Capítulo 27: Bola de nieve
Un espectro respiraba en su nuca, un negro espectro de ojos color furia. No se atrevía a dañarla, pero la mantenía muda en una jaula sin escapatoria. La total oscuridad la invadía y penetraba bajo su piel. El aire no alcanzaba, pero morir no podía, era una constante agonía. ¿Lo peor? Sabía que se trataba de un sueño, un sueño lúcido del cual no podía huir.
Su móvil sonando de manera constante acabó de espabilarla por completo.
Alma saltó de la cama con su respiración acelerada, aunque no había peligro alguno. Tomó su teléfono y vio que se trataba de Gary, quien no se daba por vencido. Ella lo atendió.
—Hola, Alma. —Su voz sonó quebrada.
—Gary, ¿qué sucede? —Alma seguía somnolienta.
—Quiero disculparme. —balbució—. Tenías razón. No pensamos en todo lo que arriesgaste, y quiero estar enojado con Mateo, pero también lo quiero y no quería que muriera.
Al fin alguien le daba un poco de razón, aunque, con la forma de decirlo, se sentía culpable de su ira. ¿Lo mejor? Se trataba de Gary, no podía odiarlo.
—No estoy enojada contigo. —Alma frotó sus ojos y se acomodó para hablar—. Agradezco tu llamado, y te entiendo bien. También debo disculparme fui inmadura, Lisandro tenía razón. Lo de anoche fue terrible.
—Espero que no te arrepientas de cómo tocaste, estuviste fantástica.
—Solo es el bajo, nada especial. —Alma le restó importancia.
—Es bajo es especial. —Gary sonó más animado—. Solo cuando no está te das cuenta de que era el instrumento que daba armonía a todo el conjunto.
Las mejillas de Alma ardieron, y se encogió entre las cobijas. Se preguntaba si Gary la seguía considerando como a un hermano, Ahora prefería eso a que la odiara.
—Gracias, Gary. —La timidez de Alma fue notoria—. Espero verte pronto, que podamos trabajar otra vez. El presidente me ha llenado de documentos que apenas entiendo.
Gary rió.
—Soy un poco malo en ello, pero todos juntos haremos un buen trabajo. —Con cada palabra Gary parecía derramar miel—. Igual, no es necesario que nos veamos solo para trabajar. Deberíamos salir otra vez.
—Sí, quizás.
Esa breve conversación sirvió para que Alma se levantara con el pie derecho. Gary le devolvía la alegría y la hacía reflexionar sobre sus acciones. En tanto tendía su cama, miraba por la ventana el día maravilloso que tenía por delante, recordando lo mejor de la noche y jurándose no volver a las drogas.
Esa mañana decidió desayunar fruta y escuchar música, ya planificaba en las cosas que quería hacer, a lo mejor limpiaría su habitación o los hongos del baño, pero alguien interrumpió sus pensamientos con un nuevo llamado.
—Hola, soy Mateo —dijo—. Quería saber cómo te encontrabas.
Alma estuvo a punto de mandarlo al diablo, luego cambió de idea.
—¿Qué quieres?
Mateo no tardó en responder.
—Pronto me iré a la sede de la DII, no me gustaría irme sin despedirme.
<<¡Estúpida sanguijuela!>>, pensó.
Una gran parte de su ira era cosa del pasado. La noche anterior, los golpazos que le había dado mitigaban bastante su enfado, a lo mejor la violencia si era la solución en algunos casos. Ahora, quizás por el llamado de Gary, se sentía más vulnerable y endeble.
—Solo nosotros dos —ordenó Alma—. Deja a tus perros en su casa.
—¡Sí! —Mateo se entusiasmó al instante—. ¿Qué te parece en...?
—Yo elijo. —La voz de Alma sonó áspera—. Te espero en la pastelería del paseo de compras de Marimé, a las tres y media. Se puntual y lleva efectivo.
Alma colgó. Si algo debía reconocer de su mellizo era su insistencia, no le bastaban los puñetazos y los insultos. De todos modos ya no podría huir de él, estaban unidos por algo más que la sangre y no pretendía dilatar más la situación, al menos le aliviaba la idea de que no lo vería en un buen tiempo.
Alma tomó un baño y quitó los kilos de maquillaje de la noche anterior y se vistió de un modo austero. Por más que fuera a la pastelería, lo tomaba como un compromiso de trabajo.
