Capítulo 15: Gatas ácidas

El clima tempestuoso no les daba tregua; parecía traer consigo una maldición. Los truenos y relámpagos rebotaban en los techos del campo en dónde se encontraban los chicos, esta vez sin Alma.

Debían entrenar para lo que se avecinaba, una batalla incierta. Esta vez no contaban con nadie que los pudiera contener. Estaban solos en el país, y se sentían solos en el mundo. Ellos eran los líderes ocultos que nadie percibía, tenían en sus manos un poder que apenas podían valorar como para responsabilizarse como era debido.

Todo hubiese marchado sobre ruedas, si tan solo el supuesto conflicto con la Orden de Salomón no hubiese existido. Los jóvenes habrían aprendido las enseñanzas de la sociedad a su tiempo, y se habrían hecho cargo de los trabajos administrativos. Ahora, el mundo se les venía encima.

Reunidos en la sala principal, la División Alfa era acompañada de un triste silencio, casi en penumbras, carentes de palabras de aliento. La borrasca hostigando los ventanales con furia, parecía cómplice de las malas energías.

Sobre la pequeña mesa, frente a una gran chimenea recubierta de piedra, los esperaban sus tótems listos para el entrenamiento: la espada de Mao; la ballesta de Yaco; las manoplas de Luca; las navajas de Gary y el látigo de Lisandro. Las tomaron en silencio dirigiéndose al cuarto más grande, el mismo que Alma había llenado de nieve. Lucía impecable, tal vez gracias al buen servicio de limpieza que poseía la Sociedad, pero ese era otro tema.

Enfrentados, quedaron Gary y Luca contra Mao; y Yaco contra Lisandro, se disponían a usar sus siddhis entre ellos. Su mirada decía todo lo que sus labios no pronunciaban, darían todo en esa pelea, como aquella vez en El Antro.

Una energía descomunal fluyó de cada uno de los cuerpos, como si de magia ancestral se tratara. El fuego que rodeaba a Luca era visible por el ojo mundano, un aura gigantesca, caliente y asfixiante era contrarrestada con el aura incolora y volátil de Mao, que provocaba remolinos en toda la sala, haciendo danzar a sus largos cabellos negros como serpientes. Gary se protegía a sí mismo con una electricidad que chispeaba en su cuerpo; tonos azulados y blancos lanzaban centellas y lo elevaban centímetros sobre el suelo. Aproximarse a Yaco era un problema, cuanto más cerca, más fuerte era la turbulencia que surgía desde sus pies, con ello una polvareda se elevaba dificultando la visión. Lisandro podía neutralizarlo con la humedad de su aura, con sus tonos azulados mojaba su entorno.

Con la espada Jian envuelta en un tornado, Mao lanzó el primer golpe a sus oponentes. Luca expulsó sus puños en llamas, sin miedo a la filosa arma. Gary, el chico piadoso, saltó para lanzar cortes eléctricos hacía los dos jóvenes, sin oscilar, el impulso eléctrico y las llamas esparcidas por el viento alejaron a los tres jóvenes por el aire. Las flechas lanzadas por Yaco, se convertían en otras diez hechas de tierra. Con su látigo cubierto de agua, Lisandro, golpeaba las flechas que caían, pero no era demasiado rápido, y Yaco no estaba lejos del rango del peligro, ambos eran golpeados por los ataques del otro. Todos ellos eran sus propios oponentes. Todos contra todos.

Mao tenía una técnica única y profesional, que se debía a sus incansables años de entrenamiento. Gary y Luca, peleaban como bandidos callejeros, yendo al frente, soportando los golpes que se les propinaba y despidiendo otros con muchas más fuerza. Yaco y Lisandro eran los precavidos, buscaban el momento y el lugar justo para atacar, esquivando la mayor cantidad de golpes posibles, así dar un ataque certero.

Quemaduras, golpes, cortaduras, incansables heridas fueron asestándose como si se castigaran por no haber podido proteger a Mateo, por haber arruinado la vida de Alma, por haber involucrado a sus entornos a un peligroso destino, por no haber tomado la responsabilidad de entrenar a tiempo. Nunca lo demostraban frente a nadie, pero la frustración los invadía. Guardaban sus lágrimas con recelo, sus penas les dolían en el pecho, la presión que sentían iba rompiéndose con cada golpe, y poco a poco podían sentir algo de calma para sus corazones.

