CAPÍTULO 17: Salamandra
—¡Rápido, rápido! —Romeo conducía la camioneta de la Legión del Mal, iba de casa en casa recogiendo a las novatas en la División Alfa.
De copiloto iba Dante, revisando los mensajes de texto en el chat grupal encriptado, allí, cada uno iba realizando una bitácora de lo que sucedía, quien no estaba en el grupo era Alma, eso se debía a que nadie se animaba a decirle la verdad: sus amigas y su hermana ya eran parte de la guerra.
El problema mayor era que, si bien los salomónicos estaban más concentrados en el maravilloso Limbo y descubrir el tercer secreto, no tardarían en dirigir un pelotón de Grises en dirección a los rebeldes.
—¡¿Qué sucede?! —Carmela, quien fue la última en subir al vehículo, estaba tan desorientada como sus compañeras—. ¿Sucedió algo? ¿Ya es el fin del mundo?
—¡Nos descubrieron, descubrieron! —gritó Romeo, arrancando el motor con furia.
—De ahora en más será matar o morir —siseó Dante, empalideciendo a sus compañeras—, la Orden de Salomón sabe que no trabajamos para sus intereses, descubrieron a Sam y Ángeles hackeando sus instalaciones y a Alma y Yamil liberándolos de la prisión.
—¡¿Qué vamos a hacer?! —Renata pateó el asiento de quien conducía—. ¡Alma no desarrolló sus habilidades de Ánima Mundi, no tenemos aliados, ni nada! ¡Nos aplastarán como moscas antes que explote todo!
—Alex está preparando todo para movernos a la isla Salamandra —explicó Dante—, ya puso en marcha el paso tres. En esta situación la única subsociedad con la que contamos es con los anómalos.
—¿Qué hay de los vampiros, los licántropos? —preguntó Sofía—. Nunca he visto uno, ¿para qué carajos están?
—¡Por favor, Sofía! —exclamó Romeo—, ¿qué carajos podría hacer un tipo que se convierte en perro, o uno que chupa sangre frente a armas de destrucción masiva como son los Grises?
—Desde que la Sociedad Centinela cayó, las subsociedades se aliaron a la Orden de Salomón —explicó Dante, más calmado que su compañero—, nosotros no tenemos nada que ofrecerles. Con los anómalos es distinto, ellos son considerados como amenaza por la Orden, sus compañeros son sujetos de experimentos y utilizados como armas desechables.
—Sí, sí... ya entendí —rumió Sofía.
—¡Esperen! —bramó Jazmín—, ¿qué va a suceder con nuestras familias? Pueden tomarlos de rehén, pueden amenazarnos.
Los rostros de las chicas se contrajeron en espanto ante tal idea, y es que con los antecedentes de los salomónicos era muy probable que lo hicieran.
—Primero lo primero —respondió Dante, ya que Romeo estaba demasiado alterado como para hablar—, estamos en un punto crítico, una toma de rehenes será inútil. Somos una molestia para los salomónicos, pero no suponemos un problema desde su perspectiva. No tienen idea de nuestros planes, no saben lo de Alma, y nos subestiman demasiado, esa es nuestra ventaja.
—Es decir que nada nos asegura la seguridad de nuestras familias —dijo Renata.
—Puedes esperar el fin del mundo con ellos —protestó Romeo.
El vómito de Alma era negro y viscoso, emergía de ella desde lo profundo de sus entrañas y huía de su cuerpo de manera constante, sin darle respiro. Sus ojos lagrimeaban, y su cara se enrojecía. Sentía que iba a morir asfixiada de la manera más patética, hasta que cayó al suelo del baño. Respiraba agitada, sollozante.
Gary la alzó entre sus brazos y la sentó en el sanitario para limpiarle las lágrimas con agua y papel.
—Y ese es el síntoma más leve de una transportación continua —dijo Yamil, desde el umbral del baño.
—¡¿Y por qué la dejaste hacerlo?! —recriminó Gary.
—Yo insistí —habló Alma, recuperando el aliento de una bocanada—. Teníamos que rescatar a Ángeles y a Sam.
Gary tuvo que tragarse su rabia justo cuando Sebastián apareció tras la espalda de Yamil.
