22

Becrux

Tōru no debía estar tan borracho.

No, por supuesto que no.

¿Entonces por qué Iwa-chan estaba caminando en su dirección?

—Bailas muy bien —susurro el otro hombre, con sus labios a centímetros de los propios.

Definitivamente no estaba borracho, ya que lo más probable es que estuviera en el hospital por un coma etílico y que esa sea la razón de esta alucinación.

— ¿Puedo? —preguntó Hajime, con sus manos casi rozando la cintura de Tōru y sin atreverse a tocarlo a menos que reciba una respuesta afirmativa por parte del castaño.

Sintiéndose sin la fuerza y confianza que demostraba hace rato, Tōru solo pudo asentir y con esto terminaron los dos, cuerpo a cuerpo, piel con piel, moviéndose al ritmo de las canciones que sonaban y en su propio mundo.

"Si esto es un sueño, espero que nunca se acabe" se repetía Tōru, una y otra vez, sintiéndose sin el valor suficiente como para separarse del hombre que tanto extrañó.

"¿Esto pudo haber sido? ¿Esto pude haber tenido?" las preguntas iban y venían en su confundido y definitivamente no sobrio cerebro "No puedo pensar más en eso. Lo que fue, fue y lo que no también".

Por otra parte, Hajime se encontraba en una situación un tanto parecida pero con sus propias preocupaciones, distintas a las del investigador.

"¿Si sentirá lo mismo? ¿Aceptó solo porque estamos en una fiesta? ¿No me estaré aprovechando de él?". Pese a sus dudas, en ningún momento dejó de bailar.

Ellos bailaron.

Bailan.

Y sienten que bailarán por toda la eternidad.

Iwaizumi y Oikawa.

Hajime y Tōru.

Un sistema de estrellas binarias que permanecen unidas gracias a esa gravedad mutua que las hace orbitar una alrededor de la otra.

Al igual que los sistemas binarios no importaba si llegaban a estar tan separados que cabía un mundo entero entre ellos, o tan juntos que sentían su propia piel unirse a la de su amado, porque al final del día la gravedad se encargaba de mantenerlos allí.

La gravedad los unía y permitía que se diera este eterno vals.

Porque al final del día, así ninguno de los dos lo sepa, siempre serán el uno para el otro y ni el tiempo ni la distancia podrá cambiar eso.

—No me vuelvas a dejar jamás —susurró Tōru, escondiendo su rostro en el cuello del contrario.

Pese a la música tan alta que resonaba en el lugar, Hajime fue capaz de entenderlo y suspirando se limitó a abrazar aún más el cuerpo entre sus brazos.

Esa fue toda la respuesta que necesitó Tōru para poder sentir, llorar y lamentar lo que perdió, pero que ahora recuperó.

Con suavidad, Hajime se soltó para luego tomar de la mano al castaño y así guiarlo por entre la multitud hacia la salida del lugar.

Tōru estaba sintiendo demasiadas cosas, demasiados sentimientos y demasiados recuerdos, ilusiones y sueños lo inundaban sin dejar lugar para más, así que simplemente se dejó llevar e intentó enfocarse en cómo se sentía el tacto de Hajime en su piel.

Sus manos eran grandes, cálidas y se sentían algo ásperas —probablemente debido a todo el entrenamiento que tuvo que llevar a cabo—, pese a esto, su propia mano era sostenida con el perfecto equilibrio entre la firmeza y delicadeza.

Hajime lo sostenía lo suficientemente fuerte como para brindarle un sentimiento de seguridad y estabilidad pero sin pasar la raya de la brusquedad y tosquedad.

Debido a sus divagaciones, Tōru no se dio cuenta del Uber que el piloto había pedido y que ya había llegado mientras él estaba en su propio mundo.

Con ayuda del otro hombre, él se ubicó en su asiento y dejó que el automóvil avanzara.

—Ya llegamos —anunció Hajime, despertando a Tōru quien se quedó dormido a mitad del recorrido.

— ¿Mi casa? —preguntó Tōru, al reconocer el lugar.

—Supuse que aquí estarías más cómodo que en la institución. Tu amigo me dio la dirección —respondió, mientras ayudaba al castaño a subir las pocas escaleras que había.

—Tetsurō, supongo —añadió, mientras que torpemente buscaba las llaves en sus bolsillos para poder abrir la puerta.

—Yo... técnicamente me autoinvité a venir así que si no quieres que yo-

—Eres bienvenido a quedarte conmigo, Iwa-chan. Tú lo sabes —interrumpió, a la vez que abría la puerta que daba entrada a lugar.

Oh, cuánto había extrañado Hajime ese estúpido apodo.

Entre tropiezos ambos lograron llegar a la habitación principal, en donde el piloto ayudó al otro hombre a encontrar su pijama y de igual manera unos pantalones que le podrían servir para que no durmiera en la ropa que tenía puesta.

—Camisetas no tengo, todas te quedarían pequeñísimas —sentenció Tōru, por lo que Hajime se tuvo que contentar solo con el pantalón.

Una vez que ambos se cambiaron —no, no se vistieron ambos en la misma habitación —, Hajime ayudó a Tōru a acostarse en su cama y justo cuando estaba dispuesto a levantarse para dirigirse al otro cuarto que había en la casa, Tōru lo tomó de la muñeca.

—Quédate —dijo.

Y Hajime no le pudo decir que no.

Hajime jamás le volvería a decir que no.

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