Capítulo 6: Dolor mental

Antes de regresar a su morada se detuvieron en la casa de Mateo. Imaginaba que le pagarían algunos billetes luego del día perdido y sus ropas arruinadas. Frente al portón, Alma reparó en los detalles que no había apreciado al ser secuestrada. Su boca se abría por sí sola, y es que su escasa imaginación no podría haberse inventado tal mansión. No se asombraba, se asqueaba ante tal desvergonzada ostentación. Ni siquiera quería imaginar que algo de esas riquezas le pertenecía, porque bien sabía que detrás de ese lujo desmedido no había ni una pizca de decencia.

—¡Espabílate, Alma! —Luca le chasqueó sus dedos en la cara—. Cuanto más rápido entremos, más pronto te irás.

<<Es todo lo que quiero>>.

Alma siguió a Luca. El hall se hallaba vacío, los pisos terracota brillaban, las alfombras de las escalinatas y los mobiliarios lucían impecables. ¿Residía alguien en ese sitio? La respuesta era sí, probablemente más personal de limpieza que otra cosa. Enseguida, el parloteo de los chicos se volvía más fuerte. Gary, Yaco y Lisandro descendían por las escaleras, conversaban muy entretenidos de algo que Alma ignoraba.

—¡Llegaron! —exclamó Gary, extendiendo una sonrisita de pura luz—. ¿Cómo te ha ido, Alma?

—Como la mierda. —La mirada de Alma se desviaba a los rincones, y evitaba a los jóvenes.

La sonrisa de Gary se volvió decepción.

—Dos de cuatro —añadió Luca—. Aprobó las instancias en las que creí que fracasaría. La del valor y la de la lealtad.

—¿Te tiraste por el acantilado? —inquirió Yaco, perplejo.

Alma hizo un gesto poco feliz hacia un lado con sus labios.

—Fue más un intento de suicidio que una muestra de lealtad —comentó Luca, arqueando una ceja—. Tuve que darla por aprobada, a pesar que no la considero como tal.

—Pero fracasó en las pruebas más tontas —interrumpió Lisandro—. La perseverancia y percepción.

—¿Cuándo me pagarán? —preguntó Alma.

Yaco soltó una risotada que lo ahogó. Gary buscó en sus bolsillos, aunque con suerte hallaría un billete.

—Te traeré tus papeles y lo demás —lanzó Luca—, pero antes necesitamos ver las cámaras de seguridad de la segunda prueba.

El corazón de Alma se detuvo para volver a latir más deprisa. Pensaba que nunca lo diría.

—¿Sucedió algo? —Yaco preguntó serio, mirándoles.

—Lo averiguaremos —respondió Luca.

Los rostros de los chicos no indicaban querer burlarse, en cambio, se mostraban preocupados, intercambiaban miradas y mutismos cómplices. Por un momento el clima de alegría se detenía. Alma prefería estar equivocada.

Yaco indicó con su mano para que todos lo siguieran.

En una habitación apartada del segundo piso, se hallaba un amplio y refulgente despacho circular colmado de bibliotecas en sus muros, que iban desde lo más alto del techo cóncavo, hasta sus suelos de lustroso mármol, aunque también poseía algunas alfombras purpúreas y sofás aterciopelados del mismo tono. En medio de ello se ubicaba un enorme escritorio con, por lo menos, cuatro pantallas de computadoras ultracompactas. Yaco se sentó en medio de todas ellas y tecleó. Sin demoras, pudieron ver distintos ángulos del bosque, sobre todo de la iniciación de Alma. Todos tenían la vista puesta en las pantallas, incluyendo a la susodicha, que se comía las uñas de los nervios, más aún cuando Yaco adelantó las imágenes hasta llegar al momento preciso.

Con un par de movimientos con el mouse, la imagen se amplió y fue más clara. Podía notarse los niveles de calor, los cuáles eran bastante altos en apariencia, quizás por estar bajo tierra.

—Hay una distorsión. —Yaco señaló dentro de la cueva en un punto borroso, en medio de la oscuridad—. Y los sensores de calor indicarían que hay otra persona dentro.

