cámara infrarroja. Giro en la primera esquina que puedo y me meto en una calle peatonal donde los autos no pueden ingresar.

Ahora que tengo más noción de lo que ocurre, enseguida noto el silencio de la soledad; es tan obvio que siento idiota. La ciudad parece haberse apagado y yo soy el único disturbio que queda. No sé cómo aún no estoy loca o quizá sí y todavía no lo noté; solo un desquiciado podría hallarle sentido a lo que me está ocurriendo.

Estoy agitada y el sudor me envuelve. Los aparatos no se detienen. Escucho el ruido incansable de sus motores detrás de mí. Están cada vez más cerca. Me maldigo por estúpida; no debí haberme metido en esta calle. El hecho de que, de por sí, no haya vehículos, imposibilita que me pueda esconder mejor.

Pronto, la adrenalina parece esfumarse. La energía abandona mi cuerpo y siento que en cualquier momento puedo desfallecer por el cansancio. Mis músculos tiran y trato de ignorar los calambres lo más que puedo. El hormigueo se hace cada vez más insoportable, los pinchazos son agudos y duelen. Gruño por la rabia mientras avanzo cada vez más lento.

Observo en busca de un escondite, pero la mayoría de los sitios están cerrados. Quiero encontrar un lugar para ocultarme; sencillamente no puedo correr más y por el desvío de recién me alejé de mi coche y de Syria. Me aferro a mi mochila y cierro los ojos, como si eso me diera más impulso y pudiera correr más rápido. Mi cuerpo no está acostumbrado al ejercicio físico, vivo acostada en el sofá mirando series, leyendo o jugando videojuegos en la computadora. Nunca pensé en ir a un gimnasio o tener un hábito deportivo, no me gustar sentirme sudada.

«¿Dónde? ¿Dónde? ¿Dónde?».

Y lo veo. Mi posible salvación se encuentra a unos metros de mí. La galería de objetos marítimos y artículos de playa aún está abierta. Las luces azules del cartel de neón irradian un brillo mortecino a esta hora del día y el cangrejo rojo parpadeante que las acompaña jamás me había parecido tan horripilante. El vaciamiento que hay en todos lados me hace sentir una opresión en el pecho y las náuseas vuelven a invadirme.

Me apresuro a entrar por las puertas dobles eléctricas que se abren en cuanto me acerco con su simpático «tin». Me detengo solo por un momento ante el pasillo que se extiende frente a mis narices: «¿Izquierda o derecha?». Sé que mi vida depende de esta decisión, así que opto por no pensarlo demasiado cuando escucho que dos balas impactan contra el vidrio. Por inercia, me cubro la cabeza y me tiro al piso mientras tomo la decisión casi que por azar.

Mi mentón golpea contra las cerámicas azul marino; creo que las ballenas que están dibujadas en ellas me sonríen con una ironía desagradable. El dolor me recorre como una onda eléctrica y expansiva, lo siento igual de agudo como cada vez que me golpeo el nervio —¿o es el tendón?— del codo contra el filo de alguna superficie. Trato de concentrarme e ignorar el sufrimiento, pero me siento totalmente paralizada dentro de una pesadilla.

Con todas mis fuerzas, me reincorporo. Por suerte, no me hice demasiado daño; podría haberme mordido la lengua o terminado desmayada otra vez. Volteo para ver hacia atrás; las puertas se mantienen cerradas y detienen a los aparatos que las sobrevuelan. Sin embargo, no sé por cuánto tiempo lo harán. Escucho que el cristal comienza a crujir y es un sonido horrible. Decido que no quiero quedarme a averiguar qué es lo que sucederá a continuación.

Me agrada la idea de encontrar un rincón para esconderme, acurrucada, y soltarme a llorar tranquila. Comienzo a gatear cuerpo a tierra, como si fuera un soldado que está en busca de una trinchera mientras huye del enemigo. Mi realidad no es tan lejana al paralelismo. Me meto en el primer negocio que encuentro, noto que es una tienda de ropa, de esas que tienen desde abrigos enormes para el frío, pilotos para el agua, botas de lluvia, trajes de baño y ropa de tela transparente para usar en la playa o la piscina. Trato de recordar si algún conocido trabaja en la galería marítima; pero hace tiempo que no la visito. Tal vez, pueda encontrar a un guardia de seguridad nocturno en mis mismas condiciones... ¿No?

Me paro con cuidado y me muevo con rapidez. No sé dónde meterme porque sencillamente no veo ningún sitio. Tengo que pensar en algo rápido. Trato de buscar una salida de emergencia, pero esta tienda no da a la calle. Miro hacia atrás y noto que a la puerta no le queda mucha resistencia. Los drones siguen disparando. «¿Es posible que todo fuese una maldita broma? ¿Un reallity show retorcido?».

