26. Asuntos pendientes

Más de un mes de ausencia terminaban por arruinar el año lectivo de Alma, quien debía reorganizar su vida entera, continuar juntándose con sus amigas y hacerse cargo de la parte que le correspondiera en la Sociedad Centinela. Todavía se preguntaba si la conservarían en la División Alfa, o si terminaría derivada en tareas pasivas. Le agradaba la idea de recibir un sueldo, dedicarse al papelerío y ya no cruzarse con Mateo y su séquito de lamebotas. Sí, tenía demasiadas cosas en las que pensar. Su vida había cambiado para siempre, pensar en ello no era agradable, un frío vértigo le soplaba el ombligo y le provocaba jaqueca, ¿existiría la forma de llevar una doble vida? No tenía ganas de pelear nunca más, no quería problemas ni traumas. Mateo le arruinaba la existencia y lo peor era no poder consultarlo en terapia. Todo lo relacionado a la Sociedad era un secreto que debía resguardarse con la vida.

Primero lo primero. Una vez que Alma se despidió de sus amigas, y de las frescas cervezas en la plaza, Yaco pasó por ella y la llevó a esa fétida mansión.

Antes de ingresar, la joven notó que decenas de autos se estacionaban a los alrededores. Esperaba que no fuera una fiesta sorpresa o conocerían su ira.

—El equipo presidencial ha regresado —explicó Yaco, siendo hábil en la lectura de rostros—. La mansión está colmada de gente trabajando otra vez. Hay mucho que hacer, han sido días duros.

—Deberían haberse quedado aquí —soltó Alma, antes de descender—. Lo más estúpido que pudo hacer esta gente fue dejar a un grupo de inexpertos con un infectado.

—Toda la Sociedad Centinela era inexperta en esta situación —respondió Yaco de camino a la entrada, estaba atardeciendo—. Tú eras una novata, pero los chicos no. Tampoco Sam, o Emilio y el equipo médico. El problema fue que no cumplimos con la orden de matar a Mateo. De otro modo...

—No habrían muerto inocentes y nuestras vidas no habrían corrido riesgo —respondió Alma, seria, haciéndose paso hacia la mansión.

Yaco no le refutó.

<<Genial, no hay fiesta sorpresa>>, se alivió Alma.

La gente iba y venía por las distintas salas. La mansión parecía más a una empresa que a una casa.

—¿Le comunicaste a Mateo que no estoy interesada en verlo? —preguntó Alma—. No quiero reencuentros sorpresa.

—Puedes confiar en mí. —Yaco sonrió—. Hoy solo serán negocios.

Incrédula, Alma alzó una ceja y siguió a Yaco por las escalinatas hacia el despacho presidencial. Ella estuvo a punto de abrir la puerta sin antes golpear, pero alguien del otro lado abrió primero. Se trataba de un hombre alto, de cabello castaño y rasgos marcados, ojos marrones, nariz recta y un impecable traje con perfume a recién planchado, Alma se sintió enfurecida al recibir una mirada de desdén de aquel desconocido.

—¡Leonardo! —llamó el presidente tras el despacho—. ¡No hemos terminado!

Yaco se puso recto, su rostro bronceado empalideció. Alma no supo por qué.

—Tengo trabajo que hacer, padre. —Leonardo pasó por al lado de Alma y disparó lejos de ellos.

Alma frunció el ceño, ¿le había dicho padre al presidente? ¿Podía ser que ese tipo fuera quien creía? Un poco aturdida, queriendo no pensar mal, ingresó al despacho en donde estaba el viejo y un anciano más. Yaco los dejó a solas.

—Lo siento mucho —comenzó el presidente limpiando el sudor de su frente, lucía bastante mal—. Alma, no sé cómo empezar a disculparme contigo o cómo agradecer lo que has hecho en mi ausencia.

—¿En serio? —inquirió Alma, con verdadera sorpresa—. Cometimos bastantes errores, empezando porque no matamos a Mateo cómo lo ordenaron los Altos Mandos.

—Sí, es verdad —dijo el acompañante del presidente—. ¿Qué tal, señorita Alma? Soy Clemente Ferri, el vicepresidente de la sede de Filomena, y regresando al tema, más allá que Mateo haya salido ileso de la infección, no ha caído bien a los Altos Mandos. La problemática afectó a muchos civiles, y hay organizaciones sin fines de lucro que han empezado a investigar sobre ello. Repercutió más de lo debido.

