Capítulo 24: Retomar el camino

Tenía el cuerpo entumecido, apenas podía sentirlo como propio, de no ser por ese intenso dolor que la aquejó de la cabeza a los pies. Era un verdadero suplicio. Alma no podía respirar por su nariz, tenía algo en la boca, abrir sus ojos era un sacrificio inhumano y ese asqueroso hedor a desinfectante le provocaba náuseas. Quería moverse, pero sus manos y pies parecían clavados al colchón donde estaba. <<¿Colchón?>>, pensó, también tenía una almohada y a través de sus párpados empezaba a distinguir la claridad del día, así como un tortuosos pu, pu, pu de un aparato que marcaba los latidos de su vida.

—¡Alma! —exclamó la inconfundible voz de Jazmín, entonces Alma abrió los ojos.

Una habitación de extrema ostentación la acobijaba alrededor de máquinas de mediciones, suero e incluso sangre. En unos enormes sofás, de tapizado floreado azul y blanco, estaba Sofía, y junto a su cama se ubicaba Jazmín. A penas pudo verlas, ambas lucían demacradas.

—Haz silencio, tonta. —Sofía reprendió a Jazmín con la misma rudeza de siempre.

—¡Está despertando! —Jazmín la ignoró, las lágrimas de emoción se amotinaban en sus tupidas pestañas negras como cristales.

—¡Llamaré al doctor! —Sofía salió corriendo de la habitación.

Jazmín, intensificó su llanto entre angustia y emoción. De un arrebato, abrazó a su amiga que estaba con un cuello ortopédico, sus manos y sus piernas vendadas, decenas de cables en su pecho y un respirador artificial.

Una enfermera ingresó junto a Catherine, quien lloriqueaba sin control. La profesional tomó los signos vitales de la joven, le quitó el respirador al notar que ya no le era necesario, mientras el doctor Emilio llegaba con su maletín e indicaba a la enfermera que él se haría cargo de ahí en más.

La confusión atormentaba a la amnésica y adolorida Alma. Sentía que la daban vuelta para un lado y para otro como a un bulto, pero no tenía fuerzas siquiera para gemir. Le tomaban la presión, le quitaban sangre, revisaban las máquinas a su alrededor, y, poco a poco, recordaba: los chicos, Mateo y la pelea, ¿qué habría sucedido?

—Alma, ¿me escuchas?— preguntó Emilio, abriéndole los párpados y examinándola con una linterna de bolsillo.

Alma asintió con la cabeza, entonces el doctor indicó a todo el mundo que abandonaran la habitación. Era hora de la verdad.

—Te induje a un coma hace cinco días —explicó, en tanto la auscultaba—. El elixir y los primeros auxilios no eran suficientes, contabas con congelamiento, y heridas rozando tus puntos vitales, quebraduras y golpes.

—¿Y Cathy?

Emilio comprendió la preocupación de Alma por su familia, de ningún modo quería que se involucraran en la Sociedad Centinela, y menos con los recientes peligros.

—Dijimos que un camión volteó el autobús en el que ibas con los chicos a la facultad, y el seguro les pagó este hospital —explicó Emilio—. Debes reposar. Debido a la complejidad de tu caso no fue posible darte un tratamiento sin avisar a tu familia. Deberás sanar de a poco, no podemos decir a tu tía que sanaste de milagro, o convertirte en vampiresa.

—Desearía serlo. —Alma trató de reincorporarse en la cama.

—Créeme que no. —Emilio rió—. Son aburridos, parsimoniosos. Nunca tendrían tus aventuras.

Alma asentía con la cabeza, dejar de tener aventuras y dormir en un cajón era lo que pretendía, entonces se animó a preguntar:

—¿Los chicos?

—Son igual de duros. —Emilio sonrió—. No te preocupes por eso. Disfruta con tu familia que no ha abandonado el hospital ni un día.

Cathy, Sofía y Jazmín reingresaron a la habitación cuando Emilio se retiró.