Rara vez iba al paseo de compras de Marimé, los precios desorbitados y las marcas renombradas no eran lo suyo. No obstante, le agradaba deambular por donde fuera, más si el sitio olía a caramelo, y podía deslizarse por los encerados suelos mientras veía las vidrieras. Un motivo por el cual invitaba a Mateo allí, era porque ningún conocido frecuentaba aquel sitio. No tenía ningún atractivo para ellas, más que para ir al cine; un segundo motivo era que ansiaba visitar a la pastelería que toda la vida había visto de lejos.
Abriéndose paso entre la burguesía de Marimé, Alma distinguió la cabeza rubia de su mellizo. Él, al percibirla, se levantó de su sitio y la invitó a sentarse. Ella no se sorprendió de que no tuviera ni un rasguño de la noche anterior, un poco de elixir bastaba para cubrir su patética derrota.
—Gracias por venir —dijo Mateo, siempre con esa cara de perro regañado. ¿Acaso se parecían en algo?
—Me han mencionado que eres insistente, un completo psicópata. —Alma tomó asiento—. Así que ve al grano, porque si te han hablado de mí, sabrás que soy una persona asquerosa e impaciente.
—Me hablaron bien de ti. —Mateo sonrió.
—¿Ah sí? —Alma se mostró incrédula—. ¿Hablaron de todas las veces que me asusté con el rostro de Luca y las que discutí con él, las veces que le falté el respeto al presidente, las pruebas que fallé en la iniciación, o todas las veces que casi muero?
—Persistente y valiente —dijo Mateo, en ese instante se acercó la mesera a tomar su orden—. Pudiste haberlos abandonado y no diste marcha atrás.
Ambos pidieron chocolate caliente y tarta de frutos rojos.
—Nunca me dieron la chance de abandonar. —Alma dio un sorbo al chocolate—. Es repugnante que intentes adularme, y sé muy bien que piensa cada uno de tus amigos sobre mí. Ahora habla de lo que corresponde.
—Te lo dije por teléfono. —Mateo jugueteó con su tarta—. Tengo que irme, nuestro padre así lo quiere. Él trabaja para la División Internacional de Investigación, la DII. Hay un puesto vacante para mí, y a su vez yo quedaré en observación por ser el único sobreviviente.
—¿Serás una rata de laboratorio? —Alma sonrió con malicia.
—Sí, pero dudo que encuentren algo malo en mí. —Mateo se encogió de hombros—. Veo el aura de las personas, incluyendo la mía. Está limpia, la energía negativa que intentaron implantar los salomónicos se esfumó, perdió su forma.
—Sí, eso es lo que...
—Shhh. —Mateo colocó su dedo en la boca de Alma—. No hablemos de eso.
Alma se sintió estúpida, estaba a punto de decir, a boca de jarro, cómo era que Mateo seguía con vida. Era seguro que él estaba al tanto de la traición cometida para salvarlo.
—¿Y cómo está mi aura? —Alma sintió curiosidad, ella también había sido infectada.
El gesto de Mateo se volvió preocupado.
—Turbia, inestable —respondió—. No es blanca, tampoco negra.
—Genial. —Los ojos de Alma se volvieron rojos, y dio vuelta la cara para que Mateo no la viera llorar.
Mateo negó con una calma sonrisa.
—La forma y el color de la energía que nos rodea varía de acuerdo a nuestras emociones, no es algo constante —explicó—. Si te pones en positivo te volverás clara y pura. De estar infectada, tu aura tendría la forma de un negro espectro. No hay eso en ti.
Alma suspiró con alivio. Quería creer en Mateo que no dudaba ni un poco al decírselo.
—Admito que me dejas más tranquila.
—También necesitaba verlo y corroborarlo. —Mateo parecía sincero.
Alma quería sacarse la imagen negativa que había formado de él, faltaba un largo trecho hasta conocerlo en profundidad. Entre los dos intentaron llevar una conversación un poco más normal, estando en un lugar público no se darían el lujo de revelar los secretos de la Sociedad Centinela. Alma le preguntó por Delfina, la madre de ambos, según Mateo ella no tenía idea de la Sociedad, y jamás se había interesado en buscarlo. También decía querer conocer a Sofía, pero Alma no le permitiría arruinarle la vida a ella, además Sofía no se conformaría con darle dos puñetazos.
—Supongo que es todo —dijo Alma al momento de partir.
—Alma. —Mateo la detuvo tomándola de la muñeca—. Mañana me iré. Esta noche nos juntaremos con los chicos. Me gustaría que vinieses.
