Acto 19
Las dos hojas corredizas de cristal se apartaron produciendo un suave soplido. Un gentío se movía en aparente aleatoriedad en el amplio interior de la terminal aérea, pero en realidad todos tenían un sitio a donde dirigirse. Los pulimentados pisos armonizaban con las pulcras paredes blancas del entorno. Por los altoparlantes se anunciaban el arribo y la pronta salida de las naves aéreas por las diversas puertas, provenientes de, o en rumbo hacia los diversos destinos. El vuelo para Milwaukee saldría dentro de media hora, según lo indicaba la cartelera automática de la pared, y pronto los pasajeros serían llamados.
Para evitar futuros rastreos con las cámaras de seguridad de la terminal aérea, llevaba todo el tiempo la cabeza agachada, procurando que el sombrero produjera una penumbra sobre la mayor parte de mi cara, y mantenía levantado el cuello del sobretodo. En algún momento se me ocurrió que fuera Gregory quien acompañara y despidiera a Angie, pero quise ser yo quien le diera el hasta luego. No deseaba que ella recordara a un viejo artificial.
Angie y yo nos sentamos en una de las salas de espera, cerca del corredor por donde ella tendría que abordar el avión. Ya que Angie tenía en su poder todavía el móvil irrastreable que Samuel nos entregó, le pedí que me llamara una vez estuviera instalada en la casa de su madre. Le prometí mantenerme en contacto con ella todo el tiempo que fuera posible.
—Espera un segundo, quiero unos cigarrillos —le dije al darme cuenta que hace dos horas había consumido el último. Todas las situaciones estresantes provocaron que me volviera a refugiar tras el vicio del tabaco. Así busqué una de las tiendas de conveniencia de la terminal.
Luego de recoger la cajetilla del dispensador automático ubicado en las afueras de la tienda, observé un detalle que me llamó la atención. Guardé los cigarrillos en el interior del sobretodo. En otras ocasiones había volado fuera de Chicago, y sabía que la vigilancia era moderada en el aeropuerto, pero esta vez me pareció que algo andaba mal: un inhabitual despliegue de uniformados se estaba llevando a cabo. Al mirar mejor, descubrí la ingrata presencia de dos figuras muy conocidas: Dan Spose y Novac Scord, y otros policías de la corporación. No fue necesaria una corazonada para comprender que, de alguna forma, sabían de nosotros.
Traté en vano de llegar antes que ellos a donde Angie, pero ella ya les había visto, y tomó la mejor decisión: dejar que los policías la abordaran primero.
Avancé donde Angie con la idea de rescatarla enfrentando a la policía —hacer eso era suicida—, o dejarme atrapar. Ella se puso de pie y cruzó algunas palabras con los detectives. En un disimulado giro que hizo con la cabeza (para buscarme), me vio. Dirigió la atención a Novac y Dan otra vez y les levantó la voz indignada. Novac intentó calmarla, pero Angie persistió en la actitud agresiva. Comenzó a insultarlos, y le dio un puntapié en la pantorrilla motivando su arresto. Mientras yacía tirada bocabajo y la esposaban, levantó la vista. «¡Vete!», me repetía con una mueca en los labios para que yo pudiera entenderla.
Di la vuelta mezclándome en la multitud para desaparecer.
No tienen nada contra Angie, me decía. Procuré encontrar alguna razón distinta a la de querer información para detenerla.
«Esos brutos no saben nada», pensé y traté de imaginar que ella también lo sabía. «¡Maldición!», dije para mis adentros luego de dilucidar mis ideas con calma. Me había topado con el detalle del móvil. Aún por muy estúpidos que Novac y Dan fueran, descubrirían la peculiaridad que el teléfono móvil solo tenía dos números: el mío y el de alguien llamado MacNamara.
Me escabullí a un lugar apartado de la presencia policial y llamé a Samuel. Escuché el tono de marcación, pero Sam no respondía. Insistí. Por fin una voz de mujer respondió.
—¿Carola?
—¿Quién es?
—Carola, soy yo, tío Barry. Necesito hablar con tu padre.
—¡Tío Barry! ¡Qué gusto escucharte!
—También yo me alegro mucho de escucharte —repliqué con la paciencia al borde—. ¿Sabes? Es importante, muy importante que hable con tu padre.
