14 - ¿Hasta cuándo?
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Mis nudillos se aferran con fuerza al borde de la mesada del baño; es de piedra de color gris y de textura pulida: contrasta con mi piel blanquecina por la acción de aprisionar. Tengo miedo.
El murmullo del grifo abierto que llena el lavabo con forma de cuenco en un tono arcilla, me daña los oídos. Mis sentidos siguen adormilados, en la penumbra de los vestigios de la vida que llevaba hasta hace unos pocos días, pero poco a poco los voy recuperando.
Me niego a mirar frente a mí. El espejo me devolverá la imagen de esa chica que soy en mis pesadillas, esa que corre hacia ningún lugar porque en cualquier sitio encuentra su final.
Esa que, en sí, me muestra la realidad.
Suelto el aire contenido y doy un paso al frente. Pongo mis manos debajo del grifo y el agua salpica un poco la piel de mis brazos y mi abdomen desnudo. Aún sin subir la mirada, tomo el jabón —que ya está pequeño, casi invisible— y comienzo a lavarme con la ayuda de un trapo húmedo. Hace días que la ducha no funciona.
Cuando lo llevo detrás de mi nuca, me percato de que el zumbido de mis oídos y de que la sensación de sordera ha desaparecido. Me concentro en el agua y su ruido, alguna vez relajante, me altera.
Retiro el paño y lo escurro, el agua sucia sale rosada a causa de la sangre pegada.
—¿Có...? —comienzo, pero me veo obligada a callar. No puedo hablar. Mi garganta continúa ronca y la sensación del raspado aún persiste.
«¿Hasta cuándo?», me pregunto a mí misma y mi cuerpo agarrotado comienza a encenderse por la sensación de una furia que cada vez late más apagada.
Sonrío. Y me veo hacerlo. No sé cuándo es que había comenzado a mirarme con fijeza que ni siquiera lo noté.
Sin embargo, no sé qué pensar, por lo que termino optando por no hacerlo. No me interesa mi apariencia demacrada, ni que mis costillas estén asomando por el reborde de mi piel, ni que mis clavículas estén tan marcadas como nunca antes lo habían estado, ni...
El agua deja de fluir. Se corta y, lo que me temía, se cumple.
Arrojo el paño mugroso contra el espejo, me hago una coleta y salgo del baño mientras me dirijo a la sala por ropa limpia.
La bruma de la mañana temprana aún persistía cuando salí de la casa de Gael, decidida de no regresar. Ahora, el sol ya cruza el cielo en lo alto, pasando la marca del mediodía y ha roto cualquier indicio de nubes. Hace calor, pero no demasiado. Sin embargo, aún me encuentro débil y me parece que ha sido una mala idea irme de la casa de Gael, por no decir apresurada y terrible.
Pero no podía hacer otra cosa. Sin luz, ni agua, ni comida. ¿Qué me quedaba allí? ¿Esperar y morir? En cuanto me recuperé y salí del atontamiento, solo pude hacer una cosa: juntar todo y marcharme.
Ahora, mi plan es simple: conseguir agua, comida y medicinas. Usé mascarillas por un tiempo, pero si aún estoy aquí, quiere decir que el aire ya no es el problema. Estoy segura de que la cosa debe de pasar por el contacto directo. Luego, luego... no lo sé. Quiero ir a Munitze, la otra ciudad, tengo la esperanza de que, quizá allí las cosas aún no hayan puesto así de mal.
Pero todo apunta lo contrario.
Sacudo las migas del mapa para turistas que tengo en la mano, que está desactualizado porque ya casi no se usan, y me fijo dónde es que queda la siguiente farmacia. Ya visité tres y nada. O están cerradas o vacías. Sin embargo, desde hace unas horas, una opción juega en mi mente. Pero me aterra siquiera imaginarla. Pensar en adentrarme en un hospital abandonado de una ciudad evacuada es sencillamente una locura.
Subo la mirada y veo los carteles de las calles que tengo frente a mí. Avanzo unos pasos más, pero ya me siento exhausta. Mi estomago continúa gritando por el hambre y siento mis labios agrietados y mi garganta seca como clara señal de deshidratación. Además, Syria jadea sin parar. Ella también está cansada.
Ir al hospital también es una locura; está a varios kilómetros de donde estoy. Podría ir en un coche, pero luego de haberme topado con eso malditos drones de combate, es mejor tomar precauciones. Desde aquel día, no los vi más, sin embargo, no quisiera arriesgarme a terminar como un colador de fideos. ¡Ni siquiera sé apuntar con el arma que encontré como para defenderme! No es tan fácil como lo muestran en la televisión, donde los personajes tocan un arma por primera vez, y ya son tiradores natos.
Hace unos días, entre medio de mis delirios, lo intenté... Y como siquiera estaba bien parada, el retroceso me tiró al suelo. La debilidad y el humo de mi mente me jugaron una mala pasada, porque no era ni siquiera un arma grande.
Syria me lame la mano, agotada, y le sonrió para transmitirle calma.