—El avión está listo para despegar —dijo a sus compañeros.
Desde la casa de campo tenían que hacer un trecho hasta el barrio cerrado de la Sociedad Centinela. Allí había un aeropuerto dispuesto para los aviones del presidente y los altos cargos de la sociedad ya extinta.
Cuando ingresaron al barrio se percibía un aire lúgubre, cada familia se resguardaba en su hogar a la espera del catastrófico final, mientras que quienes le eran leales a la Orden ya estaban en algún otro lugar, bajo resguardo y a la espera de las noticias sobre el misterioso sitio que pertenecía los Skrulvevers.
El avión podía verse desde el estacionamiento, Alma presentía que era un tanto grande para su pequeño grupo, también se preguntaba quién sería capaz de pilotarlo. A lo mejor Alex o alguno de la Legión del Mal, ellos habían recibido educación de elite toda su vida.
—¿Puedo preguntar cómo consiguieron un avión? —indagó Alma al momento que Sebastián detenía el vehículo—. ¿No es un poco llamativo?
—El avión pertenecía a la presidencia de los centinelas —explicó Yamil, en tanto descendían del auto—. No ha tenido mucho uso para los salomónicos y ha estado aquí un buen rato. Alex ya se encargó todo para la partida a la isla Salamandra. Ahora que la Orden sabe de nuestra traición no podemos dilatar nuestra huida.
Con el temor en la mirada, Alma se acercó a las escaleras del avión. Nunca había viajado en uno, pero su mayor miedo era estar arriesgándolo todo para nada. Ni siquiera había enviado un mensaje a su tía. Cada excusa que se le ocurría se deshacía en el viento, ya no alcanzaba nada de lo que dijera, cualquier mentira sería una esperanza para que Cathy la esperara en la puerta de su hogar, y Alma ya no pensaba en volver.
Con el paso cansino y la mente en las palabras de Drasill, Alma subió peldaño a peldaño, abstraída en una maraña de confusión. Insegura de como seguir con el plan de Alex, ella sentía que había fracasado, con solo dos teletransportaciones había vomitado con sabor a errante, de ninguna manera podía "crear" otro universo. Sin embargo, cada pensamiento se esfumó de su cabeza al subir el último escalón y ver a sus amigas en los asientos.
—¿Qué...? —Alma se mantuvo sin movilidad sobre el umbral.
Los ojos de las chicas se ampliaron ante su llegada. Al fin se reencontraban de una manera sorpresiva y poco grata.
Jazmín fue la primera en correr a abrazarla.
—Lo sabemos, Alma, lo sabemos todo —le dijo desesperada.
Alma aún no podía reaccionar, su cuerpo estaba tieso, ¿qué significaba eso?
Una a una, fueron a abrazarla. Le agradecían y se disculpaban. La respiración de Alma se agitaba más y más. Era lo único que había pedido a sus compañeros: no involucrar a sus seres queridos.
—¡¿Quién ha hecho esto?! —exclamó Alma, furiosa.
De la cabina del piloto se asomó Alex con la mirada sobradora.
—Hice lo que tenía que hacer —respondió sin mucho detalle.
—Mírame —Jazmín la tomó con firmeza de los hombros—. Tu petición de no involucrarnos ha tenido sentido, pero solo hasta ahora. ¿Cómo pretendías hacernos a un lado con los salomónicos a punto de destruirnos?
—Te agradecemos que hayas preservado nuestra vida normal —añadió Renata—, pero hubiese sido injusto que nos quitaras la posibilidad de hacer algo por quienes amamos también.
—Alex hizo lo que tú debiste hacer —añadió Sofía.
—No te preocupes más por nosotras —dijo Carmela, pero Alma se tomaba la cabeza con ambas manos y trastabillaba hacia una de las butacas—. Estamos aquí para ayudarte, no para ser una carga.
Alma seguía con su estómago revuelto y con las náuseas empeorando. De algún modo no podía contradecir a las chicas, pero no podía parar el irrefrenable odio que le generaba Alex y sus decisiones a escondidas.
—Así que todos lo sabían —rumió y dejó caer su cuerpo pesado en una butaca junto a la ventanilla.
