Capítulo 20: Trabajo en equipo
"Es mi novio" dijo cuando Cathy llegó a socorrer a Sofía. Era eso o indicar que se trataba de un dealer de drogas, lo cual tenía más lógica, pero la verdad no tenía tiempo para ir a más citas con Margarita, por muy bien que le hicieran.
Y ahí estaba, teniendo que llevar una mentira adelante, una mentira espantosa. ¿Por qué no le sucedían esas cosas con Gary? No, tenía que pasar con el tipo más desagradable en todos los aspectos posibles. Alma juraba tenerle paciencia, podía comprenderlo, ¿cómo no? Pero no todo tenía un límite, Luca ya estaba compartiendo el desayuno en su cocina, con su familia.
Cathy tenía la sonrisa más falsa que jamás hubiera imaginado, y Sofía siquiera quería probar bocado. Luca no era el chico que una madre deseaba que le presentaran. Era extraño, y antiestético.
—Lamento lo de hace un rato. —Luca tomó una actitud sumisa.
—No, no, no. —Cathy agitó sus manos—. De ninguna manera me molesta que Alma... traiga gente, no es necesario andar a hurtadillas. Esta es su casa.
—Luca es algo tímido —explicó Alma.
No podía creer que él estuviese fingiendo ser un niño modesto.
—¿Qué te pasó en la cara? —interrumpió Sofía.
Tanto Alma como Cathy brincaron de sus asientos.
—Esto... —Luca tocó su rostro—. Un incendio en el edificio donde vivía con mis padres; fue hace cinco años. Todavía me cuesta acostumbrarme, y a la gente le cuesta mucho más verme a la cara. Entiendo bien el susto que te llevaste. Me sucede a menudo.
Luca bajó su vista para tomar un sorbo, lo que acababa de decir hacía sentir mal a cualquiera. Sofía se lo merecía, no tenía por qué comenzar una conversación de ese modo.
—Hablemos de lo importante —dijo Cathy, sintiéndose la peor—, ¿cómo se conocieron?
<<Carajo, ¿por qué no me traga la maldita tierra?>>, pensó Alma.
A pesar que las excusas y farsas no parecían querer visitar la mente de Alma, Luca ya simulaba una sonrisa risueña, listo para escupir una catarata de calumnias.
—Siempre la veía rondar el campus. —Luca sonrió con la vista en Alma y estiró su mano hacia la mejilla de la chica, la cual sintió un escalofrió cuando la acarició de un modo despreocupado—. Nunca lo creí posible, Alma me parecía inalcanzable. Hasta que un día me animé a hablarle y... no solo supe que era hermosa por fuera, también lo era por dentro.
<<¡Ay, por Dios!>>, Alma quería golpearse la cabeza, el calor de la vergüenza le hacía sudar la frente.
Cathy lanzó un chillido de felicidad, apretó sus puños contra sus mejillas, estaba encantada con las invenciones de Luca. Alma, por su parte, no podía creer lo que sus oídos escuchaban, ¡Luca era tan cínico! No tenía ni un ápice de cortesía al mentir de manera tan descarada.
—¡Ja! —Sofía lanzó una desprevenida risa cargada de incredulidad.
Al menos alguien se daba cuenta de lo ilógico de la situación.
—¡Luca! —exclamó Alma, aparentando timidez—. ¡Me idealizas demasiado!
—Eres demasiado modesta —agregó Luca y la tomó del mentón—, y muy encantadora.
Los dientes de Alma rechinaron, ¡¿qué le pasaba?! Era obvio, aprovechaba la oportunidad para torturarla. La primera vez que recibía ese tipo de palabras provenían de una farsa.
—Nos tenemos que ir. —Alma se levantó de la silla y tomó a Luca de la muñeca para arrástralo fuera de la casa.
—Está bien —protestó Cathy—, que no se les haga tarde; y tú, Luca, las puertas de esta casa están abiertas. No vuelvas a entrar por la ventana.
—Muchas gracias, Cathy. —Luca hizo una leve reverencia—. Ha sido un gusto conocerlas.
Luego de todo ese fastuoso acto, Luca se adelantó hacia su motocicleta para encender el motor y un cigarro.
—Lo siento, Cathy —dijo Alma antes de salir—. Luca es... yo...
Las palabras se le trababan en la boca, si bien la mentira era parte de su nueva vida, inventar algo tan enroscado se le dificultaba.
—Está bien, Alma. —Cathy la ciñó en un abrazo caluroso—. Me alegra que estés con alguien, se nota que está enamorado de ti. Y no lo vuelvas a esconder, estoy muy orgullosa.
<<Genial, Cathy ha quedado encantada>>, pensó Alma, queriendo golpear su cabeza.
Muy en el fondo, Alma lo sabía, Cathy la creía una chica excepcional, casi misericordiosa, una impoluta jovencita capaz de enamorarse más allá de lo físico. Pero no, Luca le daba repulsión. Si hablaba de físico, prefería al punk de rostro perfecto: Gary. Estaba condicionada por la sociedad de ese modo y no se sentiría mal al respecto. No era tan buena samaritana como para solo apreciar los sentimientos de las personas, y si ese era el caso, la personalidad de Luca era tan desagradable como su cara.
—Tienes una linda familia —decía Luca, acorde avanzaban en el trayecto—. Mateo estaría celoso, te quedaste con los familiares más decentes.
—Algo debía tener a mi favor, ¿no? —opinó Alma, aferrándose a su espalda—. Y no me vengas con el relato del niño rico que no tuvo amor. Mateo no me causa ningún tipo de simpatía. En todo caso, ¿tienes noticias?
