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Épsilon Indi
Hajime quería cerrar los ojos y al volverlos a abrir darse cuenta de que todo lo que estaba sucediendo solo era un mal sueño.
Pero no, era la realidad que a punta de golpes, empujones y maltratos, lo guiaba hacia un camino que él no quería tomar.
Él quería estudiar paleontología.
Tal vez criminalística, si lo anterior no se podía.
Él quería estar en contacto con sus amigos.
Quería seguir hablando con Tōru.
No quería perder su amistad con el chico de las estrellas.
Pero nada sucede como uno lo quiere.
"La vida es una constante represión de los deseos propios" solía decir Tōru.
Y vaya razón que tenía.
El tren avanzaba y no se detenía.
Porque la vida jamás va a esperar por uno.
"Debí haber hecho".
"Debí haber dicho".
Son como mantras ante la decepción que trae la indecisión.
"Debí de haberme confesado" pensaba el muchacho, mirando por la ventana como el mundo pasaba como un borrón.
Toda una vida guardando los sentimientos para sí mismo.
Toda una vida intentando conservar una amistad por el constante miedo al rechazo, ya que por más que se diga "seguiremos siendo amigos" las cosas jamás volverán a ser como antes.
¿Y todo para qué?
¿Para que de igual manera concluyera la amistad que tanto procuro dejar florecer?
Iwaizumi Hajime es un cobarde.
Sin nada más que hacer, cerró los ojos intentando imaginar lo que pudo haber sido.
Puede que Tōru lo haya rechazado, que lo haya abandonado, botado y olvidado.
Puede que lo haya rechazado, pero que la amistad se hubiera mantenido, tal vez no como antes, sin embargo el saber que seguían siendo algo pudo haber servido de consuelo.
Pudo haber aceptado sus sentimientos.
Pudieron haber sido pareja, como en sus más locos sueños.
Pero no.
Hajime se encargó de arruinar esa posibilidad para siempre.
Al menos Tōru quedó con un recuerdo suyo.
"— ¡Iwa-chan! ¡Iwa-chan! ¡Mira este dinosaurio tan genial! —exclamaba una versión más infantil de Tōru, sosteniendo el libro que su hermana le había regalado por su séptimo cumpleaños— ¡Si entrecierras los ojos se parece a Godzilla".
Los dos, representados en un estúpido anillo.
Un meteorito y un fósil.
Una estrella y un dinosaurio.
Tōru y Hajime.
Pero ya no volverán a verse. Nunca más.
A partir de ese momento, el tiempo pasó en un abrir y cerrar de ojos.
La academia de entrenamiento le ofrecía la oportunidad perfecta para escapar de sus pensamientos, donde el entrenamiento físico servía como desahogo y la exigencia académica actuaba como una manera de redirigir sus recuerdos constantes de lo que pudo haber sido y perdió.
Hajime quería ser paleontólogo.
Pero estaba viendo un nuevo futuro como piloto.
El tiempo siguió avanzando y el muchacho creció, pero nunca olvidó.
Un año después de que el fraude de despedida sucediera, Hajime se encontraba parado al lado de todos sus compañeros, enlistados, esperando a que diera inicio el pequeño protocolo por la llegada de nuevos cadetes.
Vaya sorpresa la que se llevó al encontrarse tanto a Kyōtani como a Yahaba.
Y con la llegada de ellos, el pasado le dio un puñetazo en la cara.
— ¡Iwaizumi-senpai! Es una sorpresa encontrarlo aquí —exclamó Yahaba, una vez tuvieron tiempo libre.
—Puedo decir lo mismo de ustedes —respondió, observando como ninguno de los dos había cambiado mucho en el año que no estuvieron en contacto.
—No pensé llegar a reencontrarme con uno de los senpais. ¿Sabe que sucedió con los otros, con Oikawa-senpai?
—Por favor, deja el honorífico —pidió el mayor, en un esfuerzo de cambiar la conversación.
— ¿Eh? Sí, claro —respondió, algo confundido y mirando de reojo a Kentarō.
El susodicho no hizo ni dijo nada para rescatar a Shigeru.
"Algunas cosas no cambian" pensó Iwaizumi, viendo como después de unos minutos de un silencio incómodo ambos cadetes deciden retirarse a sus dormitorios para poder instalarse "Como el hecho de que esos dos siguen siendo como uña y mugre".