—El plan era conseguir aliados —explicó Alex—, las únicas personas confiables eran ellas. No podíamos decírtelo porque te negarías, te preocuparías y afectarías tu entrenamiento como un Ánima Mundi.
Era mejor enfocarse en lo importante. Cuando las turbinas rugieron, Alma se sujetó a su cinturón y cerró los ojos deseando que todo saliera bien con los anómalos pues ya no podía detener los hechos.
—Quiero preguntarte tantas cosas que no sé por dónde empezar —Jazmín mordisqueó las yemas de sus dedos al sentarse junto a Alma—. Pero lo que más me importa es saber cómo te encuentras ahora.
Alma resopló, agotada.
—Confundida —Alma desvió su mirada a la ventanilla, la ciudad se volvía pequeña—. Es un sentimiento recurrente, nunca tengo tiempo suficiente para procesar los hechos y mis emociones, nunca sé si estoy yendo por el camino correcto o si estoy siendo manipulada.
Jazmín la abrazó, y Alma respondió el abrazo con fuerza. No quería llorar, pero por alguna razón lo hacía, había estado esperando poder decir lo que sentía a su amiga desde hacía mucho tiempo, había deseado un abrazo sincero demasiado tiempo.
—Has sido muy fuerte —Jazmín lloró de igual modo, sin soltarla.
Renata, Carmela y Sofía se sumaron al abrazo y a las palabras de aliento. Del rostro de Alma seguían cayendo lágrimas, pero también reía de felicidad. Se sentía acompañada y libre de ser vulnerable.
Yaco, Gary, Lisandro y Mao miraban de reojo, debían admitir que Alex había hecho lo correcto.
"Abrochen sus cinturones, estamos por aterrizar". Fue el mensaje enviado por Alex tras varias horas de viaje.
En la cabina de mando, Alex ya divisaba la lejana e inhóspita isla Salamandra junto a su equipo. A su lado, Ángeles intentaba enviar señales de auxilio a los anómalos, para ello usaba su laptop y así interferir en alguna señal que fuera captada por los habitantes de la misma.
—¿Has obtenido alguna respuesta? —preguntó Alex a Ángeles.
—Han respondido —dijo Ángeles—, nos piden que aterricemos en el helipuerto del centro.
—Tratemos de mostrarnos cooperativos —dijo Alex a los demás—, los anómalos no están siendo confiados, estoy casi seguro que ya saben todo.
A pesar de su tamaño, la isla solo tenía una pequeña porción de su ciudad iluminada. Las efímeras luces tintineaban en una noche tan oscura como el Limbo, donde solo se respiraba el aire salado del mar y la música que se oía era el mecer de las olas.
Alex inspiró hondo cuando vio a un anómalo señalizándole la pista de aterrizaje: los estaban esperando.
El miedo era natural, esos seres habían sido diseñados por el genetista Edgar Hyde que buscaba al próximo eslabón de la raza humana en un laboratorio uniendo piezas humanas y de animales. El problema venía con los efectos adversos de estos seres que consideraban a los humanos como un virus a eliminar.
El avión descendió gradualmente su altitud, las ruedas principales hicieron contacto con el asfalto y chirriaron por el mismo. Una vez en tierra, los motores redujeron la velocidad y los frenos detuvieron el movimiento total de la aeronave. Había sido un trabajo exitoso.
Antes de desembarcar, el silencio reinó en el avión. Decenas de anómalos los rodeaban, sin armas, sin vehículos y sin decir nada. No necesitaban de grandes cosas para amedrentar a cualquiera.
—Voy primero —dio Alma y abrió la compuerta.
La ventisca cálida acarició su rostro y cuando dio un paso adelante, los anómalos se alejaron un paso. Eso sorprendió a todos por igual. El fino instinto y sentido de los isleños sabían que ella no era un simple humano al que debían eliminar.
—¿Qué hacen aquí, centinelas? —Una mujer alta de piel negra y brillante se abrió paso entre sus compañeros—, ¿por qué buscan asilo en esta isla? ¿Acaso no saben de lo que somos capaces de hacerles?
—Solo a los humanos comunes —respondió Alma—, sé que a quienes poseen siddhis son capaces de tratarlos como a iguales.
