Capítulo 5: Lealtad

A pesar de ser contenida por su némesis, los ojos rojos seguían rondando la cabeza de Alma, la mantenían en silencio en tanto caminaban por el bosque, con el paso cansino. Le preocupaba perder el juicio, se arrepentía de todas las resacas y sobredosis. No era digna de confianza porque ni ella podía asegurar lo que sucedía a su alrededor.

—Ya está. —Luca se volteó para verla a los ojos—. Superaste la prueba de valor, hay que seguir.

Ella resopló y miró al cielo.

—¿Qué era eso?

—Me lo dirás tú en cuanto veas las cámaras de seguridad. —Luca le entregó su casco, seguirían en la motocicleta—. Por el momento respira profundo y olvídate de ello.

Si su propia familia la consideraba una fabuladora, poco y nada esperaba de Luca. Al menos agradecía que le otorgara el beneficio de la duda, y que a su modo intentara consolarla.

—Es fácil decirlo. —Alma resopló.

—Concéntrate, y dame tu mano —dijo Luca.

Ella miró su mano, la sangre se derramaba en un hilo fino por los pliegues de la palma, la cual se cicatrizaba con dificultad. Dolía. Ella extendió su brazo a él, esperaba que se la vendara y desinfectara, era lo mínimo que le correspondía luego de filetearla durante un ataque de pánico. No obstante, lo que él hizo terminó por dejarla absorta. Las manos de Luca envolvieron la suya, esa mano de uñas sucias y mal pintadas de un espantoso violeta. Ella abrió la boca al sentir un ligero cosquilleo y un calor ardiente en su herida. Tras algunos segundos, Luca la soltó.

Ya no sangraba, ni dolía, la herida tenía su cicatriz completa.

Las piernas de Alma se tambalearon, sus labios se volvieron blancos, agitó sus brazos para no caer de bruces.

—¿Cómo...?

—Hay muchas cosas a las que deberás acostumbrarte. —Luca ajustó su casco e hizo rugir el motor—. No te desmayes, todavía no has visto nada.

Esta vez, Alma no flaqueó. Su fuerza de voluntad fue superior. Ahora lo sabía, podía esperarse cualquier cosa, porque su realidad no se reducía a un hermano moribundo, sino a un mundo de misterios. ¿Descubrirlo o evadirlo? No, no pretendería negar la verdad.

¿Cuánto tiempo había estado en la caverna? En la de Platón, toda la vida; en la de ese bosque, un par de horas. El cielo rojizo, las aves regresando a sus nidos, el fresco golpeado su rostro le vaticinaba el pronto anochecer, de todas formas el tormento no cesaba. Luca se remontaba por una pendiente hacia un barranco de unos treinta metros o más. Podía verse el cielo colorearse de una gama de morados y las ciudades a lo lejos. Alma sonrió después de llevar rato sin hacerlo. Bajó de la moto prestando atención a todo el bello paisaje que se imponía ante sus ojos, llenando sus pulmones de aire fresco, tratando de olvidar el mal rato. Entonces su examinador comenzó a parlotear.

—Te vendaré los ojos de modo que no puedas ver nada, te daré un frasco y unas pequeñas bolsas; y así tendrás que encontrar un ser vivo y meterlo en el frasco; una flor, una roca, tierra mojada y tendrás que encontrarme a mí, que me mantendré en un lugar sin moverme, y cuando termines te diré que será lo último que harás por hoy.

—¡Espera! —habló la chica—. ¿Cómo se supone que lo haré todo con los ojos vendados? Puedo caerme por el acantilado, perderme o no sé...

Alma volvió en si al echar un vistazo y calcular que una caída del acantilado era una muerte segura. No le encontraba sentido alguno a esas "pruebas".

—Concéntrate. —Ese fue el único consejo de Luca—. Ya te he dicho suficiente, puedes negarte si quieres.

Alma decidió callarse y seguir adelante. Él se acercó hacia ella, sacó un vendaje negro de su bolso y, siendo suave, corrió su cabello para taparle los ojos, de modo que ya no viera ni un rastro del sol.

Los nervios burbujeaban en su espalda.

Procurar no tropezar era algo en lo que debía poner su atención. Y lo peor sería buscar a Luca, ¿cómo se aseguraba que se quedaría en un solo sitio? Por eso aprovechó a olfatearlo, el único sentido con el cual podría rastrearlo. Cuero, nafta, humo y algo de perfume, incluso algo más raro en su esencia, pero no podía descifrarlo. Alma no desvariaba, se trataba de algo sofocante, incluso podía percibir la ilusión del fuego a su alrededor, ¿se debía a la impresión que le generaba su rostro? Entonces emprendió a acercar su nariz para olerlo de más cerca. Luca soltó una risita, al sentir cosquillas en su cuello.

