19 - Los gruñidos de Syria
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El té calienta mis entrañas y me hace sentir revitalizada. El azúcar me endulza y se siente tan fuerte como si tomara un shot de vodka. Me enciende con energía y, por un instante, aparta los malos pensamientos.
Sin embargo, la sensación tan vívida de la pesadilla aún persiste. Allí, el mundo se había vuelto una masa incorpórea y negra. Me fue imposible hallar formas reales, la coherencia no existía en lo que se desplegaba ante mis ojos.
Observo la hora atípica para mi desayuno y permito que mis entrañas se revuelvan al rememorar lo siguiente del sueño.
Enseguida, supe que ni el infierno era tan desolador como lo que tenía frente a mí. Supuse que mis demonios internos habían cobrado vida y, por eso, mi alrededor era tan hostil.
Bebo otro sorbo de té y oprimo mis párpados con fuerza. Temo que, si me quedo dormida, vuelva a ese mundo. No sería la primera vez que, tras haber despertado, continúo mis sueños en dónde los dejé, como si hubiera pausado un capítulo de alguna serie en streaming.
Allí, estaba rodeada por vegetación podrida y muerta. El verde de las plantas parecía haberse esfumado hacía décadas y el pavimento de la calle no era más que el vestigio de un rompecabezas, desarmado y partido.
Me obligo a comer un pedazo de galleta salada para recobrar energías y vuelvo a beber otro trago de té.
Lo que viví en la pesadilla me destruyó. Mis piernas me llevaron por inercia hasta aquel lugar; no vacilaron y me guiaron hacia locura. Hacia aquella luz minúscula que provenía de una farola.
Trago la galleta y saboreo el choque que se da dentro de mi boca con la sal y el azúcar.
«¿Hola?», pregunté como imbécil. Algo me decía que no era la única en aquel sitio. Sin embargo, nadie respondió.
Siento que Syria se acurruca sobre mis pies y me pierdo por un momento en su contacto cálido.
«Está aquí, conmigo. Es ella», me repito como idiota en un intento de borrar el mal trago de la pesadilla.
En el sueño volví a hablar, y una voz escalofriantemente melodiosa me llamó por mi nombre y me pidió que me acercara. En efecto, acepté a pesar de que mi cuerpo me gritaba lo contrario. Tenía que hacerlo, no podía negarme.
Suspiro y tomo otro trago de té.
Avancé como si tuviera plomo aferrado a mis zapatos y, pronto, oí un ladrido. No tuve que ser muy perspicaz como para darme cuenta de que se trataba de Syria.
Pero no era un ladrido normal, sino una agonizante.
Pensarla en peligro me desequilibró. A los gritos, pedí por ella, no obstante, no acudió a mí. Caminé hasta donde creí que estaba aullando y la luz de la farola me permitió identificar un bulto agonizante.
Reprimo las ganas de llorar, porque se sitió extremadamente vívido, y trago el pedacillo de galleta que tengo dando vueltas en mi boca. Me aferro a la cerámica de mi taza como si la vida dependiera de ello.
Destrozada, me acuclillé frente a ella y dejé escapar un sollozo. Syria no se movía y había dejado de llorar; me daba miedo tocarla para descubrir una verdad que no estaba dispuesta a conocer. De algún lado, junté la valentía suficiente y acaricié su crispado lomo. Mis dedos se hundieron en algo pegajoso y pronto se tiñeron de carmesí: estaba manchada de sangre. Adormilada, me llevé la mano hasta mi rostro para esculcar lo que acaba de tocar y los escruté hasta que un hedor repulsivo me revolvió el estómago. Esa sangre no era fresca.
Bebo un nuevo trago de té y, con los ojos cerrados, busco pensar en otra cosa. Sin embargo, fallo.
Consumida por la desolación, traté de girarla hacia mí pero estaba demasiado tiesa. Luchando contra las arcadas que me causaba su olor, logré voltear su cara hacia mí. Sin embargo, poco quedaba de mi amiga. Vi el ejemplo perfecto de lo que es capaz de hacer la descomposición natural y los gusanos.
Igual a como ocurre ahora, una lágrima comenzó a descender por mi mejilla y en el sueño me rendí. Sin embargo, ella se movió y comenzó a gruñirme.
Algo estaba mal. Syria nunca me gruñía.
Nunca.
Parpadeo para dejar que caigan las lágrimas acumuladas y me las seco con un fugaz gesto del dorso de mi mano. Luego, desbloqueo el móvil que tengo al lado para ver la hora. Las dos de la mañana.
Los gruñidos de Syria calaron en mis huesos y no pude esquivarla cuando trató de atacarme, sin embargo, ya no era ella. Cuando cubrí mi rostro con mis antebrazos, Olaf era el que se había abalanzado contra mí y nadie estaba para ayudarme. No obstante, contra todo pronóstico, la voz musical lo calmó.
El terror reptó por mi cuerpo cuando reconocí a la propietaria de la voz. Era Sophie. Durante la comisaría, había leído de su paradero en medio de la evacuación y, hasta donde pude averiguar, nadie sabía que había pasado con ella. Suponían que estaría destinada a otra sección de evacuados y que se había perdido de la mano de su madre en medio de todo el caos.
