Parte Única
Lo único que Jirou había deseado en su vida era no tener un alma gemela.
Su madre y su abuela siempre ponían el grito en el cielo cada vez que ella lo mencionaba. Algo sobre que una señorita necesita un buen hombre detrás de ella, alguien que la ayude a no perder la cabeza en las nubes y que la atienda muy bien para que se mantenga dócil.
Era irónico que se lo dijesen a ella, que bebía cerveza del pico de la botella y había hecho jirones el primer vestido del que tenía recuerdos.
Otra cosa que según sus familiares necesitaba, era alguien que le regalase rosas rojas y dulces bombones de chocolate con rellenos de licor. Que le tocase serenatas con la guitarra acústica y se confesara como John Cusack en Say Anything.
Que compusiese poemas de amor y los pintase suavemente sobre su piel.
Y no, eso no era figurativo. Porque ah, sí. Podías comunicarte con tu alma gemela con mensajes escritos sobre la propia piel.
Para Jirou, aquello era pura mierda.
Comenzando por el hecho de que era espeluznante y aterrador el hecho de que todo lo que escribieses en tu brazo izquierdo —y solo en el izquierdo, porque a la otra persona debía manifestársele en el derecho; lo cual para Kyoka no tenía sentid, ya que la gente zurda también existía— apareciese de la nada, por unos minutos, en la piel de tu alma gemela. Ya ni siquiera existía la privacidad.
¿Por qué una persona se enamoraría de alguien que no conocía? ¿Quién diablos determinaba que era tu alma gemela? ¿Y qué si ella quería convertirse en una carmelita descalza y renunciar al amor de otro hombre o mujer?
¿O si quería simplemente enamorarse de quien quisiera?
Jirou Kyoka no necesitaba amor y mucho menos de aquellas ridículas almas gemelas. Y nada tenía que ver con el hecho de que, mientras era pequeña, ella escribía la letra de sus canciones favoritas en el brazo. Jamás hubo una respuesta al otro lado.
Así que sí, Jirou no necesitaba del amor: para eso estaba la música, sus amigos y el vodka.
Si había algo que Jirou amaba de verdad, eso debía ser el vodka.
De hecho, ella estaba tomando vodka el día que todo se jodió. El exacto momento en que su mundo se vino abajo y sintió que aquellos dieciocho años de vida habían sido todo un desperdicio.
Su alma gemela hizo acto de presencia un viernes en la noche.
Al principio pensó que todo era una broma. Que tal vez Bakugo había escrito algo en su brazo antes de marcharse, aprovechando que ella estaba casi borracha. Pero las bromas podían borrarse y olían a tinta; las palabras en su piel parecían un tatuaje cicatrizado, que ya llevaba años allí y que desaparecería en no menos de un instante.
Las cosas habían estado bien. Durante dieciocho putos años, las cosas estuvieron jodidamente bien. Jirou casi se dejó relajar, sintiéndose victoriosa ante las anticuadas de su madre y de su abuela.
Pensó que podría haber tomado ella misma las riendas de su vida. Ninguna alma gemela interferiría entre ella y su sueño de ser música.
Hasta que una sola frase lo arruinó todo. Una muy estúpida oración de siete palabras:
Cambiar la caja de arena de Pikachu. Pasearlo mañana en el parque Yoyogi.
Y al cabo de unos segundos otra más, como si su vida no acabase de volverse un completo asco y necesitase una confirmación:
Copiar la tarea de Kirishima el lunes antes de clases.
Porque al parecer no solo tenía un alma gemela —aquel habría sido un caso utópico dentro de las peores posibilidades—, claro que no.
Sino que también era un idiota.
Jirou intentó acostumbrarse a ello. Era más fácil fingir que nada había pasado, que su vida seguía igual y sus ideales no cambiaban. Porque de hecho, no lo hacían.
No cuando el tipo usaba su brazo como un recordatorio algo por el estilo. Sobre tareas que copiar o los días que le tocaban lavar los trastos —quería creer que no vivía solo o su casa sería un cochinero, ya que lo hacía solo dos veces a la semana.
Ella seguía aborreciendo la idea de las almas gemelas. Cada vez que su madre recitaba el poema con el que su padre la conquistó, ella vomitaba —al menos en su mente lo hacía—; cuando sus compañeras chillaban sobre los mensajes sexys con los que despertaban en la mañana, ella quería limpiar su cerebro con cloro.
Incluso cuando Bakugo Katsuki, su mejor amigo, le contó que tenía su propia alma gemela ella se sintió traicionada.