—¡Alma! —lloraba Cathy, en tanto la abrazaba—. ¡Estoy tan feliz que hayas despertado!

—Lo siento, Cathy. —Alma detestaba crearle disgustos.

—No te disculpes. —Jazmín seguía moqueando, su cara era un espanto—. ¡La culpa fue de ese maldito camión!

—Ya no griten, no estoy muerta.

—Pudiste estarlo —añadió Sofía, incluso ella lucía preocupada.

—Llamé a tu madre —comentó Cathy, en un hilo apresurado—. Debía informarle, se mostró preocupada, envió dinero para los medicamentos...

—No debió preocuparse tanto. —Alma no pudo ocultar el malestar que ese comentario le generaba.

—¡Alma! —bramó Jazmín en un intento por olvidar la situación—. No preguntaste por tu novio, Luca. ¿Sabes que él está internado aquí también?

—Sí. —Alma hizo una sonrisa apretada—. Fue lo primero que le pregunté al doctor, se está recuperando. Espero que todos podamos regresar a casa.

—Estarás en observación un tiempo más —explicó Cathy—. No hay porque apresurarse. Todas dejamos cosas de lado para estar aquí, es mejor que te recuperes bien.

—Es verdad —dijo Sofía—, he perdido prácticas con el equipo, Jaz no ha estado yendo a clases, incluso las chicas han venido a verte.

Alma sonrió, si eso era cierto la hacía sentirse feliz y muy querida.

—No tienes idea cómo ha estado mi madre —añadió Jazmín—. Quería enviarte pasteles, incluso tejer una manta, ha rezado por ti cada día.

—Pues ha surtido efecto —dijo Alma—, estoy fuera de peligro. Las heridas son superficiales, y creo que puedo moverme por mi cuenta. A lo mejor quieran bañarse, cambiarse de ropa o dormir en sus camas.

Cathy, Sofía y Jazmín intercambiaron miradas, era cierto que habían pasado unos días de perros allí.

—Aquí me atienden como reina. —Alma rió más relajada—. No pasará nada si regresan por un momento.

—Muy bien. —A pesar que le costaba dejarla, Cathy sabía bien que no tenía sentido permanecer en vela un minuto más—. Iré a saludar a Luca, y mañana regresaremos a primera hora.

—¡Yo quiero conocerlo! —Jazmín fue tras Cathy—. Le diré que estás fuera de peligro.

<<Seguro estará muy feliz>>, pensó Alma, deseando nunca haber tenido que mentir con un noviazgo.

La presumida y gigantesca habitación hizo notar a Alma que pasaría una larga y aburrida estadía, en donde su mente comenzaba a trabajar, luego de varios días entre sueños olvidados; sobre todo, la curiosidad de saber cómo estaba Mateo empezaba a carcomerle las neuronas.

En tanto Alma se mantenía con la vista al techo, esperando a que alguien le llevara alguna revista o su teléfono celular, la puerta se abrió de un azote. Era Ángeles, vestía de terciopelo negro, su colorada cabellera estaba atada con un moño de calavera, y traía consigo una bolsa roja en su mano derecha.

—¡Jefa! —clamó la joven con gran entusiasmo, y una confianza que Alma no recordaba habérsela dado—. ¡¿Cómo estás?!

—Me duele todo el cuerpo. —Alma respondió con una sonrisa.

Ángeles carcajeó dejando ver todas sus muelas cariadas, ¿cómo era posible que no fuera al dentista siendo millonaria? Alma sintió simpatía porque las tenía igual.

—¡Lo sé! —Ángeles tomó asiento a su lado—. Pensé que estarías con los chicos, y el maricón...

—¿Mateo?

—¡Pues sí! —Cada vez que Ángeles hablaba lo hacía gritando—. La energía negativa de su cuerpo se disipó, ¡nadie sabe cómo pudo suceder! Fue el único caso, y lo hizo luego de casi matarlos.

—Se salvó.