Alma se encogió de hombros.

—Por mí, Mateo estaría muerto —aclaró Alma—. Sus amigos dudaron, y antes que pudiéramos hacer algo ya se había escapado, asesinando a las enfermeras.

—Fue un caso especial —dijo el presidente—. Filomena quedó a cargo de novatos, y los Altos Mandos lo entienden, ellos pidieron todos nuestros refuerzos ya que nuestro país estaba lejos del conflicto y es muy pequeño, pero Mateo se ha convertido en una esperanza en caso de un nuevo brote.

<<¿A sí? ¿Cuándo ustedes negaron todo tipo de tratamiento?>>, pensó Alma.

Bien sabía que le mentían en la cara. Los Altos Mandos siempre habían sabido de la estrategia para salvar infectados, no habían querido ponerla en práctica para que el plan de crear Grises de Salomón no diera frutos. Convenía no hablar al respecto, no contestarle, después de todo, la forma en la que Mateo seguía con vida se debía a un pacto de silencio y la traición de un desconocido. Además no olvidaba la posibilidad de seguir infectada, dudaba si los miembros de la Sociedad fueran a ser considerados con ella o la eliminarían sin dudar.

—Por otro lado —dijo Clemente—, es necesario que estés al tanto de las bajas en la Sociedad y de civiles. De todos los infectados, solo uno sobrevivió. Los detalles de muertes y puestos reacomodados están aquí.

Clemente tomó unas cuantas carpetas de la biblioteca tras el despacho.

—Clemente, tranquilo. —El presidente detuvo a su mano derecha, previendo el agobio de su nieta.

—¿No es algo que le corresponde a Mateo? —indagó Alma—. Además, hablando de eso, ¿qué pasará conmigo?

Tanto Clemente como Timoteo intercambiaron miradas.

—¿Yaco no te lo dijo? —preguntó el presidente, Alma negó con la cabeza—. Mateo será enviado a la sede de la DII para ser monitoreado, además allí estará en un puesto junto a su padre, lo han ascendido.

Los músculos de Alma se tensaron.

<<¿Lo ascendieron? ¿Por qué? ¿Por ser un imbécil?>>.

—Seguirás siendo líder de la División Alfa —aclaró Clemente.

—Genial —bufó Alma, sin emocionarse nada. Se libraba de Mateo, pero no de los demás.

—Nadie te hurtaría del puesto —explicó el presidente—. No eras suplente de Mateo, él te lo cedió. Y cabe mencionar que eres de esta familia, es aquí donde perteneces. Siento mucha vergüenza de mi hijo, del modo en el que hizo las cosas, debiste criarte aquí, era tu derecho, y yo no hice lo suficiente para que Leonardo entrara en razón.

Alma tragó saliva entendiendo que el hombre con el que se había topado era su padre.

—¿Por qué me dejó fuera? —indagó Alma, bajando la cabeza y el tono de voz.

—Lealtad a los ideales —dijo Clemente—. Leonardo no quería hijos, sino seres competentes y formidables para la Sociedad Centinela.

—Es cierto —añadió Timoteo—. No se trata solamente que una hija mujer pone en riesgo el apellido, sino que un siddhi de nacimiento es lo que cada miembro centinela busca en un hijo. Es la clave de la ascensión espiritual, de la evolución humana.

Alma miró al techo y mordió sus labios, era verdad toda esa mierda. No solo no era especial, sino que era un primate al lado de su mellizo.

—Mateo siempre supo de tu existencia —continuó el presidente—, siempre le reprochó no poder criarse junto a ti y Sofía. En un acto de rebeldía, y aprovechando su siddhi, cometió una herejía para tu padre, convirtió a un puñado de civiles en centinelas, ¿sabes el deshonor que eso significa para los más conservadores? Y luego, en su lecho de muerte quiso dejarte el sitio que merecías.

—Yo estaba bien así —masculló Alma—. Mi vida no era la más lujosa, pero tenía paz, una familia y tranquilidad. Cathy, Sofi, mis amigas... Me cuesta pensar en que tendré que llevar una doble vida que las pueda perjudicar solo por sus problemas familiares.

—Tu familia estará protegida —dijo el presidente, pero Alma no lo tomó muy en cuenta.

En medio de la charla, uno de los teléfonos en el despacho comenzó a sonar. Timoteo atendió muy rápido.

—Sí, diles que pasen —indicó.

Alma parpadeó curiosa, y el anciano colgó.