—Esto no cambia nada —chasqueó la lengua antes de dar otra calada al cigarrillo que solían fumar entre clases—. Sigue siendo una chorrada.
—¿Le has contestado? —espetó Kyoka.
—Que idea más patética, las almas gemelas... ¿Para qué iban a existir?
—Bakugo, ¿le has contestado? —insistió ella, con los labios apretados.
Katsuki no la miró a los ojos. Ella no necesitaba que lo pusiese en palabras luego de eso.
¿Qué era tan atractivo de tener un alma gemela al que podría tomarte años conocer? ¿La intriga de lo desconocido? ¿La adrenalina del misterio? Porque tú no tenías idea de quién se ocultaba al otro lado de los mensajes.
Si era un loco o un retrasado mononeuronal —como lo parecía ser la suya—; o incluso si iban a romperte el corazón.
Jirou pisoteó con furia la colilla del cigarro todavía humeante. Katsuki acababa de abandonarla, y ella ya temía que fuese para ir a responderle a quien sea que estuviese del otro lado. Porque aunque Bakugo lo negase, ella lo conocía muy bien: algo en él estaba distinto desde el primer mensaje hacía casi un año atrás.
No quería que fuese así con ella. Jirou no quería que pasasen uno, dos o hasta diez año y recibiera mensajes sobre Pikachu y su caja de arena. Ella no quería que su alma gemela fuese un friki adicto a Pokemon y a copiar la tarea de sus compañeros.
Alguien que escribía la lista del supermercado en su mano, porque era tan subnormal que no parecía saber que existía algo llamado notas en el maldito teléfono; como hacía en ese momento.
Doritos, hamburguesas, Coca Cola, queso, cerveza, cereales, gominolas, tocino, kétchup, chile extra picante
¿Cuántos años tenía? ¿Diez? ¿Quién llevaba una dieta tan desbalanceada e insana?
Un minuto después, llegó otra palabra. O, más bien, fueron tres:
Condones. Sabor Fresa.
Había que ser un verdadero capullo para escribir aquello de forma que se transcribiera en el de tu alma gemela. Además de arruinar su sabor favorito con una cosa tan obscena.
Decidió ignorar el leve picor que dejaban las letras sobre su brazo derecho y regresar a clases. Si uno de los dos en esa ecuación era una idiota, al menos ella se esforzaría para ser la mitad decente.
Pero le asustaba que ya se imaginase a aquel sujeto como su otra mitad. Una especie de sanguijuela de la cual no iba a poder deshacerse tan pronto.
Algo así como un compañero de vida.
Y eso no le agradaba.
O tal vez sí, pero ni siquiera lo admitiría para ella misma.
Con las semanas se volvió una rutina. Su alma gemela —era repulsivo llamarle así, pero Momo la regañaba por decirle el idiota— escribía cosas sin parar, cada vez demostrando su gran escasez de materia gris.
Era desagradable y fascinante a la vez.
Segunda ley de Newton: A cada acción siempre se opone una reacción igual.
Jirou rodó los ojos. Por la hora en que aquello apareció sobre su brazo y el tamaño de la caligrafía, estaba segura que se trataba de una trampa exámenes.
Y encima estaba mal.
Se había visto tentada de corregirle y aclarar que esa definición pertenecía a la tercera ley de Newton pero decidió que, si la persona del otro lado estaba dispuesta a hacer trampas, entonces debería lidiar con las consecuencias.
Observó por unos minutos más las palabras en su brazo y lo que ellas significaban. A Jirou le gustaba física, por más de que le generasen dolores de cabeza —Bakugo también le daba jaqueca pero igual lo soportaba como su mejor amigo—; no porque algo fuese difícil o complicado significaba que iba a despreciarlo.
Como a las almas gemelas, abofeteó a la vocecita de su mente antes de que terminase.
Ella odiaba a las almas gemelas. Y punto. Era un concepto irritante e innecesario: te privaba de tu propia libertad para elegir a quien amar. Te encadenaban a un posible idiota que no sabía diferenciar las leyes de Newton por el resto de tu vida. Por eso Jirou lo odiaba.
Acción y reacción. Tan simple como eso; la vida quería unirla a alguien que no conocía y ella lo rechazaba cada vez más.
Porque lo que su mente le decía es que eso escrito en su piel no era más que una molestia. Una nimiedad que no traería nada beneficioso a su vida. Un punto insignificante que no llegaría a absolutamente nada.
No corrigió el error en su brazo. Porque su misma respuesta era no inmiscuirse en cosas que simplemente no valían la pena.
