Capítulo 22: Pelear o morir

El bosque del norte era la reserva de flora y fauna más grande de Marimé. Un sitio con decenas de áreas protegidas y restringidas al público. Siempre había quienes se introducían a explorar bajo su propio riesgo, hasta que los guarda parques los expulsaran. Esta vez estaban seguros de estar solos.

Chicos, chicos.

Una voz comenzaba a percibirse tras los audífonos, era Sam.

Ángeles me ha habilitado imágenes satelitales en directo del bosque, estoy registrando una decena de objetos acercándose a ustedes, puede que sean animales, gente, no sé...

—Gracias por la información, Sam —respondió Yaco, quitando el seguro a las puertas—. Seguimos a pie, la vegetación es muy espesa para ingresar con el vehículo.

Bajar de la camioneta no era la mejor idea, pero debían hacerlo. No quedaba más alternativa. Cada uno descendió con cautela, tomando entre sus manos su arma. Las miradas de los chicos analizaron sus alrededores, no se veía nada bien. Las grises nubes ahora eran mucho más oscuras, casi parecía hacerse de noche a pesar de ser el mediodía.

Con pasos lánguidos y dudosos, avanzaron tanteando el suelo para no hacer crujir las hojas y ramas de los árboles. Sabían que algo se acercaba a ellos, ¿qué era? ¿Qué harían? Nunca habían tenido un desafío real, y el único enfrentamiento de mentira, con Mao, había resultado desastroso para todos por igual.

El bosque los rodeaba con su frondoso verde, ese que sería su cárcel y la de sus enemigos.

—Traten de mantener la calma —susurró Yaco, yendo por delante de los demás. Mantenía su ballesta lista para disparar cuando lo fuera necesario—. Si se alteran sus siddhis no funcionarán. Esto no es un simulacro.

Todos tenían en claro eso, por ello mantenían sus bocas cerradas, preferían controlar su respiración e imaginarse que estaban en la tina de praná y que todo era parte de una gran fantasía colectiva.

De un momento a otro, Mao se detuvo, fue el primero en oírlo. Segundos después los demás lo sintieron también. Pasos acelerados. Decenas de ellos, entre las hojas secas, entre los pastizales y desde todos los puntos cardinales.

—La pelea va a comenzar —advirtió Mao, agudizando su mirada de águila—. Más les vale no enflaquecer, si llegan a exponer debilidad mental estarán perdidos.

Se acercan a ustedes, decía la voz de Sam por el audífono, son muchos.

—¡Luca, Gary!— exclamó Yaco, listo para la batalla—. Confíen en Alma, ha sabido sortear las pruebas a pesar de las dificultades; fue una gladiadora en el coliseo y estuvo con nosotros en la Luna para pelear en el apocalipsis. ¡Recuerden cual es el objetivo de todo esto!

En un principio Alma no lo entendió, luego estuvo agradecida. Luca y Gary eran distintos y a la vez las dos caras de una misma moneda, uno lo demostraba a través de su desprecio, el otro a través de su excesiva amabilidad, pero los dos coincidían en algo: no confiaban en sus capacidades. Luca la creía una molestia, y Gary pretendía protegerla como si se tratara de una damisela en apuros. A pesar de estar allí por obligación, de quejarse de todo, y de importarle una mierda Mateo, su orgullo no quería ser herido por ninguno de los dos.

Luca y Gary asintieron con pesadumbre, Alma no los miró, ella se aferró a su bastón, estirándolo hasta convertirlo en una lanza, era hora de hacer valer su tiempo en la Sociedad Centinela. Dicho esto, decenas de sombras de animales empezaron a abrirse paso entre los prados.

—Llegó la hora —indicó Yaco.

Una jauría de perros salvajes, algunos zorros y jabalíes salvajes, eran sus enemigos. Estaban deformados. Olían a muerte, moscas sobrevolaban sus podridos y nauseabundos cuerpos; despedían sangre entre sus rabiosos colmillos, gruñían con dolor y furia, sus ojos perdidos se desviaban rodeando su órbita, tan solo podían percibir el aroma de su presa a la cual querían atacar. Aguantando la respiración, la División Alfa atacó sin preámbulo.