—Son nuestros proveedores de elixir —dijo el viejo, haciendo que el corazón descocado de Alma quisiera romper sus costillas—. Estuvieron con algunos problemas internos y la entrega se demoró.

—Solo yo tengo esa suerte —dijo Alma esperando a ver a los supuestos vampiros. ¿Serían reales? Empezaba a creer que era una broma por parte de los chicos.

En eso, alguien golpeó la puerta y Clemente acudió a abrirles. Una joven vestida de encaje rojo, de cabello tan negro y brillante como una noche de campo, y piel blancuzca como el algodón, ingresó portando una misteriosa mirada de tupidas pestañas, haciendo un repiqueteo que hizo centellar sus ojos almendrados.

Alma quedó embobada con su sola presencia y deseó ser ella, era hermosa y delicada. A su espalda, dos jóvenes la acompañaban; ambos bien vestidos de negro. Uno era alto, de cabellos castaños atados y mirada amarilla. El otro era un poco más bajo, de rizos colorados y ojos esmerilados verdosos.

<<Ca-ra-jo>>.

Alma supo que no eran personas normales.

—Familia Delacroix —exclamó el presidente extendiendo su mano al muchacho castaño y alto—. ¡Qué grata sorpresa! ¡Los estuvimos esperando!

De un momento a otro, Alma se transformó en una mera espectadora.

—La hermandad vampírica se está reorganizando —explicó el vampiro de ojos amarillentos—. Mi padre se ha quedado en Europa, y con mi familia estamos en Costa Soleada, mucho más cerca para proveerlos.

—De igual modo —dijo el presidente, indicándoles que podían sentarse—. Aquí está mi nieta, Alma. Ella se encargará de los intercambios, tal como lo hacía Mateo.

—Hola. —Alma trató de sonreír.

Los vampiros hicieron una leve reverencia a ella.

—Mucho gusto, Alma. —La vampiresa sonrió—. Soy la Dama Delacroix, y ellos son mis esposos, bueno, dos de ellos...

Alma creyó haber escuchado mal, sin embargo prefirió no pedir que aclararan sus relaciones. Su abuelo y Clemente continuaron con lo importante. Los vampiros comenzaron a entregar cajas que contenían decenas de frascos de elixir.

—Trajimos su pedido —comentó el joven colorado—. Y si le interesa, tenemos nuevas fórmulas mucho más potentes.

Los vampiros mostraron distintos tipos de elixir que servían para diversas funciones. Los había desde afrodisíacos, reconstructores de células, e incluso rejuvenecedores. El presidente tomó muestras de todo, y al final tuvo que pagar una millonada, más bonos intercambiables por sangre. Alma siquiera podía creer que estuviera depositando tanto dinero en la cuenta de esos muertos vivos, mientras su jean estaba a punto de deshacerse de un soplido.

Tras una breve charla, Alma supo el precio del elixir, así como que los vampiros no tenían idea de la Sociedad Centinela, ellos solo vendían sus productos a familias millonarias, sin cuestionar sus riquezas, y a cambio de que su existencia no fuera revelada. Eran gente serena y ermitaña. Para el presidente y los Altos Mandos no significaban un peligro, ellos tenían un submundo muy apartado de los problemas políticos y sociales que acarreaban los civiles y los centinelas. Además, no eran una amenaza ni competencia, sino el aliado perfecto, ya que con sus genes mutados no tenían chances de poseer siddhis.

Una vez realizado el intercambio, Alma fue escogida para acompañar a los noctámbulos a la salida.

—Eres muy joven, Alma —sonrió la vampiresa—, tal como tu hermano, sin embargo noto una gran diferencia.

—¿Sí? —Alma hizo su boca a un lado—. Somos muy distintos.

—Es verdad —añadió la sensual mujer—. No pareces de este mundo, pareces una de esas chicas de ciudad.

—Usted es muy perceptiva —rumió la líder de la División—, pero como mi hermano no está, me tocan los peores trabajos.

La vampiresa lanzó una carcajada.

—¿Esto? No es nada —dijo y le guiñó el ojo—. Tu podrás manejarlo, si eres una citadina, sabrás como actuar. Aprovéchalo, hay pocas mujeres jóvenes en tan altos puestos como nosotras dos.

—Lo intentaré. —Alma le devolvió la sonrisa.