Despertaba todas las mañanas con algún recordatorio insignificante en su brazo. Jirou a veces sonreía con burla, otras veces solo rodaba los ojos.
Cita con el dentista. Olvidarlo sutilmente de ser posible.
Trabajo sobre Romeo y Julieta, buscar resumen en Google.
Llamar a la abuela. Mentir cuando pregunte por la escuela.
Otras eran infantiles e inmaduras, como si fuese un crío hormonal de trece años que no sabe controlarse.
Fiesta en lo de Ashido el sábado.
Comprar pastillas para la resaca. Y condones.
Y algunas... solo le daban pena ajena.
Capítulo estreno de Shingeki No All Might.
Muchas otras quería golpear a alguien de la frustración, más cuando los amigos del sujeto parecían apoderarse de sus brazos y escribir babosadas:
A KAMDJSJHDS LE GUSTAN LOS MACROPENES.
Miró la parte en que el nombre de su alma gemela se emborronaba y parecía un simple revoltijo de letras. Porque esa era otra de las tontas reglas de las almas gemelas: no podías escribir tu nombre ni tu ciudad —o más bien podías, pero no aparecía en el brazo del otro.
¿Por qué pondrían tan difícil el que dos supuestas almas gemelas se encontrasen? ¿Acaso la idea no era que fuesen felices por el resto de sus feas vidas?
Jirou suspiró. La vida de aquel extraño parecía ser profundamente típica y normal.
No iba a mentir que le generaba un pequeño vacío todo eso; lo que ella menos quería era alguien típico y normal. Sí, Jirou odiaba a las almas gemelas y lo que ellas significaban. Pero en algún momento de su vida no había sido ajena al amor.
Ella también quería amar. Solo que quería amar a su manera y no la del resto.
Quería alguien con una mente tan aguda como la suya y que tal vez, solo tal vez, no fuese realmente su alma gemela. Alguien que lo viese y pudiese decir «Hey, creo que podríamos funcionar juntos, y no porque un vínculo invisible nos una».
Porque las almas gemelas que no estaban destinadas a ser eran las que más sobrevivían con el tiempo: luchaban, y luchaban tanto contra el destino que se volvían imparables. E inseparables.
Eran dos piezas que no encajaban juntas según las leyes impuestas de la sociedad. Pero que de todas maneras encontraban cómo darle forma a aquello que tenían juntos.
Y su alma gemela tampoco parecía interesado en contactar con ella, si iba al caso. No se hubiese puesto a hablar sobre condones si fuese así, o al menos habría escrito algo para asegurarse de que ella estaba allí, leyéndolo y a su lado —incluso si no quería.
Observó otra vez el borrón con el nombre de su alma gemela. Por un segundo se preguntó qué pasaría si de repente lo descubría. Pero claro, por supuesto que no podía hacerlo.
Así que Jirou se obligó a olvidarse del asunto y seguir con su vida.
Fueron dos semanas después cuándo las cosas dieron un vuelco.
Aquella primera frase mientras Jirou estaba borracha solo había sido un aleteo de mariposa que desataría un huracán que ella no se esperaba.
Esta vez, eran solo dos palabras. Pero eran tan potentes y fuertes, que Kyoka tuvo que contener la respiración y pellizcarse para verificar que lo que estaba pasando era real.
Porque allí, en su piel, estaba la simple prueba que estaba necesitando de que su alma gemela la tenía presente, también. Incluso si ella jamás se había manifestado —a excepción de cuando era niña, pero rara vez los vínculos se formaban en la infancia.
Tuvo que salirse de clases porque sentía que iba a desmayarse. Sus mejillas ardían y su corazón latió despacio, pero fuerte. Casi podía escucharlo en sus oídos, junto con una voz desconocida que no dejaba de repetir en su cabeza:
¿Estás ahí?
Jirou nunca respondió. Y su alma gemela no volvió a insistir.
Es decir, seguía con sus recordatorios estúpidos —el último era algo que tenía que ver con llamar a un tal Kirishima y fangirlear con el nuevo capítulo de su serie— pero no había preguntado otra vez por ella.
¿Acaso pensaría que no existía? Tal vez su alma gemela se había rendido ante tanto silencio. No era extraño que algunas personas jamás tuviesen contacto con sus almas gemelas. A veces se morían demasiado pronto, otra veces no existían y muchas otras se habían encontrado sus propias mitades.
Tal como Jirou siempre decía que haría.
Pero, ¿y si su alma gemela se quedaba esperándola? ¿Si nunca se rendía con ella, pero esperaba a que diera el primer paso?