Lisandro ahuyentaba a sus repulsivos contrincantes con latigazos cual domador del circo, a cambio las bestias expelían espuma de furia, querían devorarlo, pero un tornado de agua creado con su siddhi lo protegía de momento.

Luca comenzaba con un incendio forestal, más de uno lo creía innecesario, pero a él le gustaba tener el terreno a su favor. Sus amigos lo agradecían, el humo ayudaba a neutralizar el hedor. Él mismo lanzaba puñetazos, tratando de golpear a las resistentes bestias, que se levantaban una y otra vez, amenazantes con sus colmillos, lanzando mordiscos y zarpazos, a punto de destrozarlo.

Mao, como si se tratara de un juego, se divertía ejecutando a las pobres y condenadas bestias, danzando entre la ventisca de sus refinados movimientos. Gary peleaba mano a mano con tres perros, agarrándoles entre sus brazos y sus piernas, sin asco, para clavarle las navajas repletas de voltios paralizadores. Yaco había tomado algo más de distancia, desde atrás de los chicos lanzaba flechas de madera que atrapaban a las bestias con enredaderas.

Alma, que se había separado Luca para no interferir en su incendio, se acercaba a Lisandro como estrategia. Estaba creando una pista de hielo que contenía y entorpecía a las bestias, creaba picos de sólido hielo frente a ella, de este modo, cuando los animales querían lanzarse a morderla, quedaban clavados en ellos, los mismos eran rematados por alguno de los chicos, pues las alimañas no desfallecían con facilidad a pesar de estar en su límite.

Cada vez aparecían más de entre las hierbas, los pastizales, desde el monte y los recovecos, amontonándose en el centro del conflicto. Los chicos parecían no dar abasto, los colmillos y las uñas llegaban hacia ellos, impiadosas, provocando tajos y desgarres en sus ropas y sus carnes, salpicando la sangre, sobre todo en Luca y Gary que ponían su cuerpo en la batalla como si tuvieran uno de repuesto.

Alma y Lisandro, al no rendir lo suficiente, comenzaron a correr en busca de espacio.

—¡Tenemos que apartarnos! —gritó Lisandro a Alma—. ¡No podemos dejar que nos hieran ni un poco!

Mao empezaba a ser atacado de todas las direcciones, lo que a veces le hacía fallar en la acción de cubrirse y atacar al mismo tiempo; creaba tornados para alejarlos, pero estos monstruos volvían a acercarse con sus patas quebradas y sus cabezas torcidas en busca de sangre.

Yaco comenzaba a sentirse acorralado, las bestias querían trepar los troncos con sus garras, y con sus colmillos mordisqueaban sus zapatos y piernas, de no ser porque tenía la habilidad de la tierra, y había aprendido a crear enredaderas que los sujetaran, en ese instante habría acabado sin pies.

¡Deben alejarse y separase, el bosque se está convirtiendo en una plaga si siguen concentrados en un lugar terminarán perdiendo antes de empezar!

La voz de Sam comenzaba a sonar desesperada, podía saber bien lo que sucedía en el bosque. Cada uno de los chicos corrió hacia un punto distinto, llevándose con sigo un grupo de depredadores que los perseguía.

Por donde pasaba Luca todo se convertía en llamas. A pesar de estar calcinándose, los demonios seguían atacándolo hasta el final. Luca respondía con furiosos puñetazos a esos cadavéricos y carbonizados monstruos. En un descuido, un lobo logró posarse encima de él. Luca, con una mano, trataba de alejar el podrido hocico de sí, y con la otra pegaba continuos puñetazos, así como pataleaba para apartar a los que se les venían encima.

—¡Mierda! —Se lo oía gritar en todo el bosque, pero nadie podría socorrerlo.