Los vampiros partieron, y así debía hacerlo ella también. Con los ojos avispados escrutó sus alrededores, esperando no encontrarse con nadie desagradable. Tan solo Yaco aguardaba por ella; él no era tan desagradable y cumplía con su promesa de no acercarla a Mateo.

—¿Te divertiste? —averiguó jocoso.

—Esa vampiresa es demasiado bella —confesó Alma—. Fue amable, pero destruyó mi autoestima.

—¡Uf! —Yaco se abanicó con sus manos—. La bella Dama Delacroix..., algunos dicen que cuando era humana tenía un siddhi para la seducción. Yo creo que lo sigue teniendo, aunque sea imposible.

—Y yo nací con un siddhi para el fracaso. No es justo.

Yaco carcajeó tan fuerte que le hizo doler los tímpanos, para Alma no era un chiste.



Tras esa charla, Alma visitó la mansión solo dos veces más en la semana. Decía a Cathy que iba a estudiar para el año entrante, así recuperar las clases perdidas; la verdad era que se ponía al tanto con los documentos que le enviaban, uno tras otro. La vida como líder de la División Alfa era lo menos emocionante del mundo, el mayor riesgo era cortarse los dedos con el papel recién impreso; para colmo, ninguno de los chicos las ayudaba en nada. Ni siquiera podía reclamar porque no quería verlos. Al menos podía decir que tenía tiempo para los ensayos diarios con las Gatas Ácidas.

Alma trataba de atesorar esos momentos en su mente, eran los más brillantes que tenía en meses, e incluso años. La amistad de las chicas era lo que la mantenía en pie frente a la adversidad; sus risas, sus chistes estúpidos, el tener la mente ocupada en darle bien a las cuerdas. No solo eso, cada vez que los ensayos concluían en la casa de Jazmín, todas ya apostaban sobre las delicias que prepararía la señora Carmen para recibirlas. La madre de la morena era tan simpática como su hija, siempre una anfitriona ideal.

Los buenos momentos pasaban rápido, y de ellos siempre quedaban más sensaciones que recuerdos detallados. Los ensayos habían resultado increíbles, en una semana, Alma había logrado aprenderse al menos cinco canciones con el bajo, aunque en realidad, como miembro antiguo de Gatas Ácidas, recordaba algo del repertorio. Sabía que no brillaría en el escenario, su instrumento no lo hacía, y estaría más preocupada en darle a las cuerdas que en generar emoción, pero contaba con Renata, Carmela o Jazmín que lograrían deslumbrar a todos los vagos de El Antro.



El día esperado llegaba al fin. Las cuatro chicas se alistaban en la habitación de Carmela. Era bastante amplia, parecía una niña consentida; llena de posters de cómics, figuras de acción y revistas. Toda su casa era grande, como para un familión, no obstante, era hija única y sus padres viajaban demasiado, por lo que tenía la casa solo para ella.

—Oigan. —Alma veía a sus amigas vestirse y pintarse como para un estadio lleno, demasiado exagerado para su gusto—. ¿Saben si Mao concurrirá?

Durante la semana Alma no había podido quitarse esa duda. Esperaba que no fuera así. Desde que ella conocía El Antro, Mao no se encargaba del mismo, para eso tenía empleados en la barra de bebidas, de limpieza, de seguridad en la entrada y organizadores. No quería que por obra del destino se apareciera en el show, menos con sus amiguitos a cuestas.

Renata se encogió de hombros con la vista en el espejo, no paraba de remarcar sus ojos celestes de delineador negro.

—¿Cuál sería el problema? —indagó Jazmín, retorciéndose en una falda de cuero que se negaba a ser abrochada.

—Pánico escénico.

—Respira profundo. —Carmela inspiró y exhaló demostrándole como debía hacerlo.

—De todas formas —barbulló Alma—. ¿No creen que es demasiado? Saben que allí van muchos estúpidos.

—¡Ah, no! —rebuznó Jazmín, zapateando al suelo—. Tengo mi vestuario elegido desde el mes pasado, no lo voy a cambiar por algunos perros en celo.

—Jaz tiene razón —dijo Renata, que había concluido con su outfit de cuero negros, tacones rojos y melena rubia despampanante—. No vamos a condicionarnos por los demás.

—Además —interrumpió Carmela—, cuanto más linda nos veamos, más posibilidades de sobresalir tendremos.

—¿Eso no sería ir en contra de nuestros ideales? —preguntó Alma, al ver sus zapatillas desgastadas y su sencilla ropa de entre casa—. Hacemos música, no somos modelos. No podemos presentarnos como productos de consumo.