Hasta el anochecer siguieron peleando, no era un entrenamiento físico, sino de liberación, ya, sin energías que le permitieran usar sus siddhis, seguían golpeándose. Ensangrentados, con sus cuerpos destruidos, seguían arrastrándose hasta el final. Dándose de puñetazos y patadas débiles. Todo acabó cuando se dejaron caer, agotados y sin decir nada. En silencio se durmieron como perros desamparados, en el frío suelo de aquel edificio cúbico en medio de la nada.



El canto de las aves anunció un nuevo amanecer. Los chicos se removían en sus cuerpos adoloridos y con sangre seca en sus labios. Lisandro corrió al baño para vomitar, los demás se frotaban los ojos entre quejidos apesadumbrados. Gary se dispuso a ir a la cocina a preparar el desayuno para sus amigos, sin importarle nada su nariz rota y su ojo en compota. Luca escupió el suelo expeliendo sangre. 

Yaco y Mao improvisaban vendajes en sus heridas, hasta que una llamada telefónica rompió el silencio matinal. Yaco atendió aún adormecido, mientras Gary reingresaba a la habitación con comida para todos.

—¡Por fin! estuve llamando a Gary y a Lisandro y no me contestaban.

La voz de Alma se sentía temblorosa.

—¿Qué te ha sucedido? —preguntó él, no se imaginaba que Alma pudiera llamarlos alguna vez.

—Cuando quise salir de casa unos perros me atacaron, y ahora en mi patio hay decenas de perros tratando de morderme —explicó, al borde del llanto—. ¡Esto no es normal! ¡Estoy sola y muy asustada!

Era la primera vez que Alma imploraba ayuda a los chicos, y en su voz resquebrajada era evidente la desesperación.

—¡Resguárdate bien, vamos por ti! —Yaco cortó la llamada—. Alma está en problemas.

Todos dejaron el desayuno de Gary para otra ocasión, ¡un desperdicio! Sin contratiempos, corrieron hacia la camioneta de Yaco, el único vehículo donde cabían todos con comodidad. Debían apresurarse, que Alma pidiera ayuda significaba malas noticias.

Treinta minutos fue lo que tardaron en llegar a corroborar las palabras de la muchacha. El rostro asustado de Alma podía verse desde la alta ventana de su habitación. Aliviada, se tocaba el corazón al ver a los chicos descendiendo del auto.

Alrededor de diez perros trataban de ingresar a la casa; olfateaban, aullaban, rascaban paredes y puertas. Luca y Gary fueron los primeros en acercarse a los canes.

—Ven acá pequeño. —Luca acarició la cabeza de un perro, era pequeño y marrón, parecía inofensivo.

—La quieren a ella —resolvió Gary, acariciando la barbilla de otro, que parecía tranquilizarse con la presencia del muchacho.

Mao observó la furia de algunos de los animales y habló:

—Su energía negativa no se disipó, los animales son perceptivos en estos casos. —Dicho esto, rodeó a los sabuesos con la ventisca de su siddhi.

Luca generó calor del mismo modo, y con un paso sereno, los perros se alejaron como si nada hubiese ocurrido. Solo así, pudieron ingresar a la vivienda. Los pasos apresurados de Alma descendían por las escaleras, estaba agitada y empalidecida.

—Gracias al cielo —imploraba, de inmediato su mirada se postró sobre las heridas y magullones de los chicos—. ¡¿Qué les ha sucedido?!

—Gajes del oficio —explicó Yaco, con una sonrisa.

—Estuvimos entrenado — agregó Gary, con vestigio de aflicción.

Alma los observó con preocupación y un poco de lástima. Habían ido por ella cuando estaban peor que nadie. ¿Quién los protegía a ellos? ¿A quién llamarían cada vez que se encontraban mal?

—Pueden usar el baño y limpiarse un poco. —Alma se recargó en la pared y limpió el sudor de la frente con el reverso de su mano.

