26 - Vértigo
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⚡ NaiiPhilpotts ⚡
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En una mochila de tela que le suelen —o solían— dar a los visitantes de este sitio con artículos de limpieza y regalos de corte naturista, meto lo básico para la caminata. Una botella de agua, un paquete de galletas y dos de los móviles que me quedan. Sé que volveré, pues me parece una locura tener que llevarme todo. Además, el peso que cargaría solo me atrasaría aún más.
No puedo permitirme viajar cargada, no sé con qué me encontraré en la ciudad. Está será mi primera salida en busca de provisiones, lo anterior podría llamarse suerte. O destino.
Y estoy aterrada.
El spa se ha convertido en mi refugio temporal y me brinda seguridad y confort. Sin embargo, a raíz de lo que sucedió ayer en la mañana ya sé que no puedo quedarme mucho tiempo en un mismo sitio. Pronto tendré que irme y debo pensar a dónde.
Tras chequear que dejo todas las ventanas cerradas y el balcón trabado, silbo para llamar a Syria con su correa en la mano. Cuando ella se acerca a mí, coloco el enganche de metal en su arnés.
—¿Lista? —le pregunto y ella me observa pensando que iremos de paseo, meneando su cola con entusiasmo—. Algo así nena, iremos al mall.
Syria asiente con un ladrido. Sonrío. Una de las razones por las que vamos al Montresa's International Mall es por ella. Necesita alimento, y yo también.
No es algo en lo que quiera pensar, pero está flaca y su pelo se ha vuelto opaco. Yo, por otro lado, creo que he perdido dos tallas en un mes. Las galletas y los snacks no son comida para ninguna de las dos. Es más, creo que si vuelvo a ver un paquete de frituras, vomitaré lo que me queda de existencia.
Paso saliva en seco; hoy las analogías de las náuseas no son graciosas. Cierro la puerta de la que es mi habitación con llave y la guardo en los bolsillos de mis jeans, no sin antes girar la argolla del llavero en uno de los tirantes que sostienen el cinturón. No quiero arriesgarme a perderla.
Luego de la inoportuna visita del dron, fui a algunos almacenes cercanos e, incluso, me atreví a entrar a un minimercado de una estación de servicio cercana. Mi idea, en primera instancia, fue aprovisionarme con todo lo que pudiera y quedarme encerrada aquí dentro, disfrutando de las aguas termales hasta que ya se me cayera la piel o me hiciera caldo. No obstante, solo me topé con sitios vacíos o cerrados de tal forma que me fue imposible acceder excepto tirando las puertas abajo. No hallé nada útil.
Me siento tentada a llevar otra mochila de tela para guardar cosas, pero sé que sería absurdo. Si todo sale bien, necesitaré mucho más que eso.
Me arrebujo en mi chaqueta mientras avanzo a paso más lento del que desearía. La bruma matutina se siente pesada y el clima hoy no ayuda. El aire está húmedo y asqueroso; ya ha humedecido mi cabello y mi piel, y ha empañado mis anteojos.
El amanecer aún no está en su punto máximo y apenas puedo ver. Encender la linterna ahora no haría la diferencia, pues lo único que veo es el pesado gris de la neblina potenciada por la cercanía del mar.
La calle parece un cementerio digno de una película de ciencia ficción. Fría. Oscura. Sola. Avanzamos lento, cada paso es un atraso. Cada paso es más pesado que el anterior. Me siento incómoda conmigo misma y hasta la pequeña mochila me pesa. Syria no coopera y se detienen a olisquear cualquier porquería que encuentra tirada.
Suelto un bufido.
Estoy cansada y regañarla no me ayuda. He pasado otra noche sin dormir y lo siento. Lo siento en mi cuerpo: estoy hinchada, me duele la barriga y parece que he comido un festín cuando no es así. Creo que me estoy por resfriar. ¡Ni siquiera sé si tuve principios de hipotermia o qué! Cuando regresé a la habitación, mi piel estaba más pálida que nunca y mis labios portaban un tono violeta que ni el mejor labial me hubiera dejado.
Las pesadillas no me ayudan. Cuando me duermo, no pasan más que unos minutos que vuelvo a despertar sobresaltada por algún macabro juego de mi mente. Soy consciente de que tengo razones para no confiar en mi cabeza; pero las pesadillas nocturnas se tornan excesivas. Cada cosa que vivo me está jugando en contra y sé que me ha afectado de una manera que me es imposible medir.
Hay traumas que no podré curar.
Mis piernas duelen, mis brazos duelen, todo mi cuerpo duele. Estoy demasiado exhausta y tengo ganas de rendirme y dejar de avanzar. El pecho me palpita, los nervios regresan a asistirme como un viejo amigo... y solo sé que quiero un abrazo de mi mamá.
Y no lo tendré.