Ángeles y Sam se miraron con pavor.
—¡Alma!
Un grito eufórico se oyó de entre los anómalos. Apolo corría hacia el avión, sosteniendo una gran sonrisa que se esfumó en cuanto vio a Jazmín y Renata a las espaldas de su amiga.
—Así que aquí te escondías rata inmunda —gruñó Renata.
La mujer morena suspiró y relajó su postura ante la intervención de Apolo, entonces siguió hablando:
—Mi nombre es Mamba —dijo—, soy parte del comité que organiza la población de anómalos en la isla Salamandra. Sepan que nadie es bienvenido aquí, el único motivo por el cual los dejamos pasar es por la información que nos ha enviado Ángeles.
Ángeles se asomó para saludar a Mamba, pero las miradas alertas se posaron sobre ella.
—¡No te acerques! —dijo Mamba cubriendo su nariz, arrojó una caja a los visitantes—. Quienes no tengan siddhis deben colocarse los implantes de la caja. Son liberadores de hormonas inhibidoras para nosotros. Si no se las aplican los atacaremos sin piedad.
Alma tomó la caja y la traspasó a sus compañeros. No tenían opción más que confiar si pretendían obtener ayuda de los anómalos. Ángeles y Sam confiaron su vida a cualquier dios e ingirieron las capsulas sin rechistar.
Una vez que las hormonas surtieron efecto, y que no hubo incidentes inesperados, Mamba pidió que la siguieran por la ciudad.
Como cualquier IPC, no podía decirse que la isla Salamandra fuera un sitio normal. No solo era su calor agobiante, sus habitantes o su silencio sepulcral. La pequeña ciudad costera poseía casas humildes y deshabitadas, muy pocas contaban con algún farol fuera de la casa, y mucho menos funcionaba la iluminaria de las calles del centro comercial, el cual se encontraba en ruinas.
Escoltados por una decena de anómalos, los miembros de la División Alfa, revisaban cada rincón con sus miradas de asombro. Sabían que había habido una guerra, en la que los anómalos había sido vencedores, pero no calculaban los daños y las consecuencias.
Alma, que iba al lado de Mamba, decidió preguntar:
—¿Qué ha sucedido con este sitio?
Mamba sonrió de lado y siguió con la vista al frente.
—Nos costó averiguar quiénes eran nuestros titiriteros —explicó—, debes saber la historia, ¿no es así? Edgar Hyde nos creó, y Pandora, miembro de los centinelas, robó los estudios de Hyde y creó esta IPC para investigar y resguardar a los anómalos de los ciudadanos comunes.
—Luego atacaron los Nobeles, quienes trabajan para la Orden, ¿no es así? —preguntó Alex, siguiéndoles el paso.
—Así es —dijo Mamba—, mientras que los centinelas buscaban investigarnos, la Orden quería adiestrarnos utilizando el Disociador M para formar parte de sus ejércitos. De hecho, por un tiempo lograron esclavizar a muchos compañeros, y otros tantos siguen capturados bajo su mando, pero ya logramos limpiar esta isla y hacerla nuestra, nadie más se interpondrá en nuestra libertad, nadie más no utilizará como se les antoje.
Mamba lanzó una filosa mirada a Alma y a sus compañeros.
—Allí es —interrumpió Apolo—, la vieja casa de Pandora es nuestra nueva alcaldía. Los miembros del comité están esperándonos.
Si alzaban la vista podían ver una gran mansión que sobresalía de la humildad del pueblo. Las luces encendidas les indicaban que había gente habitándola y esperando por ellos.
La gran mansión no era una vivienda, en sus interiores había oficinas destinadas a diferentes tareas en donde algún que otro anómalo deambulaba por los pasillos, sin embargo no podían detenerse a realizar un tour por las salas de decoración barroca o los pasillos hacia los jardines, sino que se orientaban a una sala de reuniones en donde diez anómalos, cinco mujeres y cinco hombres de edades variadas, aguardaban a los "turistas".
Mamba les abrió paso a los visitantes y les ofreció asiento a lo largo de una extensa mesa.
Un hombre de unos cuarenta años, vestido informal, se levantó de la silla.
