Capítulo 13: Gélida resolución

El olor a desinfectante, que frecuentaba en la habitación de Mateo, quemó las fosas nasales de Alma. Quería despertar aunque sus ojos se negaran a abrir. La claridad que ingresaba por la ventana traspasaba sus parpados, lo que indicaba que aún era de día y que ya no llovía. Su cuerpo se sentía tranquilo, adolorido, pero reposado en una cómoda cama. Se sentía limpia, vestida con un camisón de algodón. Su cabeza reposaba en una mullida almohada y su oídos solo escuchaban el sonido de las máquinas que controlaban su respiración y estado. Ella lo recordaba y sonreía, el momento en que Mao caía al suelo después del sillazo.

<<Muchas de las palabras de Mao eran ciertas, pero de ninguna manera sus actos tenían sentido, lo que les hizo a los chicos no tiene perdón. ¿Estará preso? ¿Lo habrán matado? >>, pensaba.

Perdida en sus reflexiones sintió un ligero movimiento en su sábana, como si algo cayera del techo o un pajarillo estuviese saltando sobre ella. Cuando comenzó a espabilarse, y a abrir los ojos con lentitud, vio unas pálidas y delgadas manos pelando una mandarina; las cáscaras eran arrojadas a su cama. Antes de despertarse, Alma ya tenía en enojo incrustado en sus facciones.

—Buen día —dijo una vocecita melódica con un extraño español.

Alma rebotó en la cama resintiendo un gran dolor en su maxilar. Del espanto clamó por ayuda, era el asiático maldito quien la contemplaba descansar. El joven le echó un ojo con una tranquilidad envidiable.

—¡Ayuda! —La garganta de Alma se resquebrajaba al gritar.

Mao la ignoraba por completo, en tanto devoraba su fruta.

—¡Señorita Alma, vuelva a la cama!

Emilio ingresó a la habitación, alertado por los gritos.

—¡¿Por qué Mao no está preso?! —Alma se recostaba en un estado histérico, ya que su cuerpo no le permitía moverse más de la cuenta, su corazón estallaría, su mente era una laguna de sin sentidos—. ¡¿Dónde estoy?!

—Está en el hospital Centinela —explicó Emilio—. Hay muchos heridos y poco personal, por eso pedí a Mao que cuidara de ti.

—¡No me está cuidando! —gritó Alma—. ¡Él me dejó en este estado! ¿Y qué ha pasado con los chicos? ¿Luca, Lisandro, Gary y Yaco?

—Están bien. —Emilio frotó el puente de su nariz—. Respecto a Mao, estamos al tanto de todo, no te hará daño. Él te explicará. Iré a comer mi almuerzo.

El doctor Emilio abandonó la habitación, dejando a Alma con la palabra en la boca y un pánico indescriptible que le impedía ver a Mao a los ojos.

—¿Qué tramas? —Alma apretó sus dientes al hablar.

—¿Yo? Nada —dijo y comenzó a pelar una banana que estaba sobre una bandeja, llena de frutas, junto a la cama de Alma.

—¡¿Me estás jodiendo?! —Alma tensó sus puños, dispuesta a romperle los dientes—. Dijiste que me matarías ¡nos ibas a matar a todos! ¡¡A m-a-t-a-r!!

Alma congeló su voz y aflojó su cuerpo, pues cada vez que elevaba su tono, su mandíbula la mortificaba.

—Era una encomienda de Mateo —confesó—. Es parte de tu iniciación. No te preocupes, él dejó todo explicado en un vídeo.

—¿Esto... fue idea de Mateo. —Alma apretó sus puños—. ¿Qué clase de demente es?

—Mateo temía por el grupo, temía que no llegaras a comprender la responsabilidad que conlleva ser un centinela. —Mao musitó antes de meterse un bocado—. Él se encargó de encomendar una instancia extra de la que sabía el grupo presidencial y yo.

—Eso fue enfermo y extremista. —Alma le corrió la mirada.

—Puede ser. —Mao se encogió de hombros—. De todas formas yo accedí, y le agregué mis condimentos, pero no soy tan idiota como para desaprovechar la oportunidad de pertenecer a la Sociedad. Creo, que a pesar de que debemos renunciar a la vida triste y mundana, esto vale la pena. Los centinelas tienen falencias, como cosas muy buenas... por eso me ha gustado tu reacción. No pensé que aparecerías en el bar, por eso me gustaría que te lo tomaras en serio, que puedas ser una compañera en la que confiar.

—Me das miedo —barbulló Alma, con un ligero temblor en la voz.

—¿Acaso no hay motivo para ser extremo? —indagó Mao, buscando su mirada para luego bajar el tono de su voz—. Esta maldita secta es la raíz de todas las aberraciones del mundo, Alma. Estamos del lado del villano, somos los malos. ¿De verdad la jovenzuela rebelde se quedará mansa como oveja? Al menos ya no te disfraces de hippie, la hipocresía me asquea.