—Sí, aquí viene. Te lo paso. Chao tío Barry.
—Chao Carola.
—¿Barry, qué me cuentas? —Samuel se puso a la bocina del móvil.
—Escucha con cuidado —le dije—. Han arrestado a Angie, si descubren que me ha ayudado la acusarán de complicidad y obstrucción a la ley. Ella tiene tu móvil. Sabrán que ambos nos hemos estado comunicando. Tienes que borrar el chip del aparato y todo registro que pueda incriminarla. ¿Comprendes?
—Claro... Mierda ¡Qué desgracia! Pero no te preocupes, Barry. Tranquilo, amigo —expresó—. Solo deja que active mi pequeño programa. Espera un segundo... Ajá, aquí está. Parece que están cerca del aeropuerto Midway según puedo ver. Estás justo en la terminal... Tranquilo amigo... Ya está. Eso es, este pequeño se ha convertido en un asado electrónico. No lograrán encontrar ni un puto bit de información siquiera. Y descuida, le he dado fin sutilmente al chip que la policía no descubrirá qué le pasó... Pero el rastreador global aún está activo. No he querido cargármelo todavía por si deseas su ubicación. Puedes seguirlos por medio de tu móvil.
—¿Cómo hago eso? —Le pedí que me explicara cómo activar el rastreador y Sam así lo hizo.
Metieron a Angie en la patrulla de Novac y Dan, el Taurus azul negro. A tiempo que ellos se iban, busqué mi coche en el aparcadero y les perseguí unos minutos más tarde. Monté el móvil-localizador en el tablero, a un lado del volante para que este me guiara. Angie era conducida, tal como lo supuse, hasta el Departamento de Policía más cercano. A pesar de estar seguro que no podía hacer nada por ella, les perseguí.
Esperé del otro lado de la calle de la estación de policía por varios minutos y pensé en llamar a Samantha Bill, una vieja conocida mía que se dedicaba a la abogacía, para pedirle que se hiciera cargo de la representación legal de Angie.
—¿Samantha?
—¿Sí? —respondió ella—. Soy yo. ¿Quién habla?
—Soy Snow Barry. Necesito de tu ayuda —dije. Me llenaba de gusto volver a escuchar su voz pues teníamos un par de años de no vernos y hablar.
—Hola Snow. Qué sorpresa saber de ti.
—Me alegro de escucharte, Samantha.
—A mí también me da gusto oírte. ¿Desde cuándo que no nos vemos? ¿Dos o tres años?
Me habría gustado mucho hablar con ella sobre otros asuntos, pero estaba primero lo de Angie.
—Dos años —repliqué—. Como dije, me alegro de hablar contigo, Sam, pero necesito de tu ayuda profesional.
—Sí, claro. ¿Tendrá algo que ver con Scolato?
—Sí, está relacionado con ese caso.
—¿Querrás que te represente? —dijo ella.
—Eso será después. No puedo pensar en alguien mejor que tú para eso, pero, por el momento, no se trata de mí sino de una buena amiga.
—Ajá. Dime, ¿cómo se llama tu buena amiga?
—Ángela Blake.
—¿Y cuáles son los cargos?
—Posiblemente encubrimiento y obstrucción a la ley. Estoy seguro de que no hay pruebas fehacientes, pero podrían presionarla para que acepte los cargos. Tú sabes cómo trabaja el sistema. Necesito que averigües si hay algo en su contra.
—Está bien... Pero ¿me responderías primero a dos preguntas, Snow?... ¿Con sinceridad?
Yo trataría de no mentirle, pero lo haría si fuera necesario para salvar a Angie.
—Cuenta con eso. ¿Qué quieres saber? —dije.
—En caso de que esa fuera la acusación. ¿Ella es inocente?
Pensé cómo responder sin mentir.
—Diría que es culpable de ayudar a un amigo en quien cree —expresé—. Así como tú, o yo lo haríamos. —Sabía que la respuesta era emocional y subjetiva y no era válida para el sistema—: Sé que me dirás que la ley es insensible e imparcial. Lo sé bien. Y que lo que acabo de decir no tiene nada que ver con la ley. Pero no te he mentido —y dije—: Creo que dijiste que eran dos preguntas. ¿Qué más quieres saber?
