Sentir

Simon no podía ver. No había nacido ciego, así que, lamentablemente, sabía cómo era el mundo. Poder observar las cosas a su alrededor era algo que extrañaba con toda su alma.

Simon había perdido la vista en un accidente de carro. De milagro seguía vivo, pero perder la vista había sido un golpe duro, no sólo para él, sino también para Baz, su prometido.

Se habían conocido en la universidad, donde habían sido compañeros de cuarto por cinco largos años. Tan sólo unas semanas antes del accidente, un mes después de graduarse, Baz le había pedido matrimonio a Simon, pero su felicidad se había visto interrumpida de la manera más cruel.

Ahora, casi un año después, ambos se habían adaptado a su nueva vida. Baz incluso había aprendido el sistema Braille, tan sólo para apoyar a su novio.

A pesar de todo, Simon seguía disfrutando la vida con mucha felicidad, pero siempre existían los días malos. Siempre había esos días en los que Simon extrañaba el gris de los ojos de Baz, el azul del cielo, y el amarillo del sol.

Siempre había esos días en los que quería ver una película, pero no podía. Quería leer con sus ojos un libro, pero no podía. Quería poder salir de casa sin ese estúpido bastón... pero no podía.

Eran esos días en los que Baz se dedicaba a enseñarle a Simon todo aquello que no había perdido.

Baz tocaba el violín para él, haciendo que suenen las más bellas melodías. Podía tocar por horas y horas, hasta que sus piernas se adormecían y sus dedos le dolían. A Simon le encantaba la manera en la que Baz podía reproducir una canción de forma tan perfecta.

Luego, horneaba bollos de cereza. Baz nunca había sido muy bueno en la cocina, pero había leído y releído el mismo libro de repostería mil veces. Incluso había malogrado el horno de su tía Fiona mientras intentaba hacer por primera vez el postre preferido de su novio.

La intención es lo que cuenta, le decía Simon, siempre sonriente, mientras se llevaba un bollo de cereza a la boca, pero no pasaban ni diez minutos, y ya había terminado de comer todos. En secreto, le encantaban todos los postres que preparaba el chico.

Y claro, Baz siempre usaba la colonia preferida de Simon. Cedro y bergamota. Ese olor le traía buenos recuerdos, porque ese era el aroma que tenía siempre su habitación allá, en la universidad. Esa colonia olía a besos de media noche y mañanas apuradas.

Pero lo más importante, era que Baz le hacía recordar a Simon que, aunque no pudiese ver, aún podía sentir. Y por eso se dedicaba a besar cada lunar en el cuerpo de Simon, sin importar cuánto tiempo le tomara aquella tarea. Por eso, Baz lo tomaba de la mano con delicadeza y posaba sus manos entrelazadas sobre su propio estómago (a Baz le encantaba cuando Simon le dibujaba círculos en él), y lo ayudaba a recorrer cuanto espacio quisiera con sus palmas. Por eso, Baz besaba a Simon hasta que sus labios estuvieran hinchados y sus pulmones sin aire.

Por eso, Baz le susurraba te amos y otras palabras de amor, y Simon podía sentir que el mundo a su alrededor cobraba vida, porque con Baz a su lado, las cosas mejoraban.

Con Baz a su lado, Simon ya no estaba sumido en la más completa oscuridad.

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Literalmente acabo de escribir esto .-. Debería estar haciendo tarea...

Díganme qué tal les pareció el fic en los comentarios :D 

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