Los chicos obedecieron mientras hurgaban la humilde morada. Una vivienda normal, con pocos muebles, aunque bonita e impecable a simple vista. En un aparador había algunas fotografías de Alma, Sofía o Catherine; en una biblioteca, ubicada al lado de las escaleras, libros de cuentos y novelas baratas. En una vitrina, algunos premios de Sofía, natación, hockey y fútbol femenino.

—Mateo debió elegirla a ella —murmuró Lisandro, señalando una fotografía de Sofía con su equipo de Roller Derby: "Las Rompehuesos"—. Se ve mucho más confiable.

Yaco ahogó una risita antes de entrar al baño, allí mojaron sus heridas y las limpiaron con algodón y alcohol, procurando no gemir como bebés, aunque sus expresiones tensionadas demostraban el dolor que sentían. Aún destrozados, pero más limpios, fueron a la cocina. La sala estaba impecable, cada cosa en su lugar, había olor a torta de vainilla, canela y tal vez especias. Todavía alarmados y pensativos, los chicos tomaron asiento alrededor de la mesa redonda, adornada con un cesto de manzanas.

—¡Eso ha sido raro! —exclamó Yaco, tomando un manzana y hundiendo sus dientes en ella.

—No ha pasado nada grave, parece estar bien —añadió Gary, en el instante que Alma ingresaba a la cocina.

—Supuse que se debía a esa energía negativa —dijo Alma, en tanto encendía las hornallas—. No es la primera vez que pasa, supongo que sigo infectada.

—No lo sabemos aún —murmuró Luca.

Alma asintió y llenó una pava de agua, iba a prepararles café, asimismo sacó un pastel de limón de la heladera y convidó a sus invitados.

—Y ustedes, ¿no llevan consigo baba de vampiro? —preguntó Alma, evitando poner su vista en los golpes de quienes comían como perros agradecidos.

—No hay que abusar del elixir —dijo Yaco, con la boca llena de crema—. Podemos volvernos dependientes y si nos convertimos por sobredosis perderemos nuestros siddhis y seremos condenados a muerte.

—No es algo que no podamos soportar —añadió Gary.

Para Alma era grave, no sabía cómo esos chicos tenían aún energías, si sus heridas se abrían con cada mal movimiento.

—¿Cuándo podré entrenar con ustedes? —preguntó ella, sirviendo el café—. Parece que nada ha mejorado.

—Es mejor que te tomes un descanso de esto —dijo Mao—, a penas terminaste tu iniciación. No sirve de nada que entrenes y estés agotada.

—Si hay algo malo en ti —continuó Yaco—, lo mejor que puedes hacer es relajarte y olvidarte de esto por un momento.

—¿Olvidarme de qué tengo la orden de matar a Mateo?

—Tu abuelo nos ha dado tiempo hasta que Mateo despierte —dijo Gary.

Alma desvió su mirada a un lado, eso no cambiaba las cosas.

—Sal con tus amigas, ve de shopping y esas burradas —masculló Luca, sin siquiera mirarla, el resentimiento seguía a flor de piel.

Alma lo miró de mala manera, ni siquiera entendía que hacía él allí, después de todo con la ayuda de Gary o Yaco le bastaba.

—Luca —habló Gary—, ¿puedes ser más amable?

—Está bien —dijo Alma, resignada, no la querían en el medio, lo sabía—. De todos modos gracias por venir.

—¡Mantente positiva, Alma! —Gary se levantó de su silla para abrazarla.

Cada vez que Gary hacía eso, Alma no tenía idea de cómo responder. Su cuerpo quedaba rígido a su merced, era agradable y tibio, y a la vez molesto, no estaba acostumbrada a los abrazos, menos de chicos.

—Pronto entrenaremos juntos —dijo Mao, ladeando su cabeza con una sonrisita.

—No quiero molestarlos más —murmuró Alma, revelando su verdadero pesar.

—No nos molestas —aclaró Yaco, revolviéndole los cabellos—, pero has tenido suficiente por una semana, ¿no lo crees? No queremos que termines como él... la mejor manera es si te distiendes un poco.

—Siempre y cuando estés positiva los perros no te atacarán —finalizó Lisandro.

<<Espero que sea cierto...>> pensó Alma.

Ella les abrió la puerta y se aseguró que no hubiera perros a los alrededores. Los chicos partieron, y a pesar de todo lo que decían se sintió dejada de lado, abandonada, y habría permanecido así, de no ser porque su celular vibraba sin control, todavía existía una persona en el mundo que la tenía en cuenta.