Y ahí estaba su otra cara. Le dabas la mano y te tomaba el codo, y todo lo hacía con esa cara de pobre diablo.
—No me corresponde.
—Por favor. —Los ojos color miel de Mateo se colmaron de lágrimas.
<<¡Mierda, mierda!>>.
—Bien, solo festejaré que no veré tu cara un buen tiempo.
El joven Mateo no pudo contener su felicidad, Alma era reacia, mas no imposible de tratar. De un arrebato se lanzó a ella para abrazarla, ella sintió endurecerse por completo, odiaba cuando la tocaban extraños.
Alma no pudo regresar a su hogar. Mateo la llevó a dar vueltas en el supermercado para luego transportarla en su auto hasta su casa. No se trataba de la mansión. Era un edificio de cuatro pisos en pleno centro de Marimé, algo corriente rodeado del paisaje urbano. La fachada era de vidrio, en él se reflejaban las construcciones y el claroscuro del ocaso. La luna en se encontraba en cuarto menguante, pronto brillaría junto a las estrellas de una noche helada de ensueño.
El automóvil de Mateo ingresó por el estacionamiento subterráneo. Allí solo se situaba una motocicleta y un auto anticuado.
—Pensé que vivías en la mansión —comentó Alma, ayudándolo a bajar las bolsas del baúl—. Qué era como la casa del Gran Hermano.
—La mansión es una sede presidencial —explicó Mateo—. El abuelo vive ahí por comodidad. La verdad, nunca me ha gustado estar rodeado de gente trabajando, por eso compré un departamento, algo más modesto para poder reposar.
Sí, era modesto en comparación a una mansión, eso no quitaba que no cualquiera podía comprarse su propia casa, en pleno centro, con solo veintiún años.
Ambos tomaron el ascensor, Mateo marcó el piso tres.
—Luca vive en el penthouse del cuarto —indicó Mateo, a Alma no le importó—. Y Gary vive en el segundo piso.
—¿Y en el primero? —preguntó Alma—. ¿Yaco?
—Es nuestra sala de juegos, a Yaco le gustan las casas con jardín, está acostumbrado a los espacios grandes, así que vive a las afueras de la urbe.
—¿Y dónde viven Mao y Lisandro? —preguntó Alma, solo para chismosear.
—Mao compró un departamento a pocas calles, no quería tenernos como vecinos —Mateo rió—. Lisandro reside cerca del centro junto a su madre, Lizette, deberías conocerla, es muy dulce.
El elevador paró tan solo unos segundos después, abriéndose de par en par en lo que era un loft con enormes ventanales rodeando toda la sala, desde el techo al piso alfombrado de un tono borgoña, permitiendo una vista panorámica de toda la ciudad, del increíble anochecer de todo Marimé; sus rascacielos, sus parques, sus autos y su gente entre luces tintineantes, artificiales y de las estrellas. Los ambientes eran amplios; y los pequeños y delgados muros que dividían los ambientes eran de color durazno. La araña del techo daba la sensación de estar en primavera. Cada rincón tenía el aroma de un dulce hogar. Los amueblados eran pocos, más que una pequeña mesa, un sofá y una televisión grande.
A la derecha, subiendo tres escalones, se encontraba una moderna cocina que parecía no haberse estrenado nunca; a la izquierda, había otra extensa sala de estar, más en el fondo se encontraban unas escaleras que llevaban hacia el entrepiso de madera, en la que estaba la habitación. Era un hermoso espacio, cálido, confortable y moderno.
Mateo dejó sus víveres en la cocina, Alma prefirió recorrer cada rincón con asombro. Era mejor que la mansión, que el campo, y ni hablar de su propia casa.
—¿Te gusta? —preguntó Mateo, extendiendo sus brazos.
—La ubicación, la vista. Es muy lindo. —Alma fue sincera.
—Pensaba en que podías quedártelo —comentó Mateo—, o puedes comprarte el que desees, solo digo porque no vi gastarte ni un centavo, y será más agradable venir aquí por tu cuenta que ir a la mansión.
—Acepto —dijo Alma, dándole la espalda—. Prefiero estar aquí que en la mansión. Es aburrida y hay mucha gente extraña.
Cuando Mateo comenzó a cocinar, el elevador indicó que los invitados ya habían llegado. Alma dio algunas vueltas antes de saludarlos, no olvidaba su acto la noche anterior. El primero en dar un paso adelante fue Gary, quien se dirigió directo a abrazarla, con él no se pondría rígida, empezaba a gustarle la dulzura con la que la trataba. Yaco, Lisandro y Mao se acercaron después, en cambio Luca la hizo pasar por invisible.
