20 - Diecinueve días
Han pasado varios días desde que estoy aquí dentro. Me gustaría decir que fueron muchos y que he perdido la cuenta, pero no. Eso me resulta imposible. Solo han sido solo tres; este es el cuarto.
Lo que hace un total de diecinueve días desde que comenzó todo esto.
Y siento que en cualquier momento me volveré loca.
Me siento atrapada ya que aquí no hay ventanas. Sé que respiro el mismo aire viciado una y otra, y otra vez, que mis pulmones necesitan aire fresco, etc. Y, cada vez que soy consciente de eso, el encierro se hace más fuerte, me aplasta y me aturde. Me deja sin energías y es un de vuelta comenzar.
A veces, me obligo a imaginar que los ductos de la ventilación traen aire puro, aire de la playa que está aquí al cruzar la calle, y que yo me empapo de ello. De hecho, en la desesperación posterior a las primeras horas aquí dentro, lleve mi rostro hasta el ducto. Me convencía de que una leve brisa tocaba mi rostro y que, en efecto, aquel día la locura no ha llegado.
Creo que me atormenta saber que estoy aquí por mi culpa. Pude haber salido del hospital, pude haber ingresado por otra puerta, pude haber abandonado esta absurda búsqueda por información... y no. ¿Para qué? Para darme cuenta de que el mundo está más jodido de lo que creía. Pero como me conozco, sabía que si salía, no hubiera podido volver a ser capaz de entrar.
Después de terminar mis diecisiete vueltas por alrededor del escritorio, para no perder la cordura y que la quietud termine por entumecer mi cuerpo, pero las suficientes como para no cansarme y quemar más calorías de las que ingiero, vuelvo a ver cómo está la ropa que dejé en la bañera en remojo.
Creo que empiezo a acostumbrarme a la oscuridad, a pesar de que todo lo hace horrible y frío. Poco a poco, he dejado atrás las fantasías infantiles y ya no temo en que me aparezca algún fantasma o demonio. He descubierto que hay cosas peores. Ahora, con la oscuridad, me hago una con ella.
El baño tiene un dejo a un delicioso aroma que, de cierta forma, me relaja. Con la linterna de uno de los móviles alumbro el sitio y tomo del estante con toallas y productos de ducha y tocador un poco del shampoo para hacer más espuma. De reojo, veo que en el tocador está el paquete sin abrir de jabones en barra, aún en su estuche de papel plateado, que vendrán conmigo una vez dejemos este sitio. Debo guardarlos.
Pronto se acabarán las vacaciones —es decir, las provisiones— y con Syria deberemos buscar otro lugar a dónde ir.
Abro el shampoo, que es de una marca que en casa no nunca la compramos porque sencillamente no la conozco. Me percato de que en el empaque aún tiene la etiqueta del precio y deduzco que debe ser importado por lo costoso que es. ¡Sale más de lo que pagaría por una camiseta! Creo que los productos para el cabello que tenía este tipo son de franquicias árabes. No tengo ni idea de lo que dice la etiqueta, solo sé que huele bien. Parece ser la mezcla perfecta entre flores y aromas extraños que de seguro tienen nombres hilarantes como «Sistema Solar» o «alegría», y esto lo supongo porque el shampoo tiene una foto de una galaxia en el sitio que debe decir el sabor
Echo un buen chorro en el agua y la muevo para generar espuma. No hay desperdicio porque el agua que tengo aquí acumulada no la desperdicio. Me sirve para limpiar las necesidades de Syria o puedo usarla para el inodoro. Sé que el agua se puede acabar en cualquier momento, como ocurrió en la casa de Gael, y ya desperdicié suficiente la primera vez que me duché. En aquel momento no lo pensé. Bueno, tampoco es que hubiera podido hacerlo, no era yo.
«¿Y si no logro salir de esta isla? ¿Qué haré sin agua corriente? ¿Tendré que buscar una zona donde haya un maldito río y hervirla como en los programas de supervivencia? ¡Pero soy una inútil! Jamás hice una fogata ni corté madera», los pensamientos pronto me agobian.