—Bienvenidos, mi nombre es Gelb —se presentó—, formo parte del consejo de los anómalos, que es nuestra forma de gobierno. Todos aquí cooperamos para salir adelante ayudándonos entre sí con los pocos recursos y habitantes que tenemos. Como sabrán, nuestra posición en el mundo está amenazada, por eso esperamos que sean sinceros en sus palabras y de ese modo podamos llegar a un acuerdo.
Una hermosa mujer de curvas pronunciadas y cabello rubio radiante se levantó a penas Gelb terminó de hablar.
—Soy Débora, y recibimos la información de Ángeles —Débora apuntó a Ángeles con la mirada—. Sobre la Sociedad Centinela y la Orden ya teníamos información debido a que podemos infiltrarnos en su sistema. Sí, somos más listos que los humanos. Sin embargo no sabíamos acerca del apocalipsis y del ataque planificado a nuestra isla.
—Por eso les pedimos ayuda —dijo Bautista—, aunque primero quiero agradecerles por habernos recibido. Aquí todos tenemos las de perder, pero si cooperamos puede que podamos detener esta locura.
Una voz interrumpió a Bautista, era una joven mujer de melena castaña, larga hasta sus hombros que la observaba desafiante.
—Si lo que dicen es verdad, ustedes tienen más que perder —dijo la joven—, nosotros podemos reforzar la seguridad de esta isla y del búnker. Entonces, si quieren nuestra piedad luego de haber experimentado con nosotros, deberían ser sinceros en todo lo que dicen, y deberían entregarnos toda la información que tengan.
Yaco dio un paso adelante y tocó el hombro de Bautista para que descansara, ahora él sería el encargado de contar a los anómalos sobre toda la historia de los centinelas y la Orden, mientras que Sam y Ángeles se encargarían de entregar toda la información y los accesos a los sistemas, exceptuando a aquellos que no habían podido ingresar.
Era gratificante tener un relevo para negociar con esos seres, desconfiados con motivos, aunque no parecían estar cerrados a un acuerdo. Casi podía decirse que estaban buscando que los terminaran de convencer para comenzar a trabajar juntos.
Cuando los anómalos recibieron todos los archivos y los accesos a cámaras y documentos clasificados, pudo verse un ambiente más ameno en donde todos colaboraban con la causa. Los habitantes de la isla por fin entendían que no iban a poder luchar solos contra los Grises, ni antes ni durante ni después del apocalipsis, así que aceptarían la ayuda de la ex División Alfa.
Antes de la medianoche la alianza se concretó. Podrían comenzar a trabajar en un plan por la mañana, ya que todo indicaba que los ejércitos de la Orden de Salomón seguían encarnizados buscando rastros de los Skrulvevers en el Triángulo de las Bermudas, sin saber que esa guerra ya la habían perdido.
—El hotel está a tres cuadras de la plaza central —indicó Gelb al grupo—, claro que no tiene servicio a la habitación y las sábanas no han sido cambiadas en varias semanas.
—No me sorprende —siseó Sofía—, parece un pueblo fantasma.
—Quedamos alrededor de trescientos anómalos en esta isla —explicó Apolo—, antes del ataque habían humanos conviviendo con nosotros, y muchos otros anómalos. Era una gran población en medio del océano. Sin embargo, tras el ataque, limpiamos la isla y decidimos solventarnos sin ningún intermediario.
Un escalofrío recorrió la espalda de los presentes, "limpiar la isla" era un eufemismo claro para evitar decir la palabra "masacre".
Pocas habitaciones del hotel contaban con electricidad, y tal como había dicho Gelb, el mismo no contaba con limpieza adecuada, así que los visitantes preferían colocar unos cuantos colchones en el gran comedor a ocupar habitaciones separadas.
Lisandro, Gary, Mao, Dante y Romeo trasladaban algunos abrigos de cama y las últimas almohadas para todos, en tanto Carmela y Sofía armaban las camas.
—Será la pijamada más grande que hemos hecho —siseó Carmela, enfundando una almohada.
—Sí, y la primera en una isla llena de psicópatas. —Sofía sonrió de lado—. ¿Estás bien con esto? Tu vida era normal hasta la semana pasada y ahora no sabemos por cuanto tiempo permaneceremos vivas.