—Sin novedades —repuso Luca—. Si esa cosa que posee a Mateo está en su consciencia, entonces sabrá donde ocultarse.
—¿Y tú no sabes dónde buscar?
—Hay miles de puntos ciegos en el mapa de Marimé —explicó Luca, acelerando más, hablar de ello lo ponía de mal humor—. La Legión se está encargando, lo mejor que podemos hacer es estar listos para cuando decida salir.
Él lo dejaba en claro, no tenían que seguir dándole vueltas al asunto, y la verdad era que Alma prefería evitar cualquier discusión con Luca. El día arrancaba inestable con la atroz mentira de que ella y Luca eran novios, una mentira que tendría que sostener hasta que fuera necesario. Todavía recordaba esas palabras que le había dicho en el desayuno, con solo repetirlas en su mente ya podía sentir el revoltijo entre sus tripas, eran las putrefactas mariposas zombis de un falso noviazgo. Descubrir la faceta de perfecto mentiroso de Luca era espeluznante.
Al llegar a los sótanos de entrenamiento, algunos gritos de una mujer se escuchaban en la sala principal. Alma se sintió alarmada, y junto a Luca se apresuraron para confirmar que todos estaban allí, fuera de la sala esperando a que la discusión terminara.
—¡Necesito la sala! —berreaba una joven.
—Necesitas una autorización —insistía Sam.
—¡¿Por qué me haces esto?! —gritaba la desquiciada chica—. ¡Ustedes nos pidieron ayuda!
Los chicos ingresaron a la sala, dando por hecho que la situación era incontrolable para Sam.
Una jovencita pelirroja, pecosa y delgaducha, estaba haciéndole frete a Sam que se encontraba arrinconado en una pared, aterrado por su griterío.
—¡Ahí están! —clamó la joven—. ¡Ellos pueden autorizarme!
—¡Chicos! —dijo Sam, mostrando un gesto de alivio—. Ángeles quiere usar las salas de investigación y necesita aprobación de quien este al mando.
—¡No! —exclamó Luca, dando un paso adelante—. De ninguna manera. ¡Ahora vete, tenemos cosas que hacer!
—¡¿Qué?!— gritó Ángeles, rebalsada en cólera, a punto de darle un puñetazo a Luca, pero algo la contuvo—. ¡Exijo una explicación! Y no tuya, si no de tu superior. ¿Alma, verdad?
La muchacha, de nombre Ángeles, enfrentó a Alma con la mirada. Entonces, la líder del grupo entendió por qué Sam sentía miedo, la pelirroja se imponía a pesar de llevar dos coletas a los lados y vestirse como una gótica avejentada.
—¿Quién eres? —preguntó Alma, desconcertada.
—¡¿No lo sabes?! —Ángeles golpeó sus caderas, no podía creerlo—. Soy Ángeles, amiga de Alex White, la segunda al mando en la Legión del Mal. ¡Arreglé todas las computadoras para buscar a tu hermano! Es increíble, nos usan y nos descartan como basura, ni siquiera sabes mi nombre.
—Lo siento. —Alma ladeó su cabeza—. Supongo que no hay inconveniente para autorizarte.
—¡Estás cometiendo un error! —Luca se acercó a Alma con un paso violento.
—El error lo cometió quien autorizó que yo fuera tu líder —respondió Alma, acompañada por una estrepitosa carcajada de Ángeles—. Además, ¿qué problema hay? En la Sociedad Centinela la traición no existe, ¿verdad?
Alma siguió de largo, empujando a Luca con su hombro, provocando que Ángeles riera con más ímpetu, en tanto los demás se miraban los unos a los otros.
—¡Alma, me caes demasiado bien! —Ángeles saltó repetidas veces, su rostro expresaba felicidad plena—. Alex estará encantado contigo.
La joven de coletas salió de la habitación a las corridas, marcando números en su celular.
—Cometiste un grave error —afirmó Luca, listo para encender un cigarro—. Ella es enviada por Alex, ¡que es un psicópata!
Tanto Yaco como Mao rieron subestimando las palabras de su amigo.
—No diría eso —respondió Sam, acomodándose los lentes—. Ángeles, Alex y su equipo son demasiado inteligentes, lamento que estén infravalorados por ser de la baja casta. Si les dieran el lugar que merecen estaríamos mejor.
—Me importa una mierda —gruñó Luca, negando con la cabeza—. Ha sido un error y punto.
—Luca. —Lisandro contó hasta diez para no insultarlo—. No podemos actuar como tiranos con cada persona que nos cae mal.
Los chicos pararon con su pequeña disputa. Los problemas que pudieran traer, tenían a Alma sin cuidado.
Los chicos Alfa, ingresaron al piletón en silencio, como acostumbraban a hacerlo; tan solo los inspiraba la idea que vendría un buen descanso más tarde. Trataban de no pensar en nada malo para no atraer más desgracias.
El mundo de ensueño, esta vez, los sorprendía de una manera maravillosa. Era la primera vez que llevaban una vestimenta que no les era familiar. Los ojos de Alma brillaron al verse a sí misma como una gladiadora. Llevaba puesto una pechera de cuero, un ancho cinturón de metal sujetando una falda, traía puestas muñequeras plateadas hasta el codo, un yelmo con cresta, y unas sandalias altas, atadas con cordones de cuero marrón, se sujetaban a la perfección. En su mano derecha tenía su arma, su tótem, aunque no era idéntico al que recordaba, este era más como una lanza. Al observar a los chicos pudo notar que compartían el mismo estilo: cintos, muñequeras, botas, con sus torsos descubiertos; y sus armas, con ligeras modificaciones. Lisandro tenía un escudo y un látigo mucho más largo y grueso; Gary, poseía dos puñales en vez de navajas; Luca, manoplas de hierro; Mao, una espada greco-romana y Yaco un arco y flechas.