No, ella no estaba para sentir penas de alguien. Y menos de alguien que parecía tener un gato llamado Pikachu y del que no sabía ni su nombre.
No iba a sentir pena de un completo extraño. Un alma gemela que para ella no significaba nada.
No lo haría.
No.
No.
No.
Él —o ella, en el particular de los casos— lo superaría. Se olvidaría de Jirou y, si le quedaba solo un poquito de cerebro, se esforzaría en buscar a la verdadera persona que amaría.
Los dos tendrían la vida que se merecían. Que todos en el mundo merecían: una vida con la posibilidad de elegir.
Era pan comido.
El único problema era que los planes siempre se escuchaban más fáciles en su cabeza.
Jirou dejó de encontrar palabras improlijas sobre la piel de su brazo.
Fue gradual, de hecho. Casi no se dio cuenta que poco a poco eran menos, hasta que un día simplemente ya no estaban allí.
Algunas noches se frotaba el brazo, como si esperase que por arte de magia regresaran las palabras y picaran en su piel.
Pero allí no había ninguna magia. Ni para ella ni los demás.
No más Pikachus ni recordatorios de aquella estúpida serie —la cual había comenzado a seguir también, Dios sabía por qué— ni condones de fresa.
Su alma gemela ya no estaba allí.
Si era por algo drástico o porque había llegado a la conclusión que Jirou tenía del amor, no lo sabía.
Al principio se alegró. Podía caminar otra vez por su casa con mangas cortas, totalmente despreocupada de que su madre la viese y armase una escena. Jirou había ganado aquella vez.
Podía volver a su vida, a disfrutar de su música y los cigarros cuando se escapaba de clases. No tenía que dar más explicaciones cuando la palabra pene se aparecía en su brazo.
No más alma gemela.
No más mensajes.
No más recordatorios.
No más compañero.
Un sábado se despertó con ganas de salir a dar una vuelta.
Era normal, se dijo. No debía ser extraño que una chica de su edad quisiese dar vueltas en el parque a las nueve de la mañana del fin de semana.
Ella no estaba mal, ¿de acuerdo? Estaba mejor que nunca. Ojalá las personas a su alrededor dejasen de molestarla con que se veía apagada y más irritable que de costumbre.
Jirou Kyoka estaba perfectamente.
Sacó de su chaqueta la cajetilla de cigarrillos que había birlado de la mochila de Katsuki. Antes, ella se alegraba de quitarle algo a su mejor amigo sin que lo notase. Desde que estaba pendiente de su alma gemela, Bakugo apenas era consciente de lo que pasaba a su alrededor.
Se sintió molesta de repente, ¿por qué todo se reducía a las malditas almas gemelas?
¿La gente no podía vivir por sí misma, sin anhelar patéticamente la compañía de una mitad perfecta?
¿Quién quería una mitad perfecta, de todas formas?
Era estúpido.
Iracunda, rodeó en un par de vueltas el parque hasta que sus tenis le sacaron ampollas. Hasta que ya no le quedaba ni un solo cigarrillo y la mañana en Tokio se llenó de bruma.
Hasta que su alma alcanzó el nivel máximo de furia y frustración, y simplemente se dejó estar allí.
Sintiendo nada. Absolutamente nada.
Porque estaba allí, sin cigarros ni palabras en su brazo. Sola, como tanto había dicho que deseaba. Sola, porque no tenía ni puta idea de cómo amar y se encerraba en sí misma.
Sola, como debía estar su alma gemela a la que había ignorado sin motivos lógicos.
Si Jirou hubiese sido una chica sensible, estaba segura que podría llorar. Pero no lo era. Ni siquiera podía hacer eso bien.
Pero ya no importaba. No quedaba mucho por hacer. O eso creyó, hasta que alguien gritó no muy lejos:
—¡Pikachu, suelta el tronco! ¡Mira qué bonito es pasear!
Y aquello tenía que ser solo una estúpida coincidencia.
La cabeza Jirou maquinó a dos mil por hora. Recordaba las estadísticas que les enseñaban en clase:
Solo cuatro de cada diez personas se encuentran con su alma gemela.
La media de edad para encontrarla es cerca de los treinta años.
Siete de cada diez logran comunicarse con ellos.
Solo uno de quince pares vive en la misma ciudad.
Y Jirou Kyoka, la muchacha de dieciocho que no creía en las almas gemelas, no podía ser la lotería de aquellas estadísticas.
No era realista.
No era posible.
La vida no era tan perfecta.
No existía ninguna magia.
Pero ahí estaba: un muchacho de cabello rubio que trataba de bajar a su rechoncho gato —también rubio como su dueño— llamado Pikachu del tronco en el cual se había encaramado.
