22 - Siete días

¡Bienvenidos a otro capítulo de SOLA! 

Su apoyo en el capítulo 21 me motivó tanto como para poder traerles este más rápido. ¡Muchas gracias! 🥳

¡Espero que puedan continuar apoyándome a mí y Emma! 🔥 

Así tendremos capítulos cada vez más seguido. No saben cuánto quiero poder terminar esta novela. 💖

Salgo de bañarme. Hoy no me preocupé por el agua.

Es mi último día aquí. Horas, mejor dicho.

Me di el lujo de derrocharla y llenar la tina hasta que las canillas quedaron secas, lo cual sucedió mucho antes de llenar la bañera, valga decir. Pero no me importó, pues también calenté agua y pude bañarme con agua tibia.

Satisfactorio es una palabra que se queda corta para definir lo rico que fue. Ahora que he salido, el frío eriza mi piel por completa, así que me apresuro a secar mi cabello que hace varios días no lo lavaba por miedo a quedarme sin agua.

Huelo bien y eso me hace sentir bien. El agua se llevó consigo mis últimos malestares. Además, he podido dormir, no por mérito propio... si no por ayuda de unas pastillas para dormir que encontré cuando revisé la oficina en el maletín del que era —o es— el director del hospital. Últimamente escucho cada vez más ruidos, siento que el hospital está vivo. Todo cruje. Afuera hay muchísimos ruidos, y he escuchado hasta las criaturas. Siempre merodean. No nos han olvidado. Después de la primera noche, no había vuelto a descansar por lapsos mayores a una hora hasta hoy. Fue excelente poder dormir sin que cada minúscula cosa me despertara.

Tomo el móvil que estoy usando como mi linterna actual y camino hacia la habitación. En la cama he desplegado todo mi equipaje, el cual está listo para ser guardado en la mochila de campista.

Sin embargo, antes de ponerme a ello, me visto con una muda cómoda de ropa. Opto por ponerme mis jeans —bueno, uno de los que le saqué a Lisa—, los cuales huelen terribles a causa de secarse en este sitio con poca ventilación y una camiseta de mangas largas. Arriba, me pongo un hoodie negro con bolsillos canguros. Me calzo con mis zapatillas y, cuando veo lo maltratadas que también están, no puedo evitar pensar en todo mi armario y las cosas que dejé en casa.

—¡No importa eso ahora! —me digo y me distraigo pensando otra vez en el olor a snacks de queso que tiene toda mi ropa.

¡Dios, cómo deseo salir para poder respirar otra cosa que no sea el olor de esta habitación! No lo soporto.

Me pongo un poco de perfume que mi madre tenía en su cartera y me traje conmigo, y empiezo a trenzarme el cabello porque necesito que el cabello esté lejos de mi rostro en la salida.

Escucho que Syria gruñe en el recibidor que también funciona como oficina y la llamo. Ella también quiere irse, desde hace días está inquieta. La entiendo, a mí también me cuesta mantener la cordura en este lugar. No hay ventanas, no hay luz, no hay aire puro. Ahora tampoco hay agua.

Estoy en un hoyo en el suelo. Nadie sabe que estoy aquí. Podría quedarme y tendría mi entierro.

Cuando Syria me besa la mano, sé que es hora de apartar los pensamientos fatalistas y me dispongo a armar mi maleta.

Miro mis pertenencias. Las organicé por tema, es decir, la ropa la doblé con la ropa, los medicamentos están juntos y los artículos de limpieza también por su parte. Siempre fui buena organizando maletas, mi madre siempre me pedía que, por favor, le hiciera la suya ya que no sabía cómo era posible que yo lograra meter todo sin hacer reventar las cremalleras. Así que, de algún modo, me resulta terapéutico hacer esto.

Primero, guardo algunas cosas que traje de la cartera de mi madre, como su billetera o su agenda. Luego arrojo la mía y mi teléfono, el cual siquiera sé si todavía funciona. A continuación, continúo con los artículos de tocador, ya que no los necesitaré hasta que pueda volver a bañarme. Saqueé todo el monoambiente; me llevo jabones, detergente, una botella de shampoo y otra de acondicionador casi llena: oleré a galaxia por un tiempo más. Además, encontré un paquete abierto de velas aromáticas que pienso llevarme para emergencias; las necesitaré en caso de que no encontrar baterías o cargadores solares. Controlo que todos los botes estén bien cerrados y que será imposible tener un accidente y, a continuación, guardo toallas limpias que encontré en el baño.

El botiquín de metal es obvio que se queda, ¡casi me mato por él más veces de las que puedo recordar! No quiero más moratones que lleven su nombre. Todo su contenido lo metí en otra funda de la cama. Hay más pastillas y píldoras de las que espero necesitar, además, no tengo ni idea para que son algunas; tendré que leer los prospectos, pues, las cajas las tiré para ahorrar sitio. También hay gasas, banditas, botellitas de alcohol, desinfectante, cremas cicatrizantes, analgésicas, y gel frío para las contracturas. En el maletín de primeros auxilios metálico encontré un paquete de veinticuatro mascarillas descartables y, a pesar de que ya no use nada para protegerme, decido conservarlos.