—¿Intentarás rastrearme como un perro? —preguntó Luca entre risas, al momento que afirmaba el nudo de la venda.

Alma sintió su sangre subirse a sus mejillas y decidió alejarse de Luca, quien la abandonó en medio de la nada, con sus ojos cegados.

Segura de estar siendo supervisada, no osó hacer trampa, no era su estilo ni su propósito. Guardó silencio y, parada en su sitio, trató de discernir su entorno: aves surcando los cielos, la brisa acariciándole el cabello, el olor a hierba.

Alma emprendió su viaje en completa oscuridad, extendiendo sus brazos para mantenerse en equilibrio y no chocar con nada. Confiada, en que las cosas no saldrían tan mal, se introdujo en el bosque y comenzó a caminar con un paso patético e inestable. Primero, pensó que lo más fácil de conseguir era la roca y la tierra mojada, tal vez la flor. Se arrodilló en el piso y acarició la áspera tierra, sitió las ramas, el pasto y los yuyos, mas no halló flores ni rocas.

A su paso rozaba los árboles con sus dedos para no caerse, avanzaba con tranquilidad, no importaba cuanto tiempo tomara encontrar todo, por lo que no había presión sobre sus hombros.

En un momento, su nariz percibió un aroma, ¿flores? con sus dedos tocó todo lo que la rodeaba, sin miedo; ahí, en el suelo, al pie de un tronco, unas pequeñas flores silvestres aromatizaban el ambiente. Con cuidado las tomó, no sabía de qué color o especie eran, pero olían bien, como jazmines o azahar. Imaginaba que eran blancas y decidió no tocar sus pétalos percibiendo su delicadeza. Alma guardó en una de las bolsitas el primer ítem conseguido.

La tierra en donde se situaban las flores se mantenía húmeda, tomó un poco enterrando sus dedos en la misma, almacenándola.

Acorde avanzaba, buscaba una roca por el suelo. Arrastrando sus manos tocaba la tierra, era más difícil de lo que creía, pero se mantenía concentrada.

<<Rocas, rocas, rocas>>, se repetía a sí misma.

En un momento, sus manos se encontraron con la áspera y fría textura de una roca; era un poco más grande que su palma, la levantó y al instante pensó en que lo más probable era que debajo de ella hubiera algún insecto. Así fue, sentía unos pequeños bichos bolitas y algunas lombrices que, sin asco, metió dentro del frasquito.

Todo parecía fácil, incluso entretenido para no tener sentido. Pero aún le faltaba encontrar a Luca, por lo que se replanteaba si lo mejor no hubiera sido comenzar por él.

Error suyo.

—Alma...

Una voz susurrante la llamó a lo lejos. Alma sonrió, Luca le daba una pista.

—Por aquí...

Si bien se oía de lejos, era fácil distinguir la dirección de donde venía.

—¿Luca? —Alma lo llamó, y él no respondió.

Pensó que debía seguir el llamado, quizás Luca no volvería a hablar porque haría muy evidente su posición.

La completa oscuridad, el invasor aroma de la vegetación. El cotorreo de las aves yendo a dormir, y Alma siguiendo la voz para hallar a Luca: el último ítem en su lista.

Un, dos, tres... varios pasos en silencio, en donde sus pies hacían crujir las hojas y ramas.

—¡Alma, detente ahí! —gritó Luca, Alma se detuvo—. ¡Quítate la venda, estúpida!

—¿Luca...? —Alma no quiso sacarse la venda, no quería que boicotearan su prueba otra vez.

—¡Quédate quieta y quítate la venda!

<<¿Por... qué?>>

Era difícil admitir, pero solo existía una razón para que Luca le gritara eso y de ese modo, por lo que le hizo caso. A medida que sus ojos se liberaban podía ver las pequeñas rocas cayendo al vacío.

El cuerpo de la joven se bamboleó, enseguida sintió los jugos gástricos subírsele a la cabeza. Estaba a punto de caer por el abismo.

Sin esperar a que reaccionara, Luca la arrastró lejos de allí.

—¡Fracasaste otra vez! —bramó Luca, fuera de sí.

—¡Hiciste trampa! —Alma no tardó en acusar—. ¡Me guiaste aquí a propósito!