—Ven, nena, vamos —murmuro con una voz totalmente alejada de la mía por la ronquera, y la arrastro hasta una tienda de dulces que, al parecer, ha sido saqueada.
Entramos con cuidado, ya con mi linterna en mano, y lo primero que hago es pegar un grito al ver las cucarachas que corretean sobre la barra de la caja. Tras regularizar mi respiración con mucha dificultad, busco con rapidez algo para comer. Encuentro una caja de cereales sin azúcar y, sin dudarlo, la tomo para Syria. Para mí consigo una botella de jugo abollada y algunos dulces que no parecen un ataque mundial contra la diabetes. Lo malo es que los dulces montreselinos no de destacan por nada y, a mi parecer, son horribles. Hace días y días solo como cosas prefabricadas, mi cuerpo me pide algo natural o cocinado en casa.
Antes de salir, hurgo en un congelador apestoso de helados derretidos y, como si fuera un Santo Grial, encuentro una botella de agua. Cuando la estoy sacando, una cucaracha se sube en mi mano y yo lo tomo como el gesto que necesitaba para huir de ahí.
Vómitos, diarrea, sudoración, sangrado de nariz, oídos y en mis desechos, fiebre, alucinaciones, zumbidos en los oídos y un montón de males más que me invitaron a perder la conciencia en repetidas ocasiones.
Fui incapaz de caminar, porque no sentía ninguna de mis extremidades. Me tambaleaba el cuerpo entero y vi el tiempo pasar, tirada sobre las cerámicas. Esperé por una ayuda que nunca llegó. Si pensaba en ello, aún conservaba ilusiones de un mundo vago que los delirios me mostraron confabulados con mis miedos. Vi un mundo del cual me hice su dueña, vi un mundo en el cual ya no quiero vivir. Sin embargo, gracias a que me desterraron de la civilización, lo veo cada vez que cierro mis ojos.
Me condenaron.
Y nunca entenderé el porqué.
Sobreviví, y no sé cómo lo he hecho. Tendría que haber muerto. Ni siquiera tengo idea de cuántos días estuve enferma o si aún sigo infectada. Cuando recuperé la consciencia y los delirios dejaron de fastidiarme, noté que mi móvil estaba muerto. Sin electricidad y sin un cargador portátil funcional —el mío terminó por averiarse el día de los drones y en la casa de Gael no encontré ni uno—, solo es un bonito pisapapeles.
Luego, me tomé el tiempo necesario para pensar, llené una mochila de campista con todo lo que creí útil y me marché.
Y, ahora, me siento una idiota. Aún no me recupero, el cuerpo me duele horrores y todo esto me parece una grandísima estupidez. Ni siquiera sé qué es lo que pasó. Lo poco que pude averiguar, se contradice; incluso las versiones oficiales del gobierno. Además, la charla con mi padre me demuestra de la tapadera mundial que están tratando de hacer...
«Pero ¿no podrán hacerlo por mucho tiempo, verdad?».
Suena demasiado conspiranoico... irreal. Aunque yo hubiera creído lo mismo si alguien me decía lo que iba a venir, jamás lo hubiera creído.
Syria me lame la mano mientras comemos en el banco de una plaza y, de pronto, me atrae de nuevo al presente.
—¿Lista para ir hasta la comisaría? —le pregunto aún ronca y ella solo se limita a mover la cola—. Cuando fuimos, estoy segura de que vi un botiquín gigante y de que la enfermería estaba intacta. Quizá sea nuestra mejor opción.
Tomo aire para calmarme.
«Puedo con esto», me digo. Tengo una razón para lograrlo. ¿Sobreviviría? Sí. Lo haría, de eso no me quedaba duda alguna. Iba a vivir. Tenía que hacerlo. Debía hacerlo si quería volver a reunirme con Gael y con mi familia.
Lamento mucho la demora de este capítulo, sin embargo, no se preocupen. Ya puedo recuperar un ritmo de actualización mucho más habitual. Tuve unos meses difíciles y me costó mucho volver a escribir y recuperar la concentración.
Muchos se quejaron, otra vez, de que pausé 𝙎𝙤𝙡𝙖, no obstante, no es así. No pausé 𝙎𝙤𝙡𝙖. Pausé todo. Tuve un bloqueo muy intenso sumado a un cuatrimestre universitario muy cargado y estresante, y (por suerte) tuve mucho trabajo.
En fin. ¡Nos vemos en la actualización de Año Nuevo! Si puedo, estaré actualizando todos los jueves. 🧡
Muchas gracias por el voto de confianza y seguir ahí, día a día, esperando por mis historias.
🎄 Muy feliz Navidad.🎄
Como les dije, les recomiendo visitar mi Instagram (@NaiiPhilpotts), allí estoy SORTEANDO 𝒄𝒖𝒂𝒕𝒓𝒐 𝒍𝒊𝒃𝒓𝒐𝒔 como motivo navideño.
🎁 ¡No se lo pierdan! 🎁
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