—¡Jaz! —Alma atendió el teléfono con la felicidad impostada—. ¿Cómo estás?

¡It's Friday. I'm in love! —La voz de Jazmín se oía jocosa—. ¡Alma, sé que no te gusta, pero igual debo pedírtelo!

—¿De qué hablas?

—¡Saldremos de gira con la Gatas Ácidas, y tú y Sofía tienen que venir! —ordenó.

—¿Con salir de gira te refieres a...?

—A vestirnos de prostitutas y embriagarnos en alguna bailanta de mala muerte.

No lo pudo contener, una enorme sonrisa se le dibujó de oreja a oreja. Siempre escapaba a las salidas con Jazmín y sus amigas, Alma se sentía poco interesante, incapaz de divertirse sin drogarse. Esta vez sería diferente, el llamado parecía caerle del cielo, y no daría una negativa como respuesta.

—¿A qué hora nos vemos?

Un chillido feliz le tapó el oído. Jazmín saltaba de la alegría, era fácil conformarla. Alma colgó con la mente en lo que se pondría para salir, ¿un vestido? No, no era su estilo, debía pensarlo y tenía toda la tarde para ello.

<<¿Un momento? ¿Dijo que Sofía estaba invitada?>>, recordó en su mente.

Alma vio como Sofía regresaba tras su entrenamiento matutino, unos minutos antes y tendría que haber buscado una buena explicación sobre los chicos en su casa.

—¡Sofi! —exclamó Alma, llamando la atención de su hermana—. Jazmín nos invitó a salir esta noche con las Gatas Ácidas. No puedes decir que no —advirtió.

Sofía puso esa cara de desagrado que pronosticaba un rotundo no seguido de un insulto.

—¿Por qué Jazmín habría de invitarme a algún lugar? —inquirió, la pregunta descolocaba a Alma.

—Quizás... —reflexionó Alma—, quizás ella siga considerándote una amiga a pesar que te volviste una aguafiestas.

Sofía tronó sus dedos y clavó sus ojos en Alma con tanto rencor que casi le recordaba a Luca.

—¡Yo no soy una aguafiestas! —bramó, sus mejillas se tornaron rojas—. ¿A qué hora hay que salir?

<<¿Esto es real?>>

—Controlaré que no te drogues —indicó Sofía, retornando a su color habitual—. Tus terapias salen más caras que mis botines de entrenamiento, eso es injusto.

Alma saltó con una sonrisa en su rostro. Era genial que Sofía cediera, que las cosas de su vida normal se estuvieran encaminando otra vez.



¿Cómo estarían ellos? Alma sacudía su cabellera castaña frente al espejo del baño y siguió cortando sus puntas florecidas. No quería pensarlo, el grupito centinela pretendía dejarla de lado. Su nueva misión era pintarse los labios de rojo, delinearse de negro y colocarse su campera de cuero.

Ella se echó una ojeada completa. Al final no había tenido tiempo de comprar nada, al menos sus vaqueros negros estaban limpios, también sus borceguíes; podía combinarlos con cualquier camisa, como la roja a cuadros. Esta vez dejaría su cabello suelto, le llegaba a la cintura, incluso luego de cortarlo.

Al descender por las escaleras, Alma quedó anonadada de ver a Sofía lista y esperándola. ¡Hacía cuanto no se vestía como una chica normal! Tenía diecinueve años y siempre lucía como si tuviera que hacer gimnasia en la escuela primaria; de ropa deportiva, el cabello recogido y la cara lavada. Estaba bien si se aceptaba, pero Alma tenía la leve sospecha que en el fondo Sofía era como ella, una persona de frágil autoestima, por eso la ponía feliz verla de vaqueros azules, usando una blusa negra y su campera morada; además no tenía el cabello estirado, sino que dejaba caer sus ligeras ondas hasta los hombros, que resaltaban el suave rubor de sus mejillas de porcelana.

—¡Se ven bellísimas! —exclamó Cathy al reparar en sus vestimentas.

Esa simple escena le generaba emoción, desde que vivía allí no recordaba que salieran juntas, pero el milagro al fin sucedía. Esperaba que se repitiera y la hostilidad de ambas tuviera un fin.