—¡Yo no te guié! ¡Eso está prohibido! —Luca agitó los brazos—. Y aún si fuera cierto, debías tener en cuenta hacia dónde ibas en vez de seguir ¿qué? ¿Una voz? ¡¿Crees que estoy jugando?!

El rostro de Alma se contraía, arrugaba sus labios y plegaba sus cejas.

<<¡Mentiroso!>>, repetía en su cabezota.

Su amabilidad era una trampa con el fin de destruirla, ¡o tratarla de loca!

—Oí una voz retumbar en mi cabeza. —Alma dio un paso hacia Luca y lo empujó con el vendaje en sus manos—. Me llamaste, solo intentas dejarme mal parada.

—¿No piensas lo que dices? —Luca la tomó de las muñecas—. Las voces retumban en los oídos, no en la cabeza, maldita loca.

Los ojos de Alma se abrieron, primero en confusión, luego en interrogación, ¿qué quería decir con esto? Luca prosiguió.

—Volvamos a la casa de tu abuelo, ya no tiene caso que lo intentes.

—Queda una prueba, la haré —dijo Alma, negándose a la derrota.

—No la superarás. —Luca se dio la media vuelta y comenzó a caminar en dirección a su motocicleta.

—¡Te dije que la haré!

Las manos de Alma empujaron la espalda de Luca con fuerza, haciéndolo trastabillar. Éste se dio la vuelta con la mirada rabiosa, ¿qué le pasaba? Él tensó los músculos de su rostro y puños, para luego juntar aire y contar hasta diez. No caería en una riña con una hippie frustrada.

—De acuerdo —espetó Luca, escupiendo al suelo, y colocándose una chaqueta, muy gruesa, que guardaba en su mochila—. Tienes que tirarte por el acantilado para demostrar tu lealtad a la Sociedad.

—¡Deja de bromear, imbécil! —Alma volvió a empujarlo, con la mirada aguada.

—Perseverancia, valor, percepción y lealtad son los cuatro pilares que se ejercitan en esta instancia de iniciación. —Luca la observó de arriba abajo—. No bromeo, no me interesa perder mi valioso tiempo contigo. La última prueba trata de la fe ciega a la Sociedad Centinela, y la lealtad que nos debemos los unos a los otros.

Los ojos de Alma desprendían lágrimas, lágrimas de ira. No podía asegurarse hasta qué punto esa prueba era real. No obstante, antes de decir algo, pensó en su cansancio, en el hastío de vivir esa situación. Necesitaba un impulso, y solo encontraba la fuerza en los malos momentos, en toda la mierda. Así que, antes de decir algo, tomó carrera.

Levantando polvo a su paso, Alma se lanzó al abismo.

—¡Espera! —La mirada atónita de Luca no llegó a procesar lo que sus ojos veían.

El cuerpo de Alma se elevaba fuera del suelo, sus piernas flexionadas ya habían dado el salto mortal. Veloz como un tornado, Luca corrió abriendo el paracaídas que, en realidad, era su enorme chaqueta, y se lanzó al vacío antes que el cráneo de Alma tocara las piedras.

¡Atrapada!

Los brazos de Luca sujetaron el cuerpo de Alma, un cuerpo que parecía una bolsa de papas, un cuerpo sin voluntad, un cuerpo entregado a la muerte. ¿Por qué se dejaba ir tan fácil? ¿Cómo era posible que despreciara su vida de tal manera? Lo que residía en Alma no era un sentimiento de valor o lealtad, no, era pura autodestrucción.

—¡¿Estás loca?! —gritó Luca, en cuanto sus pies arrastraron la superficie—. ¡No te di la orden de lanzarte!

—¿Volví a fracasar? —La mirada perdida de Alma carecía de brillo.

Era obvio, un cincuenta por ciento de su ser quería pasar la prueba, al otro cincuenta no le importaba morir en ese instante y que con su aliento se fueran sus problemas, y eso preocupaba incluso a sus enemigos.

—Pasaste. —Luca arrojó el paracaídas a un lado, su corazón palpitaba—. Se está haciendo tarde, regresemos.

El ocaso cubría el cielo con su manto de estrellas. Los grillos montaban una orquesta en el bosque, y el frío provocaba estornudos a Alma, que sentía su ropa húmeda enfriarse.

El motor de la motocicleta se volvió a encender para no regresar, y así tomar el sendero por el cual habían llegado. Adiós naturaleza, adiós aguas profundas, precipicios, intentos de suicidio y monstruos de ojos rojos. Demasiado por un día.

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