Alma corría agitada entre los árboles, congelando todo a su paso, creando una nevada que retardara a sus enemigos, aunque a ella también la hacía detenerse por momentos, pero cuando miraba hacia atrás las bestias seguían traspasando el colchón de nieve sin siquiera temer por el espantoso frío que provocaba. Era imposible, la magia de los siddhis eran insuficiente para una pelea real.

—¡Maldición! —gritó Alma, viendo como un grupo de cinco zorros la acechaba.

Alma trató de pensar una estrategia que acabara con todos de una vez, de otro modo no habría fin. Contó hasta diez, cerró sus ojos y los abrió al instante, se aferró a su lanza y se detuvo frente a ellos tomando distancia. Pensó y pensó rápido, como la primera vez que había logrado crear un copo de nieve. Esta vez necesitaba algo más fuerte, más intenso. Alma buscó en su mente lo que quería crear, giró su bastón al cielo y la nieve comenzó a caer en forma de puntas filosas de hielo macizo, pesado, duro y letal.

Las púas caían desde el cielo enterrándose en las fermentadas carnes de los zorros, que seguían avanzando hacia ella, quien al no haber pulido bien su estrategia estaba también siendo apuñalada por su propio poder, sin embargo, los más afectados tan solo podían seguir arrastrándose, ya no eran una amenaza. Alma se armó de valor para rematarlos de un golpe con su bastón de lirios tallados. Estaba herida por todos lados, y lo valía, su zona estaba limpia.

Gary, quien se había contendido todo el tiempo, mostró un rostro lleno de poderío cuando fue rodeado por tres pumas y decenas de perros. Sonreía resguardando un misterio profundo en sus pupilas dilatadas, limpió la sangre de su rostro, la victoria para él estaba decidida, aprovechando las nubes del pésimo día, su cuerpo se cubrió de energía eléctrica para enviarla al cielo. Decenas de rayos de comenzaron a partir la tierra, y a los animales, que se incineraban al instante o explotaban. Y los pocos que osaban acercarse a él, recibían una paliza cargada de electricidad, ni las mordidas ni los zarpazos podían detener a Gary. Era una granada de destrucción.

El chico de los tornados, Mao, acababa con la vida de unos cuantos árboles para obtener espacio en su lucha con unos cuantos pumas putrefactos. Sin perder su aire enigmático, limpió su espada y su rostro con un fino pañuelo de seda que quitó de su bolsillo, entonces volvió a atacar. Por un segundo cerró sus ojos meditabundos y volvió a abrirlos con un brillo especial, poniéndose en marcha para decapitar a lo primero que se le cruzara dentro de la violencia de su huracán.

Lisandro contaba con la suerte de hallar el lago del bosque, aunque rodeado por zorros y perros, Lis creaba olas gigantes, las mismas se dirigían con violencia hacia los animales y los alejaban arrastrándolos metros y metros; y, con su látigo, atrapaba a uno del montón arrastrándolo al fondo del mismo, su manera de pelear era limpia, certera y con mera estrategia.

Yaco trepaba a lo más alto de un árbol, al cual con su habilidad le fortalecía sus ramas a su beneficio, desde ahí podía ver el incendio forestal de un lado y la helada del otro, una tormenta eléctrica avecinándose con furia, un tornado destructor y un tsunami en un lago, eso lo hizo sonreír conforme. Parecía que todo saldría bien, él no se quedó atrás una vez seguro de que podían con el plato de entrada. Él se aferró con fuerza al árbol y la tierra tembló y comenzó a abrirse atrapando a los animales, que eran alcanzados por la velocidad de la puntería de Yaco y sus flechas.

La situación está controlada, comentó Sam desde su cuarto de investigaciones, aún así hay toxinas en el ambiente, he perdido el rastro de Mateo pero estoy casi seguro que estará ahí muy pronto.

—Bien hecho, chicos —dijo Yaco, desde el audífono.

—Dilo cuando sepa que las heridas no me darán infecciones —respondió Luca, encendiendo un cigarro.

—¿Están muy mal heridos?— preguntó Alma, desde su glaciar.

—No— respondió Luca, dando una pitada.

