Tre.

Era un día soleado, perfecto para salir a hacer las compras semanales. Sana y JiHyo se dirigieron al supermercado en una salida que, aunque rutinaria, siempre se sentía especial para ambas. JiHyo, con su cabello rojizo recogido en un moño casual y una chaqueta ligera, caminaba de la mano de Sana mientras ambas hablaban de cosas triviales, riéndose de vez en cuando.

Al llegar al supermercado, Sana tomó un carrito y empezó a recorrer los pasillos con una lista mental en la cabeza. JiHyo, sin embargo, tenía otros planes. Sus ojos brillaron al ver el pasillo de los dulces y, con un entusiasmo infantil, tiró de la mano de Sana hacia la sección llena de colores y empaques brillantes.

—¡Shiba, mira! —exclamó JiHyo, sosteniendo una bolsa de gomitas en una mano y una caja de chocolates en la otra—. ¿Podemos llevar esto? ¡Y esto también!

Sana la miró con una sonrisa paciente, aunque con una leve advertencia en sus ojos.

—JiHyo, sabes que no puedes comer tantos dulces. Siempre dices que solo comerás un poco, pero terminas devorándolos en un día y luego te duele el estómago —dijo Sana mientras tomaba las bolsas de las manos de su omega y las colocaba de nuevo en su lugar—. Además, la última vez que te dejé elegir, estuviste quejándote toda la noche.

JiHyo frunció los labios, claramente ofendida por la negativa. Infló las mejillas y cruzó los brazos, alejándose unos pasos de Sana mientras esta seguía revisando los artículos de la lista.

—¡Pero esta vez no será así! —protestó JiHyo, aunque su tono era más suave de lo que pretendía.

Sana negó con la cabeza, divertida, y la miró de reojo mientras empujaba el carrito hacia otro pasillo.

—Lo siento, amor, pero esta vez no. No quiero que te enfermes otra vez.

JiHyo soltó un suspiro exagerado y decidió hacer algo que sabía que siempre afectaba a Sana: ignorarla. Por el resto de la tarde, cada vez que Sana intentaba hablarle, JiHyo simplemente desviaba la mirada o murmuraba algo inaudible. Aunque Sana encontraba la actitud de la menor adorable, también sabía que tenía que mantener su postura.

Cuando llegaron a casa, JiHyo continuó con su pequeña "protesta", negándose a hablar con Sana durante la cena e incluso cuando se acostaron juntas. Sana, sin embargo, decidió darle tiempo, pensando que al día siguiente JiHyo se olvidaría del asunto.

A la mañana siguiente, Sana despertó con la esperanza de encontrar a su omega en un mejor humor, pero JiHyo seguía manteniéndose distante. No le respondió el "buenos días" y evitó mirarla mientras desayunaban. Para Sana, esto ya era un poco más preocupante, así que decidió abordar la situación.

—JiHyo, ¿por qué sigues ignorándome? —preguntó, inclinándose un poco hacia ella en un intento de captar su mirada.

JiHyo levantó la vista por un momento, con un puchero evidente en los labios, antes de volver a concentrarse en su plato. Sana no pudo evitar reírse suavemente, encontrando la actitud de su omega completamente adorable. Sabía lo mucho que le gustaban los dulces y lo difícil que debía ser para ella aceptar un "no".

—¿Es por los dulces de ayer? —preguntó Sana, aunque ya conocía la respuesta.

El puchero de JiHyo se hizo más grande, lo que para Sana fue una confirmación. Decidida a resolver la situación, Sana se levantó, tomó su abrigo y salió sin decir una palabra. JiHyo, sorprendida, la miró desde la ventana mientras Sana se alejaba rápidamente.

Un par de horas después, Sana regresó a casa con una bolsa en la mano y una sonrisa triunfante en los labios. JiHyo, aún en su modo "ofendida", estaba sentada en el sofá, mirando la televisión. Sana se acercó y, sin decir nada, colocó la bolsa frente a JiHyo. La pelirroja parpadeó, curiosa, y al abrirla, sus ojos se iluminaron.

Dentro de la bolsa había varias de sus golosinas favoritas: gomitas, chocolates, y hasta unas paletas que siempre mencionaba con nostalgia. JiHyo no pudo contener una sonrisa mientras tomaba uno de los paquetes, sintiendo cómo todo su mal humor desaparecía de inmediato.

—¿En serio me compraste dulces? —preguntó JiHyo, con una mezcla de sorpresa y alegría.

Sana asintió, sentándose a su lado y rodeándola con un brazo.

—Claro que sí. No puedo verte triste, JiHyo. Pero prométeme que no te comerás todo de una sola vez, ¿sí? —le dijo con una sonrisa suave, dejando un beso en la sien de la omega.

JiHyo asintió rápidamente, abrazando a Sana con fuerza mientras sostenía los dulces como si fueran un tesoro.

—Eres la mejor alfa del mundo —murmuró JiHyo, acurrucándose contra Sana y cerrando los ojos mientras sentía el calor de su abrazo.

Sana le dejó un beso en la frente y luego otro en la mejilla, acariciándole suavemente el cabello.

—Y tú eres la omega más linda y caprichosa que podría pedir —respondió Sana, apretándola un poco más contra su pecho—. Pero te quiero así, tal como eres.

Pasaron el resto del día abrazadas en el sofá, compartiendo risas y dulces, disfrutando de la compañía mutua. Para Sana, no había nada más importante que hacer feliz a su omega, y para JiHyo, no había lugar más seguro y cálido que los brazos de su alfa.

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