—¡Me encanta! —El entusiasmo se apoderó de Alma; más que nunca, parecía una niña con un juguete nuevo y esto sorprendía a los chicos, ella era más de quejarse—. ¡Ustedes también tiene sus armas cambiadas!
—No te sobrexcites, loca—comentó Luca, rodando sus ojos.
—¡No me excito! —gritó Alma, con la cara roja, pensado que Luca se había dado cuenta de cómo miraba de reojo, y con curiosidad, el cuerpo descubierto de Gary.
Yaco, a quien rara vez se le escapaba algo, estalló en risotadas. Alma no tenía donde poner su vista avergonzada. Por primera vez vio la espalda de Mao, esta parecía un lienzo impresionista de tantos tatuajes que poseía: un dragón enroscado entre flores rojas y un feroz tigre en su hombro izquierdo. Yaco también tenía algunos raros símbolos que formaban una guarda debajo de su hombro derecho. Pero ver a Gary, fue lo que más le sorprendió; unas alas grisáceas de ángel cubrían la totalidad de su espalda, en su pecho, tenía tatuado Mía, junto a algunas hermosas rosas rojas; cerca de su cadera tenía una A de anarquía. El significado que podrían tener era algo intrigante.
—¡Mira tu alrededor! —gritó Luca.
Alma se espabiló haciéndole caso, y, cuando reaccionó, ya no pudo articular palabra. Estaban parados en medio de la arena del coliseo romano. Las tribunas estaban llenas de gente, emocionada, expectante, gritando, aplaudiendo.
—¡¿Qué?!— chilló Alma, aterrorizada.
Yaco rió con fuerza, doblándose del dolor que le provocaba su inmunda carcajada. Entonces Alma sospechó que las carcajadas de Yaco eran una respuesta a sus nervios y no a su simpatía.
—No me digan que otra vez voy a tener que darles una paliza...—Mao rió con picardía.
—Cierra el pico —lanzó Lisandro, mientras que Gary lo acompañaba con una mirada de aborrecimiento.
—Bah, no tienen humor. —Mao se encogió de hombros y les dio la espalda.
—¡Las puertas se están abriendo! —prorrumpió Alma, al ver que las rejas que daban al hipogeo se elevaban, y con el ruido rechinante del óxido de las mismas, la arena comenzaba a temblar.
A lo lejos, bajo el suelo, gruñidos oscuros comenzaron a escucharse cada vez más y más cerca, dos gigantescas sombras se divisaron saliendo de las profundidades de los túneles. Los chicos, en alerta, esperaron su destino en posición de lucha.
—¡Da igual lo que sea, ganaremos! —exclamó Mao, con una ferviente mueca victoriosa.
—Sí, porque nada es real —objetó Yaco.
Mientras Mao quedaba en vergüenza frente a su amigo, los demás ya veían a dos gigantes de cuatro metros salir, de una vez por todas, a la superficie. Enormes e imponentes, con formidables dientes entrenados a base de desgarramientos; unas manos que podrían aplastar el cráneo de cada uno de solo un golpe, y tan solo con apretarlos convertir sus huesos en polvo. Calvos, sucios y transpirados, con sus ojos profundos llenos de una ira destructiva. Buscaban el aliento fanático del pueblo que los estimulaban, para que hicieran trizas los insignificantes cuerpos de los gladiadores debutantes.
—¡Qué asco! ¡Apestan más que Gary!— Mao tapó su nariz, sin inmutarse un poco por la presencia de esos dos monstruos gemelos.
—Mao, cierra tu puta boca de una vez —murmuró Luca frunciendo el ceño.
—¡Da igual, los cortaré, con el viento o mi espada!
—Tu espada no conserva la forma que conoces... —dijo Lisandro, sin perder de vista a los gigantes que se acercaban a ellos, haciendo la tierra vibrar y provocando una polvareda con cada paso que daban.
—Es verdad... —musitó Mao, aunque sin preocuparse demasiado—. Es mucho más pesada y algo extraña de manejar, pero puedo usarla con mi siddhi.
—Olvídalo, desde el inicio no puedo calentar —indicó Luca.
—Es verdad —asintió Alma, tragando saliva ante sus oponentes—. Pensé que era por los nervios, pero no puedo usar mi siddhi.
Incrédulo, Mao, hizo un vano arranque por crear un tornado. Al escuchar eso, Yaco, Gary y Lisandro intentaron usar sus habilidades sin resultado alguno.
—Somos simples mortales —afirmó Lisandro, sin que se le moviera un pelo—, y vamos a morir.
Dicho esto, Mao esquivó un puñetazo de milagro. De inmediato, los jóvenes espantados, se apartaron corriendo de las bestias. No había salida, debían dominar sus armas antes de que perdieran el control de la situación.
—¡Ah, puta mierda! —Alma, gritaba desesperada—. ¡Esta ropa de porquería es incómoda y mi lanza pesada!
—¡Iré a cubrirte! —vociferaba Gary, desde el otro extremo de la circunferencia.
Un gigante ya se acercaba a la jovencita, que estaba junto a Luca. El otro gemelo iba en dirección a Mao. Yaco, arrojó una flecha con precisión a la nuca de quien se acercaba a Alma, quedando clavada ahí como un insignificante piquete de mosquito.
—¡Hijo de puta! —profirió Yaco, qué pocas veces se desmoralizaba.