Porque ni siquiera sé si está viva, como mi novio y mis amigos. ¿Acaso soy la única superviviente de algún arma química? ¿El ataque terrorista que leí es cierto? ¿Un error de laboratorio? ¿Alienígenas? ¡¿Qué demonios ha ocurrido?! ¡¿Qué?!
El MIM, como solemos decirle al centro comercial más grande del país, está más lejos de lo que recordaba. Nunca pensé que tardaría tanto en llegar. Es decir, según mis cálculos solo tendría que haber hecho quince malditas cuadras. No contaba tener que hacer desvíos por destrozos, autos acumulados y basura por doquier. Dentro de todo, las zonas de la alcaldía, el hospital y la comisaría me mostraron un mejor panorama. Me imagino que habrá sido porque aquellos sectores dependían del gobierno y por tanto debieron tener organización de primera mano.
—Esto es una maldita locura...
Syria emite un ladrido juguetón. No puedo evitar sobresaltarme, pero me obligo a sonreírle. Estaba demasiado concentrada en mis pensamientos que no me esperé algún sonido que me hiciera salir de mis pensamientos.
—Lo sé, nena, lo sé... —digo mientras salto por encima de un coche, harta de los desvíos.
El sol comienza a dispersar la bruma, sin embargo, sus rayos no logran acercárseme. Los edificios altos impiden su entrada. Observo la hora en el reloj y veo que son las 6:47 de la mañana.
Todos los sitios por los que paso están cerrados. Imagino que la mayoría habrá pensado que todo sería una evacuación pasajera y que pronto podrían volver a sus lugares de trabajo. También imagino a los turistas diciendo que jamás volverían a vacacionar en nuestro país; lo sé, yo tampoco lo haría si pudiera salir de aquí. Por fortuna, en esta época del año no hay demasiadas personas vacacionando por aquí. En lo que turismo se refiere, es temporada baja. Mayormente hay personas en viajes de negocios, lugareños,. y turistas que solo pueden venir en esta época del año.
De hecho, es probable que la mayoría de estos edificios hayan estado vacíos, muchos de estos hoteles y condominios departamentales permanecen cerrados en estas fechas; tenerlos funcionales solo resulta en pérdidas.
Cuando no hace calor, venir a la playa resulta un poco absurdo. Las montañas y los acantilados de Munitze son aburridos; el lago artificial dicen que es bellísimo. Fuimos con mis padres cuando era pequeña, pero solo recuerdo haber visto un bicho horrible que me hizo mojar la cama por una semana El extenso bosque que conecta las tres intendencias está protegido y poco se puede hacer allí; solo hay unos poco puntos turísticos y, considerando los animalitos que me topé, no quisiera entrar en el hábitat natural de quién sabe qué criatura. Vomptiner, la intendencia más pequeña solo tiene la planta nuclear, pantanos y más bosques.
—Oh, Dios... si esto hubiera ocurrido en noviembre durante el festival de pesca y el torneo de surf... —murmuro, indignada.
Mi mascota vuelve a ladrar en respuesta, lo cual me hace sentir que pendo de un equilibrio entre locura y soledad. Sin embargo, le respondo:
—Lo sé, nena, lo sé... —digo mientras niego con la cabeza—. No quiero ni imaginar cómo hubiéramos terminado. Hubiera sido desastroso, peor de lo que ya es.
A lo lejos —y ni tanto—, diviso la manzana completa que ocupa el Montresa's International Mall. Para no desentonar con los edificios cercanos, está cerrado y parece ser una fortaleza impenetrable. La entrada principal tiene las cortinas metálicas bajas e incluso también es inaccesible la entrada por los estacionamientos subterráneos o el del patio trasero. Mi estómago se apretuja luego de rodear el lugar dos veces en busca de una entrada. Por alguna razón, me siento expuesta y eso me pone demasiado nerviosa. Necesito entrar antes de que otro dron decida venir a hacer su ronda y se tope conmigo.
Trato de controlar mi respiración, si sigo así voy a terminar mal y lo último que necesito es tener un ataque de pánico. Después de unos segundos de realizar ejercicios de respiración, logro calmarme, y miro a mi alrededor con atención. Una larga playa de estacionamiento cubre mis espaldas. Estoy frente a la puerta trasera del ingreso al público, la cual recuerdo es giratoria y de vidrio, pero ahora está cerrada por las persianas metálicas, las cuales están pintadas de azul, con el logo de Fried Sea gigante.
—Maldición, maldición, maldición —pateo la malla metálica con furia y apoyo mi frente en la misma. La frialdad del metal envía frío a todo mi cuerpo.
No me puedo ir sin entrar.
A unos treinta metros de donde estoy, noto que hay una escalera de servicios tipo rampa, la cual va en zigzag por toda la pared y se detiene en cada uno de los ocho pisos, donde hay contenedores de basura con ruedas. Todas las puertas de servicios están cerradas, excepto por una ventana en uno de los pisos más altos.
