Capítulo 25: Inevitable
La sensación de regresar a su hogar fue intensa, emotiva. Por primera vez en la vida, Alma percibió el aroma que todos decían oler en ella o en su casa: pan recién horneado. Era cierto que Cathy cocinaba mucho, y era extraño recién comenzar a apreciarlo.
Al llegar a su habitación supo que era demasiado afortunada. Ese pequeño chiquero en el ático, de tablones quebrados, humedad en los muros, y de madera acumulada, iba a ser siempre mejor que cualquier hospital de lujo, mejor que cualquier fría mansión.
Alma acarició sus libros y fotocopias de filosofía, extrañaba tanto regresar al campus, presenciar las clases, rodearse de gente con ideas y sueños. Estar en la Sociedad Centinela había sacado lo peor de ella, la embrutecía, incluso estaba segura de haber olvidado todo lo aprendido en su carrera.
—No tuvimos tiempo de desempolvar tu cuarto. —Cathy apareció por detrás, ella observaba el espacio con pena, hacían falta muchos arreglos en esa casa—. Podemos comprar pintura, o lavar las cortinas y cobertores.
—Solo pienso en bañarme. —Alma sonrió siendo amable—. Deseo caminar, las chicas van a estar en la plaza tomando cerveza.
Cathy arqueó una ceja, aunque de ningún modo iba a negarle ese pequeño gusto. Ya no tomaba medicación y un poco de diversión no hacía mal a nadie.
El frío del aire tenía el aroma de la libertad, el canto de los pájaros invernales eran la mejor sinfonía en semanas. Alma estaba fuera de casa, jugando a no pisar las líneas entre las baldosas, oyendo música en sus auriculares, algo chill para mantener las pulsaciones a raya. Iba de camino a la plaza. Jazmín y Renata la esperaban para tomar y pasar el rato, con solo pensar en la espuma y la malta tocando su lengua ya podía sentir la saliva escurrírsele por las comisuras.
Con solo verlas, Alma sintió como se iluminaba su corazón, agitó su brazo con una gran mueca feliz y corrió a saludarlas.
—¡Estás hermosa! —exclamó Renata, haciéndole dar una vuelta—. ¿Qué ha pasado?
—¿Acaso fue una noche de pasión? —Jazmín le guiñó un ojo.
Alma frunció el ceño, se había arreglado por ella y por nada más. Esta vez se animaba a usar falda con medias altas y zapatos acharolados, incluso se había maquillado; algo de rubor y labial oscuro.
—Terminé con Luca. —Alma fue cortante, le enojaba decirlo como si fuera real, ya no quería seguir con esa burda mentira—. Somos incompatibles, y luego del incidente prefirió estar con sus amigos a visitarme.
—Entonces no tiene caso que hablemos de él. —Jazmín le apoyó la mano sobre el hombro—. Me alegra verte mejor, en cambio nosotras estamos con un gran dilema.
—¿Ah, sí? —averiguó Alma, ¿qué idiotez podía ser?
—Con todos los incidentes, suspendimos nuestra fecha en El Antro —dijo Renata—. O mejor dicho, Mao nos suspendió, y luego se puso a remodelar el bar.
—Es cuestión de recordárselo —afirmó Alma, no dejaría que Mao se hiciera el idiota.
Ningún habitué de El Antro preferiría oír a Gary y a Luca en vez de las Gatas Ácidas. No importaba cuantos dólares había invertido para limpiar los grafitis punks, y cambiar la barra de bebidas por comida gourmet, si pretendía conservar la clientela debería darles el espacio.
—Ese no es el problema. —Jazmín se apresuró a abrir la primera botella de cerveza con las muelas—. Necesitamos una bajista. ¿No te gustaría tocar con nosotras como en los viejos tiempos?
La expresión arisca de Alma fue instantánea. No tenía tiempo, ni oído musical. Estaban locas.
—¡Por favor, Alma! —insistió Renata—. Es el bajo, no el arpa. Ni siquiera tienes que componer, solo te diremos qué y cómo tocar y estarás lista para la fecha.
—En una semana —Jazmín juntó sus manos suplicantes.
<<Así que ya lo tenían planeado...>>
No quería hacerlo, de verdad no tenía intención alguna de pisar un escenario, por más que nadie fuera a verla. No obstante, era una buena oportunidad para reforzar lazos y tener una excusa para pasar más tiempo con sus amigas.
—De acuerdo. —Alma rodó los ojos al cielo—. Al parecer ya decidieron por mí.
—Es obvio, nena. —Renata le guiñó un ojo.
Jazmín se lanzó para abrazarla. Eran tan felices con tan poco, y así habrían permanecido de no ser porque su celular sonó de manera insistente. Alma no era una vidente, salvo que en ese instante supo de qué se trataba antes de responder.
—Ya vengo. —Alma se levantó y se apartó de sus amigas.
Se trataba de Yaco, ella atendió cuando estuvo en un sitio solitario de la plaza.
—Yaco.
—Alma. —La voz de Yaco sonó culposa—. Ya sé, ya sé, no tienes ganas de hablar conmigo.
—Me caes bien, Yaco —confesó Alma—, pero no me llamas para ver cómo estoy o si quiero pasar la tarde con ustedes.
Yaco hizo una pausa, se lo oyó suspirar. Alma tenía razón.
—Somos unos idiotas, pero créeme que lo que más queremos es tenerte en el equipo.
<<Claro, Luca debe extrañarme cada noche...>>, pensó Alma.
—¿Para qué llamaste? —Alma lo detuvo de inmediato.
—Ya entiendo porque tu siddhi toma la estructura del hielo. —Yaco rió, pero a Alma no le hizo gracia—. Paso a lo importante, los dos motivos por los cuales te llamo. Uno, tienes que registrarte en la mansión, desde los incidentes no volviste a estar al tanto de nada, el presi... tu abuelo quiere hablar contigo, hay mucho trabajo que hacer y debo decirte que sigues siendo una centinela.
—Mierda. —Alma se quejó teniendo en cuenta que ya no podía escapar—. ¿Y lo otro?
—Mateo. —Yaco fue al punto—. Quiere hablar contigo, sabes que el evitarse es lo que nos mantiene a todos en esta situación incómoda.
—No tienes que preocuparte, Yaco. —La voz de Alma fue ácido puro—. Si veo a Mateo será para romperle la cara, y no es una advertencia, juro que lo haré.
Esta vez la risa de Yaco sonó forzada.
—A lo mejor debes tomarte un tiempo con eso. —Yaco no insistió, era inteligente—. En cuanto al trabajo, eso es distinto.
—Está bien, siempre y cuando respeten mi espacio.
—Pasaré por ti cuando estés lista —dijo Yaco, casi sonaba como la doctora Margarita—. Sabes, le comenté a tu abuelo lo interesada que estabas en los vampiros, esta tarde irán con suministros de elixir, deberías participar, los tratados con las subsociedades es nuestra verdadera tarea.
Alma quiso sonreír, pero se aguantó. No la convencerían tan fácil.
—Suena a algo que haría un líder de división, algo que no soy.
—Sigues siendo la nieta del presidente de Filomena. —Yaco carcajeó un poco.
—Podré esta noche —confirmó Alma—. Ya tengo un compromiso para la semana.
Yaco colgó consiguiendo, a base de sutileza, que Alma no se opusiera ni un poco a su deber de centinela. Otro no habría podido lograrlo, estaban seguros de ello.
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