—Mao —susurró Alma en secreto—. Sé que no sé nada de la sociedad, que me falta muchísimo por aprender, ni siquiera llevo una semana y a duras penas lo estoy asimilando. Por el momento seré decepcionante y franca: no puedo con esto. Cambiar el mundo nunca estuvo en mis planes.

—Lo sé. —Mao rió como una avecilla—. Estoy yendo demasiado rápido.

—Si quieres un consenso, devuélvele el recital a Jazmín.

—Trato hecho, aunque sigo pensando que su música es basura.

Los dedos ya no le alcanzaban para contar la cantidad de locuras vividas. En otra ocasión, Mao habría significado un ataque de histeria, ahora tan solo lo veía como una mancha más al tigre.

—¡Alma!

El grito desaforado de Gary alertó a todo el hospital. El muchacho se abalanzó sobre la chica atrapándola en un abrazo. Ella había quedado con los brazos extendidos, perpleja, ¿no debía estar en terapia intensiva?

—¿Dónde están tus cicatrices? —Alma aún seguía tiesa, sin parpadear.

Gary no poseía en más mínimo raspón.

—¡Ah! —Gary se miró a sí mismo como si lo hubiese olvidado—. Nos aplicaron elixir para sanar más rápido, aunque tengo algunos dolores.

—¿Elixir?

—Baba de vampiro —carcajeó Mao. Alma lo miró con asco.

—¿Los vampiros existen? —Alma no se sintió tonta por preguntarlo, podía esperarse lo que fuera.

—Sí, pero no soy geniales, son aburridos. —Gary le restó interés—. Solo son una hermandad de inmortales que se sustenta con la venta de elixir, un remedio casero que hacen a base de su saliva. Nosotros les guardamos el secreto, ellos nos venden la medicina.

Alma abrió sus ojazos, sorprendida, no iba a decir nada al respecto, le parecía un delirio. Era un delirio.

—El medicamento debe ser resguardado por su controversia y peligrosidad —explicó Mao—. Podría dificultar en hallar pruebas en crímenes, además habría que explicar al mundo la existencia de los vampiros, cosa que tendría consecuencias apocalípticas, además de impedirte la ascensión a un centinela y el desarrollo de siddhis.

—¿No se puede ser vampiro centinela? —Alma estaba muy curiosa al respecto.

—Sus mutaciones genéticas no se lo permiten. —Gary se encogió de hombros—. Prefiero ser un centinela y desarrollar mi siddhis.

Mao cambio de tema, al ver que la joven se estaba ahogando en una catarata de dudas.

—¿Qué me cuentan de este tiempo que no estuve? —Los ojos de Mao brillaron—. Nunca tuvimos una chica en el grupo, ¿ya hay triángulos amorosos? ¿Celos, competencia masculina?

Tanto Gary como Alma lo insultaron con la mirada. ¿De verdad alguien podía pensar en bromear en esa situación de muerte constante?

—Tu idea de las mujeres en grupos de hombres me parece retrógrada. —Alma no tardó en responderle—. Además, soy una estudiante. Lo único que me domina es la ansiedad y los ataques de pánico sobre un futuro incierto.

Mao giró los ojos y carcajeó con falsedad.

—Alma debe ser como una hermana para nosotros —añadió Gary.

<<Tampoco me limites...>> pensó ella.

—¿Qué me dices de Luca? —insistió Mao, con un tono cómplice—. Moría por salvarte.

—¡Todos querían hacerlo! —Alma sentía hervir su sangre de la indignación—. Amenazaste con cortar la cabeza a un rehén falso, amenazaste de muerte a todos.

Mao se cruzó de brazos.

—Era mi muñeca de silicona, no un rehén —afirmó—, y si ya te sientes mejor para acusarme, levántate de la cama y vamos por el vídeo que te dije.



Reunidos en la sala circular, rodeados de libros y una pantalla central, la División Alfa, aguardaba por el dichoso vídeo que poseía la explicación al comportamiento de Mao, y el mismo debía ser convincente, de otra forma no sería posible conseguir un perdón.

La imagen de una mano acomodando la cámara fue lo primero que se vio, y luego apareció Mateo. Un muchacho demacrado a punto de caer en un profundo sueño.

—Si están viendo este vídeo, quiere decir que han respetado mis decisiones y que Alma está en su etapa de iniciación.

La voz de Mateo era melodiosa, suave, podía generar calma menos a Alma, cuya boca de estómago comenzaba a quemar por la rabia que le generaba.

—Tengo poco tiempo. —Mateo sonrió con la mirada estática—. La infección se apodera de mí, y solo puedo decirles que de ahora en más todo irá en picada. Las cosas empeorarán, y tendrán que sobrevivir a la Sociedad Centinela sin mí.

Los chicos intercambiaron miradas ante la sentencia apocalíptica de Mateo, quien seguía hablando.

—Quizás les parezca demasiado, pero acordé esta pelea junto a Mao, porque es quien ha sufrido las peores consecuencias, su madre ha muerto. —Mateo hizo una pausa y apretó sus ojos en gesto de dolor—. El objetivo de esta instancia que propuse es evaluarlos a todos, y que ustedes mismos saquen sus conclusiones. ¿Están listos para afrontar lo que sea? ¿Son tan fuertes como creen? ¿Cuáles son sus debilidades? ¿Pueden distinguir un engaño? ¿Sus emociones los controlan? ¿Pueden trabajar en grupo? Dependerá de ustedes sobrevivir.