—Solo algunos raspones. —Gary volvía a ser el mismo—. ¿Y tú?

—Me dañé con unas estacas de hielo que creé, no es nada.

—Ahí está la prodigio. —El sarcasmo de Luca volvía a ocupar el audífono.

—Yo también estoy bien —comentaba Mao, en tanto limpiaba la sangre de su espada.

—Creí que eso no se preguntaba —respondió Lisandro, escurriendo su ropa fuera del lago.

Mao no dijo nada al respecto, pero la risa de Yaco les hacía entender que el mensaje había llegado.

Chicos, chicos, ¿me escuchan? No quiero arruinar el momento, pero estoy registrando una energía desconocida en la cima del monte, las cámaras no pueden captar nada con claridad ¿podrían ir a verificar de que se trata? podría ser Mateo.

—¡Ese descanso no duro nada! —bramó Mao.

Tras ganar la batalla con los animales, se reavivaba la confianza de todos. Como una incipiente llama que volvía a quemar.

—Vamos hacia el monte, nos encontramos ahí —dijo Yaco, y todos acataron la orden.

No tan cansados, tal vez gracias a los entrenamientos, los chicos acordaron su destino. Unas gotas de lluvia comenzaban a desprenderse de las nubes, cada vez en mayor cantidad y con más potencia, casi como si Dios les estuviese castigando luego de haber aniquilado a sus criaturas sin el menor cargo de conciencia, un barrial emprendía a formarse. Mojados y embarrados caminaban hacia el frente, quejándose, pero en marcha al fin.

—Me gustaría abrazar a Luca— canturreaba Mao, quien se friccionaba los brazos con ímpetu.

Aunque no se veían las caras, podían hablarse por los audífonos para no sentir la soledad.

—Estoy tan empapado que ni mi calor me ayuda con esto— respondió Luca, tratando de cubrirse con su chaqueta.

—Tengan cuidado con el barro, yo ya me caí en un pozo. — Yaco carcajeaba como siempre, estaba tratando de salir de un pozo que él mismo había creado—. Supongo que a eso se le llama karma.

—¡Ya lo veo!— exclamó Alma, refiriéndose al monte—. Y ahí está Gary, ¡Gary, aquí estoy!

Alma corrió hacia Gary, y él hacia ella, estrechando los brazos para atraparla en un fuerte apretón.

—¡No grites por el audífono, tonta! —exclamó Luca.

Desde otras direcciones salían, Lisandro, Yaco y Luca. Más atrás venía Mao.

—Vaya... —Yaco contempló de arriba abajo a Luca y Gary—. Son un asco.

Ver la colina cuesta arriba, con una tormenta que parecía de condiciones bíblicas, no era para nada alentador.

—¿No me digan que tienen miedo al agua? —preguntó Lisandro, casi sonriendo.

—Yo tengo frío. —Mao se aferró a Luca, quien se agitó con aspereza.

—¡Suéltame! —gritó, y, en el vano intento de quitárselo de encima, ambos cayeron de bruces al fango—. ¡Maldita seas, Mao!

Yaco, estalló en risotadas. Mao fingía lloriquear en tanto se limpiaba el lodo de la cara, al igual que Luca que estaba a punto de explotar de la ira. Alma y los demás también rieron, quizás se trataba de un modo de mantener la angustia y ansiedad a raya. Debían defenderse de la negatividad de todo el entorno que se empecinaba por hacerles más difícil la tarea.

Juntos, tratando de no dejarse llevar por las circunstancias, ascendieron hasta la cima de la colina; incluso la lluvia cesaba y la cima se apreciaba con más claridad.

—¡Houston! —llamó Yaco al micrófono incorporado al audífono—. Todavía no encontramos al prófugo, acá está todo despejado repito, está despejado —Sam no respondió. Yaco borró la sonrisa al oír un sonido blanco

—Hay una interferencia —afirmó Gary, percibiendo fallas en su audífono.

—¿Será la lluvia? —preguntó Alma con la vista al cielo.