Alma respiró en paz. Todo resultaba de acuerdo al plan. Mateo no se había convertido en un Gris, no lo habían tenido que matar. No obstante, la amargura era inevitable, mucha gente había salido afectada por no haber asesinado a Mateo en un principio, ¿hubiese sido lo correcto? Quizás nunca sabría la respuesta.

Ángeles se encogió de hombros.

—Ese idiota tiene más suerte de la que se merece. —De repente, Ángeles, tomó conciencia de que hablaba del mellizo de Alma—. Disculpa, sé que es tu hermano, pero toda la gente que resultó infectada por su culpa ha fallecido.

—No te disculpes, lo odio más que nadie. —Alma sonrió con gentileza—. Pero me gustaría ver a los chicos antes que a él, quisiera saber cómo están.

—Están vivos. —Ángeles hizo una mueca de asco, y comenzó a sacar paquetes con moños de la bolsa que traía consigo—. No debería importarte nada más, la División Alfa tiene a su líder otra vez, ¿crees que ellos estás preguntando por ti? Son unos ingratos.

Alma se volvió ceñuda. Casi olvidaba su posición de suplente y que el titular regresaba. ¿Qué sería de ella? Los amigos de Mateo ni siquiera eran sus amigos. Era triste pensar que la relegarían o que la descenderían de puesto después de todo lo que había sacrificado por Mateo y esa estúpida Sociedad Centinela a la cual seguía odiando.

—Imagino que tienen mucho de qué hablar con Mateo. —Alma trató de sonar cortés—. De igual modo, gracias por venir a verme.

—Me caes bien. —Ángeles mostró sus dientes en una mueca de alegría—. Aparte, te traje regalos de la Legión del Mal; nuestro líder: Alex, te envía chocolates, los demás integrantes han sublimado una taza con tu nombre y el logo de la Sociedad Centinela, y yo te traje un cubo de Rubik luminoso, si no puedes armarlo lo puedes usar de lámpara.

—¡No se hubieran molestado! —Los ojos de Alma brillaron junto a su sonrisa—. Muchas gracias. Me encantaría conocerlos y agradecerles su apoyo.

Ángeles respondió con una sonrisa gratificada, y en cuanto se estuvo por ir, Alma pidió por el doctor Emilio. No quería decirlo en voz alta, pero, desde que sus ojos se habían abierto, la ansiedad no dejaba su cabeza en paz. La única persona de la Sociedad que se acercaba a ella, luego del accidente, era Ángeles, incluso La Legión del Mal le enviaba regalos. De los demás solo obtenía rumores.



En una sala de proporciones colosales, seis camas estaban dispuestas para la División Alfa y sus miembros convalecientes, aunque no tan convalecientes como la líder suplente. Emilio había podido proporcionarles pequeñas dosis de elixir todos los días, y sus heridas desaparecían con mucha más velocidad. No podía hacer lo mismo con Alma, la presencia de su familia no lo permitía. ¿Cómo explicaría que de un segundo a otro le desaparecían hematomas, cortes y fracturas? Por ello, Alma sufriría un poco más, era el precio a pagar por estar entre dos mundos.

Los chicos podían sentarse a gusto, pocos vendajes los aprehendían. Incluso Mateo carecía de heridas, él solo había padecido congelamiento, y ya no se parecía en nada a aquel monstruo del bosque, a ese ser imperturbable y brutal. No, otra vez era el joven más radiante y carismático al que todos adoraban. No obstante, en ese rostro de rasgos delicados se expresaba una gran preocupación.

—Me va matar —balbuceaba Mateo.

—¿Puedes dejar de decir eso? —Luca resopló con fuerza—. Estamos planificando una fiesta y lo arruinas todo.

—No conoces a Alma —sonrió Yaco—. Ella no querrá matarte. Solo te golpeará y te arrastrará por la acera hasta ver tu rostro deformado.

La expresión de horror de Mateo fue instantánea, tanto que se agarró sus mofletes con las manos temblorosas.

—¿Sería capaz? —Mateo empalideció.

Yaco soltó una carcajada estrepitosa.