—No puedo creerlo. —Yaco tomó el control y detuvo el vídeo—. Él lo planeó.

—Es un psicópata —dijo Alma, y sostuvo su mirada sobre quienes la veían con extrañeza—, y ustedes tienen síndrome de Estocolmo, siempre lo defienden aunque su manipulación sea tan obvia.

—Él intenta mejorar el mundo —afirmó Luca—, y nos ha dado el poder de involucrarnos, nos ha dado la capacidad de hacer algo.

—¿Y está la forma? —Alma contuvo el tono de su voz—. Los hizo matarse a golpes, su idea de hacer las cosas es retorcida. Si quería salvar al mundo debía hacerlo solo, o con gente que quisiera, no obligar a inocentes, no involucrarme a mí.

Gary y Lisandro bajaron sus miradas al suelo, mientras que Yaco y Mao intercambiaron una ojeada cómplice.

—Yo creo que te molesta otra cosa. —Luca dio un paso hacia Alma—. Te crees una persona de pensamiento libre, te crees revolucionaria e intelectual, pero no te atreves a hacer ni una pizca de lo que hace Mateo, eres cobarde e hipócrita. Toda tu crítica a la Sociedad Centinela se queda en tus estúpidas teorías filosóficas porque eres incapaz de accionar.

Los ojos de Alma se colmaron de un furioso brillo rojo, no tenía las palabras suficientes para rebatir lo que decía Luca, porque a lo mejor era verdad lo que decía de ella, sin embargo seguía firme en su postura respecto a Mateo. Su argumento no era más que una falacia en su contra.

—¡Basta ya! —Yaco se interpuso entre los dos, separándolos con sus manos—. Dejen sus peleas para después, debemos terminar de ver este vídeo para sacar conclusiones.

Alma se dio la vuelta y se sentó en un sillón lejos de Luca y el grupo. Se cruzó de brazos y esperó al final del vídeo. Yaco suspiró y presionó el botón play.

—Siempre lo supe, esto caería como un castillo de naipes. —Mateo suspiró a un lado—. Por eso los elegí, ustedes son especiales, sus auras limpias pueden trazar un nuevo camino, podrán cuidar de Alma en su recorrido y podrán fortalecerse para lo que sea, con o sin mí.

Mateo se levantó de la silla.

—Espero que nos volvamos a ver —dijo antes de apagar la cámara y congelar la imagen con su sonrisa.



Tras el vídeo, la joven fue acompañada por Mao y Yaco hasta su casa en un completo silencio. Ver a Mateo y oírlo hablar le devolvían el enojo de un principio. De alguna forma seguía odiándolo.

—Déjame aquí, por favor —indicó Alma, en cuanto vio a Jazmín salir del mercado.

—No te demores —indicó Yaco—. Ve a cambiarte, y luego partiremos a la última etapa de iniciación.

La melena ébano de Jazmín se bamboleaba despampanante, su cadera se meneaba junto a su falda de tablas negras. Los tacones pisaban fuerte sobre el asfalto que comenzaba a secarse tras la tormenta. Alma corrió a su espalda.

—¡Jazmín! —vociferó, y la morena no tardó en darse la vuelta para mirarla ceñuda.

—Alma —dijo con la voz áspera—, estoy yendo a casa, dije a mi mamá que cocinaría.

Alma suspiró notando el obvio enojo.

—Lamento no escucharte anoche... —Alma mordió su labio, pero de inmediato Jazmín hizo esa expresión de blandura.

—¡Soy una idiota! —exclamó la morena, y sus verdes ojos comenzaron a lagrimear—. ¡No me debes una disculpa, llamé tarde en época de exámenes, soy una desconsiderada!

—De todas formas, sabía lo que significaba para ti tocar en El Antro. —Una sonrisa iluminó el rostro de Alma, no se pelearía con Jazmín por una tontera—. Por eso hablé con Mao, el dueño de El Antro para que se retracte y te devuelva el espacio.

Jazmín encogió su entrecejo, sin comprender, luego abrió tanto sus ojos como su boca, ¿era real? No parecía ser algo que hiciera Alma, pero la castaña asentía con una sonrisa.

—¡No juegues con mi corazón! —Jazmín llevó una mano a su pecho y fingió un tono de severidad.

—No bromearía con algo así.

Un chillido de alegría y un saltito al cielo escaparon de Jazmín.

—¡Te amo, Alma! —Jazmín tiró sus bolsas al suelo para tomar a Alma de sus mejillas y plantarle un beso en los labios—. ¡Eres la mejor amiga que podría tener! ¡Ven a casa a comer!

Alma quedó tiesa en su lugar, con una sonrisa de frustración. Allí iba su primer beso del año. Era una violación.

