Capítulo 9: Viaje al centro del inconsciente

En un sofá frente a la televisión de tubo, Alma y Sofía venían los dibujos animados, aunque la más pequeña tenía los ojos irritados por un reciente llanto. No recordaba lo sucedido, no obstante no le parecía raro. En esa época, Sofía era una niña muy llorona y dependiente. Alma la recordaba como a una persona distinta a la que era en la actualidad; una que vivía apegada a ella, que era débil y sensible, pero feliz. En ese momento le hubiese imposible creer que se convertiría en la chica agresiva y antisocial a la que apodaban rompehuesos.

¿Cuándo había ocurrido ese cambio? ¿Cómo no lo había notado?

<<Sin embargo yo sigo igual>>, pensó Alma.

No, no lo era. En ese entonces, Alma era desinhibida, protectora e impertinente; tan segura de sí misma como nunca. Ella confiaba en la gente, en la posibilidad de una vida mejor, de un mundo mejor.

<<¿Qué me pasó? ¿Cuándo pasó?>>, se preguntó con la vista en la escena.

La televisión se apagó, la madre de las niñas sostenía el control con fuerza. Alma vio su rostro borroso, su cuerpo y su mente sintieron aprensión. La pequeña mano de Sofía la tomó del brazo, y ambas se dirigieron a uno de los cuartos. Su cama vestía las colchas bien extendidas, todos sus juguetes decoraban un gran cesto; su ropa y zapatos desprendía aroma a suavizante desde el ropero, y las paredes eran rosadas, como el algodón de azúcar de las ferias, mientras que las cortinas blancas como las palomas de la plaza a la que no iban.

Las niñas se asomaron por la ventana al oír murmullos. Una mujer de unos sesenta años, blanca en canas, entraba a su casa. Era el día en que Nana había sido contratada, una amable señora, comprensiva y buena cocinera, que las había cuidado un buen tiempo.

Nana entró, se presentó con amabilidad a las temerosas niñas.

—Mi vuelo sale en dos horas. —Delfina, la madre de ambas, arrastró su maleta dejando a cargo a la anciana—. No puedo retrasarme.

Sin un adiós la mujer se marchó, y eso fue más una solución que un problema. Las niñas podían ser niñas; desordenar, mirar la televisión, a veces jugar hasta tarde y al otro día tener el desayuno listo. Los bellos recuerdos pasaban como imágenes fluidas, eran momentos simples; las tardes de verano solían ser eternas y gloriosas, junto a la traviesa Jazmín, en la calle o en la plaza. Más allá de las dificultades, podía presumir una gran infancia. Lo material no faltaba, y el amor que no conseguían de sus padres lo ganaban de otros.

Los recuerdos se detuvieron. Alma tenía nueve años, estaba junto a Nana y Sofía, comprando en el mercado, y recordó aquella conversación que tanto la hizo enojar con Nana, y porqué dejó su recuerdo atrás.

—Su padre les deja dinero en el banco y ella se lo gasta todo en sus lujos, la única razón por la que conserva a las niñas es por ese dinero —decía Nana a Carmen, la madre de Jazmín—. No recuerda ni sus cumpleaños. Las desprecia, y me lo ha dicho varias veces. Ahora quiere volver a ser azafata, pero es porque está saliendo con un piloto, pronto comprará una casa en Miami, es lo que oí. Catherine, es muy joven para arruinarse la vida, apenas se ha recibido y piensa en hacerse cargo de las pequeñas, sin embargo yo me quedaré sin el empleo.

—Bueno, bueno... —Carmen trataba de bajar el entusiasmo de Nana a la hora de calumniar—. A lo mejor no quería ser madre y se vio obligada a serlo. ¿Quién sabe? Al menos les da una vida digna y te ha contratado a ti para que las críes, ¿no?

—Espero que sea un tiempo más. Quiero pagarme un viaje al Caribe.