—No te precipites, Emma. Un paso a la vez —me digo y me obligo a concentrarme en otra cosa.
Pienso en que se siente bien haber podido lavar mi cabello con acondicionador —aunque por esto del agua no lo he vuelto a hacer—. Por otro lado, curiosear el contenido de los móviles me mantiene más que entretenida. Las horas pasan y cuando me doy cuenta del tiempo es porque, o consumí toda la batería o ya no me queda nada más por mirar. Diría que ordenar y que limpiar la oficina me hace sentir de una manera rejuvenecida, pero ya no me sabe impropia; ya me da igual. Me harté de sufrir y sentir culpa por los demás. Yo también merezco un poco de paz.
Pronto, termino de refregar y de escurrir la ropa sucia. Estoy pasando las mejores horas de los últimos diecinueve días; no pido mucho y me siento conforme: limpia, satisfecha y tranquila.
Luego de escurrir por una segunda vez y sacar la mayor cantidad de agua posible, procedo a colgarla por todo el despacho. En unos minutos, las ostentosas bibliotecas pasan a convertirse en mi tendedero. Desde calzones a un corpiño y una sudadera abrigada, como si fuera un escaparate, adornan las estanterías.
Mientras Syria duerme en la cama, aprovecho para lavarme un poco y cambiarme la ropa, aún la limpieza no es lo mío y me he mojado hasta los calcetines mientras lavaba.
Vestida de con unos leggins negros y una playera deportiva verde de mangas largas, termino de ordenar y hacer el inventario que vengo realizando todos los días desde que estoy entre estas cuatro paredes. Como es costumbre, pongo a reproducir el audio oficial del gobierno. La voz casi automatizada y conocida por todos los spots oficiales de la nación me acompaña.
Al principio, cuando lo escuché en la comisaria, lo ignoré. Creí que era una cadena de mentira, creada exclusivamente para generar pánico, pero no. Después de averiguar y darme cuenta de que la realidad era más sombría, no pude parar de escucharlo. Pensé que quizá había un error, un mensaje oculto, que cambiaría y me enteraría de que todo era una broma, pero no.
Ahora solo es mi cuota de realidad.
—Atención a todos los habitantes. Atención —comienza la voz grave—. Repetimos. Solicitamos la atención de cada habitante del suelo montreselino. Es de imperante necesidad que oigan este mensaje. Escuchen con claridad, sin entrar en pánico. Es importante que mantengan la calma —poco a poco, la voz sale difusa y empieza a sonar agobiada—. Repetimos, por favor, mantengan la calma.
En una caja vacía, coloco todas mis provisiones comestibles. No entiendo cómo es que la comida puede desaparecer de forma tan celera. Estoy segura de que ni siquiera como tanto.
«Quizá lo mejor sea anotar la hora y qué alimento ingiero; necesito llevar un mejor conteo o esto irá a mal», pienso.
—La Alerta Nacional se ha declarado hoy, viernes 3 de marzo, a las 16:31 horas. Con el mayor recaudo posible, le pedimos a la población que aguarden en sus hogares, oficinas públicas, lugares de trabajo, comercios y/o centros de estudio. No salgan. No permitan que el caos se desate. Les rogamos que aguarden instrucciones.
Paso saliva en seco y recuerdo la tonelada de mensajes que encontré en mi propio teléfono.
—Se trata de una alerta sanitaria y estamos tratando de determinar la mejor organización posible para la evacuación. No salgan, repetimos, no salgan a las calles, podría ser muy peligroso. Cierren puertas y ventanas, y aguarden. Lo que menos necesitamos añadir a la situación es caos desorganizado.
»Nuestras fuerzas de seguridad estarán abocadas a ayudar a que esto pueda sobrellevarse de la mejor manera.