—¿Pueden callarse? —Lisandro se removió en su cama con incomodidad—. ¿De quién fue la grandiosa idea de ponernos a todos juntos? ¡No paran de parlotear!

—De esta manera tu linda madre se ve obligada a visitarnos a todos —sonrió Mao, ganándose una mirada asesina de parte de Lisandro.

—En todo caso —interrumpió Gary, con la cabeza baja y la mirada pensativa—, fue Alma la que decidió quedarse con nosotros hasta el final.

Mateo abrió su boca como idiota y su mirada se volvió brillante como la de un perro callejero.

—No lo hizo por ti —interrumpió Luca, dirigiéndose a Mateo—. Alma necesita convalidar y demostrar, todo el tiempo, que sirve para algo, aunque la mayoría de veces fracase. Fue por su orgullo, fue para no sentirse de más, para que no la viéramos como a una carga y no tuviéramos nada que decir en su contra. A ti te odia.

La conversación continuó por horas y horas, conversaban sobre los días sin él y la llegada de Alma, la desconfianza y el miedo del principio, sus estúpidas reacciones. Mateo debía estar al tanto que no todo era perfecto, una sombra negra había hostigado a Alma un buen tiempo. No olvidaron relatarle, con gran emoción y sin perderse de los detalles, cada sueño astral por los que pasaron como entrenamiento en el piletón de la división presidencial. La recuperación era agradable, el dolor no se sentía para ellos. Mateo provocaba la unión. Charlaban apaciguados, aguantándose con sus defectos; la vanidad de Mao, el humor ácido de Yaco, la rectitud de Lisandro, la irritación de Luca, la cursilería de Gary, todo podía ser soportado, todo estaba bien.



Alma aún esperaba a Emilio.

—¿Sucede algo?—preguntó el doctor, que no perdió tiempo para echar un vistazo a todo.

—Me gustaría moverme un poco. —Alma se mostró suplicante—. Me aburro mucho.

Emilio no tardó en hacer órdenes los deseos de Alma. Tan pronto como pudo, una enfermera llegó a la habitación con una silla de ruedas eléctrica, ayudó a la chica a sentarse con el suero conectado a sus venas. Podría pasear por los pasillos, sin ir demasiado lejos.

Brrr, brrr.

La silla de ruedas realizaba un espantoso y deprimente ruido, musicalizando su triste imagen de rostro moribundo. Siendo honesta, deseaba encontrar a los chicos y corroborar su situación. ¿Sus heridas sanarían? A lo mejor estaban en terapia intensiva.

Alma se sentía perdida y sola entre los garrafales pasillos de hospital, en donde pacientes y doctores eran invisibles a sus ojos. Algún que otro era el personal de con el que se topaba en el camino, como la señora aburrida en el buffet mirando la televisión, y de vez en cuando veía ir y venir a Emilio o las enfermeras, pero Alma no se atrevía a ser sincera.

Minutos más tarde, en unos de los pasillos en los que por las ventanas caía el anaranjado del atardecer, podían oírse murmullos y algunas risas, eran las incomparables voces de ellos. En definitiva, estaban bien, felices, en paz; el brrr, brrr de la silla se acercó un poco más para poder oír, pues no se atrevía a presentarse ante Mateo sin pensar en matarlo. Alma no estaba segura de nada en la vida, excepto que algo la retenía y la hacía sentir entre odiosa y ansiosa.

Oír detrás de las puertas no era un rasgo de madurez, pero su curiosidad nublaba su lógica.

—Me gustaría que Mao reabra el bar, podemos ocuparnos de organizar una gran apertura —exclamaba la voz que Alma había escuchado usar al espectro: la de Mateo, su voz le causaba cierto disgusto e impaciencia, era la voz del culpable de todos sus males—. El Antro y La Puerta Dorada pueden ser nuestros lugares de reunión.

<<¡Qué osadía! ¡El Antro no te pertenece, maldito niño rico!>>, pensaba Alma, queriendo escupirle a la cara.