Sigo con mi ropa y confirmo algo que me temía; necesito más prendas. Me arrepiento de haber dejado la muda que tenía cuando todo comenzó en la casa de mi amiga. Ahora, solo tengo las cosas que le quité a ella y a Gael y su hermana. En el recuento, veo que tengo cuatro playeras de hombre (dos de Gael y dos de los ex de mi amiga), tres leggings deportivos largos y uno corto, casi nada de ropa interior, y el jean que tengo puesto. A Lisa le saqué dos, pero uno resultó ser más pequeño de lo que imaginé así que, para ahorrar espacio, lo dejé cuando estuve en la casa de Gael; lo irónico es que de seguro ahora sí me abrocharía... Por otro lado, de abrigo, ni hablar. Necesito cosas abrigadas o la pasaré mal. Tendré que arreglarme con esto por el momento.

En uno de los compartimientos internos de la mochila guardo el arma. No sé ni para qué la tengo. No tengo idea de cómo usarla y dudo que las series de gánsteres sean un buen tutorial. A pesar de que está descargada, el solo tenerla me causa un resquemor incómodo. Con cuidado, cierro ese bolsillo y espero no tener que abrirlo más.

La comida también es otra historia. Mis provisiones bajaron considerablemente en esta semana, porque sí, han pasado siete días, los más eternos de mi vida, desde que estoy aquí encerrada. Si no fuera por los teléfonos, no tendría ni idea del tiempo que ha pasado. No tengo luz como para saber cuándo es de día o cuando de noche. Me quedan algunos paquetes de galletas, una lata de guiso de carne artificial, varios tés, dos preciados sobres de café, y una sopa crema de pollo con verduras. Sin contar que ahora me haré los últimos sobres de caldos para mí y para Syria.

Cuando mi maleta está casi lista y sé que pesa una tonelada, procedo a guardar las dos botellas de agua que tengo. También he conseguido uno de esos termos hechos para transportar té o sopa, el cual usaré para transportar agua caliente que ya he puesto en el fuego.

Mientras tanto, un pensamiento vuelve para atormentarme como un amigo de toda la vida en busca de comida en la heladera de casa: la niña. Sencillamente no puedo dejar de pensar en ella y su cuerpo inerte descansando a tan solo unos pocos metros de mi escondite. Mi cerebro es capaz de imaginarse su olor a descomposición, lo que provoca que mis ataques por la falta de aire sean más frecuentes.

Creo que la rejilla de la ventilación está grabada en una de mis mejillas como un tatuaje. Ya no puedo más con este encierro.

Me estoy volviendo loca.

Porque pensar en la niña y su madre me lleva a pensar en la mía. ¡La cual ni siquiera sé si está viva! Ni ella, ni Gael, ni ningún otro de mis seres cercanos.

La cordura se escurre entre mis dedos; puedo sentir que la toco, pero desaparece y se apaga como un clic en el switch de la luz.

A veces, también pienso que como Soffia podría haber más personas. Al fin y al cabo estoy yo. Pero ese pensamiento no me lleva hacia ningún lado y solo termina por lastimarme más y más. Cordura, locura, ¿no es lo mismo cuando no hay nadie?, ¿cuando nadie te ve? ¿Quién me puede decir qué es correcto para los parámetros de una sociedad que no está presente? ¿Acaso los locos no eran los otros, esos hombres con los trajes anticontaminación que golpearon brutalmente a ese grupo de chicos por comportarse subversivamente al exigir explicaciones? ¿O los mismos que le arrancaron la cámara de las manos a la chica que los filmaba, sorprendida entre el tumulto de gente no hizo nada para ayudarla? ¿O el malnacido que le arrancó el teléfono a mi madre mientras la insultaba? ¿Y qué tal de ese tipo que escuché cómo mataba a su hija?

Mi estómago se revuelve. Creo que la sopa instantánea de pollo que guardé dentro del termo quedará para más tarde. Coloco música de uno de los tantos teléfonos que llevaré conmigo; la necesidad de escuchar voces humanas me es cada vez más abrumadora. Es como si necesitara sentirme parte de algo, unida a algo, solo por el hecho de sentirme viva, cuerda.