—Tengo planes, Jaz —respondió Alma, recordando que no podía, ni quería escapar de la última etapa de iniciación—. Tal vez otro día.

—¡Pero el día del recital estarás en primera fila! —Jazmín la apuntó con el dedo, como una amenaza de muerte.

Sin demorarse mucho más, la morena salió disparando a su casa dando saltitos torpes.

Al regresar a su vivienda, Alma dejó el pan y la leche de Sofía, quien se había quedado dormida en el sillón con una revista de crucigramas sobre la cabeza. Aún era temprano, el reloj marcaba las cuatro y treinta de la tarde. Tenía hambre, su estómago gruñía, así que tomó un trozo de pan; y, aun masticándolo, entró a la ducha.

Sin vacilar demasiado en su vestuario, tomó una blusa negra y el último par de pantalones que le quedaban limpios. En silencio, caminó hasta la camioneta, lista para partir.

—Aquí me tienen otra vez. —Alma se subió a la parte trasera de la camioneta y ajustó el cinturón de seguridad.

—No te vas a librar de nosotros tan fácil, pequeña. —Mao sonrió con amabilidad.

—Será al revés —canturreó Alma—. Tengo la facilidad de fracasar en todas las instancias y traerles muchos problemas. En fin, Mao, me vas a explicar a qué se refería Mateo con que todo iba a empeorar.

Yaco echó un ojo a Alma por el retrovisor, Mao suspiró para luego devolverle una calma expresión. Nada igual a la violencia que había demostrado en el bar.

—Mateo lo sabe —comenzó—. La Sociedad pretende hacernos creer que se prepara al mundo para el día indicado, para el día en que las verdades sean descubiertas y todo el mundo se vuelva uno, en armonía para el siguiente paso.

—Pero es una mentira —añadió ella—. Hablamos de eso anoche. Los centinelas no pretenden mejorar el mundo, los centinelas son los encargados de mantener las mentiras a raya, a los poderosos conformados, a la desigualdad. El mundo nunca va a ser libre. Quizás pasen miles de años, quizás nos extingamos antes.

Mao asintió.

—Pobreza, guerras y tantas atrocidades que me da vergüenza pronunciar —enumeró Mao, dejando de sonreír—, son controladas por la Sociedad Centinela en la que trabajamos. Ese cuento de la sociedad pacífica solo lo verás en un viaje astral de hace miles de años. Me asquea saber que eligen quienes serán felices y quienes no, quienes serán condenados y quienes gozaran de libertad para hacer el mal, quienes vivirán, quienes morirán de enfermedades atroces teniendo curas milagrosas como el elixir. No importa cuánto se esfuercen las personas, todos tienen un tope a alcanzar.

—Es horrible.

Alma no quería especular. Cualquier persona con dos dedos de frente sabía que existía un submundo de perversidades monstruosas, sabía que la Sociedad Centinela se valía de todo mal para resguardar su existencia elitista y excusarse para no actuar.

—Es verdad, somos pocos —prosiguió Mao—, pero Mateo creía que unidos podíamos hacer algo. Él no nos eligió al azar, él vio algo en nosotros, quiero creerlo, y hay que aprovecharlo. Para los Altos Mandos no representas una amenaza, no creen en ti, eres manipulable e indefensa, es una burla constante, ¿no te das cuenta? Nunca antes me sentí tan despojado de dignidad, nunca antes me sentí tan insignificante, usado, pertenecer a los titiriteros del mundo es lo más horroroso y denigrante que me puede suceder como ser humano —dijo Mao, su voz se resquebrajaba y la vena de su cuello se hinchaba.

Alma cerró sus puños y clavo sus uñas en las palmas de sus manos, las palabras de Mao la indignaban tanto como a él.

—¿Qué es lo que quieres? —preguntó Alma, soportando ese nudo caliente en su garganta.

—Ser libre, que todos sean libres. —Mao frunció sus labios a un lado, y luego respiró—. Conocer la Sociedad es saber que afuera hay gente que sueña, pero sus sueños dependen de nuestras conveniencias; es saber que hay gente que quiere ser autónoma, sabiendo que la libertad que les proponen es una falsedad. Hay gente muriendo en la guerra teniendo la esperanza que mañana paren los bombardeos, aunque no sucederá si no conviene. Los centinelas no deben existir, tampoco personas que sabiendo la verdad no son capaces de hacer algo.

Los ojos de Alma se desviaron a la ventanilla, recordaba las palabras de Luca como un puñal, justo en su ego. Sus problemas siempre se reducían a sus conflictos estudiantiles, a las drogas, a las peleas tontas con Sofía o Jazmín. El mundo utópico que pudiera imaginar se quedaba en su mente, pero ahora que podía lograr algo ¿quería hacerlo? ¿Tenía el valor?

—¿No es peligroso hablar de esto? —preguntó Alma.

—Nadie nos toma como una amenaza. —Mao se relajó en su asiento—. Además, no es como si pensáramos alzar armas. Nuestras críticas son totalmente esperadas por nuestros pares. Venimos de afuera.

Alma puso su vista en blanco, ya era tarde para guardar silencio.