Luca se colocó como un escudo frente a Alma, dispuesto a pelear uno a uno con esa horrible y grotesca bestia, que parecía pudrir la corriente cada vez que lanzaba su aliento con un gruñido profundo.
—¡Luca! —exclamó Alma, asustada, él la ignoró, intentando apabullar al bárbaro, oyendo el gentío que los abucheaba y comenzaba a tirarles frutas podridas y piedras.
Mao se deslizó por el suelo, cuanto más rápido pudo, para provocarle al gigante tajos en sus piernas, pero esa carne era difícil de rebanar. A pesar que los espadazos no fueron sorteados, no lograron hacerle un daño considerable, y en parte se debía a que Mao no podía manejar un arma desconocida. Gary y Lisandro, fueron a socorrerlo.
Lisandro se sentía inútil e impotente; no podía atrapar al gigante con el látigo, tan solo lograba cubrirse y escurrirse como rata. Gary, tampoco podía ayudar mucho, pero intentaba profundizar los cortes hechos por Mao. Sin embargo, era turno de los enfurecidos hermanos gigantes, que de un golpe arrojaron a los chicos por los aires. Yaco a un extremo y Alma, amortiguando la caída de Luca, a otro. Lisandro, Mao y Gary fueron barridos con menos fuerza gracias a que Lisandro se antepuso con su escudo.
Yaco escupía sangre, soportando el dolor de una torcedura en el tobillo. Trataba de pararse para zafarse del próximo golpe.
—¡Hay que preparar una estrategia o estas cosas nos destruirán! —bramó Yaco.
—¡Creo que los gigantes no lo están razonando! —gritó Lisandro, desde la otra punta—. ¡Esa es nuestra ventaja!
—¡No los subestimen, podría ser mortal!—Yaco dirigió la mirada hacia Alma y Luca que con esfuerzo trataban de levantarse.
Luca había recibido el golpe de lleno, su cabeza sangraba y su nariz estaba rota, despidiendo chorros de sangre a borbollones. Alma contaba con más suerte, solo recibiendo el impacto del cuerpo de su compañero, sin daños mayores.
—Nosotros estamos en el mismo equipo —indicó Yaco a Alma y Luca—, nos encargaremos del que nos ha atacado.
El suelo vibró. La montaña de músculos se acercaba a ellos amenazándolos con sus pasos agigantados.
—¡Si nos toca una segunda vez estaremos muertos! —vociferó Yaco—. Atacaré a sus ojos, pero necesitaré que me faciliten apuntarle desde lejos.
Luca consintió con la cabeza, también Alma, insegura de como proseguir en su plan.
—Nosotros somos otro equipo —indicó Mao, al resto de los chicos, limpiando la sangre de su labio con el reverso de la mano.
—Mi brazo está hecho polvo —señaló Lisandro, observando que por querer parar el golpe con el escudo ahora sufría las consecuencias de una quebradura—. Por suerte soy ambidiestro, aunque tendré que elegir entre el escudo o el látigo.
—Tal vez sea mejor el látigo —apuntó Mao—. El bicho ya tiene heridas las piernas, con un poco más de esfuerzo lograremos voltearlo, ahí atacaremos.
Luca aumento su velocidad en dirección del gigante que los amenazaba. El monstruo lanzó un manotazo para impedírselo, pero el joven lo esquivó. Alma y Yaco estaban expectantes, inseguros de lo que el muchacho tenía en mente. Alma, tan solo se le ocurrió ayudarlo, tratando de llamar la atención del gigante mientras Luca pretendía escalar sobre él.
—¡Mira aquí, gigante! —Alma buscó la atención del monstruo alzando sus manos y gritando.
Luca, comenzó a escalar sobre el gigantón, iba a llegar a su cabeza, en tanto éste trataba de quitárselo de encima, moviéndose y lanzando manotazos de un lado a otro. Finalmente, Luca logró aferrarse a las carnes de su espalda, no se dejaría vencer, dependía de él que Yaco, quien preparaba sus flechas, le atinara.
Del otro lado, Gary y Mao corrían de un lado a otro, querían llegar a las pantorrillas del energúmeno que los quería barrer a manotazos; Lisandro esperaba su oportunidad para poder enredarlo.
Gary y Mao llegaron al punto en donde pudieron hacerle algunos cortes, sobre los que ya tenía heridas sangrantes. El gigante chilló enloquecido, y de un manotazo logró enviar a los dos chicos por los aires, esta vez sin que nadie les mitigara el golpe.
Lisandro, previendo que el gigantón se acercaba hacia los chicos, golpeó, con el cuero del látigo, las heridas sangrantes de las piernas del gigante, el cual estalló en un alarido de dolor haciéndolo retroceder a él.
Luca, quien estaba ya en la cima del cuerpo del otro gigantón, enredó sus piernas en el grueso cuello de la bestia. Alma, en un instante, arrojó su lanza con fuerza hacia la palma del gigante, así Luca pudo aprovechar la oportunidad, entre zarandeos, de abrirle los parpados con cada mano.
Yaco lanzó su flecha, al instante fue seguida de otra, ambas al blanco. El joven cegó por completo al gigante, que proliferaba gritos guturales ensordecedores; y, de un sacudón mando a volar a Luca. Alma aprovechó la ocasión para tomar su lanza de un tirón. Alma, recuperó su lanza, observó a Yaco, que ahora apuntaba al corazón del bárbaro, ella, hizo lo mismo. Debía intentarlo.
Alma, igual de certera que Yaco con su flecha, enviaba su lanza por la arena hacia el corazón del monstruo.
