Capítulo 10: Siddhi
La patada de Gary derribó la puerta, la escarcha voló por los aires y cayó en forma de pequeños cristales. Una macabra imagen de pesadilla se presentaba ante ellos. En el cuerpo Alma moraba un frío inconmensurable, que se reflejaba en su piel azul pálido, sus labios negros y sus párpados violáceos, tal como un cadáver dentro de la morgue.
Gary, se apresuró a tomar el pulso inanimado de la joven. Lisandro revisó el respirador, que, para su desconcierto, funcionaba a la perfección. Eso no era lo extraño, si Alma estaba muerta, su temperatura bajaría, pero ahí, la temperatura de todo el lugar había bajado a niveles infrahumanos.
Horrorizado, Lisandro señaló las paredes, estas poseían una fina capa de hielo, motivo por el cual les había costado abrir la puerta. La escarcha atrapaba la habitación en su frío, aún más en el cuerpo de la jovencita. Pronto, ellos lo sintieron en sus huesos. De inmediato, Lisandro se adelantó a llamar al médico de la División Alfa.
—¡Necesitamos un equipo médico para la casa de campo! ¡Es urgente!
Entre tartamudeos, pidió ayuda de emergencia. Dentro de la habitación nevaba. Alma seguía conectada al respirador, pero no mostraba señales de vida, los jóvenes no podían adivinar que podía salir mal en el proceso que limpiaría su espíritu para aceptar lo que vendría más adelante.
Los viajes astrales eran la mejor etapa de la iniciación centinela, se suponía que de eso dependía su salvación. Sin embargo, con Alma, se volvía una práctica oscura, una verdadera ruleta rusa. Los chicos se replanteaban cada paso ejecutado, no descubrían ningún error. Ambos eran muy cuidadosos, por lo que no encontraban respuesta a lo que sus ojos veían. ¿Alma moriría por su negligencia? La sola idea los helaba más que el fantasmagórico hielo.
Aún viajaba el espíritu de la joven sin percibir su estado, hasta que, por voluntad propia, decidió regresar a su cuerpo. Sus ojos se abrieron en la habitación con solo pensarlo, despertando en su cuerpo helado.
Como si se tratase de un cuento de terror, aún permanecía con la apariencia de un cadáver, su temperatura era el de un congelador, y su pulso estaba muy por debajo de lo normal. Asombrada ante las expresiones traumáticas de Lisandro y Gary, parpadeó esperando alguna palabra, algo que le explicara el hielo de su alrededor, en vez de eso, un fuerte impacto la tomó por sorpresa. Gary la abrazó con tanta fuerza pudo, y la alzó para llevársela lejos de aquel lugar que comenzaba a llenarse de blanca nieve.
—¿Qué sucede? —preguntaba Alma, al caer en cuenta de su estado.
—¡Lo siento, lo siento...! —Gary llevó a Alma hasta afuera del edificio, sin parar de temblar y pedir perdón.
Al dirigir la vista hacia Lisandro, Alma vio la misma expresión de pánico. Sus ojos violetas contenían el llanto en un estado de nerviosidad más que notorio. Tenían sus motivos, aún bajo el sol, ella no recobraba el color natural de su piel, observaba sus azuladas manos con espanto, a pesar de que no resentía ni asimilaba el frío que debía carcomerla hasta los huesos.
Minutos después, el traqueteo de las astas del helicóptero daba la bienvenida al doctor Emilio Denisovich y su equipo de médicos especializados.
El doctor, cuando comprobó con sus ojos los dichos de Lisandro, quedó tan espantado como todos los presentes.
—¡Traigan el equipo de emergencia! —gritó el hombre, de porte impecable, a sus colegas.
Dos hombres descendían del vehículo con una camilla, y otros dos traían maletas con instrumentos para tratarla.
—Puedo caminar sola —insistía Alma, pero lo que ella dijera no era importante, sino lo que todos veían: una muerta viva.
El doctor Emilio poseía una larga trayectoria en la medicina centinela. Con sus cuarenta y tres años ya era líder del equipo médico de la división presidencial. Su presencia elegante, su cabello negro bien peinado, con sus lentes y batón blanco generaban confianza entre sus pares. Así y todo no hallaba respuesta concisa a los exámenes médicos de Alma, en donde todo salía normal a pesar de su azulado matiz.
—Lo más factible es un desarrollo temprano de siddhi —concluyó Emilio, con la vista sobre los papeles en su escritorio—, aunque de una manera deformada y prematura.
Yaco, quien lo acompañaba en su despacho, decidió hablar al respecto.
—Todo lo que podía fallar lo ha hecho —dijo el joven—. La iniciación de Alma ha sido turbulenta, la infección le ronda en sus narices, y así seguirá. El presidente solo quiere que avancemos, no le importa si muere en el intento y Mateo... no sé qué...