Tiro de la correa de Syria y me acerco al hueco que se forma entre la escalera y el piso. Odio tener que hacer esto, pero no me arriesgaré a subir con ella. La ventana es demasiado pequeña y ni siquiera sé qué tan alta será la caída del otro lado.
La amarro fuerte contra los barrotes y ella queda a resguardo cuando arrastro uno de los grandes contenedores de plástico y la tapo. Mil y un posibilidades cruzan por mi mente sobre dejarla así de expuesta, pero las aparto con la mano mientras me dirijo hacia las escaleras cada vez más dudosa de esto.
Debo hacerlo ahora o me arrepentiré.
Camino hacia allí, sin muchos miramientos, y comienzo a subir luego de pasar por debajo de las cadenas que sostienen el cartel de «Prohibido la entrada al público». La poca adrenalina que tengo se termina por desvanecer cuando llego al primer piso y me topo con otra puerta cerrada. La rampa es angosta y firme, pero el metal con el que está construida tiene forma de panal y puedo ver hacia abajo a través de los agujeritos.
Mi estómago da otro vuelco. Con cada puerta cerrada que pasa, el vértigo en anticipación a la ventana empieza a crecer en mis entrañas. Mi corazón se encoje y mis piernas tiemblan de solo imaginar que tendré que subirme al contenedor del séptimo piso para treparme en la ventana. Eso podría salir muy mal.
Syria lloriquea desde abajo. Intento ignorar sus quejidos, pero no puedo. Me ponen cada vez más nerviosa.
Cuando llego al piso seis, me tomo un momento para apreciar la vista privilegiada que tengo de la ciudad. A lo lejos, veo el mar, mi panorama es arrasado por un sinfín de terrazas que, poco a poco, se desvanecen para dar lugar a los pequeños barrios residenciales. Más allá, alcanzo a ver la silueta del hospital y la de mi universidad. Incluso reconozco la cúpula la catedral y, solo por estimación, sé dónde está mi antigua primaria.
Sin embargo, todo está estático. Nada se mueve, no hay bullicio ni susurros, no se oye la congestión del tránsito ni las bocinas de los buses. Si me concentro, creo que puedo oír el mar. La inmensidad del vacío me hace doler el estómago y me mareo por la altura.
Continúo subiendo sin dudarlo y chequeo las puertas faltantes. Como era de esperarse, la última también está bloqueada. Derrotada, emprendo la bajada hasta el séptimo piso.
Arrastro el contenedor de forma tal que quede debajo de la ventana. El primer paso es sencillo, sin embargo, el plástico resulta ser bastante resbaloso y subir es toda una odisea. Mi cuerpo dice que no, por lo cual todos mis músculos parecen entumecidos y no me ayudan en lo que a flexibilidad se refiere. Por otro lado, pararme en él hace que mi estómago se encoja y que el aire de mis pulmones parezca plomo concentrado. No puedo hablar, tampoco gritar. Mi boca está seca.
«No mires hacia abajo, no mires hacia abajo», me repito con los ojos cerrados mientras me acerco cuanto más puedo a la pared y la abrazo.
Mis ojos se deslizan más allá de mis pies y la pared: miro abajo.
El vértigo es abrumador, tanto que mi cerebro deja de hacer su trabajo y me olvido de cómo es que se piensa y, sobre todo, respira. Mi corazón late embravecido y sus latidos retumban en mis oídos como si hubiera corrido una maratón.
Dejo que el instinto haga su trabajo.
No necesito pararme en puntillas para tocar el borde de la ventana, el cual comienza poco más arriba de mi cabeza. Posiciono mis manos de la mejor forma posible y empiezo a subir mi cuerpo por la ventana. Mi estómago se arrastra con fuerza y sé que en una horas el dolor será insoportable. Apoyo mis pies en la pared y hago fuerza para seguir reptando. Necesito sentarme antes de lanzarme en el interior del Montresa's International Mall.
Sin embargo, uno de mis pies se patina y, por un momento, pierdo el equilibrio.
Pero no dejo que todo esté perdido. Con una fuerza de la cual no me creía capaz, continúo aferrada con mis brazos y resisto el tiempo suficiente hasta que mis piernas están junto al resto de mi cuerpo.
Mis brazos también dolerán más tarde.
Me quito la bolsa y tomó uno de los teléfonos para alumbrar el sitio. La caída no es tan alta: sobreviviré al salto.
Y lo hago, aunque mis pies se resienten.
Si el hospital me pareció aterrador, el mall con sus ocho pisos puede hacerle competencia con facilidad. No solo lo que acabo de hacer es peligroso, sino que lo he hecho sola. Syria no está conmigo para acompañarme.
¡Bienvenidos a este nuevo capítulo! Pero... antes quisiera que me cuenten un poco de ustedes.
¿Le tienen miedo a las alturas? 🚫
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