—Concuerdo contigo, Mao —confesó Alma, dejando escapar un agotado suspiro—. Con todo, considero que cambiar algo será una labor de generaciones enteras. Es mejor resignarnos a lo que nos toca y subsistir. Se de ideales y revoluciones, pero esto nos sobrepasa por mucho.

—Hay que sobrevivir. —Mao miró al frente—. Es lo que Mateo pidió.

Por el momento era mejor dejar el tema de lado.



El enorme cubo de vidrios negros comenzaba a ser visible tras las colinas de extenso pasto verde, los sentimientos respecto a ese sitio eran encontrados.

Todo seguía tal y como lo habían dejado el día anterior. La calma, la soledad, el hermetismo, los amplios pasillos y los muros espejados, los llamadores de ángeles tintineando, las velas apagadas, los aromatizantes frutales.

Mao se dirigió a una enorme cocina equipada como la de cualquier restaurante, ya preparaba el terreno para lo que vendría. Yaco revisó, una por una, las instalaciones verificando que todo estuviera en orden, tal vez por lo sucedido, o porque eran más maduros. Se tomarían todas las precauciones necesarias para la última, y más importante, instancia de iniciación. Mao regresó junto a una bandeja con té, la situación se repetía, Alma debería ingerir algo extraño, color rojizo y de aspecto pegajoso.

—Un brebaje de maná, sirve para la relajación, no te dormirás —aclaró riendo al ver como la joven arrugaba su nariz con asco.

—El estado en el que te encontrabas el otro día... —interrumpió Yaco.

—¿El de muerta viva? —inquirió Alma, sarcástica.

—Sí, ese —prosiguió Yaco, rodando sus ojos—. Deberías haberlo vivido en esta etapa. Con el brebaje que ingerirás podrás relajarte y practicar la meditación para que puedas sacarlo por tus medios.

—¿A mi siddhi?

—Sí —afirmó Mao—. ¿Te hablaron de ello?

—Sé que son habilidades muy variadas, que Mateo tiene un siddhi que permite ver el aura de las personas y que Luca puede sanar heridas además de dar calor —recordó Alma—. Sé también que se dividen en las del alma, cuerpo y mente; y que algunos nacen con esas habilidades ya desarrollados.

—Sabe bastante —alegó Mao, con sus ojos en Yaco.

—Excepto en que se basa la clasificación de las mismas —recordó ella, pensar en que podía desarrollar una habilidad sobrenatural le generaba demasiado interés.

—Los siddhis del cuerpo... —comenzó a hablar Mao, dando vueltas a la sala—, tienen que ver con llevar a nuestra fisionomía a sus límites; velocidad, fuerza, destreza, equilibrio. Por lo general son las más fáciles y comunes para desarrollar. Hay iniciaciones específicas para que algunos miembros solo desarrollen ese tipo de habilidad.

—Los de la mente —continuó Yaco—, algunos pueden ser hereditarios como la súper inteligencia de los dotados y prodigios. Son relativamente nuevos en la Sociedad, ya que han comenzado a surgir hace tres mil años, solo entre miembros de la Sociedad. Dentro de los mismos está la telequinesis, levitación, hipnotismo, la habilidad de ver energías, premonición, auras, entre otros.

—Hay más —añadió Mao—, los siddhis de la mente también pueden desarrollarse por sí solos tras la iniciación y la práctica. Tal es el caso de Luca que ha desarrollado el siddhi de sanación, a pesar de tener el de piroquinesis. Es habitual que con el uso constante del siddhi se adquieran nuevas mejoras en nuestro ser.

—¿Y las del alma? —indagó la joven muy intrigada, a lo mejor su nombre funcionaba como cábala.

—Solo están permitidas para ser desarrolladas por miembros de alto rango —indicó Mao guiñándole el ojo—. Tu iniciación está orientada para que puedas desarrollar una de estas peculiares habilidades, que consisten en la materialización y manipulación de la energía a tu alrededor.

La cara de Alma era de no entender nada; labios fruncidos, cejas comprimidas y ojos entrecerrados.

—¿Pueden hacerme una demostración?

—Ya habrá tiempo para eso —dijo Yaco, tomándola de los hombros—. Relájate, todo saldrá bien. Ahora dame tu tótem.

—¿El palo? —Alma ladeó su cabeza y revisó en su bolso, por alguna razón lo llevaba con ella.

—Ahora bebe el brebaje y déjanos el resto a nosotros.

Yaco demostraba seguridad al hablar, Alma no sentía miedo de ningún tipo con él. Confiaba como si se tratara de un hermano mayor, así que bebió el té, no era igual al de la vez anterior, este sabía a yuyos silvestres, hedía a manzanilla y canela, su dulce pestilencia era difícil de soportar. No obstante dejó la pequeña tacita vacía en un santiamén. Yaco corroboró que no hubiera ni una gota en la taza e indicó que Alma para que se dirigiera a una gran sala de estar que se encontraba vacía, blanca como un manicomio, donde solo el grabado dorado, del símbolo centinela, se distinguía en la pared que daba hacia el norte.