La sangre de Alma se alborotó, podía ver la distorsión y la silueta que se formaba debido a los sensores. ¿Tenía razón? ¿Alguien la acechaba en la oscuridad? ¿Con qué fin?

—No se ve nada —siseó Lisandro, viendo en la imagen el momento en el que Alma se mantenía estática con la vista hacia abajo.

—Sí, hay algo —afirmó Luca, punteando una ligera distorsión en la imagen—. Había algo allí, a lo mejor no era humano.

Alma abrió sus ojos y su cara empalideció, en realidad esperaba que le dijeran que era producto de su imaginación, que las drogas consumidas en la adolescencia le habían atrofiado los sesos, pero no ¿ese espectro había sido real?

—No hagamos conjeturas tan rápido —dijo Gary, en un vano intento por apaciguar el horror de Alma.

—¿Alguna suposición? —preguntó Lisandro, tratando de recomponerse del asombro.

—Ya lo saben... —farfulló Yaco, tomándose la cabeza y revolviéndose el cabello.

—¿Qué es eso? —La voz de Alma tembló, su espina sintió el escalofrío.

Todos se miraron, decidiendo quien hablaría primero.

—Si no vives en la Sociedad no puedes entenderlo —musitó Luca, apretando los puños—. Aunque te lo hubiésemos explicado no nos habrías creído, pero ya eres parte, y lo presenciaste. La Sociedad Centinela va más allá del orden mundial.

Alma frunció ojos, cejas, nariz y boca como una niña a punto de llorar. Ya no podía negar nada de lo que le dijeran, apretaba su mano y recordaba cómo había pasado de tener una herida a una ínfima cicatriz; recordaba el espectro de ojos rojos, recordaba que su madre había admitido tener un hijo, recordaba el teatro más famoso de la capital de Filomena colmado de gente. ¡Recordaba los símbolos en las cortinas, los contratos, los lujos...! Era real, la Sociedad Centinela era real.

—¿De qué más se trata entonces? —inquirió la joven.

—De guardar el secreto, de guardar las verdaderas capacidades humanas —respondió Luca.

—¿Cómo cuando me curaste?

—Eso no es nada.

Alma mordió su labio, ¿debía seguir preguntando? Al menos debía preguntar lo más importante.

—¿Y qué fue eso?

—La infección que está matando a Mateo.

La expresión de pánico fue instantánea. Los labios de Alma pasaron del rosado al amarillo. Yaco se levantó de inmediato y la ayudó a sentarse en un sillón.

—No tienes que preocuparte —dijo Gary—. Si superas las demás instancias serás inmune. La infección solo ataca a miembros de bajo rango que no pasan por estas pruebas.

Alma lo miró casi con desprecio y respondió:

—¡¿Acaso Mateo era de bajo rango?!

—No, no, no. —Yaco tomó la palabra—. Mateo es distinto, Mateo se inmoló.

Las pestañas de Alma repiquetearon.

—¿Qué dices? —preguntó absorta.

—Él salvó a muchas personas —respondió Lisandro—. Pudo quitarles la infección, a cambio salió perjudicado. Si sigues con las pruebas de la iniciación todo habrá pasado.

—Pero, si mi familia...— masculló Alma.

Antes de terminar la frase, Gary la interrumpió:

—No sucederá nada a tu familia, lo peor ha pasado. Mateo se encargó de concentrar lo peor en su cuerpo. El problema mayor no está aquí, ni en Marimé ni en Filomena; está en el exterior, en las IPC, islas privadas de la Sociedad Centinela, en las potencias mundiales, no en este ínfimo y apartado país.

Alma apretó sus dientes y cerró sus manos en puños, esas excusas no eran suficientes para calmarla ni un poco.

—Proseguirás con la iniciación —ordenó Luca—. Debes poner empeño, y eso que viste solo será una lejana pesadilla de la que te olvidarás pronto.

A punto de sufrir un colapso nervioso, su única opción era creerles, seguir sus órdenes. No tenía otro método para lidiar con un mundo desconocido. La información se la daban a cuentagotas cuando lo creían propicio, generándole más y más ansiedad.

—De verdad —añadió Gary, al ver la preocupación impostada en la chica—. Parece aterrador, pero no te sucederá nada si te fortaleces.