»Si en este momento están conduciendo, diríjanse con la mayor diligencia posible a algunos de estos puntos que mencionaré a continuación: el hospital nacional de Montresa, la escuela primaria Roomwhite, la biblioteca pública de Nueva Francia y la bahía Montpellier. Dejen sus autos estacionados de la mejor forma posible y acérquense a pie. No congestionen las salidas.
»No se preocupen. Nuestra mayor preocupación es volver a reunir las familias que han quedado separadas. Cuidaremos de cada uno de ustedes. Tengan fe y, si son creyentes, recen porque todo esté bien.
—Montresa estará a salvo. Confíen en que así será —digo en voz alta antes de que hable la voz. Luego, suspiro, y la dejo continuar.
—Por favor, no salgan. Repetimos, no salgan y aguarden instrucciones. No salgan y quédense dónde están. Si hay gente al aire libre, refúgiense en el hall del edificio más cercano.
—Si están en sus casas, preparen una maleta por persona. No podrán superar los tres kilos por habitante. Repito, no podrán superar los tres kilos por habitante
»De ninguna manera entren en pánico. No generen pánico. Repetimos, no salgan y aguarden instrucciones. No entren en pánico, no llamen por teléfono, las líneas se colapsarán y traerán aparejados problemas innecesario que complicarán la evacuación.
Syria ladra, como refutando las mentiras de la voz. Por mi parte, termino de ordenar con mi cabeza hecha un revuelo. Aún no puedo deducir si escuchar el mensaje me daña o me ayuda. Ahora que me doy cuenta, la primera vez que lo oí por completo no me sorprendí como esperé hacerlo. Las palabras hicieron agua en mi mente. Ahora, puedo repetirlas de memoria, con las mismas pausas y temblores, con las mismas repeticiones y tono, con el mismo miedo y el dolor.
—Por favor, aguarden instrucciones. Todo saldrá bien —digo en voz alta.
Observo las cosas dispuestas en las estanterías del armario que encontré casi vacío. No sé por qué, pero creo que cada vez tengo más cosas para llevar. No puedo cargar con tanto.
Para colmo, aquí adentro he encontrado tantas cosas útiles, que me duele tener que dejarlas. El cobertor es demasiado caliente y me encantaría llevarlo, pero tendré que dejarlo, como hice con las bolsas de dormir en la casa de Gael. En el futuro, porque ahora no puedo pensar, tendré que encargarme de esto; si sigo como una nómade, tendré que solucionar esto. No puedo depender siempre de mi suerte...
«Como si tuvieras mucha, Emma».
Asiento. Mi pesimismo tiene razón.
Mi objetivo antes de salir de aquí es revisar la mayor cantidad posible de teléfonos. Llevar conmigo todos es inútil, además, al no poder cargar las baterías, son completamente inútiles.
Los mismo sucede con el botiquín metálico. Demasiado grande, demasiado tosco, demasiado doloroso. Los moratones oscuros y profundos de mis piernas lo comprueban.
Necesito viajar de la forma más ligera posible, sin cargar tanto equipaje y... en caso de emergencia, poder huir.
No dejaré que me asesinen unas estúpidas máquinas.
«Pero ¿cómo las evitare?».
Prendo la cocina que, extrañamente es a gas y no eléctrica, como lo pensé en un primer momento, y pongo a calentar agua en un recipiente metálico mientras en otro pongo a hervir el último huevo que queda —solo había tres y lamentablemente sé que es ridículo pensar en llevarlos conmigo—.
Suspiro en silencio y tacho otra hora mental antes de poder ver la salida. Solo me restra esperar que mi ropa se seque, aunque me temo que podría estar todo un día más, De todos modos, tengo que apresurar mi labor investigativa y terminar de revisar, de una buena vez, los teléfonos. No me atrevo a dejarlos sin revisar, luego sé que no seré capaz de dormir al pensar que podrían haber tenido algo muy importante.
—Un paso a la vez, Emma —digo en voz alta. Esa frase se ha convertido en un mantra que me ayuda a calmarme
Luego será momento de pensar cómo escapar de aquí y evaluar las cientos de ideas que tengo pero ninguna me convence.