Esta vez, los chicos se quedaron junto a ella. Yaco hizo un gesto con su mano para que tomara asiento en el suelo, era más que normal para Alma ponerse nerviosa. Sin embargo comenzó a notar como su cuerpo se relajaba, no era sueño, sentía un alivio que le permitía dejar cualquier pena atrás.

—Déjate llevar —musitaba Yaco, en tanto Alma entrecerraba sus ojos, con la mente en nada, flotando en el momento–. Recuerda las pruebas, los viajes astrales. Entremezcla tus memorias y deja a tu mente viajar por ellas.

La joven se encontraba en un estado de frenesí mental, sumida en la hipnosis. Mao tomó sus manos, y Yaco, con la daga de oro que guardaba en su bolsillo, le cortó las palmas de las manos, la sangre oscura brotó sin control. Ni ese dolor era suficiente para que Alma se diera por aludida. En su mente, y a la velocidad del sonido, se recreaban todos los momentos de las pruebas de iniciación.

Con lentitud, Yaco entrelazó las manos de Alma en la vara metálica, presionando para que la sangre bañara todo el tótem. Entre tanto, Mao bañó su dedo en una gota de sangre para dibujar en la frente de Alma el símbolo centinela: una cruz, un ojo, dos triángulos, la luna, el sol, la tierra, el universo.

El bastón entrelazado en sus manos empezó a congelarse de manera desmesurada. Alma abrió sus ojos, y pudo ver como el hielo era producido por ella misma, la sangre se solidificaba como rubíes, y la nieve comenzaba a caer en toda la habitación, un fresco polar los abrumaba hasta los huesos.

—¿Puedes sentir de donde sale ese poder? —preguntó Mao, clavando la vista sobre Alma.

—De mi interior. —Alma tragó con dureza, perpleja.

—Contrólalo —ordenó Yaco, con la mirada dura—. Dirige su trayectoria con la fuerza que desees, y por nada en el mundo sueltes tu tótem.

Alma obedeció al sentirlo vibrar en su interior, de su cuerpo florecía una energía que se materializaba en frío, en escarcha, en nieve descomedida. Podía dirigirla a donde quisiese, como magia. Sí, podía hacerlo y era insólito no sentir ni un poco el frío a su alrededor. No le afectaba, y prosiguió; cubrió todo el bastón de hielo, congelándolo por completo.

—Intenta mantener la energía en tu área. —La voz de Yaco sonó temblorosa, el frío comenzaba a afectarle.

Resultaba cómico oírlo cuando, a duras penas, podía asimilar que la nieve y la ventisca a su alrededor eran producto de la materialización de su energía.

Mao ya tenía su nariz roja, temblaba y frotaba sus brazos; de igual manera, Yaco parecía petrificado, sus dientes castañeaban sin control. La habitación era un frízer.

—¡No es cierto! —Alma reía, para ella el hielo solo era un leve cosquilleo. Sus ojos brillaban, su mandíbula dolía de tanto sonreír—. ¡Está saliendo de mí!

De un lado a otro, Alma bailoteaba feliz de hacer algo bien, feliz de tener algo sorprendente que mostrar a los demás. La victoria era suya, y lo mejor de todo era no tener el aspecto azulado, sino que conservaba su apariencia tal y como era. Emocionada y fascinada creaba hielo, canalizándolo con el bastón de lirios, quería quedarse así cuanto fuera posible.

Yaco y Mao se miraron impresionados y muertos de frío, titiritando. Ambos chicos decidieron dejarla sola un instante, así correr hacia la cocina, la cual encendieron para no resfriar.

—Al menos es un siddhi más lindo que el de Mateo —decía Mao, calentando sus manos sobre el fuego—. Aunque el siddhi que congela es bastante corriente entre los centinelas.

—Y bastante útil en días de calor — respondió Yaco, casi imitando la pose rígida de Mao y frotando sus manos en la incipiente llama—. No le digas que hay demasiadas personas con su siddhi, se está sintiendo especial. Ahora volvamos a ver cómo se encuentra, no quiero encontrarme con Pitufina otra vez.

—¿Pitufina? —preguntó Mao.

—Después te cuento.



En Filomena nunca nevaba, menos en la ciudad subtropical de Marimé, y de ahí no había salido en toda su vida. Sus manos sangrantes teñían los copos, pero eso parecía no importarle, Alma correteaba como una niña y se tropezaba en su propia magia.

—¡¿Cuál es el siguiente paso?! —preguntaba Alma, correteando de un lado a otro lanzado bolas de nieve.

—Solo sigue jugando pequeña —respondió Mao, con un leve tembleque de dientes—. Mientras más te acostumbres más fácil te será manejarlo. Y tú, Yaco, ¡abrázame!

—No es mi estilo —vaciló Yaco—, pero si seguimos así moriremos.

Yaco accedió a abrazar a su amigo con fuerza. Ambos comenzaron a frotarse las espaldas entre sí.