Me gustaría salir dentro de un rato, casi antes del alba para así aprovechar la luz de la mañana y poder caminar hacia la costa. Doy la última tanda de revisión en busca de que nada se me quede olvidado mientras abro cajones, puertas y muebles en general. Encuentro un sobre que ya ha sido abierto y por cómo está rotulado me genera curiosidad. Sin embargo, lo meto en el bolsillo de mi hoodie porque Syria me interrumpe. Estoy tarareando una canción pop demasiado feliz para mis huesos, los cuales se menean por inercia, y ella viene a ver qué es lo que me sucede y por qué demonios estoy bailando; pero termina por convertirse en mi pareja de baile. La canción contagia su felicidad a mi mascota y ella empieza a ladrar de alegría. Chupetea mi cara y giramos juntas en lo que fue la oficina de un gran médico. Ella ladra y jugamos por un momento. Me teletransporto al living de mi casa por varios segundos y me permito sonreír.

Pero todo se va al demonio en un instante. Syria se pone en alerta y escucha algo a la lejanía. Temo que pudo haber llamado a las criaturas. En estos días, cada tanto las hemos escuchado en las cercanías. La primera vez, tuve tanto miedo que nos encerré en el baño porque Syria gruñía tanto que parecía querer hacerles frente. Se habían acercado al pasillo de los departamentos y no me quedé a esperar a que llegaran hasta la puerta.

Y ahora esconderse parece demasiado tarde...

Su cola recta me toca la pierna, con sus orejas firmes y paradas oyendo cosas que escapan de mi alcance. Sale disparada hasta la puerta y gruñe con bravura a la barricada provisoría que hicimos.

Me sobo el estómago que me ha empezado a doler de los nervios. Los bufidos de Syria pasaron a convertirse en ladridos de advertencia. Comencé a sudar.

Un chillido por un lado.

Un rugido por otro.

Un alarido de furia cercano.

—No. No. No —susurro en medio de la historia—. ¡Fuera de aquí! ¡Maldición, maldición, maldición!

La madera comienza a ceder, los crujidos parecen repercutir dentro de mis propios oídos. Mi raciocinio me grita que estuviera tranquila, que la puerta está trabada y no se abrirá con facilidad. Sin embargo, el miedo irracional es el que llevaba la delantera y me arrastra hacia adelante. Las bestias golpean la puerta y Syria no hace más que ladrar. El ruido dentro de la habitación es tal que siento que despertaremos hasta los fantasmas de la morgue.

La puerta puja por por los empujones de las criaturas y su fuerza retumba en la barricada que hice durante el primer día. Varios objetos caen y tengo que esquivarlos porque parece un bombardeo. Paso saliva en seco; solo puedo pensar en que esto terminará muy mal. Grietas invisibles recorren la madera y comienzo a sentir cada vez más encerrada.

Syria se para en dos patas y comienza a darle topetazos a la estantería que oficia de barricada; parece defender su territorio, lo cual solo parece enojar más y más a las criaturas que están del otro lado de la puerta.

Los violentos chillidos aumentan y me percato de que por lo menos hay dos de ellas fuera. Pronto, la violencia de los alaridos va en aumento. Son estridentes y están a decibeles nocivos para mis tímpanos. Syria retrocede, confundida, y sus gruñidos menguan a medida que los de las criaturas siguen creciendo.

Y, de pronto, un sonido indescriptible.

Sonó como si alguien hubiera sido despellejado, seguido de golpes y... ¿huesos? que se astillan. Por un instante, rememoro el accidente de Olaff y se me eriza la piel de todo el cuerpo.

Silencio.

Temblorosa, aparto algunos de los pocos objetos que siguen en pie contra la repisa y escucho la nada misma. Es tan avasallante el ruido del silencio que creo que me he quedado sorda.

El hedor de la sangre fresca es lo primero en llegar tras momentos de absoluta quietud. Pronto la siento mojar mis zapatillas. Pegó un salto hacia atrás y trato de alejarme de ella cuanto antes.

Mis latidos no son capaces de recuperar su ritmo. Ver el líquido viscoso y carmesí reptando por debajo de la puerta me resulta surreal. Syria comienza a dejar huellas de sangre en las cerámicas blancas.

Vuelvo a acercarme a la puerta y, trepada en la estantería, me acerco a la mirilla. Del otro lado, la oscuridad es tan profunda que parece que estoy queriendo mirar con los ojos cerrados. Parpadeo varias veces para intentar enfocar mejor y, de pronto, algo salta contra mirilla y alcanzo a ver el atisbo de una cara bestial.

Un grito irrumpe desde lo más profundo de mi garganta, el cual la bestia me responde antes de irse corriendo por el corredor con la otra a rastras.

Miro a Syria mientras intento recuperar la velocidad normal de mis latidos:

—Debemos irnos.


Y, ahora, la pregunta del millón es... 

Si la puerta tiene traba eléctrica y Emma la "cerró" al entrar... 

¿Cómo creen que saldrá de una habitación que está en el subsuelo? Recuerden a las (o la) criatura, hacer mucho ruido no es una opción. 👀🔥

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Por otro lado, hice un nuevo grupo de Telégram (con canal de info incluido) para que puedan unirse. ¡Sería genial verlos por allá!

NaiiPhilpotts 💫


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