—Necesito volver a casa —dijo ella.

Así sería de ahora en más. La vital información se la darían cuando fuera adecuado, tendría que creer en sus discursos. Alma ajustó su mochila empolvada a su hombro esperando por alguien que le llamara un taxi. Antes de eso, los chicos escribieron un parte de lo sucedido para entregar a Timoteo, mientras Yaco revisaba un sobre bastante grande para entregárselo a Alma.

—Documento, pasaporte, tarjetas y las llaves de casa —dijo Yaco, desplegando sus manos a los lados—. Guárdalo bien.

—Ya tengo documento. —Alma revisó el interior del sobre.

—No uno con el apellido Santamarina, hermanita —indicó Luca, enarcando una sonrisa socarrona.

Alma lo ignoró, revisaba el sobre en busca de billetes, pero solo contaba con tarjetas. Daba igual mientras pudiera comprarse unos jeans nuevos.



Por última vez en el día Alma se subiría al vehículo de Luca, quien había optado por llevarla hasta su distante hogar. Lo único que podía rescatar de la jornada era que ya no sentía miedo de él, podía agarrarlo por la cintura sin asco ni sospecha. Por ello no dejaba de parecerle hosco, malhumorado, cortante y un poco agresivo, pero luego de todas las salvadas, y de haberle creído, Alma consideraba que se replantearía todos los supuestos sobre él.

Antes de quedarse dormida sobre su espalda, Luca se detuvo en la esquina de su morada, ella le devolvió el casco y frotó sus ojos en tanto bostezaba.

—Descansa bien, te hará falta —dijo Luca, listo para partir.

—Luca. —Alma lo tomó del puño y desvió su mirada a un lado—. ¿Cuánto tardaré en saberlo todo?

Una sonrisa se dibujó en el muchacho.

—Cuanto más abras tu mente más rápido será el proceso —respondió él—. No sirve de nada llenarte de datos de los cuales dudas.

—Tengo la mente abierta, si tan solo fueran más claros...

—Si miras de golpe a la luz terminarás cegada. —Luca suspiró con la vista al cielo, era una noche tan hermosa como la anterior—. Por el momento admite que no sabes nada.

Alma hizo una mueca a un lado, esta vez le ganaba el sueño y el hambre.

—Tal vez un día de estos me puedas hablar de Mateo —articuló casi con vergüenza—. Has sido su hermano más que yo.

—¿Qué es lo que quieres saber?

—Algo. —Alma trató de buscar alguna pregunta, pero no se le ocurrió ninguna—. Lo que sea estaría bien para entender que esto no es un sinsentido, que no es una terrible broma de mal gusto.

Luca encendió un cigarro que llevaba en su bolsillo y decidió hablar un rato más.

—Es muy distinto a mí, incluso así siempre fuimos inseparables. —Luca se sinceró y Alma le prestó atención—. Bueno, inseparables desde que me adoptaron. Sé que no te alcanzará lo que te digo, y aunque sus intenciones no alcancen nunca, es necesario que sepas que jamás pretendió perjudicarte.

—Es verdad. —Alma lo detuvo—. Las buenas intenciones no alcanzan.

—Lo sé. —Luca tocó su rostro de manera desprovista—. Tengo fe en que despertará y podrás conocerlo por tus propios medios.

—Eso espero. —Las manos de Alma temblaron—. También lo abofetearé.

Luca tragó saliva, el malestar de Alma no se iba, y no se iría tras las horribles imágenes de la pantalla, entonces solo pensó una cosa.

—Vamos a la plaza. —Luca le extendió el casto para que se volviera a subir a la motocicleta—. Te contaré del día en que conocí a Mateo.

—¿Por qué tan de repente? —Alma tomó el casco, la curiosidad le ganaba.

—Me recuerdas a mí cuando llegué aquí.

Una vez en la plaza, Luca se dispuso a hablar con el fin de que Alma se olvidara de su tortuoso día. Su historia comenzaba en un pasado no muy lejano, algunos detalles estaban en el olvido, otros los sabía por Mateo, y, por el bien de ambos, censuraría aquello que podría perturbarlos. 

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