Tomo aire y salgo del local. Cruzo el amplia pasillo y me meto en el Fried Sea que está a un costado. Es pequeño y no tan grande como las demás sucursales, pero, en definitiva, es igual a todos los de la franquicia. Celeste, amarillo y blanco. Su típica ola marítima al ser sumergida en una freidora hirviendo está por todos lados. De niña, el logo me parecía muy simpático porque la ola tiene ojos brillantes y una gran sonrisa; pero desde que trabajé un verano en la franquicia, empezó a parecerme bastante cruel.

Doy unos pasos temblorosos y piso un vaso con soda de uva que está volcado en el piso. El cartón cede ante mi peso y da la sensación de explotar por estar medio lleno. Mis zapatillas se manchan por el líquido de color verde y siento que, poco a poco, se humedecen mis calcetines. Detesto esa sensación.

«Genial».

Pronto, siento el peculiar aroma del lugar. El olor a frituras me golpea en la cara y siento arcadas. Mi estómago se revuelve al ver las hamburguesas de pescado y las papas fritas a medio comer. Me tapo la nariz e intento respirar solo por la boca, pero el hedor de la comida rápida es más poderoso.

«¿Qué demonios ocurrió aquí?».

Las mesas están desordenadas y hay comida en el piso. Un sudor frío se desliza por mi espalda al imaginar la situación. Parpadeo varias veces mientras siento cómo mi presión arterial desciende mientras una debilidad me abraza con fuerza por la espalda y entierra sus manos en mis clavículas. El lugar también está totalmente vacío, parece como si hubiera habido un robo y que tanto los clientes como los empleados tuvieron que marcharse y dejar el lugar. Pero ya sé que eso no es lo que sucedió...

Puedo oír que la freidora sigue encendida en el fondo de la cocina. Me pregunto si habrá alguien, al menos escondido, y camino en su dirección. Salto por arriba del mostrador y sigo avanzando. Veo que hay órdenes a medio preparar que nadie se molestó en terminar. Las toco con temor, pero enseguida noto que están heladas. Deben llevar varias horas así. Quiero tragar saliva; no puedo: estoy tan asustada que no logro seguir moviéndome. Una de mis piernas comienza a temblar de manera histérica.

—¿Alguien? —grito, asustada.

Y quizá mi reacción fue un error, porque veo la sombra de un dron que se acerca con sigilo. Como puedo, hago reaccionar a mis piernas y me las arreglo para entrar en la habitación de solo empleados.

Dentro, la luz está apagada. Mis manos empiezan a moverse con el mismo frenesí con el que tiembla mi pierna. Formo un puño; mis nudillos se tensan y se ponen blanquecinos. Me llevo boca y muerdo mis dedos.

Al principio, no siento nada. No hay dolor, solo ansiedad y un terror paralizante. Pienso que quizá es cierto y que estoy dentro de una pesadilla, o que tal vez perdí la capacidad de sentir. No obstante, mi teoría se desmorona tan pronto como abro mi boca y suelto mis dedos hechos un puño. Un sabor metálico se mezcla con mi saliva y mis dientes punzan demasiado, tanto que temo que pueden caerse por la presión de mi mordida. Mi mano, por otro lado, parece sumergida en un letargo insoportable; las articulaciones de mis dedos tardan en reaccionar.

Como puedo, busco en mi mochila y tomo mi móvil. Aunque la pantalla se rompió cuando lo arrojé con furia en el muelle, todavía funciona. Lo agito dos veces para encender la linterna y me veo obligada cerrar los ojos por la abrupta claridad. No los quiero abrir. Mi mente comienza a imaginar que puedo ser capaz de encontrarme con cualquier tipo de situación: algún muerto desmembrado, un pentagrama escrito con sangre, un demonio que suelta su aliento devastador a tan solo unos centímetros de mi rostro, etc.

No quiero ver, pero sí sé que quiero vivir.

Tiemblo.

Lanzo con furia el aire que tengo contenido en los pulmones y abro mis ojos. Me sorprende ver que no hay nada extraño ni sobrenatural. Es un cuarto común y corriente, algo desordenado por el ajetreo de haber salido con prisas. Suspiro y comienzo a buscar la salida de emergencia, sé que tiene que haber dos, siempre las hay.

Hace un par de años, durante un verano, trabajé en un Fried Sea. Tanto la experiencia como la paga fueron pésimas. No obstante, recuerdo que el cuarto de empleados de aquel local tenía una salida trasera que se conectaba con la cocina, a través de un pasillo, para tirar la basura.