—Es alta tecnología —respondió Luca—. Funcionan incluso bajo el agua.

—Aun así—interrumpió Lisandro—, parece que no funciona con las toxinas en el aire.

—¡Hagan silencio! —Mao era el único que había permanecido en alerta—. Hay algo a los alrededores.

Por consiguiente, la tierra trepidó. Bultos de barro tomaron forma antropomorfa y movimientos humanoides. Asustados, los chicos permanecieron quietos, las moles de fango se alzaron en sus dos piernas con carácter parecido a un humano asqueroso, con dientes gigantes, sin ojos, solo dos profundos hoyos y largas manos cuyos dedos eran arrastrados por el suelo, estaban encorvados al igual que sus piernas delgadas. Seis de ellos, en total, se acercaban, con el paso pesado, a los chicos.

—Algo me dice que esto no va a ser igual que con los animales —apuntó Yaco.

Luca, sin premeditación, encendió una llamarada que lanzó a los monstruos. Esta se desvaneció sin efecto, por la humedad del lodo y la lluvia del ambiente. Lisandro incrementó el agua, pero pronto dejó de hacerlo, al ver que solo creaba más barro burbujeante y más monstruos trataban de formarse.

—¡Carajo! —La compostura de Lisandro se resquebrajaba—. Mi agua traerá problemas, y el fuego de Luca no es suficiente.

Mao y Alma trataron de pararlos petrificándolos al unir sus habilidades. Mao inició una fuerte ventisca y Alma desarrolló una nevada. Por un instante detuvieron su lenta marcha, para luego demostrar su poder, destrozando la helada de la joven y recomponiéndose con el agua de la lluvia.

—¡Debemos salir de aquí! —bramó Yaco, haciendo, con sus manos, emerger una plataforma de tierra—. ¡Suban todos ahí!

Yaco tenía muy en claro que esas moles no eran lo mismo que los gemelos del Coliseo. Esta vez, no podían darse el lujo de ser golpeados hasta el final. Los chicos subieron a la plataforma, y la misma se deslizó por la pendiente de la colina, hacia el bosque. Asimismo, los monstruos se lanzaron a ellos aullando de un modo aterrador, que los helaba desde el interior.

¡Chiiiiiiaaaaargh! , retumbaba en el bosque.

Todo era insuficiente, las bestias los alcanzaban. De nuevo estaban cara a cara con esas extrañas criaturas cuyos movimientos se volvían más fluidos con el correr de los segundos, los mismos los acecharon y se echaron a correr a una velocidad increíble, tomándolos con sus garras, golpeándolos, arrojándolos al lodo y volviéndolos a patear. Todos rodaron por los suelos. Mao se reincorporó, sujeto a su espada Jian.

—No necesito mi siddhi. —Mao los apuntó curvando una sonrisa—. No me importa, soy mejor con esto.

A pesar del dolor de la caída, Mao se lanzó sobre las moles de barro, lanzando cortes que no llegaban a ser suficientes.

Al reincorporarse, Lisandro decidió inyectar líquido al interior de las moles, creando chorros finos y precisos de agua, para de su consistencia fangosa fuera más débil. Gary se alzaba al cuello de un contrincante, clavando sus navajas de manera infructuosa. Tampoco los puños enardecidos de Luca, o las flechas de Yaco hacían nada. Al menos Alma podía detenerlos unos segundos para clavarle estacas de hielo y que el bicho volviera a reconstruirse.

—¡No podemos con ellos!—prorrumpía Gary, esquivando los golpes.

—¡Maldito barro vivo! —Se quejó Mao—. ¡Oye, Yaco, que tengas una idea nos vendría muy bien!

Yaco estaba tan ocupado como los demás; no obstante, muchos buscaban una solución en él. Lo sabía, sentía la responsabilidad de ser el mayor, así que forzó su mente un poco.

—¡Vamos al lago!