No como Tōru y yo.
Sacudiendo su cabeza, él mismo se retiró a la cafetería del lugar con el pensamiento de que tal vez es el hambre el que lo tiene así.
¿Hambre? Que excusa tan ridícula, siempre esquivando y evitando lo que no le gusta.
Debido a la llegada de los nuevos integrantes, la fila era normalmente más larga de lo común, así que sin deseos de esperar mucho se dirigió a una de las pocas máquinas expendedoras que había.
Débil.
De camino a su propio dormitorio, se encontró a Kyōtani, quien aparentaba estar perdido, pero en realidad le estaba esperando a petición de Yahaba.
— ¿Perdido? —preguntó Iwaizumi, extendiéndole el paquete de frituras para que sacara algunas.
El contrario solo asintió y tomando la oferta del mayor, comió algunas de las papas ofrecidas.
—Si gustas te puedo mostrar los alrededores, aunque creo que el tour oficial es mañana. —Como Kyōtani solo se encogió de hombros, Iwaizumi decidió tomar la decisión de mostrarle los alrededores.
Todo, con tal de no tener que acostarse en su cama a recordar.
Cobarde.
Varios minutos después, ambos se encontraban en una pequeña colina del lugar. Alejada lo suficiente como para poder ver buena parte de las instalaciones, pero no tanto como para no ser visibles a los ojos de los otros hombres y muchachos que convivían en el lugar.
—Entonces lo de ustedes no funcionó —sentenció Kyōtani, sin mirar a Iwaizumi a los ojos.
Total y completamente sorprendido, el mayor solo pudo boquear como un pez fuera del agua sin decir realmente nada.
Kyōtani solo se quedó en silencio, dándole tiempo para pensar y mirando de reojo como su superior llevaba su mano hasta el pecho, sacando un pequeño collar con un anillo atado al final de este.
—Sí... Tal vez no debíamos estar juntos —respondió sin levantar la mirada del anillo.
Él también había comprado uno para sí mismo.
—O ese no era el momento correcto —volvió a hablar, sorprendiendo de nueva cuenta a Iwaizumi.
Hajime sabía que Kyōtani no era como todo el mundo decía.
No era una persona descabezada, con nulo sentido del respeto hacia los demás.
No era un perro rabioso por más que Tōru lo llamara por ese estúpido apodo.
Todo lo contrario.
Kyōtani era una persona muy observadora.
Y por eso mismo es que a Hajime le caía bien.
Se respetaban mutuamente y por fin Kyōtani podría ayudar al senpai que tanto lo había ayudado a él en su momento.
—O yo no soy el adecuado. No cuando no soy lo suficientemente decidido como para haberme lanzado al vacío sin pensarlo dos veces —susurró Hajime.
Miedoso.
—Pero Oikawa tampoco lo hizo. Él tampoco se confesó —dijo Kyōtani.
— ¿Y por qué habría de confesarse? ¡Ni siquiera sé si le gustan los hombres! ¡Mucho menos si le gusto yo!
Por fin, Kyōtani levantó la mirada y observó como Hajime tenía una expresión casi enfadada.
—Exactamente, Iwaizumi. No lo sabes.
¿Qué carajos?
Hajime está confundido, muy confundido.
A no ser...
Oh.
Oh.
Con una sonrisa débil, casi derrotada, susurró que ya era tiempo para devolverse después de todo, no faltaba mucho para que el toque de queda comenzara.
Kyōtani, sintiéndose satisfecho con su trabajo, solo asintió y partieron caminos dejando a Iwaizumi por su cuenta.
Pero la verdad, es que Hajime no estaría solo.
Nunca estaría solo.
No, mientras la estrella del polar siempre se alce hermosa y eterna en el cielo nocturno.
Para poder amar a alguien más hay que primero amarse a uno mismo.
Para que Hajime pueda volver a enfrentar a Tōru, poder amarlo y cuidarlo como se debe primero debe aprender a perdonarse y a aceptarse tal y como es.
Comprender que a veces está bien no estar bien.
Comprender que está bien no ser fuerte todo el tiempo.
Comprender que está bien no saber.
Comprender que está bien dudar.
Afortunadamente para él, los primeros pasos hacia esa meta los estaba dando en el lugar donde menos lo pensó.
Tal vez la fuerza aérea no sea tan mala después de todo.
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