Su cabeza empezó a rebobinar los hechos, cientos de hechos, hasta que dio con el que buscaba.
El de aquel viernes en la noche donde todo había comenzado.
Cambiar la caja de arena de Pikachu.
Pasearlo mañana en el parque Yoyogi.
Mañana. Ese mañana era un sábado.
Exactamente como en ese momento.
En el parque Yoyogi.
Justo al que ella había decidido ir en cuanto se levantó.
Jirou esbozó una sonrisa, asombrada y maravillada. No creía que fuese obra del destino ese encuentro, ¿cómo podía serlo?
Si la respuesta se la había dado su alma gemela hacía ya meses.
Y ella acudió a su llamado. De manera inconsciente, eso seguro. Pero lo había hecho. Sin dudar un solo segundo.
Kyoka no era una chica sensible, pero estaba segura que podía ponerse a llorar.
—¡Eh, tú! —exclamó Jirou al extraño de pelo rubio encrespado—. ¿Qué no sabes que a los gatos no les gusta la correa?
—¿Eh?
Ella se fue hacia donde él estaba, dando largas zancadas a pesar del frío y el dolor en sus ampollados talones.
Lo miró de cerca, analizándolo.
Sí. Tenía cara de idiota. Una espectacular cara de idiota.
Y un bonito rostro redondo, que le recordaba a un niño demasiado inocente a pesar de su ropa rockera y pulseras con tachas. Y unos ojos brillantes, que parecían confundidos de que aquella enigmática chica le estuviese dirigiendo la palabra a él.
A nadie más que a él.
—A los gatos no les gusta que los dominen —dijo ella, encogiéndose de hombros—. Tú lo presionas a salir, y el gato irá en la dirección opuesta lo más rápido que pueda. Acción y reacción.
Y cuando terminó de decirlo, Jirou vio la más hermosa sonrisa que tendría el placer de presenciar en vida.
—Segunda ley de Newton —dijo el chico, sin quitar su boba sonrisa, con una voz demasiado aguda pero que se escuchaba como una ola rompiendo contra la orilla.
Fuerte primero, suave al final.
—Tercera —corrigió Jirou con un gesto de autosuficiencia ante la atónita mueca del muchacho.
—Ah, vaya. Por eso es que desaprobé el examen —se rascó la mejilla. Su rostro se veía enfurruñado—. Gracias.
A pesar de que era irónico, la emoción no se iba de su voz.
Ni tampoco del cuerpo de Kyoka.
—Soy Kaminari —rápidamente extendió hacia ella la mano que no sujetaba la correa—. Denki Kaminari.
Dudó un par de segundos, pero tomó su mano entre la suya. Sus dedos estaban calientes y pegajosos, en contraste de los fríos y entumecidos de ella.
Fuerzas opuestas. Almas que, a simple vista, nadie pensaría que encajarían juntas.
Dos personas que se habían elegido, sin conocerse ni darse cuenta de ello.
—Soy Jirou. Kyoka Jirou.
Kaminari no dejó de sonreír mientras agitaba su mano, totalmente reacio a dejarla ir aquella vez.
Quizá todo había estado planeado de esa forma desde un principio. Desde el muy maldito principio.
Esa noche, cuando Jirou iba a acostarse a dormir, su brazo volvió a picar.
Luego de semanas de silencio, otra vez vio un montoncito de letras en negro contra la piel de su antebrazo.
Y después de años de menospreciarlo, Jirou concluyó que en realidad no estaba tan mal aquello.
Sabía que estabas ahí.
Necesitaba hacer esto ;v;
No se quienes vayan a leer este pequeño OS, pero les doy la bienvenida. Amo el KamiJirou. Bah, que ship no amo? También me gusta el MomoJirou y el KiriKami pero quería escribir esto.
Y probablemente escriba más en el futuro ;v; ♥️
Este OS se lo dedico a la bella ziall-x-phan que me dio la idea del AU. Bb de no ser por ti, esto no existiría. Espero no haberlo arruinado y te guste ;; también va para Sky_Black1999 que es un amor y ella también adora esta ship c':
También para PortgasDRaven aunque no se si le guste la ship (?) pero quiero que lea un renglón en particular y que no me mate Hahaha </3
Para quienes se lo preguntan... si, el alma gemela de Kacchan es Kiri. Y el no sabe su nombre pero Jirou lo sabe. Queda en sus imaginaciones lo que siga (?)
Les agradezco desde ya a quienes lean y voten ♥️ nos veremos en alguna otra historia.
¡Besitos!
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