—Con Jaz tenemos a nuestra conductora designada —susurró Alma, con la vista en Sofía.

—A pesar de que vamos en autobús —añadió Sofía, lista para partir.



El crepúsculo dejaba respirar al atardecer por última vez. Los últimos tonos anaranjados morían en color violeta. Y cada luz, de la gran ciudad, tintineó junto a las estrellas de la noche. La gente abundaba en las avenidas, el viernes tenía la mística de un santuario afro. Sofía y Alma se dirigían al White Rabbit, el bar elegido por Jazmín y las Gatas Ácidas; que no eran ni más ni menos que Carmela, la baterista y Renata, la primera guitarra. Jazmín era la voz y el bajo, desde que Alma había abandonado la banda cuando solo eran dos integrantes.

El semáforo cambió de verde a rojo, un tumulto de gente se apresuró a la esquina y los autos se detuvieron.

—¡Alma, Sofía! —exclamó Jazmín al cruzar la senda peatonal.

—¿Por qué tan llamativa? —murmuró Sofía al oído de Alma.

Alma elevó sus cejas y encogió sus hombros, sabía que Jazmín era así y no había nada que hacerle si era feliz. Esta vez llevaba un ajustado vestido engomado, que apenas le tapaba el trasero, medias altas con portaligas, una campera de jean destrozada y una cartera animal print. Al menos tenía zapatillas y no tacones, pero su melena negra era como la de un león; toda batida con fijador.

—¡Sofía! —exclamó Jazmín, tomándola de los hombros—, viniste y te pusiste jeans.

—Sí, motivo suficiente para que te pongas ebria... —respondió Sofía, provocando una carcajada de Jazmín. El sarcasmo no era muy efectivo.

—Me alegro que vinieran —respondió Jazmín.

—Tenemos que agradecerte, Alma —dijo Renata, pocas veces la había visto, y siempre lucía igual de imponente—. Jaz, nos dijo que hablaste con el estúpido de Mao, el dueño.

Renata era una joven del tipo "inalcanzable"; con su metro ochenta y tres era la más alta del grupo; cuerpo de modelo, cabellera del color de un maizal; una voz profunda, una mirada felina y amarillenta. Vestía de jeans negros y una blusa roja, muy sencilla, y así atraía las miradas de todos a su alrededor.

—Tienes que presentarnos, Jaz —musitó una vocecita aflautada, era Carmela.

A diferencia de Renata, Carmela era más baja, incluso que Sofía. A simple vista parecía una chica agradable, de curvas pronunciadas y cabello anaranjado estridente, como si fuera un casco que rodeaba su cara ovalada y pecosa. Llevaba puesta una camiseta de Squirrel Girl y una falda escocesa hasta la cintura.

—¡Es verdad! —Jazmín golpeó su frente—. Ella es Carmela, ¡mi baterista!

—Es un gusto —añadió Carmela, sus hoyuelos se marcaron con su sonrisa.

Una vez presentadas, el grupo de chicas partió hacia el club. Soportando las miradas de cuanto chico y chica pasara, las cinco chicas cruzaron la avenida central, hasta llegar a esas callecitas en donde los bares y pubs se atiborraban de gente antes de la medianoche.

White Rabbit era un sitio llamativo, lo decoraba un enorme conejo de luces de neón, y otras tantas figuras con los símbolos de las cartas de póker. La puerta era a cuadros blancos y negros, y una larga cola de unas treinta personas ingresaban, en tanto otras se sumaban a la espera.

Sofía se acercó al oído de Alma, y esta se agachó para escucharla.

—¿No te parece que los hombres han dejado de mirarnos?

—Nadie me miraba a mí.

—No me refiero a eso —indicó Sofía, con su vista puesta en el gentío.

Para algunas cosas Alma era bastante lenta y poco detallista. Las personas de la fila eran extravagante en todo sentido. Los hombres llevaban pelucas, plumajes y purpurina. Las mujeres cortes puntiagudos, y estilos violentos.

—Es un bar gay —comentó Jazmín—. Podremos tener una salida de chicas, con bailes, bebidas y sin hombres heterosexuales pululándonos para invitarnos un trago o conseguir nuestro teléfono.