Ninguno se opuso. En grupo, corrieron en dirección al lago, sorteando los zarpazos que cortaban su piel. Yaco y Alma creaban obstáculos para los monstruos, los demás corrían, exacerbados, en la lluvia que no cesaba, chapoteando, resbalándose sin caerse por completo. Al llegar al lago se sumergieron en el mismo hasta los hombros, las moles no se atrevieron a entrar, pero acechaban todo el alrededor esperando a que sus víctimas salieran, otra vez los chillidos aterradores pretendían desmoralizarlos por completo.

—Menos mal que el coco no existía. —Mao aprovechó el momento para limpiar el barro de su rostro.

—No podemos quedarnos aquí para siempre —expresó Luca, quitando el barro de su cabello bermellón.

—No, claro que no. —Yaco vaciló un poco—. Debemos pensar.

—Tú controlas la tierra —dijo Alma a Yaco—. ¿No puedes crear monstruos que los enfrenten?

—No. —Yaco negó con la aflicción en su rostro—. Que comparta el elemento no significa que pueda darle la misma utilidad, eso varía de persona a persona. Como tú y Lisandro, ambos controlan el agua, pero de forma distinta. No obstante, hay algo que puedo hacer para zafarnos.

—¿En qué piensas? —inquirió Gary.

—Soy bueno partiendo la tierra. —Yaco sonrió más confiado—. Crearé unos túneles subterráneos para huir del agua.

Con un poco de concentración, Yaco fijó un punto dentro del lago. La tierra comenzó a temblar, las moles se aferraron a la tierra para no caer al lago, y un agujero en una orilla fue profundizándose en forma de túnel. Las moles no podrían ingresar sin mojarse. Los chicos nadaron hasta allí y se metieron a aquella caverna bajo agua.

—¡Brillante como siempre, Yaco! —Mao volvía a sonreír.

Chicos ¿me escuchan? el audífono volvía a funcionar, gracias al cielo pensé que había pasado algo malo.

—¡Claro que sucedió algo malo! —gritó Luca—. ¡Estamos mojados hasta dentro del culo, unos monstruos de barro nos persiguen, no puedo fumar y nos recluimos en un asqueroso laberinto de tierra!

Lo siento mucho, respondió Sam, afligido.

—No tienes que disculparte —contestó Lisandro.

Al parecer la tormenta continuará, en cuanto a Mateo, sé que está en la zona, pero me es difícil ubicarlo con las cámaras, ¿cómo va todo ahí? A parte de lo que me dijo Luca.

—Nos recluimos bajo tierra —respondió Yaco—. No podemos con las moles de barro. No le pudimos hacer ni un rasguño, y para colmo la condenada lluvia nos entorpece. Creí que sería mejor esperar a que parase un poco, y aprovechar el momento para reponernos.

De acuerdo, según lo que puedo verificar nada los amenaza ahora, voy a seguir monitoreando cambio y fuera.

Los chicos se sentaron en el suelo frío de la caverna, pero cualquier cosa era mejor que estar siendo perseguido por esos bicharracos de barro en medio de una tempestad. Se quitaron los zapatos y el abrigo mojado. Luca encendió una pequeña fogata con algunas raíces secas y situó sus cigarros al lado de la misma. Esta vez, todos contaban con heridas; cortes en los brazos, en las piernas en el rostro, sangraban y ardían, y sobre todo dolían, aunque no fueran de extrema gravedad.

—Pensé que solo nos íbamos a encontrar con Mateo —susurró Alma, limpiando sus heridas, recordaba que habían dejado el botiquín de primeros auxilios en la camioneta. ¡Montón de idiotas!

Lisandro movió su cabeza de un lado a otro.

—Es verdad, ya nos metimos en bastantes problemas y él no ha aparecido.

—No sean negativos—respondió Mao, acercándose al fuego—. Tómenlo como una entrada en calor. Sobrevivimos, eso es lo que cuenta, desde el principio sabíamos que no sería fácil.

—Debiste quedarte en tu casa —suspiró Gary, con la vista puesta en Alma.

—Estaré bien. —Alma sonrió—. Tú y Luca están en peores condiciones. Lo que me preocupa es como regresaré a casa...