Confortada, Alma siguió inundando la habitación con nieve. Era una fuente infinita de magia, solo cuando su cuerpo se agotó, cayó exhausta sobre el colchón blanco, suspirando con una mueca que le tensionaba la cara de oreja a oreja. Sin buscar la lógica, observaba como los copitos de nieve se deshacían en el aire.

—Díganme que no es un sueño —repetía para sí misma, con un gesto tonto.

—Todo ha sido posible gracias a que entrenaste tu cuerpo con Luca y tu mente con Gary y Lisandro —explicó Yaco—. Ahora tu alma estaba lista para el último paso.

—A pesar que fracasé en las primeras instancias —comentó la joven.

—No lo suficiente —dijo Mao—. De otro modo habría sido imposible desplegar tu siddhi.

—Casi muero varias veces —rememoró Alma, sintiendo una amargura recorrerle el pecho.

Justo cuando la nieve comenzaba a cesar, una ventisca gigantesca arrastró a todos fuera de la habitación. Toda la casa comenzó a cubrirse de hielo. Un chillido feroz escapó de Alma, quien salió volando de su lugar.

—¡¿Estás bien?! —gritó Yaco, al ver que ella había caído al suelo siendo arrastrada por su propia habilidad.

Sin darse cuenta había soltado el tótem, el empujón la lanzó lejos, golpeando su cabeza contra la pared. Tan pronto como pudo, Mao tomó sus signos vitales, suspirando de alivio al notar que la joven solo se había desmayado.

—Bajamos la guardia —barbulló Yaco, arrojándose al frío suelo después de que el susto lo hiciera sudar—. Liquidemos esto de una vez, por favor.

Mao alzó a Alma como si fuese un saco de arena. El ritual de iniciación finalizaba allí.



—Eso fue rápido —expresó Luca cuando vio ingresar a la mansión a los chicos junto a Alma, quien frotaba el chichón sobre su cabeza.

—Luca, cúrame aquí —señaló Alma.

El muchacho de cabello rojo volteó sus ojos con disgusto.

—Qué bueno verlos a salvo —vociferaba Gary, corriendo desde las escalinatas, tras él venía Lisandro—. Estuve orando por ustedes, ¿cómo fue?

Alma no pudo evitar sonreír, le parecía imposible que Gary fuera real. Su optimismo y fe eran cosas de admirar, o más bien de envidiar.

—Mejor de lo esperado —comentó ella, tomándose la barriga que no dejaba de gruñirle—. Es solo que me ha dado un hambre feroz.

—Deja la intriga —soltó Lisandro—, ¿desarrollaste algún siddhi?

Alma mostró todos sus dientes en una grácil mueca, aún cosquilleaba su estómago con solo pensarlo.

—Cuando se enteren quedarán helados —murmuró Yaco, con un vestigio de sarcasmo.

—A todo esto —interrumpió Alma—, ¿por qué estoy aquí y no en mi casa?

—¿Tan rápido te quieres ir? —Mao fingió un puchero—. Oficialmente eres la líder de la División Alfa, ¡adiós iniciación! ¿No te sientes como una recién graduada?

<<Ojalá supiera lo que es graduarse>>, deliberó Alma.

—¡Deberíamos hacer una fiesta! —continuó Mao, entusiasmado.

—¡De ninguna manera! —irrumpió Luca, atrayendo las miradas hastiadas—. ¡Mateo se está muriendo en una habitación! Lo mínimo que teníamos que hacer era iniciar a Alma. No hay motivos para festejar.

Más frío que el hielo de Alma eran los silencios que Luca provocaba. Los ojos acaramelados de Alma bajaron al suelo, Mateo lograba opacar cualquiera de sus logros. Los ojos celestes de Gary se llenaron de lágrimas. Yaco rascó su nuca, Mao carraspeó su voz y Lisandro miró al techo.

—Lo siento, Luca —dijo Mao, su rostro ya no demostraba felicidad—. Tan solo pensaba agasajar a Alma, ella recién se está asentando.

—¡¿Quieres agasajara a Alma?! —soltó Luca, más furioso que antes—. ¡Háganlo ustedes, yo no tengo nada que ver! ¡Mateo aún no murió!

Luca se marchó dando zancadas hacia arriba. Alma sintió su estómago estrujarse, el hambre desaparecía por completo.

—Debería ir a casa. —Alma miró hacia la ventana, pronto anochecería.

—No es contigo, Alma —rumió Gary, y tras un largo suspiro confesó lo que apresaba a Luca—. Timoteo ha viajado al centro de la tormenta, hacia donde se encuentra el mayor conflicto y, ya saben de qué se trata todo esto. Hoy nos lo dijeron.

Alma, Yaco y Mao demostraron su perplejidad ante las catastróficas expresiones de Gary y Lisandro.

—Es como dijimos, una sociedad que se creía extinta está haciendo esto —balbuceó Gary—. La Orden de Salomón, una sociedad que fue parte de la histórica Tríada. Habrían estado actuando en un completo hermetismo hasta dar con nosotros y atacarnos desde dentro.

—¡Espera, espera! —interrumpió Alma—. ¿Qué es Tríada?

