✗Corona✗
Ya es lo suficientemente maduro para entender bien las cosas, ya no es un niñato de dieciséis años.
Y sabe que lo acabaron de joder y no tiene nada que decir porque no tiene derecho.
La corona había resonado contra el suelo.
La lanzó de mala manera, la insultó y la calló a la fuerza sin jamás escuchar su versión de la historia. La lastimó sin cuidado, tomó las cosas a sus alrededores y las manchó con él para que jamás pudiera refugiarse en ellas.
Arrebató el amor de su mejor amigo y lo ensució sin escrúpulos, alejó a alguien amado del pelirojo y alejó a alguien de cariño y confianza de la castaña.
Robó el tesoro de alguien que no lo merecía en absoluto y jugó con el hasta romperlo, robó lo más preciado de Todoroki y escupió sobre Uraraka cuando colocó a Yaoyoruzo por sobre ella poniéndola como algo que la castaña jamás alcanzará.
Sin serle suficiente arrastró a un rayo de luz para consumirlo en su obscuridad. Y sin serle suficiente para llenar su orgullo, se llenó de soberbia al lograr meter a Camie al mismo lugar en el que Ochako.
Pero fue movido de lugar en su perfecto juego cuando Ochako se vislumbró con la luz de Kaminari.
Luz difusa, tiempos confusos.
Lo hicieron darse cuenta de lo importante que era tomar las decisiones con la cabeza fría y los pies bien puestos en la tierra.
Había caído en su propia trampa, a su juguete favorito lo había lanzado lejos y fue a jugar con más, y en cuanto miró a alguien tomar amable y cálidamente su juguete favorito regresó a reclamarlo.
—Vete de aquí —dijo levantándose de la cama, dándole la espalda tomando su toalla. —El mundo no gira al rededor de ti, Katsuki.
Al fin.
Se encontró con la persona de la cual tanto le advertían sus padres desde que era un niño:
La persona que le abriría los ojos de la peor manera posible, la personas que lo regresaría al suelo de una forma fría y violenta, la personas que le haría poner bien los pies sobre la helada tierra. La persona que de todas las formas y maneras posibles se lo jodería.
No sólo está solo; su corazón se estrujó como nunca en su existencia, su garganta se anudó y su alma se negó a digerir todas las amargas palabras de Ochako.
La castaña salió de su habitación para darse una ducha. Y él se quedó contemplando como se marchaba de su lado sin siquiera poder detenerla.
No estaba bien, para nada bien, el karma había llegado de la manera más hermosa y dolorosa posible: con mirada dulce, con sonrisa amable, con cabello castaño y ojos de chocolate.
El karma había llegado de una manera tan sutil y linda a arrebatarle la corona y a decirle que apenas era el comienzo del fin.
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