Todas rieron dejándola en ridículo.

—Quizás luchemos contra el sistema cuando estemos dentro de él —dijo Renata, tomando su guitarra para afinarla—. Mientras tanto debemos jugar su juego para ascender. Si me preguntas, no me interesa tocar en El Antro para siempre, me gustaría algo más grande.

—¡No se puede luchar contra el sistema de ese modo! —Alma ya estaba a punto de dar una lección de la lucha de clases—. ¡Sus posibilidades de llegar a la cúspide son nulas! ¡No importa cuánto se esfuercen, estamos dominadas!

—¡Cállate un poco! —exclamó Renata siendo para nada amable—. Ven a darnos clases cuando dejes de reprobar materias.

Alma llevó su mano al corazón, la decepcionaban.

—Vamos, Alma —suspiró Jazmín revisando en su bolso—. Déjanos ser. ¡Y ponte linda! Te traje ropa.

¿Acaso no estaba linda? No pretendía verse como una vampiresa, pero las chicas pensaban que su estilo vagabunda no quedaba con la banda.

Al final terminó por acceder, esas tres se complotaban para ser muy convincentes, extrañaba que no pudiera estar Sofía para cortarlas en seco, pero tenía prácticas a la mañana siguiente y no podría trasnochar ni beber alcohol.

Antes de las once, las chicas pidieron un taxi para probar sonido. Y, a antes de las doce, El Antro comenzaba a llenarse de los invitados y concurrentes.



El Antro lucía mucho más grande, las modificaciones de Mao terminaban siendo muy convenientes. Ahora el bar poseía dos pisos, incluyendo lo que antes había sido su casa. Abajo seguía la flamante barra de bebidas, más amplia y limpia, todo en tonos negros espejados y rojos aterciopelados. Al fondo se ubicaba el escenario pequeño, con algunos sillones y mesas alrededor. Asimismo había optado por colocar pantallas y luces de neón. En el piso de arriba conservaba las mesas de billar, y había colocado unos cuantos juegos de arcade. Seguía siendo pequeño y acogedor, pero todos concordaban que la limpieza le sentaba bien.

—Ha perdido la mística —rumió Alma, las remodelaciones le quitaban la personalidad y el encanto.

—Al menos ya no huele a orina de vagabundo —susurró Renata—. Habrá que adaptarse y sobrevivir.

—O empezar a grafitear los muros —dijo Carmela mostrando una mueca de alegría.

—¡Vamos, chicas! —Jazmín les palmeó la espalda—. Es hora del show.

Las miradas de la gente empezaban a posarse sobre las gatas ácidas. Alma no podía más con la vergüenza que le provocaban los murmullos y los silbidos. Se angustiaba, quería bajar su falda un poco más, la que le había prestado Jazmín era ultra corta, y de deslizaba con sus medias de red. Parecía una ramera arrepentida, ¡peor aún! Debía tener cuidado que su top de encaje no hiciera explotar sus pechos por la presión que este ejercía. Era mejor no respirar demasiado.

<<Olvida a esos imbéciles, sigue tu tablatura>>, Alma respiró tal y como Carmela se lo indicaba en un leve gesto.

Quería concentrarse en las canciones y nada más. Aunque de a ratos se aseguraba que no estuviera Mao. No quería más burlas ni humillaciones. Por suerte, al momento de empezar, no vio a ningún intruso.

Jazmín presentó a la banda, y los comentarios obscenos no faltaron, pero tanto como Jazmín y Renata, respondían a los agravios con más insultos.

—¡Quítense la ropa, perras! —gritaba un ebrio, apoyado por las risas de su séquito.

—No podrías con mi cuerpo, rata inmunda! —bramó Jazmín, ante los bufidos de los extraños.

Alma frotaba su rostro, todo era peor a lo esperado, de no ser por Carmela que comenzó a marcar el tiempo con la batería y las voces se callaron al fin.

Las melodías y punteos de Renata quedaban en perfecta armonía con los acordes de Jazmín y su voz vibrante llena de color. La batería rítmica de Carmela provocaba que la gente quisiera saltar, y así sucedía. El público silenciaba sus agravios para admirar algo más que a las bellas mujeres en el escenario. ¿Eran buenas? Alma no lo sabía, de vez en cuando erraba las notas, pero siquiera estaba segura que su bajo estuviese conectado. No oía lo que tocaba, ¿el sonido sería malo? ¿Qué pasaba con el retorno? ¿Qué era el retorno?

