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Theta Ursae Majoris

A partir de ese día, el tiempo pasó en cámara rápida.

El trabajo era demasiado y la verdad es que era comprensible pues un pequeño error podía llevar a que —técnicamente— el mundo se acabara.

El viernes llegó como un parpadeo haciendo que 3 días se sintieran más como 3 horas y Tōru solo quería dormir todo el fin de semana sin parar. Tal vez todo el mes.

Así que para todos los trabajadores de la JAXA fue una sorpresa el que su director los haya convocado a todos para dar un anuncio.

"¿Qué puede ser tan importante como para hacer que dejemos nuestros puestos?" pensaban todos y lastimosamente el único que tenía esa respuesta era Nakanashi.

—Buenas tardes a todos —habló el susodicho—. Yo sé que muchos de ustedes estarán confundidos sobre el motivo de esta reunión, pero todo es con el fin de que ustedes mismos estén bien.

"Gran trabajo aclarando la confusión, genio" pensó Tōru.

—Todos en esta sala saben la importancia que conllevan sus trabajos en este momento y es por eso mismo que la mesa directiva ha llegado a la decisión de darles tres días libres a partir del día de mañana.

Lo primero que se notó en el rostro de los reunidos fue confusión. ¿Acaso era una broma? Sin embargo, conforme los segundos pasaban se comenzaron a escuchar los susurros en tonos emocionados de todas las personas.

—Como comprendemos lo delicada que es la situación en la que nos encontramos en este momento se decidió que era necesario que ustedes se encuentren en sus mejores estados y 3 días es lo que nos podemos permitir hasta nuevo aviso, pero ténganlo por seguro que una vez todo se pueda llevar a cabo y podamos decir que fue un éxito serán recompensados por su arduo trabajo—concluyó el hombre, para dejar la sala momentos más tarde.

"¡Sí! ¡Voy a poder descansar y dormir hasta mi siguiente turno laboral sin importar nada más!" pensó Tōru con emoción.

Al menos, hasta que se giró a ver a Tetsurō.

—No —sentenció sin siquiera darle una oportunidad de decir nada.

— ¡Hace mucho que no vamos a tomar y tú necesitas relajarte un poco! —intentó convencerlo.

—Y me relajaré, pero en mi casa y acostado en mi cama durmiendo —aclaró Tōru, mientras comenzaba a dirigirse a su oficina.

—Escuché que a la tripulación les iban a dar el mismo descanso que a nosotros y ya pasé la voz sobre mi idea —dijo Tetsurō, haciéndose el desinteresado cuando claramente estaba siguiendo al castaño.

—Bien por ellos.

—Tōruuuuu, no te pongas así. Puede ser la oportunidad para que ustedes hablen de nuevo. Tal vez y él vaya solo con esa intención.

Con esto, Tōru paró en seco y se volteó a mirar a su amigo, quien no quitaba la sonrisa de sus labios.

—Eres un maldito manipulador. ¿Lo sabías?

Tetsurō solo se encogió de hombros.

—Nos vemos en el lugar de siempre, más tarde te confirmo la hora —dijo cantarín, para marcharse a su propio lugar de trabajo.

Con eso, el castaño se quedó solo y lo único que pensó para sus adentros es que todo ese circo resultara bien.

Para cuando Tōru pudo llegar al lugar, inmediatamente quiso devolverse.

Ahí estaba él.

Ahí estaba él y Tōru quería vomitar.

"¡No! Yo voy a enfrentar las cosas como un adulto responsable que tiene una vida organizada y estable, sí" intentaba darse ánimos así mismo.

Al menos Tetsurō no había sido un descabezado como para haberlos invitado a un lugar totalmente nuevo, ya que el hecho de ya conocer el lugar —y hablar de cuando en cuando con los dueños— le daba algo de seguridad.

Para su suerte, su amigo no había invitado solo a los tripulantes sino a todo aquel trabajador con el que se encontrara por los pasillos de las instalaciones, por lo que viendo varias caras conocidas decidió unirse a ellos evitando a los soldados como gato que le huye al agua.

El ambiente comenzó a cambiar de a poco. Las personas se pusieron más cómodas y el volumen de la música aumentó.

Las canciones que ponían allí siempre eran de las favoritas de Tōru y aunque él no fuera muy exigente con el tipo de música que escuchaba aquello siempre era un punto a favor.

La noche avanzó y pese a que le doliera el orgullo admitirlo, se esteba divirtiendo.

—Creo que voy a ir por algo de tomar —comentó a las personas con las que hablaba, para retirarse a la barra.

Ya estando allí, pidió una bebida que contenía muy poco alcohol y se sentó en una de las sillas que encontró por allí.

Mientras esperaba por su pedido, sacó su teléfono y revisó sus redes sociales.

La verdad es que nunca había nada demasiado interesante como para captar su atención, pero era una buena manera de matar tiempo y parecer ocupado con algo a la vez.

¿Tenía notificaciones? Vaya, tan enfrascado estaba con su trabajo que no se había dado cuenta de ello.

...

Nop.

Tōru eliminaría esa solicitud de seguimiento, además, él ni siquiera sabía si era el Hajime real.

¿Y si era Tetsurō o alguno de sus viejos amigos de la universidad o preparatoria gastándole una broma?

De la nada y como si lo hubiera invocado solo con sus pensamientos una voz habló al lado suyo.

— ¿Está bien si me siento aquí? Es la única silla que pude encontrar —dijo Iwaizumi, señalando el espacio vacío a su lado.

Tōru lo único que pudo hacer fue asentir con la cabeza, sintiéndose incapaz de hablar y de quitarle la mirada de encima, porque no lo puede creer.

Una cosa era verlo al otro lado de una sala de reuniones, con un uniforme puesto y con el shock de saber que era la primera vez que lo veía en años y otra era muy distinta a tenerlo a centímetros de él y con prendas que le favorecen muy bien.

Joder, Tōru se sentía como una adolescente otra vez.

Su corazón latía como loco, sus manos sudaban e inconscientemente lo miraba a cada segundo y es que simplemente no podía evitarlo porque el hombre había envejecido como un vino fino.

¡Pero no es que estuvieran viejos! No, no, no, no. Tōru y Hajime todavía eran jóvenes, sin embargo, ni si quiera el castaño podía negar que sus mejores años de vida ya estaban en la recta final.

Después de todo solo le faltaban 3 años para cumplir los 30.

Retomando la situación en la que se encontraba Tōru, por fin logró salir de los encantos del hombre de piel más oscura que la suya —oh, porque si algo había hecho su entrenamiento en la fuerza aérea fue mantener ese color de piel que volvía loco a Tōru— y se dedicó a mirarse las manos sin sentir la voluntad suficiente como para hablarle.

Afortunadamente para él, el bartender le extendió su bebida en ese momento y Tōru se la tomó de un solo trago sin pensarlo dos veces.

Iba a ser una noche muy larga.

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