—Tampoco me parece justo —comentó Emilio—. No entiendo el capricho de Mateo por forzar a una inexperta a ocupar su lugar. Y, por otro lado, el presidente debe tomar las decisiones difíciles, en primer término debe cumplir con la norma, y en segundo lugar no puede detener la iniciación con este panorama.
—Aunque signifique la muerte de su nieta —rumió Yaco.
—Nunca la reconoció como tal. —Emilio acomodó sus lentes y elevó una ceja—. Ante sus ojos, todo esto no es más que papeleo, y evitará a todo coste el daño mayor.
En una habitación aparte en el hospital centinela, Alma reposaba sobre una amplia cama repleta de almohadones, muros rosados y un calor sofocante por las estufas allí prendidas. Ella todavía miraba sus manos sin entender cómo seguía con vida, pensando en si retomaría su color normal. No podía regresar a casa estando teñida de azul. Ninguna excusa sería suficiente.
Gary y Lisandro aguardaban a su lado, con la culpa consumiéndolos. Empezaban a creer que todo se debía a un error por su parte.
—Emilio dice que puede ser tu siddhi —rumió Gary, con la mirada al suelo—, que todo está bien en tus exámenes.
—Mi siddhi... —Alma suspiró sin saber bien de qué se trataba—. De todas formas, ¿para qué era este último viaje?
Lisandro carraspeó su voz y tomó la palabra.
—En el tercer viaje astral el alma se despliega por completo del cuerpo, así, se liberan toxinas dañinas, se amplía la consciencia para poder aceptar mejor la realidad del mundo, además, es cuando por fin podemos tener contacto con lo que es nuestro siddhi. —Lisandro tomó aire y observó a Alma con el ceño compungido—. Una habilidad creada con energía cósmica y moldeada por nuestro ser. ¿Sabes? Todos los seres humanos podríamos desarrollar uno o varios siddhis completando las instancias más importantes de la iniciación.
—¡Cómo los viajes astrales! —expresó Alma de forma asertiva, ni ella podía creer que al final hubiese terminado por asimilarlo todo—. Pero, ¿qué tipos de siddhi existen?
—Son muy variados —dijo Gary, tratando de concentrarse en otra cosa que no fuera esa culpa que lo corroía—. Los han dividido en los siddhis del alma, del cuerpo y de la mente. Muy pocos son los que pueden entrenar más de una habilidad, y mucho menos son los desarrollan siddhis sin entrenamiento; es el caso de los superdotados, prodigios, o habilidosos de nacimiento como Mateo.
Alma arqueó una ceja e hizo una mueca a un lado.
—¿Así que Mateo es tan especial como para tener una habilidad de nacimiento?
—Sí —afirmó Lisandro, con una leve sonrisa—, puede ver el aura de las personas, puede identificar si son personas positivas o negativas.
Alma giró sus ojos con desagrado. Mateo era el niñito perfecto y ella la basura que fracasaba en cada paso que daba.
—Imagino que mi siddhi es el de la resurrección ilimitada —barbulló, viendo que carecía de un color normal en su piel—. O de la inmortalidad.
—No existen esos siddhis —comentó Gary, volviendo a la culpa—. En cuanto al viaje astral, debería haber sido una experiencia renovadora y no trágica. Pareciera que tu cabello seguirá enfriando. Eres un congelador viviente.
—Da igual. —Alma se avergonzó de su apariencia—. ¿Cuáles son sus siddhis?
Gary iba a responder, pero la puerta de la habitación se abrió de un latigazo, haciendo un estruendo que retumbó en cada esquina. Luca tenía la cara roja y una expresión furiosa, tras él iba Yaco tapando su boca y con los ojos tan abiertos como los de un búho.
—Mierda, el Capitán Frío —Yaco rió ante las miradas de amargura—. ¿Qué? Solo estoy tratando de romper el hielo.
De inmediato estalló con una risa nerviosa, por lo que tuvo que abandonar la habitación. Yaco, quien parecía maduro, importunaba con chistes de mal gusto.
—¡No puedo creerlo! —Luca se abrió paso a los empujones hasta la camilla de Alma, y, de manera instintiva, abrazó a la chica, sin quitar esa cara de perro rabioso—. ¡¿Nunca te cansas de fracasar?!
—¡¿Qué?! —Alma trató de zafarse de su violento agarre, pero luego lo sintió.
Luca estaba rodeado por una incandescencia y un incontenible calor, un ardor insoportable para los presentes, excepto para Alma, a quien solo le provocaba bienestar.
Desde el marco de la puerta, Yaco, Lisandro y Gary podían sentirse aliviados de ver a Alma recuperar el color de su piel más rápido que con cualquier estufa. Luca gruñía entre dientes y Alma desistía de librarse de él. Lo peor había pasado.
—Así que tu siddhi tiene que ver con el frío —comentó Yaco, contento de ver las mejillas de Alma volverse rojas como manzanas—. Es bueno que lo desarrollaras a tiempo, así podrás ganarle a esa infección dentro de ti.