Pasado el primer tema, Alma sintió la confianza que le proporcionaba la gente, los aplausos y la buena energía de las chicas. De repente el miedo se esfumó y se sintió bien, poderosa y optimista, el bajo vibraba en sus piernas, sonaba profundo y armonizaba todo el sonido. Por un momento soñó que su vida era esa, que su vida real se encontraba en las calles de Marimé, entre los rascacielos y las urbes, entre el olor a óxido y basura en descomposición, en El Antro, con las chicas bebiendo cerveza barata en la plaza y añorando un futuro inalcanzable de fama y giras mundiales.

Alma sonrió y lució brillante, hermosa, y el público lo notó, era tan perfecta como cualquiera de sus acompañantes, como cualquier otra gata ácida.

Entre ellas no dejaban de verse a los ojos y enviarse mensajes telepáticos, de algún modo la música las conectaban y podían entenderse, era mucho mejor que cualquier viaje astral colectivo, esa era la verdadera conexión que las personas deberían experimentar.

Por otra parte, la felicidad, como momentos fugaces que eran, se desvanecía rápido, muy rápido. El público pedía un tema más, y ellas, como pseudo profesionales que eran, tenían listo un cover de Girlschool, C'mon Lets Go.

Fue a mitad del segundo estribillo que el agotamiento de Alma hizo poner la vista en la barra de bebidas. Deseosa de un buen trago con mucho hielo. Y su risita descocada se torció en una expresión de pánico total. Podía distinguir a cada una de sus pesadillas personificadas, ¿desde cuándo estaban ahí?

Mao alzaba una mano en gesto de saludo, también Gary. Yaco, un poco más sutil, intentaba hacerse el desentendido, mientras que Luca y Lisandro observaban cruzados de brazos sin impresionarse mucho por nada. Y entre ellos era fácil distinguir a un imbécil que no quería dar la cara: Mateo.

El tema finalizó, pero Alma no escuchó los fervientes aplausos.

—Me duele el estómago —dijo Alma a Jazmín—. Voy a tomar un poco de aire.

—¡Ve, ve! —Jazmín le restó importancia—. Te espero en la barra, pediré algo para festejar.

Alma dejó el bajo a un lado y limpió el sudor de su cara con el brazo, segura que su maquillaje se había corrido, y que su cabello era un desastre. Ella se abrió paso entre los idiotas que la piropeaban hasta llegar a esos malditos que acababan con su paciencia.

—¡¿Qué hacen aquí?! —Alma tensó todos los músculos de su rostro, mostrando la expresión más encrespada que cualquiera podría haber maginado.

En un principio ellos no supieron que responder, pero el muy hábil Mao tomó la palabra.

—Es mi casa, querida. —Él rió, siendo tan cínico que Alma sintió su sangre arder.

—¡Tú! —Alma señaló con el dedo a Yaco—. ¡Te dije que no quería verlos!

—No puedes escaparte de nosotros para siempre —respondió Yaco—. Madura, Alma. Trabajaremos juntos.

—Alma, estuviste genial —siseó Gary.

—¡Nadie te preguntó!

Gary no supo dónde poner su mirada, lo que en un momento Alma habría considerado un halago, se convertía en un molesto piquete de mosquito.

—Deja el drama. —Lisandro puso sus ojos en blanco—. ¿Cuántos años tienes?

Alma se tragó su veneno, era un golpe bajo. Encima, Luca no dejaba de echarle el humo de su cigarro en la cara.

<<¡Maldito patán!>>.

—A-Alma... —Mateo salió de entre sus amigos—. Y-yo...

Ahí fue cuando Alma se sintió a punto de vomitar. La actitud de niño bueno de Mateo la enfermaba. Tartamudeaba y se escondía en la espalda de tipos más altos, era un cobarde con todas las letras, sin embargo todos lo tenían en un pedestal. ¡Lo detestaba!

—¡Tú, bazofia humana! —gruñó Alma con la mirada encendida en llamas—. ¿Quieres hablar conmigo? Te diré todo lo que tengo atragantado. Ven al callejón ahora. —Alma echó un ojo a las chicas, seguían con lo suyo—. Vamos a hablar como lo hacemos en El Antro.

Alma cruzó la puerta tras la barra, y los chicos la siguieron, presentían que no había sido buena idea presentar a los mellizos ese día y en ese lugar.

