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Procyon
Después de graduarse, Tōru no tenía muchas expectativas por la universidad, ni por su nueva vida en la gran ciudad estudiando la carrera que su mamá quería.
No lo mal entiendan, él aún no puede creer que haya logrado pasar a una de las mejores universidades del país —por no decir que era la mejor— y sumado a eso, que pueda cursar una de las carreras y profesiones más exigentes. El problema, es que no era lo que él quería.
Pero bueno, como Tōru siempre se ha repetido "la vida es una constante represión de los deseos propios". Así que sí, sus ánimos no eran los esperados pero no era tan horrible.
Hasta que Hajime lo dejó.
Porque eso fue lo que hizo el otro muchacho. Dejarlo.
A partir de ahí todo fue de mal en peor. Lo único positivo fue salir de la casa donde vivía su mamá.
Ver lo bueno en lo malo es lo único a lo que se podía aferrar.
—Maldito equipaje de mierda —dijo alguien en la puerta de la habitación, sacándolo de sus pensamientos.
Oh, su roommate debió de haber llegado.
Kuroo Tetsurō era una persona interesante.
Era inteligente.
Tenía un sentido del humor... único.
Y muchas más cualidades.
¡Y estudiaban la misma carrera! Un plus para Tōru, al menos ya tenía a alguien con quien compartir sus desgracias.
Al menos así lo vio hasta que las clases comenzaron.
Tōru no era de ninguna manera un genio, pero tampoco se podía negar que era inteligente.
Siempre había sido de los mejores tanto deportivamente como en la academia, por lo que perder los primeros exámenes fueron un golpe contra la pared.
No es capaz de respirar.
Necesita oxígeno.
No es capaz de hablar.
Un nudo en la garganta.
Un peso en el pecho, alguien debe de estar apretándolo.
Las lágrimas no lo dejan ver.
Necesita dejar de llorar.
No es como que sin sus gafas pueda ver mucho, tampoco.
¡Sus gafas! ¡¿Dónde están?!
Mierda, las rompió.
Inútil.
INÚTIL.
¡INÚTIL!
Necesita oxígeno.
Necesita dejar de llorar.
Necesita dormirse y jamás volver a despertar.
— ¡Tōru!
Levantó su mirada -con sus manos agarrando fuertemente su cabello y tirando de este- y parado al frente suyo se encontró a Tetsurō, quien estaba dispuesto a ir hasta la luna por su nuevo mejor amigo.
Desde esa vez, las cosas mejoraron.
No mucho, pero mejoraron.
Tōru no era un genio.
Pero era alguien que por medio de su esfuerzo se había ganado el título de "inteligente".
¿El problema? Es que no hay motivación.
Sin motivación, no es capaz de concentrarse. Si no es capaz de concentrarse, no va a poder entender nada. Si no entiende nada, va a seguir perdiendo los exámenes. Si sigue perdiendo los exámenes, no va a ser "inteligente". Si no es inteligente, no hay nadie que lo vaya a apreciar, no hay nada que lo haga destacar. Si no siente la aceptación y apreciación -si no destaca- no hay motivación.
¿Y sin motivación? El ciclo se repite.
—No más, me cansé de ti -declaró Tetsurō, una de las tantas madrugadas en las que ambos tenían que quedarse en vela, intentando entender el temario que ven en las materias.
—Ya me estaba comenzando a preguntar cuando sucedería —responde Tōru desde su propio escritorio.
El muchacho no necesitaba levantar su mirada del atlas de anatomía que tenía abierto en frente suyo para saber que Tetsurō se encontraba buscando las llaves del pequeño auto que tenía y que se encontraba camino a la salida de la habitación que compartían.
— ¿Qué esperas? Vamos —dijo el de cabellos azabaches, cambiando su calzado.
— ¿Vamos?
—Sí, vamos o si no te saco a rastras de este lugar —sentenció, abriendo la puerta y esperando por el contrario allí.
Una vez que ambos entraron en el vehículo, Tōru se permitió preguntar—: ¿Qué carajos estás haciendo?
—Sacándote de ese círculo vicioso que está acabando contigo —respondió Tetsurō sin mirarlo, encendiendo el motor.
Oh, se dio cuenta.
El silencio se prolongó hasta que varios minutos más tarde, ambos se encontraron en una de las vías de salida de la ciudad.
— ¿Qué-? —Intentó pregunta Tōru, pero el contrario lo interrumpió.
—Mi nombre es Kuroo Tetsurō, tengo 19 años y en este momento soy un estudiante de medicina, aunque de verdad no quiero estudiar la carrera.
¿Qué carajos?
—Sigues tú, dime algo, lo que quieras —dijo otra vez, al sentir la confusión de Tōru.
