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Sirio B
—Estas son las últimas vacaciones juntos, ¿no? —preguntó Tōru, con un leve toque de amargura filtrándose en su tono de voz.
— ¡Pero no pensemos en eso ahora! —exclamó Makki, quien tal y como un gato que le huye al agua, estaba intentando evitar el tema de la inminente separación de todos como si su vida dependiera de eso.
—Mañana va a ser el último día del festival. ¿Asistimos? Ya que no pudimos ir a lo largo de toda la semana —añadió Mattsun, apoyando las acciones de Makki.
—Claro, yo no veo por qué no.
Y con eso, los cuatro amigos quedaron de verse al siguiente día y se separaron para ir cada quien a su hogar.
O al menos esa era la idea, porque Hajime no parecía querer ir a su casa todavía.
Tōru sabía que algo venía sucediendo con su mejor amigo desde hace varios meses, pero respetaba la privacidad del contrario como para preguntarle algo con lo que él evidentemente se encontraba incómodo.
— ¿Quieres ver conmigo la nueva película de Star Wars? —preguntó Tōru.
En realidad él no era un amante de la franquicia, sin embargo, él apreciaba religiosamente cualquier contenido que se llevara a cabo o hablara del espacio.
Sus favoritas eran las que trataban con alienígenas o con vida por fuera de la tierra.
—Solo si después podemos vernos la primera de Godzilla —respondió Hajime, a lo que el contrario sonrió.
—Es un trato.
Y así pasaron la tarde.
Comiendo.
Riendo.
Molestando.
Y no preguntando ni hablando.
Al día siguiente, los cuatro amigos se encontraron en la entrada al festival para poder recorrerlo todos juntos.
En un inicio fue divertido.
Pasaban de un lugar a otro comprando comida e intentando ganar en todos los juegos con los que se cruzaran —lo que implicaba que perdían maravillosamente en la mitad de ellos y Makki y Oikawa susurraban entre ellos que los dueños eran unos "malditos tacaños" por trucar los juegos y evitar que ganaran—, pero al final, a medida que el anochecer se iba acercando cada vez más y más, un ambiente pesado, amargo y casi melancólico se posó en los hombros de los cuatro.
Después de todo, ya se habían graduado.
Cada uno debía tomar su rumbo.
¡Y no solo eso! Oikawa juraba que, si Makki y Mattsun lo volvían a mirar a él y a Iwaizumi de esa manera tan sospechosa, les iba a arrancar los ojos y después preguntarles que bicho les había picado, porque honestamente, él no entendía qué era lo que tenían encima para que esos dos no dejaran de mirarlos como si les fuera a explotar la cabeza en cualquier momento
"¿Acaso nos manchamos con algo que comimos?" pensaba el castaño, intentando encontrar alguna razón.
—Yo creo que ya debería irme yendo —dijo Mattsun, rompiendo por fin el silencio que se había instalado.
— ¿Y eso? ¿No vamos a ver los fuegos artificiales juntos? —preguntó Oikawa, quien estaba no solo confundido, sino también preocupado.
No quiero que este sea el fin, por favor no.
—Esa era la idea, pero de verdad tengo que volver a mi casa porque no he terminado de empacar.
¿Empacar? ¿Él se va a...?
— ¿Te irás? —cuestionó Iwaizumi esta vez.
—Si... Mi viejo quiere que yo vaya a ayudarle a mi abuelo en Hokkaidō.
Ese fue el momento en el que, por fin, todos despertaron y se dieron cuenta de que las cosas no son para siempre.
— ¿Cuándo...? —interrumpió Makki, incapaz de articular una palabra más.
—Salgo en tres días.
Todo el mundo de Oikawa daba vueltas. Si antes había pensado que el ambiente estaba incómodo y tenso, la situación ahora era incomparable.
—Nos vemos en tres días, supongo. —Y con esas palabras, quedaron solo tres muchachos, parados en lo que parecía ser un mundo paralelo a la felicidad que inundaba los otros visitantes del festival.