Lisandro, del otro lado, se acercó lo suficiente a su ya debilitado oponente para enredarlo con su látigo haciendo tambalearse. Gary y Mao, con una voluntad inhumana, se pusieron de pie. Daban lástima, estaban hechos trizas. Gary, con una mano quebrada y un tobillo doblado; Mao, con la nariz y unas costillas rotas, ambos escupían sangre, aun así, se resolvieron ayudar a su amigo a tumbar al hombre. Lisandro, Gary y Mao voltearon al gigante, que, desesperado trataba de desenredarse para atacar y destruirlos por completo.
Mao se subió al pecho de la bestia, apuntando a la yugular, con la pesada y vieja espada. Antes de que los gemelos reaccionaran, Mao clavó su espada al mismo tiempo que, con ambos cuchillos, Gary lo cegaba.
La victoria era de ellos, pero el pueblo enloquecía al ver a sus figuras distinguidas tumbadas como insectos, comenzando a arrojar piedras y objetos a la arena. Yaco y Alma corrieron hacia Luca y luego hacia los otros chicos para huir de ahí, saliendo por las compuertas.
—Mierda, me duele todo. —Mao se mantuvo con el torso encorvado— ¡Deberían admirarnos mierdas! —agregó fastidiado, dirigiéndose al público.
—Debemos salir antes que se ponga peor —dijo Yaco, notando la mirada feroz del público—. No han apostado por nosotros.
—Estamos muy mal heridos. —dijo Alma, aún temblaba por la adrenalina de lo vivido—. Luca, Gary y Mao ya no pueden seguir así.
—Busquemos una salida —dijo Luca, con la voz enronquecida.
Los chicos asintieron, y caminaron hacia los oscuros pasillos de piedras del coliseo. Tras unos extensos e interminables minutos, en donde a lo lejos se escuchaban los golpes y los gritos de la turba iracunda, una luz al final de los túneles les mostró la vía de escape.
—No hay nadie —indicó Yaco, con la cara asomada hacia los afueras, mirando a los alrededores.
Tan solo habían unos cuantos caballos en carretas, puestos de comidas, y algún que otro vago tirado en el suelo.
—¿Qué tal si robamos un caballo para huir? —propuso Alma, viendo a los caballos del decorado onírico—. No soportaremos otra pelea.
—Bien pensado —respondió Yaco, señalando una carreta que se encontraba a tan solo cinco metros de ellos.
Yaco, quien parecía saber del asunto, tomó las riendas para huir en el momento preciso que el gentío los encontraba y comenzaban a correr a ellos para terminar por destruirlos.
—¡Vengan si pueden! —gritaba Mao, rabioso, haciendo gestos obscenos con la cara y las manos llenas de sangre—. ¡Los cortaré a todos en fetas, malditos pueblerinos!
De fondo se escuchaban las carcajadas de Yaco que hacía aligerar el trote del caballo con unos pequeños golpes.
—No busques problemas, Mao —habló Lisandro, entre dientes, tratando de vendar sus brazos con algunos trapos.
—Da igual —respondió Luca, ya podía sentir su cuerpo relajarse con el trote—. Se ha acabado por hoy.
Gracias al pobre potrillo imaginario, la muchedumbre agitaba sus brazos muy lejos de poder alcanzarlos.
El sol de mediodía pegaba en sus cabezas, el aire estaba turbado, pero el clima no era lo importante, sino su dolor. Los daños sufridos eran graves. De no ser por estar en un viaje astral, la recuperación total, en el mundo real, les hubiese llevado alrededor de seis meses. Al llegar a las afueras de la ciudad, se acercaron a un lago. Con cuidado, Luca y Gary y Mao bajaron del carro con la ayuda de sus amigos.
También mal heridos, Alma y Yaco, trataron las heridas de los jóvenes con unos trapos viejos que habían en la carreta.
—Muchas gracias, Alma... —dijo Gary con esfuerzo, a quien le limpiaba con mesura las heridas del rostro.
—De no ser porque no podemos usar los siddhis ya me estaría curando. —Luca resopló, mientras Yaco trataba de vendarle los puños.
Cuando el sangrado de sus heridas estuvo controlado, los chicos esperaron que nada más ocurriera. De no ser porque los gigantes no eran un poco más rápidos hubiesen muerto. La verdad, les tranquilizaba la normalidad del asunto, el espectro, que no se atrevían a nombrar, siquiera había dado una señal.
Los chicos despertaron minutos después, la intensidad del viaje compensaba su poca duración. Lo malo era el padecimiento que resentían sus músculos. El cansancio y hambre eran los síntomas que sentían al despertar; solo que esta vez era un poco diferente. En sus cabezas aún retumbaban los gruñidos de los gigantes, sus pesados golpes y el miedo que les producía sentirse tan impotentes sin sus siddhis. Era una clara advertencia de que no podían depender siempre de ellos.
Sam se acercó a los chicos para proporcionarles una dosis del misterioso elixir "vampírico" que curaba cualquier daño. Era un verdadero alivio.
—No me dijeron que tenían tantos tatuajes —dijo Alma para olvidar el estrés.
—Ah, eso... —murmuró Yaco—. Yo pensé que te habías distraído por ver nuestros cuerpos esbeltos.
Alma torció su boca un lado, ¿esbeltos? decidió no responder para no herir susceptibilidades, sabía que si se trataba de Yaco era una broma.
—¿Tienen algún significado?—preguntó ella, retomando el tema.
Mao sonrió y se quitó la camisa para enseñárselos uno por uno, ahora todo se veía con más claridad, con más color y más detalles.
