El apartamento estaba en completo silencio, roto solo por el suave ruido de las hojas que JiHyo pasaba una y otra vez mientras estudiaba. Estaba sentada en la mesa del comedor, con libros, apuntes, y su computadora portátil esparcidos a su alrededor. Su cabello recogido en un moño descuidado y las ojeras bajo sus ojos delataban las largas horas que llevaba intentando comprender el material frente a ella.

La tensión en su cuerpo era evidente. Sus manos temblaban ligeramente mientras sostenía un bolígrafo, y su mandíbula permanecía apretada. Llevaba días así, saltándose comidas, durmiendo apenas unas horas, y sumida en un ciclo interminable de ansiedad por no poder avanzar en sus estudios.

Sana, que había llegado temprano del trabajo, la observaba desde la cocina, con los brazos cruzados y una expresión preocupada en su rostro. La menor estaba claramente al límite, y eso la inquietaba profundamente. JiHyo siempre había sido perfeccionista, esforzándose más de lo necesario, pero ahora su estrés estaba comenzando a afectarla de una manera que Sana no podía ignorar.

—JiHyo-ssi... —llamó Sana suavemente, acercándose a la mesa. Su tono era cariñoso, pero firme, como el de alguien que estaba a punto de intervenir—. Amor, llevas horas ahí. ¿Has comido algo hoy?

JiHyo apenas levantó la vista. Sus ojos, cargados de cansancio, evitaron los de Sana.

—Estoy bien... solo un poco más, y termino este capítulo —murmuró, su voz apagada.

Sana suspiró y se inclinó hacia ella, quitándole con suavidad el bolígrafo de las manos. JiHyo trató de protestar, pero Sana la detuvo colocando una mano firme pero cariñosa sobre la suya.

—No, JiHyo. Esto no está bien. Has estado ignorando tu cuerpo, y eso no te va a ayudar. ¿Cuándo fue la última vez que dormiste bien? ¿O que comiste algo decente? —preguntó, sus ojos oscuros llenos de preocupación.

JiHyo bajó la mirada, sabiendo que Sana tenía razón pero incapaz de admitirlo. Sus labios temblaron un poco, y Sana notó cómo su omega luchaba por contener las lágrimas. Sin decir una palabra más, Sana se acercó y la envolvió en un abrazo cálido, acariciándole el cabello con delicadeza.

—Todo estará bien, cariño. Los estudios pueden esperar, pero tu salud no. No tienes que cargar con todo tú sola, ¿sí? Yo estoy aquí para ti, siempre —susurró Sana contra su cabello.

JiHyo cerró los ojos, dejando escapar un suspiro tembloroso mientras se relajaba un poco en los brazos de Sana. Por primera vez en días, se permitió bajar la guardia.

—Lo siento, Sana... —murmuró JiHyo con voz quebrada—. No quiero preocuparme, pero no puedo evitarlo.

Sana la apartó lo suficiente para mirarla a los ojos y luego depositó un beso suave en su frente.

—No tienes que disculparte. Solo quiero que recuerdes que no estás sola, ¿de acuerdo? Ahora, ven. Te voy a preparar una sopa caliente. Necesitas comer algo ligero pero nutritivo.

JiHyo, envuelta en una manta, estaba sentada en el sofá mientras Sana servía una sopa humeante en un tazón. Cuando regresó a la sala, se sentó junto a JiHyo, colocando el plato en sus manos.

—Primero, comes esto. Después, te llevo a la cama, y vamos a dormir juntas. Nada de estudiar esta noche, ¿entendido? —dijo Sana con una sonrisa suave pero decidida.

JiHyo asintió lentamente, tomando un sorbo de la sopa mientras Sana le acariciaba la espalda con movimientos tranquilizadores. La calidez de la comida y la presencia reconfortante de su alfa comenzaron a calmar sus nervios.

—Gracias por cuidarme tanto, Shiba... —dijo JiHyo después de unos minutos, su voz más suave.

—Siempre lo haré, JiHyo. Porque no hay nadie en este mundo que ame más que a ti —respondió Sana con una sonrisa, dejando un beso en su mejilla.

Esa noche, Sana cumplió su promesa. Después de asegurarse de que JiHyo terminara su sopa y se sintiera un poco mejor, la llevó a la cama. Ambas se acostaron juntas, con Sana abrazándola como si fuera su mayor tesoro.

—Duerme, mi omega hermosa. Yo estoy aquí contigo —susurró Sana, dejando pequeños besos en la frente y el cabello de JiHyo.

JiHyo se acomodó más cerca, sintiendo cómo el calor y el amor de Sana la envolvían por completo. Esa noche, durmió profundamente, con el corazón lleno de gratitud y el cuerpo protegido por el amor incondicional de su alfa.

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