—Ya inventaremos una excusa. —Gary se sentó a lado de Alma y dejó caer su cabeza sobre el hombro de la chica. Ella resopló con la vista al fuego, no quería pensar de más.

Los minutos pasaban en la cueva de tierra que los protegía de los demonios del afuera, la lluvia aún azotaba el bosque y su tierra. Las ropas de los chicos se secaban con pereza, y sus heridas más superficiales dejaban de sangrar. No era prudente hablar, debían estar alertas, pues los gruñidos de los engendros de barro aún resonaban en todo el monte.

—Deberíamos irnos ya. —Yaco se levantó del suelo al oír que la lluvia cesaba—. Abriré un túnel hacia arriba así evitamos mojarnos otra vez.

¿Chicos me escuchan? La lluvia ha cesado, también las toxinas parecen estar yéndose, pero la ciudad es un verdadero caos, hay incidentes de todo tipo, sumado a la lluvia que provocó catástrofes, comentaba Sam mientras los jóvenes escalaban hacia la salida.

—¿Encontraste algo más, Sam? ¿Monstruos, Mateos? —preguntó Mao de mala gana—. Habla de lo que nos compete. Me importa una mierda la ciudad.

Ángeles me ha ayudado a recuperar la electricidad.

—Genial, gracias por nada genio.

Lo siento, Mao. No es tan fácil como crees, por algo todo el personal del país ha tenido que ser de apoyo fuera.

—Olvídalo, perdóname. —Mao, por un momento dejó la ironía para pedir disculpas, era consciente que su nerviosismo provocaba en él una descortesía hiriente hacia el pobre Sam, quien ya cargaba con más problemas de los que merecía una persona como él.

—Sam, gracias por todo —intervino Alma—. Envíale las gracias a Ángeles y La Legión, deséanos suerte.

De fondo se escuchaba la chillona voz de Ángeles decir: qué tengan suerte, la van a necesitar.

El laberinto le recordaba a Alma a su iniciación con Luca y la prueba de valor. Era un sitio caliente, oscuro, tenebroso, tal vez era imaginación de ella, pero ahí tan solo se podían percibir malas energías. Caminando en fila, Yaco, Luca, Mao, Lisandro, Gary y Alma alcanzaron el final, hacia el bosque, los rayos del sol del mediodía los iluminaban. Las nubes despejaban el cielo, los monstruos de barro seguían ahí, secándose y desarmándose como viejas y polvorientas figuras de cerámica.

De haber persistido el diluvio jamás habrían podido contra ellos, debían agradecer a la Madre Tierra por acabar con la tortura. Las moles ya no eran una amenaza, se veían débiles y penosos. Mao y Luca comenzaron a golpearlos, hasta hacerlos polvo con una saña sin compasión.

—¿A dónde deberíamos ir? —preguntó Alma, preocupada por la misión.

—Mateo tiene que estar cerca —respondió Gary, en su rostro había algo de tristeza—. Su habilidad es la creadora de moles.

—Lo supuse. —Alma no sentía sorpresa—. Tal como en el viaje astral, maneja el lodo.

Lisandro, quien miraba hacia los alrededores reflexionando sobre la situación, decidió proponer a los chicos de dirigirse a un lugar más descampado. Pues, el bosque, era un lugar dónde, quienes usaban el elemento de la tierra se encontraban en perfecta sintonía y ventaja.

—Este es un lugar propicio para las habilidades de Mateo —indicó Lisandro—, debemos preparar el terreno.

—No podemos ir a la ciudad — respondió Gary—. Si esto se escapa de aquí, los Altos Mandos nos matarán. ¡Y ya bastantes problemas trajimos!

¡Chicos! se acerca desde el sur, estoy seguro que es él, tienen un descampado a doscientos metros al este, vallan ahí, advirtió la voz de Sam, que podía escuchar todo.

—Al fin eres útil. —Mao aplaudió y ajustó su arma—. ¡Vamos por Mateo! Es hora del reencuentro.

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