—El dragón celestial un símbolo de armonía la salud y la buena suerte. —Mao señaló el dragón enroscado pintado con una gama de azules y violetas, este tenía una expresión feroz, pero con cierta benevolencia en su interior—. El tigre —añadió señalando su hombro—, es el símbolo de mi determinación, lucha y fuerza, también el seguir adelante, siempre, pase lo que pase seguir con éxito; en cuanto al guerrero, y las flores son orquídeas, las favoritas de mi madre...
Por un momento Mao dejó de ser el tipo raro para actuar como alguien real, con sentimientos que se quebraba con un recuerdo sentimental
—Me gustan mucho. — Alma admiró los dibujos plasmados con toda su expresión y de colores vibrantes en la cremosa piel de Mao, donde algunos largos cabellos color ébano se interponían volviéndolos un misterio—. ¿Y qué hay de tu tatuaje Yaco? —Alma disipó el incómodo momento con éxito.
Yaco se lo enseñó, eran una especie de animales de formas geométricas que rodeaban su brazo.
—No hay mucho que decir —dijo, con los hombros encogidos—. Son las figuras de cómo mi pueblo representaba a ciertos animales a los cuales se les atribuía poderes mágicos de protección; lechuza, jaguar, un zorro... me he tatuado mis favoritos. Hoy en día las historias se siguen contando para trasmitir valores. Tenerlos me hace sentir cerca de casa.
—Me gustaría algún día escuchar esas historias —dijo Alma, mirando de manera curiosa buscándole las formas a los animales—. ¿Y los tuyos Gary?
El rubor en las mejillas de Gary hizo que Alma se pusiera un poco más que deseosa.
—No hay mucho que explicar —dijo él—. Me tatué el nombre de mi hermana y el símbolo de anarquía un día que estaba borracho; más tarde decidí decorar el nombre con rosas, porque el cantinero del bar necesitaba un lienzo para practicar.
<<Debí suponer una estupidez de ese tipo>>, reflexionó Alma.
—¿Y las alas?— preguntó Alma de manera insistente. Él vacilo apartando sus ojos, luego respondió.
—Cuando me enteré que toda la religión era una mentira, me puse muy mal —confesó—. Ya no teníamos a quien acudir cuando las esperanzas se esfumaban, por eso, las alas simbolizan el convertirnos en los ángeles de la guarda de quien queremos proteger...
—Eso es hermoso. —Las palabras salieron de Alma por sí solas.
—Gracias... —murmuró Gary con las mejillas enardecidas.
Alma ya podía sentirse satisfecha el resto del día, provocar una bonita reacción en alguien que cada vez le parecía más tierno era algo que atesorar.
—¿No podemos hacer otro viaje? —inquirió Alma a Sam, después de todo se sentía fuerte y despierta con el elixir.
—Solo se permite uno por día —explicó Sam—. Es mucha la información que asimilan sus cabezas, y las lesiones solo mejoran con elixir... y una sobredosis de elixir puede transformarlos en vampiro, y eso...
—Está prohibido. —Alma puso su vista en blanco, harta de oírlo.
Los labios de Alma vibraron con su bufido, entre ser una centinela o una vampiresa estaba mejor la segunda opción. Seguro los vampiros tenían vidas mucho más divertidas, nada de trabajar porque vendían su saliva y con eso les bastaba, nada de estudiar porque eran eternos ¡oh, sí, ya lo imaginaba! Pero ya se lo habían advertido, estaba en las reglas no ser un homínido sobrehumano y un centinela a la vez.
—¿Y no hay nada que podamos hacer? —Lisandro estaba inquieto.
Ya iban tres días sin tener noticia alguna de Mateo; la Legión lo buscaba, mientras ellos entrenaban solo algunas horas al día. Era como perder el tiempo, aunque quisieran convencerse que más no podían hacer.
Sam se encogió de hombros.
—Pueden ir con Ángeles y los demás a rastrear. —El muchacho ajustó sus lentes—. Aunque, en mi opinión, es mejor que se distraigan, así mañana regresan con energías.
La idea no parecía convencerlos, aunque reían o hacían chistes no olvidaban la situación.
—Sam tiene razón —interrumpió Yaco.
—¿Qué les parece ir al Antro? —preguntó Mao, enarcando una sonrisa que pretendía persuadirlos a todos—. Estoy pensando en reformarlo, quizás puedan darme algunas ideas.
—Sigue siendo temprano para embriagarnos. —Gary observó la hora en su móvil, no era ni el mediodía.
—Vamos —insistió el dueño del bar—, les haré el almuerzo.
—Entonces no me voy a negar. —Yaco sonrió enérgico.
—Yo tampoco. —Luca lo siguió, al igual que los demás.
El Antro era oscuro, un pozo de las urbes para los marginados sociales. Durante el día no se veía mejor que en la noche, la mugre resaltaba más. Mao hacía bien en pensar en una remodelación. Los muros se descascaraban, tenían grafitis, pegatinas y goma de mascar; las mesas se sostenían a base de maderas podridas, las patas tenían moho. No importaba cuanto lustraran la barra, los suelos o la mesa de billar, todo era tan viejo y estaba tan gastado que a la media hora se volvía a empolvar. Así y todo ese era un sitio de culto, casi como una iglesia para los depresivos de Marimé, en donde las bandas debutantes afinaban sus guitarras baratas y tocaban sus canciones con ansias de gloria.
Alma lo sabía bien, antes de tener suficiente edad para beber, escapaba de su casa, y con Jazmín se emborrachaban, y reían, y lloraban y se drogaban...