—No podemos cambiar a la sociedad esta noche —añadió Renata—. Así que vamos a burlarnos del sistema.

—Fue una gran idea —expresó Alma.

Era un alivio saber que podría divertirse, ya que al principio se había imaginado a sí misma aburriéndose mientras Jazmín y Renata rechazaban hombres. De hecho, era uno de los motivos por los cuales ya no salía, a parte de la falta de control al beber.

<<Esta noche está saliendo demasiado bien>>, pensó Alma, preocupada tras unos cuantos días de tortura.

Un tumulto de gente singular se amontonaba en la pista de baile al ritmo de la música de Britney Spears, Spice Girls y otros íconos del pop. Los bajos retumbaban en el suelo, estaban obligándolas a bailar entre el sudor de los cuerpos, las luces tintineando entremezcladas entre mil colores. La alegría y la buena energía era contagiosa, y era todo lo que necesitaba. No importaba el calor, el volumen ensordecedor y ese humo que lanzaban algunas máquinas para generar un aspecto de neblina y ensueño. Una mueca jocosa se dibujó en Alma, le dolía la mandíbula de tanto sonreír. 

Podía distenderse, olvidarse de todo, ingresar a un mundo surreal, a una fantasía de la que ansiaba ser parte. Ese era sitio en donde necesitaba estar, mucho mejor que la Puerta Dorada y la gente de la División Alfa.

Sin demorarse demasiado, ellas fueron uniéndose a la fiesta, inventando sus propios pasos de baile, ridículos y poco sensuales. Reunidas en un círculo comenzaron a improvisar pasos para cualquier canción que sonara. Jazmín parecía una anguila a la hora de bailar, Carmela intentaba hacer una especie de danza árabe, mientras que Renata sorprendía con su baile de robot. Alma no creía lo que veía, pero Sofía intentaba un fallido break dance, mientras ella se meneaba hacia abajo temiendo por la costura de su pantalón.

Tras un bloque entero de baile noventoso, rodeadas por pantallas que repetían una y otra vez escenas de películas emblemáticas de Disney, las chicas aún carcajeaban luego de verse ridiculizadas las unas a las otras. Con sus pies hinchados se detuvieron para comer pizzas y tomar cervezas en un rincón de sillones negros y luces rosadas.

Jazmín aprovechaba la ocasión para tomar algunas selfies. Todas posaban, era un evento que pretendía convertirse en una amistad grandiosa, a menos que la Sociedad Centinela pretendiera arruinar su vida apenas ambicionaba brillar un poco.

—¡Es hora que hablemos de lo importante! —exclamó Jazmín, alzando su vaso de cerveza—. ¡Primero haremos un brindis por esta noche!

Cada una levantó su vaso.

—Por la amistad —indicó Renata.

—Por la amistad —repitieron las demás.

—Y por aprobar los exámenes... —añadió Carmela con cara de pánico.

Alma rió por sí sola, recordaba esos momentos donde la ansiedad por un examen le quitaba el sueño. Quería regresar a esa época.

—Nosotras conocemos a Jazmín de toda la vida —comentó Sofía a las chicas de la banda—, no tuvimos más remedio que hacernos su amiga ya que era una vecina muy pesada, pero ustedes ¿por qué?

—¡Es verdad! —carcajeó Jazmín—, iba a buscarlas cada tarde para jugar. ¡Pasamos veranos enteros en casa!

Eran momentos dorados. En todo lo malo había algo bueno, y eso bueno era Jazmín. Una pequeña niña intrépida que desafiaba las peores caras de la madre de Alma y Sofía hasta salirse con la suya. Además, las niñas eran consentidas por la señora Carmen, la madre de Jazmín, una mujer amable que adoraba cocinar para todos los que fueran a visitar a su familia. Al recordar esos momentos, Alma sentía un alivio al corazón.

—Creo que algunas conocen nuestra historia. —Renata miró a Jazmín en complicidad—. No nos conocíamos hasta que nos dimos cuenta que compartíamos a nuestro novio...