—Estoy de acuerdo. —Mao hablaba entusiasmado al respecto—. Gary y Luca podrían cantar, hacen un buen dueto.

<<¡¿Ellos?! ¡¿Cantar?! Eso era para las Gatas Ácidas... Traidores>>.

Alma comenzaba a sentir un tóxico brotarle desde la garganta.

—Olvídense de eso. —Luca se negó.

—Extraño mucho las noches de pizza, juegos y música. —Yaco sonaba nostálgico.

—Hay tantas cosas que tuvimos que postergar —comentó Lisandro, más motivado que de costumbre.

—Es verdad —habló Mateo—. La han estado pasando mal, después de todo soy quien los mantiene unidos.

—Nos manejarnos —musitó Gary—. A pesar de que nada era tan divertido sin ti. Nada ha sido igual.

Sus palabras eran un puñal en la espalda. La hacían sentir como si nunca hubiese servido de nada, como si tan solo hubiese sido explotada, todo su esfuerzo era en vano y ahora sería descartada. Un cúmulo de lágrimas empantanó su vista. Mateo no lo valía, no merecía estar vivo, ¡y no tenía miedo de pensarlo! Él tendría que haber sido desmembrado e incinerado, por su culpa la población de Marimé había sufrido pérdidas, habían pasado noches de terror. Mateo no merecía nada. Alma no podía sentirse más que como la cómplice de un horrible crimen.

Con lentitud intentó regresar a su habitación, no tenía nada más que escuchar, estaban recordando cosas que ella nunca había vivido, aprovechando a quejarse de los tortuosos momentos sin él, eso la enfermaba. Ni siquiera habían ido a verla, algunas lágrimas con sabor agrio le recorrieron las mejillas rozando sus lesiones, que ardían con cada gota. A punto de irse, Alma cruzó en el pasillo a Emilio.

—Quiero ir a mi casa.

—Debes quedarte en observación —explicó Emilio—. Debo quitarte unos puntos y terminar de hacerte exámenes, entiendo que no te guste estar en un hospital, pero debes ser fuerte. Puedes pedirme lo que quieras si te aburres en tu habitación.

—Una laptop con internet —masculló Alma, limpiando el agua de su rostro—, quiero ver algunas series que dejé pendientes desde que ingresé a esta inmunda secta hipócrita y miserable.

Emilio asintió sin darle trascendencia, y prosiguió al cuarto de los chicos.

—¡Emilio!— prorrumpió Mao, entusiasmado—. ¿Vienes a cambiarnos los pañales?

Yaco estalló en risas.

—Corroboro que todo esté bien. —Emilio revisó las máquinas e hizo algunas anotaciones—. Por cierto, Alma despertó esta tarde.

—Lo sabemos —respondió Luca—. Esta tarde vino su familia a saludarme. 

—¿Podemos visitarla? —inquirió Gary.

—Por supuesto —dijo Emilio—. Me sorprende que todavía no lo hubieran hecho.

—Mateo no nos ha querido dejar un segundo —comentó Yaco.

—Dudo que quiera verme —apuntó Mateo en un susurro.

—Deberíamos visitarla sin ti —dijo Lisandro a Mateo.

Quizás, luego de la visita de Emilio, los chicos empezaban a darse cuenta que alguien había sido dejado de lado. Sin demorarse demasiado, antes de la cena, fueron a su habitación.

Alma tenía su rostro seco y una expresión de piedra. Tenía que pausar su vídeo para tener que escucharlos, y lo peor es que se imaginaba que su visita no era idea suya.

—Me alegro que todo haya salido bien —dijo Alma, en cuando sintió entrar a los chicos a su habitación, pero en su tono sonaba la acidez que les recordaba a los primeros días.

—Gracias a ti —añadió Gary, acercándose a Alma.

—Es gracias al extraño de las cartas.

Yaco, quien percibía la distancia de Alma, sonrió un poco.