Pronto, ella expresó su propósito y yo me paralicé: quería que sufriera por estar viva.
La niña destrozada se rio de manera sanguinaria mientras continuaba reprochándome sobre por qué yo sí estaba viva. Pronto, a los gritos comenzó a llamar a alguien. Un hombre vestido con un traje anticontaminación apareció y, a pesar de mis forcejeos, él me tomó del brazo y me inyectó algo.
Pronto, solo vi negro. Y cuando desperté, decidí que no dormiría más. No podía hacerlo; no puedo hacerlo.
Corro la silla en donde estoy sentada con brusquedad y me levanto de un salto, lo que ocasiona la molestia de Syria. No puedo seguir así. Con desespero, me paso las manos por la cara y me acerco al fregadero para lavar mi taza.
No obstante, las sensaciones me dominan y lo único que puedo hacer es pensar en la realidad y recordar la textura del cuerpo de Sophie debajo del mío; su olor, su expresión desencajada y marcada por el sufrimiento. Me aferro al fregadero hasta que mis nudillos se tornan blancos y duelen. Respiro, pero solo huelo la sangre descompuesta y creo percibir que aún tengo su sangre bajo las uñas.
Me deslizo hasta que caigo en el piso y quedo atrapada entre las dos paredes de ese diminuto pasillo que hace de cocina. Apoyo mi espalda contra una alacena y mis pies chocan con el minibar.
Escondo mi cabeza dentro de mis rodillas, pero no funciona. Aunque lo contenga, el grito sale. Con impotencia, con ira, con frustración, con dolor, con trauma, con tristeza. Grito hasta que daño mis cuerdas vocales y la hiperventilación hace que mi corazón se acelere. El llanto sale y las teorías comienzan a agobiarme como si fuera una adolescente estúpida que cree que sus amigos le ocultan algo.
La situación comienza a tomar forma en mi mente. Primero Olaf, después estas criaturas que se escaparon del zoológico y mataron a Sophie.
Mis ojos se desvían a Syria con temor, a la expectativa, y con el terror latiente de encontrarse con un monstruo. Sin embargo, no es así. Ella duerme apacible debajo del escritorio del director del hospital.
Algunos animales se han vuelto salvajes. Ya no puedo ignorar ese hecho. Lo que si puedo hacer es sufrir por adelantando, pensando en que a Syria puede pasarle lo mismo.
¿Qué es lo que los hace reaccionar como bestias asesinas? ¿Syria cambiara como ellos? ¿Por qué no todos los animales han actuado así? He visto perros callejeros, aves y gatos sin ninguna actitud violenta, actuando normales. ¿Qué es lo diferente con estos casos? ¿Azar? ¿cincuenta, cincuenta? ¿Contacto directo con el virus? ¿Y por eso Syria está bien?
Pero entonces... si ya no hay virus, ¿por qué se han ido?
Me tapo los oídos y acuno mi cabeza mientras me mezo en un leve vaivén, harta de todo.
Por estas cosas yo ya no quiero pensar.
Porque nada tiene respuesta, nada es sencillo.
Cuando el dolor se hace insoportable y noto que he estado clavándome las uñas en mis brazos, corro al baño.
El pelo chorrea contra mi cara y la ropa pesa contra mi cuerpo mientras tiemblo, frenética, y lucho por desnudarme. No fui capaz de sacarme la ropa antes de entrar a la ducha. Necesitaba espabilarme, y pronto. Sabía que tras mojarme con agua helada podría recuperar el hilo de mis pensamientos.
Y el frío intenso de esta logró calmarme.
Abrumada por la temperatura, arrojo mis prendas al piso e intento no caerme ni chocarme con algo por la oscuridad. Vuelvo al pasillo y tomo el móvil que estaba usando para iluminarme.
De nuevo en el baño, alumbro en busca de una toalla. Sé que vi varias en un estante, sin embargo, encuentro algo mejor. Me enfundo en una bata de baño y, por un intento, imagino que estoy en un hotel. Sentada en el filo de la bañera, me tomo unos minutos para relajarme y que mi respiración se estabilice mientras recupero mi calor corporal. Comienzo a dudar de mi idea, este sitio, de por sí, se sentía un congelador y lo que menos quiero es pescarme una gripe.
Regreso a la cama, dispuesta a dormir y no dejarme vencer por las pesadillas. No obstante, no lo logro y me pongo a seguir buscando información.
¡Hola! ¿Cómo están lectores?
Poco a poco, la historia de Emma va tomando forma. Aunque muchos se han quejado de que es un poco lenta. 😅 Lo sé, lo sé, pero la historia necesita de esta "lentitud" para poder avanzar. En las primeras versiones, pasaban muchísimas cosas en pocos capítulos. Ahora, pasan las mismas cosas, pero cada una está mejor desarrollada.
¿Creen que encontrará información?
¿Ustedes dónde buscarían?
¿Hasta cuándo se quedarían en la oficina, encerrados?
En serio, no saben lo feliz que me ponen sus comentarios.
💗💗💗
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