Antes de que se hiciera demasiado tarde, Mateo servía su receta secreta: pastas con crema salteadas con hongos. La cantidad era exagerada, pero todos comían como si no hubiera mañana, Alma le daba el visto bueno. Ya podía estar en armonía con el grupo y dejar el pasado atrás.
Todos hicieron un brindis, y Mao aprovechó para comenzar con sus insolencias.
—¿Ya es oportuno hablar del recital de anoche? —preguntó con el mero propósito de avergonzar a su superior.
Alma lo miró enfadada, tomando el cuchillo con fuerza.
—¡Quedé fascinado! —exclamó Gary a pura emoción.
—Quedaste fascinado con los pechos de Jazmín —dijo Luca dispuesto a prender un cigarro.
La sangre de Alma descendió. El enojo se transformó en desencanto, era obvio, la atención no iba a estar puesta en ella.
—No seas idiota. —Gary rió con sus mejillas enrojecidas—. Es muy linda y talentosa. De verdad creo que tendrán éxito.
La amargura invadió la garganta de Alma, Gary era obvio y eso molestaba.
—Mientras no se metan en su camino —añadió Alma, bajando la vista a su plato para seguir comiendo.
Alma se tragó su veneno junto a un vaso entero de cerveza.
—Quién diría que tenías una faceta musical —comentó Lisandro, redirigiendo la charla a Alma.
—No tenían bajista. —Alma les dio las correspondientes explicaciones—. No soy miembro oficial de la banda, no puedo serlo con una doble vida. Y memorizarme unos acordes no es una faceta musical, quería distenderme y ustedes lo arruinaron.
—Tuviste la oportunidad de apalear a Mateo. —Yaco carcajeó en su oído—. ¡Todo salió bien!
—¡Y lo tengo filmado como su reencuentro! —añadió Mao, balanceando su móvil.
Las conversaciones absurdas se prolongaron por horas, no llevaban a ningún puerto, pero eran entretenidas. Más tarde vieron las películas que Mateo se había perdido durante su tiempo en coma.
La noche concluía y con los primeros rayos de sol. Los chicos se acurrucaban en los sillones para dormir. Mateo, quien aún permanecía algo consciente, arropó a su melliza y tomó su mano para recostarse frente a ella.
Con los primeros rayos de un alba fría y silenciosa, la División Alfa estaba lista en el aeropuerto de Marimé. Con un ambiente colmado de gente y un incesante ruido de valijas las pantallas anunciaban las salidas de los próximos vuelos y algunas cancelaciones y retrasos. Mateo no debía preocuparse por ello, ya que viajaría en su avión personal, por eso podía despedirse de todos.
Era inevitable, el momento de partir llegaba al fin. Era angustioso para Alma, había deseado una y mil veces no verlo nunca más, había dicho una y mil veces que lo odiaba, y ahí estaba, con un nudo en la garganta, cayendo en la realidad. Mateo era su hermano mellizo, un hermano que siempre la había tenido presente. Él no era perfecto, había cometido un grave error; pero, al fin y al cabo, sus intenciones habían sido buenas.
No podía mentirse a sí misma, Alma no podía ver auras, no obstante creía que Mateo era un buen chico, por eso tenía tantos fieles amigos y el mundo entero lo adoraba, ¿por qué sería?
Mateo se aferró rápido a Lisandro. No escatimaba al momento de demostrar afecto.
—Eres tan abrazable —lloriqueó, haciendo que Lisandro no supiera que cara poner—. Voy a extrañar la forma en la que me reprendías por todo, y la comida de tu mamá.
—No me arrugues la ropa. —Lisandro lo despeinó un poco—. Sabes que existe la videollamada y que puedes tomar un vuelo cuando se te antoje, ¿no?
Lisandro reía un poco ahogando sus lágrimas, había prometido a los chicos no hacer sentir mal a Mateo. El próximo en despedirse fue Mao, que tomó a Mateo del brazo arrastrándolo para abrazarlo.
Alma analizaba la situación con extrañeza.
—¡Pequeño Mateo yo también te extrañaré! ¿Acaso no me quieres abrazar?— decía Mao, portando una cínica sonrisa de bromista.
Mateo lo abrazó de igual manera.