—Mierda —masculló Yaco—. He leído bastante sobre los orígenes de la sociedad, y si no me equivoco, la Tríada era un convenio entre las tres primeras sociedades; la Sociedad Centinela, La Orden de Salomón y los Skrulvever.

Alma parpadeó, confusa.

—Las tres sociedades acordaron vivir en paz sin meterse una con la otra —continuó Yaco, frotando sus cabellos castaños—; sin embargo, La Orden de Salomón empezó a afectar a los intereses de la Sociedad Centinela.

—¿De qué forma? —preguntó Alma, con velocidad, no podían quedarle dudas. Entonces Yaco prosiguió.

—La única forma que tenemos los centinelas de usar nuestras habilidades es si nos sentimos en paz, estables... en equilibrio.

—Es por eso que no usamos nuestros siddhis con Mao —interrumpió Gary—. No hay forma que nuestras habilidades funcionen si nuestras emociones están desequilibradas.

—En cambio, La Orden de Salomón... —Yaco hizo una pausa y asintió con la cabeza como si todo le cerrara al fin—, ellos manipulan la energía negativa. Y, con el fin de acrecentar su poder, cometieron incontables atrocidades; iniciaron guerras, matanzas sanguinarias, incontables sacrificios con el único fin de alcanzar el poder absoluto. Las cosas empeoraron para ellos cuando pretendieron descubrir los secretos de la Sociedad Centinela para ascender a un nuevo nivel de poder. O eso es lo que se creía.

—¡Mierda! —exclamó Alma—. ¿Cómo es que llegaron tan fácilmente a la Sociedad?

—Es un legado de milenios —explicó Lisandro—,  no ha sido cosa de un día para otro. Se suponía que la Sociedad Centinela y los Skrulvever los habían eliminado tras una extensa batalla; pero cualquiera pudo refugiarse e iniciar su legado.

—El problema mayor se está dando ahora. —Gary frotó su cabeza—, ya se sabe porque deseaban infectar a los de alto rango, su intención no era matarlos.

—¿Cómo qué no? —preguntó Mao—, ¿qué es lo que dijo Timoteo?

—La energía negativa —dijo Lisandro—, asesina a personas sin siddhis desarrollados, pero en quienes poseen siddhis del alma hay dos opciones: la energía negativa desaparece o, en el caso de Mateo, es absorbida por el cuerpo para luego poseerlo, convertirlo en un recipiente y crear un monstruo dominado por energías negativas.

Alma tapó su boca ahogando una exclamación. Yaco y Mao se echaron una mirada.

—¿Eso quiere decir que Mateo no morirá? —preguntó Yaco, con velocidad.

Gary negó con su cabeza, bajó su mirada y su mentón empezó a temblequear. Alma notó de inmediato como empezaban a caer sus lágrimas y su blanco rostro se volvía rojo. Ya no podía contener sus gimoteos. La mirada violeta de Lisandro se tornó, de igual manera, rojiza.

—¿Qué pasará? —preguntó Alma.

—Si despierta —dijo Lisandro—, lo hará como un soldado de La Orden de Salomón. Ahora mismo, en las islas privadas de la Sociedad, se está librando una batalla en secreto con quienes están despertando luego de la infección.

—¡Mierda! —Yaco dio un puñetazo al muro.

—¿Qué más dijo Timoteo? —inquirió Mao.

—Solo dio una orden. —Lisandro tragó saliva—. Debemos matar a Mateo.



Más de un millón de islas en el mundo, territorios inexplorados, otros privados. Sitios prohibidos, aislados, inhóspitos, entre tanto lugar restringido a los humanos, las IPC, o Islas Privadas Centinela, gozaban de una impunidad absoluta. Su ley era orden de un modo brutal, en estos sitios ya no era necesario usar un disfraz, fingir ser alguien más, maquillar la realidad. No, las IPC eran los espacios en los que la moral era cosa de simples mortales. Los "dioses" no debían confundirse, en el "Olimpo" no tenían por qué limitar su poder, lejos de todo y todos, no tenían por qué responder a ideales.

Con el clima cálido a su favor, las aves sobrevolaban una gran mansión con una cúpula central de vidrio. Dentro, un jardín repleto de vegetación, rodeaba bibliotecas con un centenar de libros centinela que Timoteo ojeaba cuidadosamente. En ese instante, una esbelta mujer, de unos sesenta años, cabello entrecano y lentes, ingresó a la habitación, portando algunos papeles.

—Alma sobrevivió —dijo la mujer—. Ha desarrollado un siddhi de hielo, al igual que... su tío.

Timoteo siguió con la vista en los libros.

—Qué lamentable —suspiró, para luego darse la vuelta—, esperemos que no herede su estúpido carácter. ¿Enviaste la orden de ejecución, Elisa?

—Sí. —La mujer carraspeó la voz—. Hubo resistencia, a pesar que les expliqué las consecuencias de dejar vivo a Mateo. Hasta que regresemos, solo podemos confiar que la División Alfa acate órdenes. De otro modo tendremos que enviar sicarios por él.

—A menos que quieran terminar todos muertos.

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