—Será mejor que aprendas controlarlo rápido, no quiero estar abrazando un pedazo de hielo todo el tiempo —respondió Luca, con la vista en alto y un tono más seco que el desierto.
—¿Tu siddhi tiene que ver con el calor? —indagó Alma, acomodándose sobre el pecho de Luca.
—Curación y piroquinesis —respondió Luca—. Tengo dos siddhis, y muy especiales a diferencia del tuyo.
—¿Te quemaste con tu siddhi? —preguntó Alma, sintiendo el cuerpo de Luca ponerse rígido, también notó que los presentes desviaban su miradas incómodas.
—Claro que no —barbulló Luca—, mis cicatrices son anteriores a que descubriera mi siddhi. No soy tan estúpido como para hacerme daño con mi propio poder. Además, la forma del fuego se libera una vez que lo aparto de mi cuerpo, sino viviría con la ropa chamuscada.
Considerando que Alma ya se encontraba en óptimas condiciones, Luca se aisló con la misma brusquedad que la había tomado.
—¿Van a mostrarme sus siddhis? —preguntó Alma, intrigada al observar sus manos rosadas, que aún sentían el calor del cuerpo de Luca.
—¡No! —soltó Luca, arruinando el repentino entusiasmo de la novata—. ¿Qué ha sucedido en el segundo viaje? Aparte de lo del espectro, dijiste que tus recuerdos se distorsionaron. ¿Algo más importante fue modificado? ¿Viste algo fuera de lo común?
Las miradas recelosas se pusieron en Luca, aunque admitían lo preocupante que era ese suceso. Las órdenes dadas indicaban que Alma debía progresar, era lo único a tener en cuenta. Alma decidió ser cortés y responder lo que recordaba, hasta llegar a ese punto en donde los momentos banales se repetían sin cesar y se tornaban siniestros con la presencia del espectro en el espejo, en su reflejo.
Por un momento, los chicos se mantuvieron en silencio, pensando. Se suponía que Alma debía rememorar toda su vida para una completa limpieza, pero sus recuerdos habían parado en un punto, tornándose desconcertantes. Eso no significaba que hubieran sido removidos, pues recordaba sucesos de hacía algunos años en el pasado, pero faltaban muchos detalles importantes. Lo preocupante, era que, si tan solo había recordado una porción de su vida, se consideraba incompleto el segundo viaje astral, por lo que no podría haber pasado al tercero.
—Algo falló en el segundo viaje —murmuró Luca.
Los rostros de Lisandro y Gary empalidecieron, era su responsabilidad, su culpa. Habían olvidado algo tan obvio, que ni siquiera habían tomado en cuenta la fatalidad que se podría haber provocado con tal de cumplir órdenes. Al final, todo salía mejor de lo esperado. Las probabilidades indicaban que las personas que no pasaban los dos viajes astrales por completo no serían capaces de soportar la muerte súbita que conllevaba el tercero. De este modo, Alma se convertía en una de las pocas en tener viajes astrales defectuosos, por no decir catastróficos.
Con los últimos estudios médicos, Alma ya podía abandonar la clínica de los centinelas antes de la hora de la cena. A pesar de lo vivido, se sentía mejor que los días anteriores. Su mente gozaba de una apertura que le brindaba la ansiada tranquilidad. Podía confiar y creer que todo era real, podía sentir la fortaleza en su ser, la esperanza de que todo se iría acomodando.
—La culpa no es de ustedes —decía Yaco en la salida del hospital—. La culpa es de Mateo, del presidente y de la Sociedad que pretenden que Alma lidere la División Alfa solo por protocolo. Estamos solos, desamparados, y ella apenas está comprendiendo como funciona su cuerpo. Sé que pudo ser fatal, pero no lo fue, es lo que importa.
—Cambien esa cara —dijo Alma, con un tono dulce, pero con la mirada seria—. Recuerdo bien que quisieron parar los viajes, yo insistí. De nada servirá que se sigan castigando por lo que no pasó, y es verdad, la culpa es de Mateo.
Lisandro y Gary asintieron a la vez.
—¿Qué tal si vamos a tomar unas cervezas y comer unas pizzas? —preguntó Yaco, frotando la espalda de sus amigos—. Con Alma, claro. Supongo que ya hay confianza, ¿no?
Alma sonrió con la mirada al techo. Era una oferta tentadora ahora que no los podía tratar de mentirosos.
—Si me llevan a mi casa antes de las doce—indicó con la mirada seria—, y van a responder todas mis preguntas ahora que sé que la Sociedad Centinela es real.
—Por fin vas a terminar con la conspiranoia —siseó Luca, con la mirada al frente.
—Conozco bastantes pizzerías. —Alma sonrió.
—Olvídate de eso. —Gary le guiñó el ojo—. Los centinelas tenemos nuestros propios lugares.
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