Ella dijo:
—¿Y tú? ¿Eres culpable? —interrogó Samantha. No respondí al instante. Ella esperó y volvió a preguntar—: ¿Snow, mataste a Scolato a propósito?
Resolví que no era buena idea mentirle, no porque fuera una abogada, sino porque yo era su amigo.
—Soy culpable del asesinato de Scolato. Ansiaba verlo muerto y jalé el gatillo —declaré—. Pero alguien preparó la trampa para que así fuera. Fue un acto de defensa propia. Debes creerme, Samantha.
Ella calló, después habló:
—Te conozco, Snow... Te ayudaré con tu amiga. Iré tan pronto pueda, y veré qué hay. ¿En qué delegación está?
—En la delegación de la 63 Calle Oeste.
—Bien, Snow, te llamaré... Aunque no aparece tu número en mi móvil. ¿A dónde puedo llamarte?
—Mejor te llamo yo.
—Bien. Llámame en la tarde. Si la policía no tiene pruebas, dalo por un hecho: tu amiga estará fuera hoy mismo. —Y cuando creí terminada la conversación, ella dijo—: Espera Snow, ¿por qué no me has buscado para que te ayude?
Yo respondí:
—Lo pensé. Pero sabía que me habrías aconsejado entregarme. Y el suicidio no va conmigo. Por eso mismo no acepté quedarme en las mazmorras... Más tarde te diré cómo están las cosas.
—Bien, Snow... ¡Llámame!
La casa de Samuel estaba ahí. Unos minutos antes de arribar le volví a llamar para avisarle. Él me esperaba gradas arriba. Esta vez no vestía su estrambótico quimono a cuadros, sino un vaquero desteñido, zapatos deportivos baratos, y una camisa de mezclilla azul con las mangas arrolladas.
—¿Cómo va lo de Angie? —me preguntó en cuanto subía las gradas, poco antes de llegar donde él—. ¿Sabes en dónde la tienen?
—Sí, sé lo mismo que tú, a un pelo del aeropuerto.
Entramos, y mientras subíamos hasta la azotea por la escalinata en forma de caracol, dijo:
—Sabes que no importa qué sea, puedes contar conmigo... A propósito que estás aquí, quería decirte que revisé tu cámara y lamento decir que está "out". —Deslizó las dos manos en sentidos opuestos en el aire—. Lo siento, Barry, ningún dato se salvó.
La noticia fue como un repentino baño con agua helada.
—Qué pena, era una buena cámara —dije, aunque no lamentaba tanto la pérdida de la cámara como de las pruebas.
En la azotea, desde donde se dominaban las terrazas y los techos de dobles aguas de las casas vecinas, sentados en pequeñas sillas de hierro, Samuel y yo departíamos un par de copas de vodka. Procurábamos sostener una animosa charla, recordando algunas cosas de antes de entrar en la academia. Samuel MacNamara había querido alguna vez ser parte de la fuerza policial, pero un pequeño problema de salud se lo impidió, a pesar de ser todo un cerebro en el campo de la electrónica y la computación. Después intentó aplicar en el área técnica de la corporación, pero se le negó por no tener un pergamino que respaldara sus conocimientos. La triste ironía de la vida de ser un genio autodidacta y de aborrecer los estudios formales.
Desde poco antes de abandonar el uniforme y convertirme en detective privado, supe aprovechar sus conocimientos para solucionar algunos casos. Samuel se convirtió en un gran apoyo técnico a quien acudía cuando el laboratorio del departamento parecía no hallar la solución. A él le llegó a fascinar la idea de liarse conmigo porque a través de esta simbiosis se sentía un detective más. Logró amasar una pequeña fortuna al ser parte de un equipo de efectos especiales que se posicionó dentro del campo de la cinematografía. El hombre se ubicó como el rey de los efectos especiales manuales y digitales, la animatrónica y las metamorfosis con maquillajes y prótesis de látex y otros similares.
—¿Así que tu plan es entrar a la boca del tigre, y sacar una confesión de ese tal Xavier Ventura? —dijo con la voz chueca pues las copas se le habían pasado. También a mí se me pasaron un poco.