Carmela tomó aire y lo dejó salir con una sonrisa.
—No he tenido tiempo de procesar nada, y no voy a negarte que el cuerpo no deja de temblarme, pero prefiero esto a no saber nada —Carmela llevó su mano al mentón y miró a Sofía con fijeza—. Tú, en cambio, parece que lo has procesado bien.
Sofía solo sonrió y siguió con su tarea.
Yaco y Renata cocinaban algunas pastas con mariscos que los anómalos les habían regalado junto a algunas galletas y frutas, pero Bautista se quejaba de la falta de alcohol.
—¿Quieres ayuda con eso? —preguntó Yaco a Renata, viéndola demasiado concentrada en picar cebollas que la habían llorar.
—Estoy bien —Renata limpió sus lágrimas con el puño.
Yaco resopló, sabía que no todas las lágrimas se debían a la cebolla.
—En serio, estoy bien —repitió Renata—. Necesito descargar, pero prefiero poder hacer algo a no hacer nada, lo digo por el fin del mundo.
Con eso, Yaco pudo sentirse menos culpable.
Sam, Yamil, Ángeles, Alex y Sebastián conectaban unas cuantas computadoras para seguir trabajando en el plan, no podían darse el lujo de descansar o jugar a la guerra de almohadas. Mientras que Alma ya reposaba en un colchón junto a Jazmín, no llegaban a dormirse pero ambas contemplaban las salpicadas de sangre en el techo.
—Todo esto es tan raro —Jazmín elevó sus manos y las miró con extrañeza—. Es como si estuviera en un sueño.
—Ya te acostumbrarás —dijo Alma—, llevo sintiéndome así desde que me ingresaron a la Sociedad Centinela. Lo extraño es que también olvidas tu vida anterior.
Alma estuvo a punto de cerrar sus ojos para descansar un momento pero el llamado a la comida la espabiló.
—Ya sé que no tienen hambre, pero es hora de comer —dijo Renata, y Yaco colocó la fuente de pasta sobre una mesa.
—No podemos comer estamos por localizar a nuestro próximo objetivo —siseó Sam con la vista en la pantalla—, enviamos un mensaje a Mateo y estamos aguardando su respuesta.
Era el momento del paso cuatro: secuestrar a Luca, Mateo y Bianca.
—¿Es necesario secuestrarlos? —preguntó Lisandro—. Si están del lado de la Orden dará igual a quien secuestremos, no nos darán información.
—Es probable —dijo Alex—, pero son los únicos miembros de la Orden con los que sabemos tratar.
—Es creíamos antes de que nos traicionaran —dijo Mao, cruzando de brazos.
Carmela alzó su mano y tomó la palabra:
—¿No es más fácil secuestrar a los Altos Mandos o a Leonardo llevarlos al Limbo y dejar que los errantes se encarguen de eso?
Yamil prefirió responderle la inocente pregunta.
—La Orden no se trata de una persona —explicó con calma—. Podemos matar a los que suponemos que son los líderes, pero hay muchas personas tras esta idea. Además, son muy fuertes. Ni siquiera estoy seguro que pudiéramos transportar a uno al Limbo sin morir en el intento.
—Y para peor no puedo realizar demasiados viajes sin vomitar —añadió Alma.
—Es una idea inviable —añadió Alex—. Tratamos de buscar una solución efectiva. Mateo, Luca y Bianca son las únicas personas que podríamos llegar a chantajear para obtener más información, o podríamos buscar una forma, a través de ellos, para ingresar a la red de información de la Orden.
—Creo que fue tonto preguntar —rió Carmela.
—No hay preguntas tontas —respondió Sebastián.
—Pues yo tengo una pregunta —habló Renata—, ¿van a comer o cociné en vano?
La mirada de Renata era firme, así que lo mejor sería servir la comida y comer aunque no tuvieran hambre. Sin embargo, Alex hacía caso omiso al resto puesto que Mateo contestaba al fin el mensaje.
"¿Por qué me quieres ver, Alex?", decía el mensaje de Mateo.
Alex sonrió.
—Mordió el anzuelo —dijo.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top