No era precisamente el cotilleo que escuchaba acerca de su vida lo que la enojaba, pues ella lo sabía muy bien. Recordaba que su madre no era un hada salida de un cuento. Solo recordaba ser despreciada, tratada de inútil, de estorbo, cuyo único propósito era ser una fuente de dinero. Lo que la enojaba, a niveles insospechados, era el hecho de que a Sofía si le había afectado escuchar eso.

Sofía aguantó el llanto algunos segundos, y luego, como era de costumbre, se pegó al cuerpo de Alma para evitar que vieran su triste y lacrimoso rostro. Ese era un hábito que había tomado, luego de que su madre siempre la regañara. Al presente, a Alma no le parecía gran motivo para enojarse. Nana, era una vieja chismosa como cualquier otra, tampoco les debía afecto, era su trabajo cuidarlas. Sin embargo, en ese momento, lo sentía como una traición. Durante la infancia, Alma solía consolar a Sofía con excusas como: mamá es así porque trabaja mucho, mamá nos quiere igual, no nos hace falta nada, no nos podemos quejar. Había tenido que ser mentirosa, creando mundos de fantasía para aliviar el dolor, y Nana lo destruía todo en un segundo.

Los recuerdos de su infancia se volvían claros, percibiéndolos de manera distinta, más madura, entendía el hecho que su madre no las quería, y no le importaba. Entendía el hecho que Nana era una niñera, también razonaba el hecho que Catherine había decidido tomar la guarda para que no fuesen dejadas en el orfanato.

En la actualidad sabía que todos los gastos de la casa corrían por cuenta de Cathy, por lo que no podía verificar si existía alguna pensión de su padre.

Los recuerdos de Alma llegaron hasta el momento donde Nana fue despedida. Todo lucía borroso, era un momento de transiciones, de cambios; sin embargo, carecía de detalles, como en los anteriores recuerdos; las imágenes pasaban como un sueño lejano. Nana se marchaba, en poco tiempo vendría tía Cathy. Ni siquiera así recordaba ese momento, ¿por qué?

Su viaje se tornaba extraño en esa etapa. Los recuerdos eran estúpidos y carentes de sentido. En una palabra: insólito. Uno tras otro, recuerdos de momentos cotidianos. No hablaba, nadie le hablaba; comía, dormía, se bañaba.

Esos recuerdos sin sentido, que la mente eliminaría, estaban ahí, contaminando su viaje, sus posibles momentos importantes. De un momento a otro, su madre ya no estaba, y Sofía era tal y como era al presente; apagada, autosuficiente, deportista, fuerte, la rompehuesos. Ya no se escondía detrás de su espalda, incluso la miraba con cierto recelo, no lloraba, ni siquiera sonreía.

Cathy redecoraba la casa con algunas flores y fotografías de ellas, la casa comenzaba a oler a bizcocho, todo le era más familiar a su actual vida, pero no podía hacer conexión en sus recuerdos. ¿Qué había sucedido en ese lapso? Ni siquiera haciendo un esfuerzo por cuenta propia podía recordarlo.

Alma quiso seguir hasta el final del viaje, pero su cuerpo se había detenido frente a un espejo, frente a su imagen de unos quince o dieciséis años, y tras su espalda aquel monstruo que se acercaba más y más a ella. La esencia de ese espectro oscuro estaba posesionado en su imagen, no le decía nada, solo parecía reírse entre dientes. Alma lo soportó a pesar del terror que le proveía, pues quería saber hasta dónde llegaría, ¿qué quería demostrar instalándose en su reflejo? ¿Quería demostrar que la tomaría por completo? ¿Acaso había sido él quien había alterado sus recuerdos?

La inocente imagen de Alma era rodeada por un aura negra, ahora poseía ojos rojos y una infausta mueca. Y así se mantuvo, petrificada por el miedo y otra por la intriga.

—¿Quién eres? —preguntó Alma, firme.

Su reflejo sonrió y todo se volvió negro.