—Así es —respondí con la voz desmedrada por haber ingerido más de seis vasos de puro vodka—. Pero necesito que tú me ayudes a entrar. El maldito sitio está cubierto con infinitas cámaras de seguridad. Quiero saber en dónde ese malnacido se esconde... Y que me guíes hasta él por ese lugar sin ser descubierto... Necesito de tu negocio..., quiero decir: de tu tecnología...
—Bien. Dices que es como el Fuerte Knox. Yo nunca he intentado entrar en el fuerte Knox. Pero no diré que no pueda hacerlo... Claro, si tuviera los planos del lugar.
Sesgué el vaso en mi boca y bebí tragando cada sorbo de una vez.
—¿Necesitas los planos del lugar? —balbuceé y eructé debido al efecto del licor—. En el ayuntamiento..., en el catastro del ayuntamiento.
—¿Cómo? —replicó sorprendido—. ¿En el catastro del ayuntamiento están los planos del Fuerte Knox?
Yo me reí.
—No amigo, los del otro lugar, los del Club de Xavier.
Samuel también se rio de su embriagada confusión.
Emitió un largo «Je» seguido de una serie de "hip".
—Claro, claro —replicó—. También necesitaremos los planos de seguridad del club... —emitió un largo «¡Ah!» y dejó pasar unos silenciosos segundos en que se durmió, o pensaba—. Los planos de seguridad... ¿Quién más que Segurity System Inc.?... No será cosa del otro mundo irrumpir en sus archivos y encontrar los planos. —Se puso de pie—. Tengo hambre. ¿Quieres comer algo?
Asentí. Beber licor con el estómago vacío no se me daba muy bien.
Un par de horas más tarde, en que se nos pasó los efectos del vodka, Samuel sustraía los planos de los registros del ayuntamiento de la ciudad de Chicago y, acto seguido, y según sus propias palabras: "hackearía" los planos de seguridad del club de Javier de la Segurity System Inc.
Preguntarle si sabía cómo hacerlo resultaba para él como un insulto a su intelecto.
—Esos tipos no saben quién está delante de su puerta. Acércate, Barry, y mira como este genio doblega sus barreras de seguridad. Es como quitarle un dulce a un bebé.
Se sentó a la computadora y, transcurrido un largo rato en que se la pasó tecleando como un endemoniado, comenzó "a ver la luz", según dijo. Yo le seguía con atención los movimientos en el ordenador y comprendí, a partir de su soliloquio, que había conseguido "abrir la ventana" al sistema. Samuel no dejaba de vanagloriarse. El hombre tenía razón de sentirse el rey de las claves y códigos informáticos.
—Explícame, ¿qué lograste?
—Amigo mío, sabemos en dónde están ubicadas las cámaras de seguridad, y te diré que el lugar está bien vigilado... Pero...
Ese pero me sonó muy prolongado para ser un simple pero.
—Pero ¿qué?
—La transmisión es analógica.
—¿Y? ¡Explícate!
—Que si quieres ver lo que ellos ven, tendremos que conectarnos a la fibra óptica, no hay otra manera de hacerlo. Y eso significa que tendríamos que hacer una perforación en la calle para buscar los cables, o hackear la central del club. Lo cual no te recomiendo por el grado de seguridad del lugar.
—Entonces, ¿cómo sabremos en dónde se oculta Xavier?
—Creo que tendrás que hacer una visita al lugar en persona. ¿Qué te parece Gregory? —y torció una sonrisa de picardía.
Comprendía su plan.
Conseguir una furgoneta no le fue difícil a Sam, él tenía sus secretos también.
—¿Qué tal estoy? —Di un último vistazo al espejuelo circular pegado en la pared de la furgoneta.
—Como todo un magnate. —Samuel me acomodó la corbata y las solapas del traje—. Bien muchacho, estás muy bien... Yo te estaré monitoreando desde aquí. La pequeña cámara de la solapa será mis ojos y el micrófono mis oídos.
—Con este pase podrás entrar "legalmente" al Janeiro's Night Club —dijo entregándome una tarjeta del tamaño de una de crédito provista de un chip.
La cogí entre mis dedos y contemplé sus detalles.
—Parece genuina. Es un buen trabajo.
—No olvides con quién estás tratando, Snow —replicó presuntuoso—. Y este es el sujeto a quien buscas. —La foto tomada de forma furtiva, mostraba a un Xavier Ventura saliendo de una limusina y acompañado de varios guardaespaldas.