—Yo... Yo tampoco quiero estudiar medicina —susurró después de varios minutos.
—Grítalo.
— ¿Cómo? —Tōru no estaba comprendiendo absolutamente nada.
—Como me escuchaste, que lo grites. Nadie más a parte de mí te va a escuchar.
—Yo no quiero estudiar medicina —repitió, esta vez un poco más duro.
—Excelente. Yo estudié y viví toda mi vida en Tokio pero para poder ceder a estudiar medicina mi papá tuvo que dejarme vivir por mi cuenta —comentó Tetsurō, sin despegar su mirada del camino.
—Yo soy de Miyagi y cedí a estudiar la carrera porque no tenía más opción.
— ¡Yo quería estudiar ingeniería química! —exclamó Tetsurō, un poco más duro.
— ¡Yo quería estudiar astronomía! —exclamó Tōru, envalentonado por la acción de su amigo.
— ¡Yo no quiero ser como mi padre! ¡Me aterra convertirme en alguien como él! —Tetsurō comenzó a abrirse más en sus pensamientos, apretando el volante cada vez con un poquito más de fuerza.
Con cada exclamación que hacían, la presión en el pecho de Tōru iba aumentando.
Su garganta dolía, ya diciendo las cosas a gritos.
Sus ojos quemaban, con lágrimas recorriendo sus mejillas.
Sus dedos se apretaban fuertemente a la tela de su pantalón.
Estaba cansado.
—Me decían que era el mejor y yo sabía que no era así. —Cuando fue su turno otra vez, volvió a susurrar.
En ese instante Tetsurō supo que por fin había llegado el momento, así que aún si tenía sus propias lágrimas silenciosas recorriendo sus mejillas, se dedicó a escuchar lo que el muchacho tenía por decir.
—Me decían que yo era inteligente y yo sabía que no era así.
"Eres el mejor".
—Me decían que era un genio y yo sé que no es así.
"La escuela depende de ti".
— ¿Pero sabes? —Su voz se quebró y tal vez algo más dentro de sí mismo también lo hizo-. Al menos antes tenía esas voces ahí y lo único contra lo que tenía que luchar era con mis propios pensamientos.
"No sirvo para nada".
— ¿Ahora? Ahora no hay nadie contradiciéndome y aunque no me insulten personalmente, yo sé que los comentarios están ahí.
"¿Acaso soy bueno en algo?".
—Ahora tengo que luchar contra mí mismo y contra todas esas palabras no dichas que yo sé que están ahí.
"¡Joder" ¡Ese examen sí que estuvo fácil! No sé cómo alguien pudo haberlo perdido".
—Y no tengo ánimos para seguir adelante.
"¡Si muchos fueron capaces tú también debes lograrlo, Tōru!".
—Aquí no hay nadie que me conozca. Aquí mi reputación no existe.
"¿Un compañero mío "Oikawa Tōru"? Lo siento no sé de quién- ¡Oh, claro que sí! ¡El chico que siempre anda con Kuroo!".
—Y para mi mamá, para mí y para todos a mi alrededor, eso es todo lo que siempre importó. ¡¿Y todos me preguntan que cómo puedo estar tan seguro de eso?! ¡¿Qué cómo?! ¡Sencillo! ¡PORQUE AL FINAL SI NADIE OBTIENE LO QUE ESPERA DE MI SE VAN! ¡MI PADRE SE FUE! ¡MIS AMIGOS SE FUERON! ¡IWA-CHAN QUE ERA LA ÚNICA PERSONA POR LA QUE DARÍA TODO, SE FUE! —Con estas últimas palabras, —gritos— Tōru por fin se dio el tiempo de tocar fondo—. Siempre doy todo por todos. Mi tiempo, mis conocimientos, mi esfuerzo, mis sentimientos. Pero al final del día no valen nada. Yo no valgo nada.
Agarrado a sí mismo lloró.
Lloró.
Y lloró.
Hasta que se quedó dormido.
Cuando por fin despertó, el sol se estaba alzando por el horizonte. Brillante. Imponente. Hermoso.
Y Tetsurō todavía conducía.
Conducía y no paraba.
Porque la vida no espera por nadie.
—Hoy no iremos a esas clases. Ni hoy, ni nunca jamás. Yo me aseguraré de eso —susurró, una vez se dio cuenta de que el contrario ya se había despertado.
Tōru tenía que aprender a amarse a sí mismo.
Y dejar esa carrera era el primer paso hacia el camino del autocuidado.
"Tal vez la medicina nunca haya sido lo nuestro" pensó Tetsurō, viendo como la gran estrella sobre la que el planeta tierra orbitaba apenas salía tímidamente por entre las montañas.
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