El callejón era un sitio minúsculo repleto de inmundicia, algunos roedores chillaban entre las bolsas que hurgaban. Una luz parpadeante, en la puerta de emergencia, era todo lo que los iluminaba, además de la lámpara que daba a la calle. Todo estaba impregnado por esa fetidez de los suburbios.

Las botas de Alma salpicaron en los charcos que se formaban entre el viejo empedrado. Una vez que estuvieron todos fuera, los enfrentó con la mirada, en especial a Mateo. Su mellizo, de su misma edad, lucía más joven. Sí, eran distintos. Alma tronaba sus dedos cuando él se disponía a hablar. Y no, las cosas no serían como él quisiera, como siempre le habían demostrado a Alma que debían ser. No, no en su territorio.

—¡Tenía una vida perfecta! —reprochó Alma, con voz atona—. Un hogar armonioso, mi tía, mi hermana, mis amigas, mi carrera, mis proyectos. ¿Qué mierda pensaste cuando me obligaste a ser parte de esa mierda?

—Alma yo... —La voz quebrada de Mateo quiso excusarse, pero Alma no se lo permitió.

—¡Nada! —gritó haciendo brincar a más de uno—. Eres vanidoso, egoísta, pensaste que el resto del mundo quería tu dinero, tu estatus y tu estúpida mansión. ¡El generoso Mateo va a dar a su hermana bastarda el lugar que merece en su lecho de muerte! ¡Gracias, Mateo, gracias! —Alma aplaudió y sonrió con fuerza—. De verdad soy muy feliz ahora, ocupando tu miserable lugar. De verdad soy muy feliz luego de saber que todo lo que me rodea es una mentira, de saber que no puedo huir, luego de estar al borde de la muerte y cargar con muertes a mi espalda porque tus amiguitos no quisieron deshacerse de las molestias que ocasionaste haciéndote el mártir.

—¡Alma, estás yendo lejos! —soltó Yaco.

Mateo forzaba su expresión, y aunque sus ojos se volvían rojos, no caía una sola lágrima.

—Mateo fue lejos, demasiado lejos —replicó Alma, sin quitarle la mirada a su mellizo, no podía asimilarlo, él no era su hermano.

—Yo no supe ver, cometí errores. —Se excusó Mateo, de manera torpe—. Y ya no hay forma de regresar atrás, pero jamás quise herirte... quería darte tu verdad, tu identidad. Nunca pensé en despertar, en que sería capaz de matar a alguien. —Mateo por fin pudo hablar, Alma lo dejó—. Yo sé que las palabras nunca alcanzarán, y estaba al tanto que no querías verme, pero era mi responsabilidad enfrentarme a ti y oír las palabras que merecía.

—No se trataba de no querer verte. —Alma dio un paso seguido de otros hasta quedar a dos pasos de Mateo—. Dije que te rompería la cara si te acercabas a mí.

Nadie se lo esperaba, Alma tomó impulso con un brazo y lanzó un puñetazo de lleno a la cara de Mateo. Una exclamación conjunta salió de los chicos. El puño de Alma ardió, sus nudillos salpicaron sangre, y Mateo trastabilló tomándose el rostro al caer sentado al suelo.

—¡¿Qué haces?! —Luca socorrió con celeridad a su hermano.

Los demás se interpusieron entre Alma y Mateo. Ella sonrió.

—¡Levántate y pelea! —Alma lo provocó, siendo contenida por Gary y Yaco.

—Alma, por favor —suplicó Gary—. Se ha disculpado. Todos cometemos errores.

—¡¿Acabaste con tu repertorio cliché?! —gritó Alma en toda la cara.

Gary no supo que responder.

—Mateo no peleará —sermoneó Yaco.

—Vamos, déjenlos pelear —canturreó Mao, comenzando a filmar con su móvil.

—¿De verdad? —inquiría Lisandro, indignado—, ¿son tan estúpidos todos?

—¡La estúpida es Alma! —Luca sonó violento.

—Déjenla —ordenó Mateo, poniéndose de pie con un chorro de sangre saliéndole por la nariz. Había sido un golpe perfecto—. Si eso la hace feliz...

—¡Por supuesto! —Alma sonó ferviente, y de un arrebato escapó de manos de los chicos para darle otro golpazo en la quijada.

—¡Mierda, Alma! —Luca se abalanzó sobre la chica sujetándola con fuerza, pero ella no se lo iba a dejar fácil, gruñía rabiosa y lanzaba patadas a todos lados—. ¡Tranquilízate!