De un instante a otro, todo se esfumaba. Estaba otra vez en la densa habitación, sobre la alfombra, con los ojos abiertos de par en par. Lisandro y Gary abrían la rechinante, dando por finalizado el viaje entiempo y forma.

—Lo he visto otra vez —confesó Alma, al levantarse del suelo.

—¿De qué hablas? —Gary se apresuró sobre ella para levantarla del suelo—. ¿Hablas del espectro?

—¿Por qué ha sido ese viaje? —indagó Alma, apretando sus puños para que no se notara su ligero temblor—. ¿Qué significado tiene?

—Debemos avisar al presidente —indicó Lisandro a Gary, ignorando la pregunta de Alma.

—Es la infección, ¿no? —Alma colocó sus manos en la cintura—. La única manera de sanar es seguir adelante. Debemos terminar con esto, habrá tiempo para los informes más tarde.

Los jóvenes intercambiaron miradas en acuerdo con Alma. Lisandro guardó su teléfono y esperó un poco más.

—Es un viaje a tus memorias pasadas —explicó Gary—. Sirve para liberarte de tus penas y tus energías negativas, te ayuda a reflexionar sobre tus malos momentos con madurez y a limpiar tu espíritu. Creímos que esta instancia sería buena para la ocasión, al parecer no ha sido suficiente.

—Esta vez fue diferente murmuró Alma—. Él tenía mi imagen, lo estaba viendo a través de un espejo, sonreía y me miraba fijo con sus horripilante mirada... antes de que me dijera algo desperté. También noté que mis recuerdos estaban distorsionados, de un momento a otro, solo recordaba trivialidades.

—¿Tú recuerdas esa etapa de tu vida? —preguntó Gary.

Alma se forzó por traer al presente alguna memoria relevante, convenciéndose que no había nada de especial en ese entonces, el ingreso a la adolescencia había sido una etapa de apatía y sinsabores que finalizaba con caos y tragedias.

—Fue antes que comenzara a consumir drogas —dijo Alma—. La mayoría de las cosas se han borrado. No ha sido muy importante esa etapa de mi vida.

—Sigue siendo extraño —murmuró Gary.

—Enviaré un reporte más tarde —expresó Lisandro, al ver como Alma demostraba tener una laguna mental.

Sin más, los chicos transitaron el camino al último trecho; a los últimos tres minutos, al último viaje astral. De algún modo, Alma se sentía más fuerte, podía enfrentarse a ese espectro. No tenía miedo, solo ansias por acabar con la infección.

Las compuertas se deslizaron frente a sus rostros. Un respirador artificial y una tarima del tamaño de una cama justo en el centro de la misma era todo lo que había en ese sitio entintado de un blanco austero. Carecía de aromatizantes, de velas, de sahumerios y de todo tipo de ambientación.

—Para la siguiente etapa —habló Lisandro— deberás morir y resucitar, para eso es el respirador.

Crudo y sensato, así era él. El desconcierto se hizo evidente en la mirada de la novata, sabía que las palabras que proliferaba Lisandro nunca eran en vano, pero apenas podía asimilar tal cosa.

—¡No la asustes! —gritó Gary, para voltearse hacia Alma—. Morir es solo una expresión, es solo un proceso en el que tu alma se desplegará de tu cuerpo y podrás viajar. Con este último viaje, tu alma, tu cuerpo y tu mente, estarán listos para recibir lo que viene.

—Luca me convenció de tirarme de un acantilado. —Alma hizo una mueca de lado—. Confié en él, y así lo haré con ustedes.

Aunque dijera eso, no se trataba de confianza sino de resignación. No tenía las palabras ni las preguntas bien formuladas como para oponerse, por ende, se recostó en la tarima con el corazón galopándole al punto de querer romperle las costillas, ¿qué podría ser peor? Incluso si moría se liberaría de su pesar.

—Percibirás un minúsculo piquete. —Lisandro tomó una jeringa de su bolsillo.