Pero gracias a Angie, ya conocía los rasgos de Ventura. Le devolví el retrato a Sam.
—Bien Gregory, o mejor dicho, John Petrarca, es tiempo de actuar —dije.
Salimos del transporte. A poca distancia permanecía un Ferrari. No intenté averiguar cómo lo había conseguido. Lo abordé y me dirigí al cercano club.
Dejé mi coche en manos del mozo, caminé hasta la entrada principal en donde los dos guardas permanecían de pie. Le entregué la tarjeta a uno de ellos, que deslizó en la ranura de un dispositivo lector. En la pantalla de su estación de ordenador debió aparecer mi rostro y otra información, pues el sujeto fornido vestido con traje azul oscuro meneó la mirada del monitor a mi rostro en dos ocasiones, para asegurarse que trataba con el mismo individuo de la tarjeta de membresía.
—Puede entrar, Mr. Petrarca —dijo después de unos segundos—. Sea bienvenido.
Desenganchó la cinta roja permitiéndome el ingreso.
Me preguntaba por qué Sam, había escogido ese nombre.
Tomé la tarjeta y la resguardé dentro de mi esmoquin. Crucé la puerta de cristal. Adentro, el salón de lujo era amplio e iluminado con decenas de reflectores de luces brillantes blancas; con alfombras combinados con rojos y verdes. A la derecha estaba la entrada del bar y comedor, y en el ala izquierda, el casino; al centro, la recepción del hotel.
Tenía entendido que Xavier solía permanecer en el salón de juegos, así pues, fui al sitio. Para llegar a la sala de los juegos de mesa debía pasar por el de máquinas tragamonedas. Todas las áreas de juegos se encontraban atestadas con hombres y mujeres apostando. Era uno de los muchos negocios lícitos lucrativos que poseía, establecidos por él mismo con los dineros heredados de Land Scolato. Estaba a la vista la necesidad de matarlo, sin contar los otros negocios millonarios fuera de la ley que manejaba.
Lo primero que anoté fue la ubicación de las cámaras de seguridad. En la sala principal había como mínimo cuarenta cámaras a la vista; y por cada candelabro sobre las mesas, una extra para, en teoría, persuadir a los posibles tramposos, o con la intención de controlar las partidas.
—Está mejor custodiado que una bóveda de banco —susurré.
—«Sí... Mira bien. El sujeto debe estar por ahí».
Volteé el rostro, y a treinta metros lo encontré. Se hallaba conversando con un tipo bajo y medio calvo.
—Vaya, vaya, la suerte está de mi lado —dije—. Y mira quién más viene.
Lucía Angly hacía acto de presencia; como en otras veces, con un sensual vestido de noche. Ella parecía no escatimar en gastos para lucirse delante de Xavier, o mejor dicho, Xavier Ventura no escatimaba en gastos para que ella se luciera.
—«Está hermosa Lucy» —dijo Sam embelesado.
Tuve una fugaz sensación de haber pasado algo por alto.
—Ella es el eslabón entre Xavier y mis años en prisión.
—«Mira, Snow, se están yendo».
—Lo veo.
Me dispuse a seguirlos. Cuatro hombres, entre ellos el bajo calvo, se movieron. Los otros tres, eran los guardaespaldas. Xavier y Lucía iban adelante, con el bajo calvo ligeramente atrás. Subieron por las gradas alfombradas, recorrieron un corto tramo del concurrido pasillo de los ascensores. Los pisos de arriba eran parte del hotel, pero también estaban las oficinas del hampón en alguna parte. Aunque era lógico suponer que este estaría en alguno de los Penthouse que ocupaban el penúltimo y último piso.
Intenté entrar en el elevador de Xavier, pero uno de sus guardas me lo impidió.
—En este no —dijo deteniéndome con su mano en mi pecho—. Tome otro. —Y señaló el de la par.
Se cerraron las puertas del ascensor.
Miré con el rabillo del ojo la pantalla arriba del dintel, en tanto esperaba viniera el mío. El ascensor se detuvo en el piso diez, el último Penthouse. Cogí el elevador contiguo. Oprimí el botón del noveno piso, su destino final.
Al llegar arriba, el corredor yacía desierto.
El nivel estaba compuesto por varios Penthouses, con las entradas a ambos lados del corredor.