Esa había sido una etapa dura para Jazmín. Su primer novio, Apolo, era quien la había metido en la vida nocturna, el alcohol y los cigarros pequeños. Un dealer mujeriego que hacía sentir nerviosa a cualquier mujer con su sola mirada, con su perfecta y sombría sonrisa. Al final, Jazmín descubrió que tenía una doble vida, una con Renata, solo que la blonda tampoco lo sabía, era engañada de igual manera.

—Fue insólito —agregó Jazmín—, quise matar a Renata, pero luego me calmé y pensé en frío. Era el imbécil de Apolo quien nos engañaba a ambas y se reía en nuestras caras.

—Al final nos pusimos de acuerdo. —Renata sonrió en confabulación con la morocha.

—Lo asaltamos y lo golpeamos usando pasamontañas en la cabeza —concluyó Jazmín.

—Así conseguí mi Epiphone —dijo Renata.

Gracias a Jazmín nacían los buenos momentos. Su actitud para reunir a la gente le recordaba a Mateo, o a lo que decían de él. Alma comenzó a agitar su cabeza pretendiendo borrarlo de su mente en un momento tan agradable.

—¿Sucede algo, Alma? —inquirió Jazmín, Alma revolvía sus cabellos de forma frenética.

—¡Me gusta esta canción! —Alma intentó sonar desprevenida—, ¿Y tú, Carmela? —preguntó evadiendo la situación—. ¿Cómo llegaste a la banda?

—Estudio en la facultad de Marimé —comentó Carmela, la dulzura se le escapaba en cada gesto—. Mi madre es diseñadora de modas, yo hago la misma carrera por recomendación, es algo fácil para mí, pero prefiero la batería y los cómics.

—Nos cruzamos en los pasillos —añadió Jazmín, mordiendo su pizza—. Estaban armando una banda para los actos académicos y ambas nos ofrecimos. Encontrar una baterista es casi como hallar el Santo Grial.

La noche se resolvía de un modo agradable. Las horas pasaban como agua cuando las charlas eran agradables y la compañía grata. A simple vista, Alma podía dilucidar que eran chicas con las que valía la pena pasar el tiempo.

Para cuando el pálido sol de la madrugada comenzaba a asomarse entre las construcciones durmientes. Las chicas salieron de White Rabbit, tambaleantes y con el rouge corrido, era hora de volver a casa.

Alma, Sofía y Jazmín alcanzaron a ver el autobús que las llevaba hacia su vecindario. Renata y Carmela se dirigían en dirección opuesta. Desde la ventanilla se saludaban. Al alejarse, Alma vio a Carmela vomitar todo lo ingerido.



Al entrar a la casa, Sofía y Alma trataban de reírse en voz baja, Cathy dormía mientras ellas recordaban sus bailes, los personajes de la noche y las anécdotas. Ese era el verdadero festejo que había ansiado por su iniciación. Simple diversión con chicas que querían su amistad; nada extraño, nada filosófico. Lo importante era distenderse y no tener a ningún perro ladrándole de cerca.

Alma ingresó a su habitación, se desataba los borceguíes con desesperación en tanto se quitaba la blusa, y la sonrisa le habría permanecido en la cara, y las pastillas para dormir no habrían sido necesarias, de no ser porque un sobre misterioso aguardaba en su almohada.

<<Mierda-mierda-mierda>>.

Ella tomó el sobre en un arrebato de violencia, segura que no se trataba de un admirador secreto. Si no de una nota escrita en máquina, bastante concisa como perturbadora.

Alma, mantén esto en confidencialidad con la División Alfa si quieres seguir con vida. Hay una forma de salvar a Mateo, una que los Altos Mandos y la DII no quieren que se use. Si quieres saber más busca en Bailecito-B 50.8.15.43.

—¿Qué mierda es esto?

Alma revisó cada rincón de su habitación, alguien se había metido en su casa con toda impunidad para dejar ese maldito papel. Hubiese deseado no recibirlo nunca, pues significaba problemas, problemas serios. Ella no tenía idea que eran los Altos Mandos o qué carajo era DII, pero sonaba a peligro.

De un momento a otro olvidaba lo bien que la había pasado, olvidaba el sueño que tenía. Desesperada, buscó entre su almohada las dos pastillas que le quedaban para dormir. Las tragó sintiendo que le raspaban la tráquea. No le daría el gusto a nadie de salir corriendo por Mateo, primero dormiría, luego decidiría.

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