Alma estaba haciendo un patético espectáculo. Mateo estaba otra vez tirado en el suelo y Mao lo filmaba todo, enarcado una grotesca mueca.

—¡Lárguense de aquí! —gritó Alma, con todas sus fuerzas, su voz comenzaba a volverse afónica—. ¡Mis amigas no tienen por qué verlos! ¡Váyanse!

—¿Qué parte de que es mi casa no entiendes? —Mao se cruzó de brazos.

—¡Este lugar no te pertenece, Mao! —bramó Alma—. ¡Ustedes no tienen nada que hacer entre la gente de la urbe!

—Vámonos ya —dijo Luca soltando a Alma con rudeza.

Los chicos hicieron caso, ya no había nada que hacer. Alma se quedaba a solas en el callejón, incluso le costaba ingresar y seguir la fiesta con las chicas. Todo estaba arruinado.

Dejándose caer, se sentó en un mugriento rincón a contemplar sus manos temblorosas llenas de sangre. No había medido su fuerza y ahora ansiaba un poco de elixir para parar ese intenso dolor, estaba segura de haberse fisurado las falanges. Las lágrimas cayeron por sus mejillas, seguía furiosa, aunque quisiera no podía jugar a la familia feliz con Mateo, y de rebote la pagaban los demás. En realidad no tenía nada en contra de los chicos, tan solo le disgustaba que todos se pusieran de lado de él, y sentirse incomprendida, exagerada, equivocada.

—Buena pelea —dijo alguien, Alma alzó su vista, previo a limpiar las lágrimas. No tenía miedo, fuera quien fuera podía luchar.

—Apolo —chistó Alma, al reconocer al exnovio de Renata y Jazmín, un tipo alto, tatuado y de cabello negro. Un vagabundo irresistible, incluso para ella.

Era común verlo por los alrededores, era el sitio en donde proveía sus negocios, y a falta de elixir caía como anillo al dedo.

—Vi todo —rió el imbécil—. ¿Un exnovio?

—No te importa —dijo Alma, tratando de reingresar al bar.

—Pensé que estabas aquí para comprar. Sabes que es mi lugar. —Apolo se interpuso en su paso y le enseñó su perfecta sonrisa—. Huelo algo distinto en ti.

—No tengo dinero.

—Toma. —Apolo traspasó una pequeña bolsa a la mano de Alma—. Una muestra gratis por los viejos tiempos. Es algo nuevo para ti, si te gusta puedes regresar.

—No voy a caer en tus encantos. —Alma le clavó la mirada, en otra ocasión no habría podido contenerse—. Nunca más.

—Me doy cuenta que no es un buen día para tratos. —Apolo la tomó de la quijada y la miró de igual manera—. Sé que no es un buen día, por eso no te pido nada a cambio. Solo te comparto algo de felicidad, como un hada madrina.

Alma tomó la mercancía y la analizó. Se había jurado no meterse cosas por la nariz, era un límite que deseaba no pasar.

—¿Cómo debería? —preguntó Alma—. No soporto el polvillo de cuando limpio.

—Puedes ponérselo a tus cigarros, o frotarlo en tus encías —explicó Apolo—. También inyectarlo. Si me preguntas, lo tradicional es lo mejor. Te acostumbrarás.

—No planeo acostumbrarme —musitó Alma—. Necesito algo de satisfacción para enfrentar a las chicas luego de esa disputa.

Entonces, Apolo le enseñó cómo debía hacer. La sensación fue horrible en un principio, pero segundos después relegó lo sucedido, ese malestar que la obligaba a sufrir. Necesitaba diversión, regresar a la euforia del momento, todos sus músculos rígidos le pedían bailar, sus sentidos a flor de piel lo sentían todo.

Alma reingresó al Antro y se encontró con sus amigas, estaba envuelta en un frenesí sin igual, era mágico. Agradecía a Apolo por no cobrarle y darle una ayuda inmediata, pero no se trataba de caridad. A Apolo no le interesaba vender una dosis al tanteo, el negocio estaba en ver a la gente vulnerable recaer, y su fiel clienta parecía haber pisado el palito.

La noche transcurrió, la felicidad no fue la misma. Todo fue ilusorio, y estaba bien así. Para cuando el efecto se evaporó con el correr de los minutos, Alma supo que era momento de regresar a casa. Prefería tener una recaída entre sus almohadas, y dormir hasta recomponerse por completo.


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