—Mao, estás más gordo. —Mateo sonrió—. De ti voy a extrañar tu cabello con olor a canela y tus bromas incomodas, además de tu pésimo español.
Mateo se largó a llorar como una Magdalena, Mao lo apartó antes de ensuciar su camisa con los mocos de su amigo.
—¡Mao, no lo hagas llorar! —Gary estrechó sus brazos a Mateo.
—¡Gary! —exclamó Mateo en un llanto desgarrador y exagerado.
Alma giraba sus ojos con vergüenza ajena, ambos se abrazaban y moqueaban.
Yaco fue el siguiente en ceñirlo, su cabeza podía reposarse sobre la de Mateo gracias a su altura. Era un cálido abrazo que tan solo podía dar alguien tan protector y maduro como él.
—Pórtate bien, nada de exhibicionismos y descontrol. —Yaco carcajeaba en tanto Mateo asentía y limpiaba sus mocos con el puño de su abrigo.
—Te quiero, Yaquito.
—¿Vas a saludarme a mí o qué? —Luca gruñó, pero antes de que este intentara revisar el bolsillo de su chaqueta en busca de cigarros, Mateo lo atrapó entre sus brazos.
—Me harás mucha falta, y perdóname por... — dijo Mateo bajando un poco la voz.
—Cállate. —Luca le sacudió todo el pelo de la cabeza a Mateo—. Deja el drama de una vez.
—Alma. —Mateo no iba a dejar de despedirse de ella—. ¿Puedo abrazarte?
—No. —Alma negó, de inmediato se sintió incómoda con todas las miradas indignadas.
—De verdad tienes el corazón de hielo —dijo Yaco.
—¿Tiene corazón? —preguntó Mao.
—¡Cállense! —Alma gritó atrayendo la atención de todos, y extendió sus brazos con enfado.
Mateo la encerró en un suave abrazo. Cada uno reposaba su cabeza en el hombro del otro.
—Me hubiese gustado que nada de eso sucediera. —Mateo seguía lleno de aflicción—. Siempre te quise a mi lado.
—Ya está —respondió ella, frotándole la espalda.
Alma comenzó a sentir que su garganta se consumía en angustia.
—Te dejé una carta en el bolso —dijo Mateo—. Solo para ti.
El avión de Mateo despegaba dejando una gris melancolía en los corazones de todos. Mateo ya alto en el cielo, alejándose. Entre los chicos paseaba la gente, indiferente a lo sucedido las últimas semanas. Alma aferraba el sobre con la carta dentro de su bolso, Gary abrazaba a la jovencita por el cuello, de igual manera iban Mao y Yaco, el dúo dinámico parecía haber perdido la chispa. Luca caminaba junto a Lisandro, de vuelta para sus casas. La vida continuaba, la rutina debía recomenzar para aplacar algo de ese vacío en sus corazones.
Los días siguieron pasando en paz. En la semana, Alma debía ir a la mansión revisar archivos, leer documentos, participar de reuniones aburridas junto al equipo. Por decisión propia, comenzaba su instrucción en la historia de los centinelas, lo mismo hacían los chicos. A la par, una vez por semana se sometían a un viaje astral y pasaban horas entrenando, claro que de manera más relajada.
La Sociedad Centinela se convirtió en su rutina. Llevar la mentira adelante no era tan pesado con el apoyo de los chicos, y cada vez que recibía el mensaje diario de Mateo, todo el esfuerzo, las mentiras y las dificultades comenzaban a tener un sentido. ¿Qué hubiese tenido de espectacular una vida corriente y sin emociones? Su vida empezaba a tener un encanto, a darle una satisfacción especial, empezaba a llenar ese hueco en su pecho. Con Mateo, sentía que una parte muy importante de ella regresaba para llenarla otra vez.
Así creyó haber cerrado un extraordinario capítulo de su vida, la cual quedaba patas arriba desde que Luca la había secuestrado aquel atardecer. Sin embargo, y a pesar de todo, seguía siendo ingenua, demasiado ingenua, en ese momento seguía creyendo en las personas y en la magia.
No creían que algo peor de lo vivido podría pasar, no pensaban que las pequeñas mentiras significarían algo importante. No tenían idea, nunca la habían tenido. Poco distinguían estar en el ojo de la tormenta, pocos distinguían las sogas que los ataban, las mentiras tras las palabras.
La bola de nieve recién comenzaba su recorrido en la cima de la montaña, aún quedaba tiempo para seguir sonriendo, para ser feliz.
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