Mao regresaba de la cocina, en sus manos tenía una bandeja llena de pastas con abundante queso, Yaco iba tras su espalda trayendo la bebida, era vino dulce y espumante. A más de uno le sonó las tripas con el aroma.
—Si me preguntas —dijo Lisandro, escudriñando cada rincón con su mirada violeta y su boca llena de comida—, más que remodelación, a esta pocilga hay que tirarla abajo.
—A la gente le gusta así —musitó Alma, dejando su vista en su plato, siquiera pensó en las palabras que le brotaban desde el interior.
—¿Te refieres a ti? —Mao fue asertivo, Alma asintió—. Es verdad que este sitio pertenece más a los clientes que a mí. Con mi madre preferíamos tener empleados a hacernos presentes por los alrededores. No manejaba bien el español hasta que Yaco me lo enseñó, atender ebrios era una tarea difícil.
El joven rió recordando los viejos tiempos.
—¿Tú le enseñaste el idioma? —preguntó Alma a Yaco—. ¿Eso fue hace mucho?
Yaco sonrió con su mirada en los viejos tiempos.
—Fue idea de Mateo —explicó Yaco, y Alma sintió sus tripas revolverse—. Vinimos al El Antro una vez, y en cuanto Mateo vio a Mao supo que debía ser nuestro amigo; quizás lo vio en su aura, ¡o yo que sé! Cuando a Mateo se le cruzaba algo por la cabeza era difícil sacárselo. Para su cruenta desgracia, Mao no le entendía, tuve que hacer un curso acelerado de mandarín para poder comunicarme con él.
Alma apretó sus labios, esa historia que todos escuchaban con atención, a pesar de haberla vivido. A ella le hacía pensar que Mateo era un maldito caprichoso, acostumbrado de tener a todos a su merced, ¿es que no se daban cuenta lo molesto que era? En fin, quería tenerle lástima por la situación que estaba pasando, pero no dejaba de generarle desagrado.
—Así que Mateo consiguió sus amistades a base de fuerza —apuntó Alma, haciendo atragantar a más de uno.
—Es un tipo insistente. —Gary sonrió, sin percibir la malicia del comentario—. Mateo y Luca me conocieron en el metro, tocaba la guitarra por algunas monedas, después de eso me siguió por todos lados. Soy una persona amigable, y Mateo me cayó muy bien, nos hicimos camaradas muy pronto.
—Me imagino. —Alma gruñó—. ¿Y los demás? ¿Hasta dónde los siguió el psicópata de mi mellizo?
—Ya lo sabes —irrumpió Luca—. Su madre apadrinaba el hogar de paso.
La mirada de Alma se volvió ceñuda, recordaba bien esa historia, para nada le parecía agradable. Habían adoptado a Luca por petición de Mateo, no porque una familia ansiaba dar amor a un hijo. Era como adoptar una mascota para que su niño tuviera con quien jugar, algo horrible siendo que se trataba de un huérfano. Alma tragó saliva y llenó su boca de comida evitando lazar algún insulto a su inmaculado amigo.
—Así fue con todos —añadió Lisandro—. Mi madre trabajaba como cocinera en la escuela de los centinelas, claro que sin saber nada. A veces me quedaba a un lado de ella mientras hacía mis deberes, pues no se me permitía pasear por las instalaciones.
—No me digas —interrumpió Alma—. Estoy segura que vio tu aura supo que era adecuado para arruinarte la vida y someterte a sus caprichos.
—Si lo dices de ese modo —rió Yaco—. A nosotros no nos ha hecho mal, hasta entonces éramos bastante desafortunados. Mateo nos otorgó privilegios únicos, forjamos una buena amistad. Yo llegué a la ciudad con mucho esfuerzo. Vengo de un pueblo muy apartado de las grandes ciudades, quería estudiar medicina, pero no soporté demasiado. El sistema me hizo sentir que no podía crecer, supe que mis sueños no dependían solo de mi esfuerzo, que algo más grande, algo estancaba a las personas, pero Mateo ignoró eso, fue contra las reglas.
Otra vez los ojos de Alma giraron con tedio, pero acalló sus pensamientos.
—Yo no puedo decir nada de eso —sonrió Sam, su presencia era casi imperceptible—. Nací y me crié en la Sociedad. Pocas veces me crucé con Mateo, supongo que no tengo un aura muy especial como para que quiera mi amistad.
—Eres el mejor de todos, Sam. —Las palabras firmes salieron de Alma—. Inteligente, respetuoso, sin ti no podríamos entrenar. Deberías quedarte en la División Alfa.
—Tendrías que ascenderme.
—Te asciendo a jefe de inteligencia —indicó Alma—. No necesitamos auras lindas, necesitamos gente capaz.
Sam parpadeó con sorpresa, ¿era en serio? No podía creerlo, incluso inventaba un puesto para él, un puesto que sonaba mejor que aprendiz. Los chicos rieron por lo bajo, Alma ya lo había decidido, no era un chiste, y quizás lo hacía para sentir que no todo dependía de Mateo, que ella podía elegir a su propio equipo de trabajo y bajo su propio criterio.
—Deberíamos dejar de hablar de Mateo —propuso Alma—, se suponía que íbamos a relajarnos para continuar con el entrenamiento.
—¡Por supuesto! —Una sonrisa malévola se dibujó en el rostro de Mao—. ¿Cuéntanos que hacías en El Antro cuando eras menor de edad? ¿Fue aquí que adquiriste tus vicios?