Para cuando Alma quiso reaccionar, Lisandro la inyectaba en su brazo y Gary se apresuraba a colocarle el respirador. Sus ojos se cerraban sin voluntad propia. Su espíritu ascendía y ahora podía ver desde arriba su propio cuerpo.

—Ahora sí me jodí —dijo en un susurro que nadie oyó.

Gary le cerraba sus ojos con los dedos, asimismo besaba con ternura su mejilla. Alma tocó su mejilla fantasmal, sin sentir nada de su cuerpo físico. Así, los jóvenes la dejaron a solas el cadáver de Alma, no había otro nombre para eso.

Sin peso, sin materia, abrumada por la imagen de su propio cuerpo difunto, emergió de la habitación, flotando en el aire como un espíritu, atravesado por la corriente. La sensación de volar borraba las penas, el dolor, las preocupaciones y cualquier malestar. Era parte de una corriente libre de todo mal, navegaba sobre los edificios de Marimé, sobre las personas, entre las nubes, entre el bosque a una velocidad incalculable que no le afectaba en lo más mínimo. Seguía percibiendo todo con una inenarrable sensación de dicha.

Podía verlo todo.

En el vestíbulo de la chacra, Lisandro enviaba un mensaje a Yaco, el segundo al mando en la División Alfa.

Alma se ha encontrado con el espectro en el segundo viaje. Tomó su forma y se presentó frente a ella en un espejo, dijo que vio sus recuerdos alterados, ahora, por decisión propia, ella se encuentra en la última etapa.

Yaco no tardó en contestar.

Ya he enviado el mensaje al presidente, organizó una junta, se irá del país, quiere que sigan con el procedimiento. Hablaremos mejor en cuanto regresen.



Su espíritu sobrevolaba con una ligereza inaudita. Podía ir a donde quisiera, con solo pensarlo y en tan solo tres minutos; el mar, el desierto, la selva. Primero, visitó a Cathy, su tía trabajaba en el jardín de niños, leía un cuento a los pequeños que oían con atención. Le tranquilizaba verla a salvo, no obstante, Alma no le encontraba el más mínimo sentido a de viajar como un espíritu. Una vez más, la joven maravillada ante tal habilidad, decidió ver uno de los entrenamientos de Sofía, pocas veces tenía el honor de verla en acción. En un segundo la vio dando la nota ante un severo profesor de artes marciales; la joven, de contextura pequeña y cara aniñada, realizaba la rutina con tal perfección que era aplaudida y tomada de ejemplo por todos sus compañeros.

 Más tarde visitó la mansión. Yaco hablaba por teléfono con Timoteo por lo sucedido en sus entrenamientos. Luca estaba en el despacho de las computadoras, revisaba los videos de la primera instancia de iniciación, más precisamente la prueba a ciegas. Alma se vio en la pantalla con los ojos vendados, yendo directo al precipicio, y ahí había algo más, como había sucedido en las cuevas. La sombra negra se mostraba con claridad, y la guiaba con su sonrisa al vacío.

Lo que la podría perturbar, le resultó indiferente en ese estado.

Alma siguió su viaje por distintos lugares, sin importar cual fuera la localización. Montañas majestuosas, en donde el frío dominaba a cualquier ser vivo y las ventiscas eran fuertes como los disparos de una ametralladora, donde el único sonido el cruel grito del invierno. Visitó praderas descomunales, pastizales llenos de animales en libertad, conviviendo en total equilibrio. En pocos segundos pasó por bosques a selvas, desiertos, mares, lagos, lagunas y perdidos oasis. Lo inefable del viaje la elevaba a un nivel de consciencia superior.

A pesar de viajar más allá de la velocidad de la luz, su cuerpo material ya resentía los tres minutos pactados para el viaje; y ella, mejor dicho su cuerpo, no respondía ante los desesperados llamados de Gary y Lisandro, a quienes se les hacía imposible abrir la puerta que ellos mismos habían cerrado con precaución. Una ligera escarcha congelaba la entrada e impedía el pase para poder rescatarla de la muerte.

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