«Tristemente aun no puedo hacerme invisible ni atravesar paredes», quiero reírme de mi chiste, pero es tan malo que me quita las ganas de intentarlo. La voz a mis espaldas que me repite qué debo hacer si estoy lejos de mi familia es demasiado lúgubre como para siquiera pensarlo.
Hay una idea, descabellada por dónde la examine, que me parece la más coherente. Es peligrosa, y puede salir muy mal, pero sé que quizá es la única manera real que tengo de salir de aquí.
Mientras me preparo mi comida y espero por ella, me asomo por la mirilla de la puerta, esa que te permite ver quién es la persona que golpea, y no encuentro nada más que oscuridad. Es demasiado inquietante, tanto como el silencio. Cada varias horas —creo que son horas—, vengo hasta aquí a observar. Pienso que quizá... que quizá... no lo sé. No sé qué es lo que busco. ¿Ayuda? ¿Algún cambio? ¿Ver a los animales?
Si soy sincera, creo que podríamos quedarnos más tiempo aquí, que es un buen lugar. Pero no puedo permitir que nos quedemos sin comida. A casi veinte días sola, tengo que estar preparada para lo que se me presente. Nadie vendrá a rescatarme, ningún príncipe azul me auxiliará, nadie me buscará y me llevará con los demás.
Solo puedo contar conmigo misma.
Lo malo del encierro es la parte escatológica. Las necesidades de Syria amenazan por acabar con los pocos productos de limpieza que tengo, y el olor de su pis no me lo puedo sacar de la mente. Siento que me quedó en la ropa, ¡y en la ropa que se está secando! He empapelado una zona para que haga sus necesidades, luego de haber atacado la alfombra y las puertas como un perro macho y desobediente. El papel y su popó la estoy arrojando por el escusado, sin embargo, en eso se me va bastante agua, agua que quiero preservar, por lo que quedo en el medio de un horrible círculo vicioso con olor a pipí.
Lo bueno es que tampoco había mucha comida para tirar. La pequeña nevera es bastante... pequeña y no tenía mucho. Hubo cosas que me sirvieron para alimentar a syria, aunque otras corrieron la misma suerte que los papeles llenos de orín-.
Sé que Syria tiene hambre y que tienen que comer más. Pero por lo pronto lo supera tan bien como yo. Quiero creer que se siente satisfecha con lo que le doy. Reconozco que está bastante más flaca y eso me parte el alma.
Sin embargo, me mantengo con optimismo. Sé que, cuando salgamos de aquí, podremos conseguir comida. Si es necesario, saquearé todos los malls que haya en la ciudad. Por más que quisieran, no habrán podido vaciar Montresa entero. Y nosotras solo somos dos. Tendremos comida.
La otra cosa positiva que me ayuda a mantenerme de buen humor —y que combate el olor a pis— es que Syria ya no necesita un baño porque la bañé con el agua de mi última gran ducha. Ahora, ella también huele a Sistema Solar.
—Atención a todos los habitantes. Atención —vuelve a decir la voz—. Repetimos. Solicitamos la atención de cada habitante del suelo montreselino.
¡Hola, lectores! Un placer de nuevo tenerlos por acá. 💗
Oficialmente entramos en el medio total de la historia. ¡Gracias por seguir acompañándome capítulo a capítulo.
Quiero que sepan que, aunque a veces me atrase con lo capítulos, ✨por el trabajo o la universidad✨, soy la máaaaaaaaaaaas interesada en terminar esta novela. Es mi meta máxima y el proyecto que me está tomando más horas de mi vida jaja
De verdad, aunque me atrase, siempre van a tener actualizaciones porque sí o sí este 2021 la termino. 💗🔥
Por otro lado, los quiero invitar a unirse a mi grupo de lectores. Tengo uno de WhatsApp, otro en Telegram y estoy pensando abrir un servidor de Discord. ¡Pídanme el link y se los estaré dejando por privado! 📱📶
¿Se unirían? 😵
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