Camino un poco y enseguida noto que el cuarto privado de este local es levemente diferente en el que estuve yo. Consta de un pasillo con varias puertas. Una de ellas da al depósito, que en el Fried Sea que yo trabajé estaba en un lugar a parte; otra está señalizada como el cuarto de las cosas de limpieza; el área de personal y, por último, hay una puerta metálica que da a la calle pero está cerrada con candado y en efecto se conecta por un pasillo desde la parte más lejana de la cocina. Maldigo en voz baja.

Me acerco a la puerta de personal y la abro con incertidumbre. Una oleada de alivio me recorre al ver que la luz está encendida. Me topo con una modesta sala de descanso. Sillones, un dispensador con agua y un baño: calco idéntico del otro local en el que trabajé. A mi izquierda, veo que alguien se olvidó un bolso deportivo; el escalofrío se vuelve a hacer presente.

Necesito salir de aquí.

Apago la linterna volviendo a agitar mi teléfono y lo arrojo dentro de mi mochila. Camino en dirección a los vestuarios y entro, apresurada. Mis ojos buscan con frenesí una ventana hasta que la encuentran en los cubículos del baño. Me moto en uno y trabo la puerta ocn pasador. Bajo la tapa plástica y piso con cuidado en los bordes, donde está la taza de cerámica; no quiero que ceda y terminar cayendo. Me paro en puntas de pies y abro la ventana al tope.

Me asomo a hurtadillas; quiero asegurarme de que los malditos aparatos no sigan por ahí. Si llegan a tener una cámara con visión térmica, estoy perdida y no sé cuánto podré aguantar. Hago fuerza con mis antebrazos para levantar mi cuerpo y subir una de mis rodillas hasta el hueco. Estoy demasiado cansada y adolorida, me siento cada vez más inútil.

Mis manos comienzan a sudar y caigo. Mis pies rechinan contra el plástico.

«Otra vez no», pienso, agotada mientras vuelvo a colocarme en posición para volver a subir.

Una lágrima y una gota de sudor compiten por ver quién llega más rápido a la línea de llegada que se encuentra en mis labios. Me digo a mí misma que yo puedo, que solo es un último esfuerzo, que es cuestión de subir los suficiente para apoyarme con el estómago, girar para sentarme y salir sin romperme ni un hueso.

Lo logro.

Cuando mis pies tocan el piso, noto el precioso amanecer nuboso que se cierne sobre mi cabeza. Siento el impulso de salir disparada hasta donde dejé el coche, pero algo me dice que puede peligroso. Tengo que ser cuidadosa. Observo para ver dónde estoy y tardo unos segundos en ubicarme; aparentemente estoy en la calle trasera de la galería marítima, bastante alejada de mi destino.

Sin meditarlo más, comienzo a huir sigilosamente. Intento frenar en cada esquina y correr solo pequeños tramos mientras me escondo detrás de autos, árboles y contenedores. Estoy atenta a todo lo que me rodea y me alivia no ver a los drones. Tengo que llegar con Syria, no puedo dejarla sola y, por lo pronto, es la única que sé dónde está.

Cuando veo que estoy a tan solo una cuadra de mi automóvil, la ansiedad me carcome y corro. Mi pecho quema, necesito estar con alguien, aunque ese alguien sea mi mascota Saco la llave electrónica de mi mochila y desactivo la alarma en modo silencioso. Al entrar en el coche, Syria me ve y salta a mi regazo. No me molesta ser aplastada, al contrario, deseo todo el contacto que me sea posible. Ella llora por un momento y se acurruca encima de mí, apoyando su hocico en mi hombro. La abrazo con fuerza y ella mueve la cola. Su contacto me hace consciente de que estoy helada. Hace mucho frío; el otoño ya se siente en el país.

La adrenalina me abandona y comienzo a sentir los signos del maltrato. Tengo ganas de llorar, pero no consigo hacerlo. Las fuerzas me abandonaron incluso para eso.

—Lo sé, nena... lo sé —murmuro con un hilillo de voz—, pero tranquila. Saldremos de esta.





Nota de autora:


Espero que les haya gustado el capítulo. ❤ Lo que sucede aquí es lo último que alcancé a subir en la versión 2018. 👀 Así que lo que viene será totalmente nuevo, muy poco se conservará de la versión que escribí entre 2012-2014 (la versión que se pudo leer hasta 2017, la primera). 

Recuerden seguirme en Wattpad para estar al tanto de las actualizaciones. ✨ Me encuentran como NaiiPhilpotts.

En Twitter e Instagram también tengo el mismo nombre de usuario. Mi grupo de lectores está en WhatsApp y pueden unirse pidiendo el link aquí. 📱👌


Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top