—Es verdad, pero si no lo hubieses congelado nunca lo hubiésemos podido capturar, aunque no me explico de donde sacaste tanto poder en ese estado.

Alma no respondió nada.

—¿Qué te sucede? —Mao evitó los rodeos.

—Quiero ir a mi casa.

—En tu estado no puedes —dijo Luca.

—¿Por qué no vino Mateo a disculparse conmigo? —Alma ignoró por completo a Luca, era invisible para ella—. Todo es su culpa.

—No es el momento —respondió Lisandro.

—No es eso, ¿verdad?—añadió Mao—. Sé sincera.

Alma infló sus pulmones en busca de coraje.

—Pienso en mi vida de ahora en más. —Alma apretó sus muelas y prosiguió—. No siento orgullo de lo que hicimos, me siento sucia, criminal. Además, el líder regresó a su grupo de amigos, y yo no quiero estar ahí.

—¿Si no eres la líder no quieres saber nada? —inquirió Luca—. Eres una caprichosa, y una ambiciosa.

—¡A ti no te estoy hablando! —gritó Alma, sorprendiendo a más de uno—. ¡¿Por qué no te vas?! ¿Acaso crees que ansiaba tu visita? ¡Me molestas, maldita sea!

Luca tensó sus puños, y sin responderle se fue.

—¡Váyanse todos! —añadió Alma, sintiendo el silencio y el reproche de sus miradas.

Ninguno osó llevarle la contraria o decir algo de más.



El tiempo en el hospital transcurrió de manera paulatina y tranquila. Alma sentía que sus heridas serían historia muy pronto. Jazmín, Sofía y Cathy se mantenían a su lado, de cierto modo recuperaba el tiempo perdido con su familia, asimismo reconquistaba sus merecidas horas de sueño y descanso. Su rostro demacrado y su delgado cuerpo se tornaban saludables y rozagantes. Había decidido dejar de pensar en su situación, en Mateo y en la Sociedad, y eso se sentía bien. Nada importaba más que los buenos momentos con toda la gente que de verdad la quería y elegía estar con ella.

La supuesta semana de reposo se prolongó por dos más, justo el tiempo exacto para no disfrutar las vacaciones de invierno, pero sí para descansar de más; aunque con muchos pinchazos, incomodidades de las curaciones y el aburrimiento de los momentos de soledad.

Al final, Alma no tuvo la oportunidad de ver a Mateo, y las visitas de Gary, Yaco, Lisando y Mao fueron pocas y fugaces, lo sentía más como un compromiso de su parte.

El día del alta llegó tras una eterna espera, tan solo quería tomar aire, estar en su casa, vestirse con ropa decente y caminar por la calle para ir a tomar un helado al centro con las chicas.

En un taxi, la joven y su tía, abandonaron el hospital. Alma sentía la felicidad como pocas veces en la vida, y no quería opacar ese magnífico instante pensando en las cosas que le habían dicho los chicos, como por ejemplo la reorganización de la Sociedad Centinela, luego de tantas bajas e incidentes. ¿Cómo se había resuelto la situación en el mundo? ¿Qué harían con Mateo, siendo el único caso que se había salvado? ¿Cuáles eran los discursos de los medios masivos sobre los últimos incidentes? Nada de eso le importaba.

Mientras tanto, la noticia del único infectado sobreviviente recorría el mundo, nadie se lo explicaba, aunque muchos creían en la fortaleza de Mateo para disipar la energía oscura desde su interior, sí, era un prodigio. La DII, de igual modo, se encargaría de investigarlo. Los chicos, por su parte debían tener su secreto bien guardado, el secreto tras esa misteriosa carta, ese misterioso llamado y unas varias traiciones en las entrañas de la Sociedad Centinela que nadie se animaba a admitir. La División Alfa guardaría silencio, no querían más problemas, menos querían inconvenientes que les serían imposibles manejar. Tan solo rezaban para que el Diablo no regresara a pedir la retribución por la vida de Mateo. Nadie estaba limpio ni libre de una condena para cuando la verdad saliera a la luz.

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