Alma, que estaba por tomar un trago de vino, apartó la copa a un lado. Quizás se habían ofendido por los comentarios desdeñosos y ahora pretendían vengarse, todos miraban pacientes esperando a que ella vomitara sus pecados y demostrara que no era ni un ápice de lo santo que era Mateo.
—Tenía quince —relató Alma, endureciendo sus facciones con solo recordarlo—, Cathy ya vivía con nosotras. Mi madre siempre había sido severa, cuando ya no estuvo sentí la necesidad de escapar y llevarme el mundo por delante. Debo admitir que la libertad y adolescencia no me sentaron bien, era constante el sentimiento de insatisfacción, tristeza, soledad. Y Jazmín, que ya era novia del dealer del pueblo, me mostró los lugares cool de la ciudad. El Antro siempre fue por excelencia un sitio para personas como yo. Perdida, influenciable y torpe.
—No tienes que hablar de ello si no lo deseas —dijo Gary
—Está bien, deben saberlo —prosiguió Alma—. Probé cerveza y la vomité, probé marihuana y me intoxiqué, pero volví a los siguientes días hasta que lo asimilé y me sentí bien, y lo necesité... cada vez más. Me gustaba sentir mi cuerpo sedado, llenar el agujero en mi pecho con sustancias, malas compañías y música pesada. Hasta que mi relación familiar no dio para más; mentía, robaba, lastimaba a los demás, y comenzaron las peleas y más tarde comencé terapia. Me desintoxiqué, lo superé. Fin de la historia.
—Deberías estar orgullosa. —Yaco simuló una sonrisa—. Hay muchas personas que no logran escapar, y empeoran.
—Tapar una adicción no es un orgullo —musitó Alma, tomando el vaso de vino hasta el fondo—. Soy una persona que no tiene nada de que enorgullecerse. Sin Cathy o Sofi yo no habría tenido voluntad, esa es la verdad.
—Mateo tampoco —irrumpió Lisandro—, ninguno de nosotros. Él nos ha elegido gracias a un siddhi heredado, ¿y? Con eso no ha hecho nada por la humanidad. Ha matado, está infectado vagando por ahí y nosotros sin poder hacer nada. Ni él es especial por ser centinela de nacimiento, ni tú eres especial por ser un constante fracaso.
Luca carraspeó su voz, el silencio los invadió lleno de incomodidad. La zozobra apresó a Alma, a lo mejor se había victimizado demasiado. Luego de eso, todos prefirieron no volver a nombrar a Mateo, terminaron el almuerzo y Alma escogió regresar a su casa, y quizás llamar a Jazmín para olvidar los malos sabores.
Al ingresar a su casa, Alma le llamó la atención que la televisión estuviera encendida. Cathy salió de la cocina con cara de preocupación y una taza de té.
—¿También suspendieron las clases en la facultad? —preguntó con un vestigio de angustia.
Alma frunció el ceño.
—No, solo salí temprano —dijo, no queriendo meter la pata—. Tengo que estudiar y quería invitar a Jaz para que me ayudara.
—Ya veo, no te has enterado.
—¿De qué hablas? —inquirió Alma, odiaba el misterio.
Cathy señaló a la televisión.
Desde el ministerio de Salud todavía no nos han dado una respuesta precisa, se estipula que habrá un parte para la medianoche. Por el momento se pide a todos los ciudadanos que tratan de mantenerse en sus casas. Las clases serán suspendidas y aquellas actividades que no se consideren esenciales, todo esto será hasta nuevo aviso.
La televisión mostraba las calles de la capital siendo vaciadas por agentes de seguridad; hombres de trajes blancos requisaban los hospitales con extraños aparatejos. Las calles comenzaron a vaciarse con una rapidez inverosímil, la paranoia que trasmitían los medios de comunicación eran más que efectivos. Una alerta amarilla, que se convirtió en roja, obligó a todas las personas de la zona y alrededores a recluirse en sus casas, conducidos por una manía de creer todo los que se les decían a través de los monopolios de la información.
Los ciudadanos comunes, cerraron puertas y ventanas, arrasaron con las provisiones de los mercados y se confinaron con barbijos. Algunos delirantes utilizaban máscaras de gas alrededor de la tenue luz de sus monitores o parlantes de radios. Sin embargo siempre estaban los despreocupados, los incrédulos o los despistados, así también como las fuerzas de seguridad que deambulaban por las desguarnecidas calles patrullando, paseando, trabajando o caminando al compás de las sirenas de bomberos, ambulancias y los lejanos ruidos de vehículos desplazándose por las deshabitadas carreteras.
—¿Qué sucedió?
Las imágenes eran propias de una película distópica, hacía tanto que no veía televisión que se había perdido de algo grande.
—Algunas personas en la ciudad han comenzado a tener síntomas extraños —explicó Cathy, tomando asiento en el sofá—. Vómitos, desmayos, convulsiones producto de unas toxinas en el aire. Algunos animales han enloquecido; perros, gatos, aves, ratas entre otros y se atacan ente sí y a la gente.
El corazón de Alma comenzó a palpitar, como lo haría ante un ataque de ansiedad. Tenía un muy mal presentimiento de aquello. Lo primero que cruzó por su mente fue llamar a los chicos. Ella corrió hasta su cuarto, y, en cuanto encendió su móvil pudo ver que su buzón estaba repleto de llamadas perdidas de algunos números desconocidos. Incluso, antes de que marcara el número de Yaco, él ya la llamaba. .
—¿Yaco? —preguntó con su voz temblorosa.
—¡Alma! —Yaco parecía agitado—. La Legión ha estado tratando de comunicarse, algo está sucediendo.
—Vi la televisión —explicó Alma—. ¿Eso es...?
—Es Mateo.
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