—Yo... creo que también debería irme mejor. Lo siento —mencionó Makki, aun procesando que uno de sus mejores amigos se iba a ir.
Al final, solo quedaron Tōru y Hajime.
— ¿También te vas? —preguntó el castaño después de unos cuantos minutos de silencio.
Hajime solo lo miró confundido, casi como si no lo hubiese escuchado bien.
O tal vez era algo más.
—Que si ya te vas a tu casa —repitió Tōru.
—No creo, yo quiero ver el cierre del festival.
Eso fue lo único que ambos necesitaron para encaminarse a buscar un lugar donde poder sentarse, una tarea casi imposible cuando comenzaban a amontonarse familias, parejas y grupos de amigos a sus alrededores.
Ninguno de los dos quería eso.
Al final, encontraron un árbol que era lo suficientemente fuerte para que los dos pudiesen sentarse en sus ramas —los dos a cada lado del tronco y en ramas distintas ya que sabían que el pobre árbol no podría con ambos en una sola rama—, pero que también estaba alejado y en la ubicación perfecta como para ver los fuegos artificiales.
—Mamá quiere que yo vaya a Tokio —comentó Tōru.
—Lo sé.
—No nos podremos ver más durante un buen tiempo.
Lo sé.
Ninguno de los dos dijo más y unos cuantos minutos después comenzó la atracción principal de ese día.
Lo especial de ese festival en específico era que el espectáculo de fuegos artificiales se dividía en dos partes.
La primera, no eran más que tres explosiones coloridas anunciando a quienes no estaban preparados que el show iba a empezar y ya la segunda, cuando la magia real tomaba lugar.
Por eso mismo, es que Tōru se permitió divagar.
Los fuegos artificiales eran casi como...
—Personas.
—¿Cómo? —preguntó el castaño, después de que Hajime dijera esa palabra tan de la nada.
—Estaba pensando que los fuegos artificiales son como las personas —mencionó como si nada.
Tōru se tomó su tiempo para observar el rostro, pero no pudo distinguir nada más que calma.
—Yo no creo que eso funcione así —dijo intentando procesar todavía lo que el contrario había dicho.
—No tienes ningún maldito derecho a criticarme después de todo ese show de "un sol de media noche" que montaste hace tiempo —respondió Hajime, sin real rabia en su voz.
—Touché. Pero como sea, no entiendo.
—No lo sé, es pensar como en el impacto que deja cada persona en la vida de uno. Al igual que las explosiones de fuegos artificiales, hay algunas casi no dejan una "estela" o estallan tan rápido que nadie pudo ver realmente como era. Hay otras que los colores quedan como suspendidos en el cielo. Lo mismo con las personas, hay quienes solo son pasajeros, pero muchos otros que sin importar si perduran o se van, sus "colores" quedarán ahí, suspendidos.
Tōru no lo podía creer.
Hajime jamás había sido una persona que gustara de hablar, mucho menos que se pusiera de modo filósofo.
Todo el mundo lo sabía.
Pero aquí estaba él, apreciando ese momento como lo más mágico que le pudo haber pasado en toda su vida.
Es casi como si fuera otra persona.
Pero no, Tōru sabía mejor que nadie que el hombre que estaba a su lado —técnicamente no "su lado" porque el tronco del árbol los separaba— fue, es y siempre será Hajime.
Siempre será su Iwa-chan.
—Interesante —respondió una vez pudo salir de su estupor—. Pero yo estaba pensando que los fuegos artificiales eran más bien "estrellas artificiales".
Y Hajime solo giró sus ojos, a manera de decir "me lo imaginé".
—Entonces si los fuegos artificiales son como las personas, y a su vez como las estrellas. ¿No serían las estrellas como las personas? ¿El sol mismo no sería como una persona?
—Puede ser —acotó Hajime, con una muy leve sonrisa que la oscuridad de la noche cubrió.
Y allí, con una hermosa composición de colores decorando la infinidad del cielo nocturno, el sol de media noche cobró un significado nuevo.
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