En el extremo del lado norte, un dispositivo de vigilancia dominaba el pasillo, y no había forma de burlarlo. En el lado sur, una puerta de emergencia que, según los planos, subía hasta el décimo piso.
—Veo solo una cámara —susurré a Samuel por el micrófono de la solapa.
—«Lo sé. Espera un momento —me detuvo susurrando como si estuviera en la escena conmigo—. Acércate a la cámara un poco más. Camina con disimulo...»
—Sé cómo hacer esto —repliqué. Me dirigí a la puerta del último Penthouse—. ¿Qué te propones? —le interrogué dando la espalda al aparatico de video.
—«Espera un segundo. Te tengo una sorpresa... —dijo con un tono malvado y picaresco—. Ya está. Ahora puedes regresar a casa, cambio».
Cuando me disponía retornar por el corredor me encontré un mozo de servicio que recién salía de una de las lujosas habitaciones.
—Óigame jovencito —le detuve—. ¿Sabe de quién es el Penthouse de arriba?
—Sí, míster, es del dueño del casino. —Hice un gesto dubitativo que el mozo comprendió, y como un empleado servicial tuvo a bien explicar—: De Mr. Xavier Ventura.
—Gracias, jovencito. Ha sido de mucha ayuda.
El chico, que seguramente era nuevo en el trabajo y desconocía que no debía dar esa clase de información, siguió su camino, empujando una mesita de servicio.
Abordé el elevador y bajé. El hampón-vigía permanecía en su puesto.
—¿De qué se trata? —le interrogué mientras me deshacía de los restos de Gregory, o John Petrarca.
Samuel giró la silla delante del monitor del ordenador hasta verme la cara.
—Te dije que sería una sorpresa... Pues verás, resulta que esas cámaras, las del hotel, son IP... Ah, ah, es decir, están conectadas a la red interna y no necesitan de fibra óptica y ningún otro cable. Del edificio para fuera sí es necesaria una conexión física por la distancia, pero al servidor interno no.
—¿Qué quieres decir con eso?
—Cuando te pedí que te acercaras fue para conseguir la IP de ella. En otras palabras, robé su IP que viene a ser, para que lo agarres mejor, como la contraseña de acceso a la red. Cada cámara tiene su propia IP, aunque es seguro que esta tenga una contraseña más compleja. Aun así no será nada para mí.
—Bien, bien, Sam, ahórrate tanto parloteo y muéstrame.
—Como quieras. —Samuel destrabó del interior del traje de Gregory un pequeño chisme electrónico y lo insertó en el puerto USB de su ordenador. Me asomé por encima de su hombro para ver lo que hacía. Él escribió algunos códigos y, de inmediato, saltó en la pantalla una serie de ventanas. Escribió algunas contraseñas y, en no más de quince minutos, en un cuadro de la esquina superior derecha de la pantalla vimos la imagen de un pasillo: el pasillo del noveno piso del Janeiro's Night Club.
—Buen trabajo, Sam. —Palmeé su hombro para felicitarlo.
Samuel sonrió sin apartar la vista de la pantalla.
—Claro. No olvides que estás con el mejor.
—Sin duda, amigo... ¿Podrías conseguir las IP de las demás cámaras?
—Umm, siempre y cuando te puedas colar lo más cerca de ellas, y sean del tipo IP. Las de las salas de juegos no lo son ni las de los lugares de interés económico de Xavier.
—¿Desde aquí puedes controlarlas? ¿Qué puedes hacer con ellas?
—Buena pregunta... Te lo explicaré así a rasgos. Puedo congelar la imagen, retroceder cinta, activar o desactivar la cámara... Y, si quiero, puedo introducir un "fake", una imagen o un vídeo falso. ¿Comprendes?... —Se rascó la nariz—. Snow, hay cierta cuestión que de no haber estado ahí, nos habría salido todo de perla. Según los planos de seguridad de Segurity System Inc, las cámaras dentro del Penthouse son de fibra óptica; no podría robar la señal a no ser que te infiltraras y establecieras un empalme en la caja central, lo cual no te recomiendo puesto que no eres un genio como yo. Si fuesen IP, cogemos la señal, con mi pequeño dispositivo diseñado por mí, y podríamos espiarlos con sus propias cámaras...
—Pero, a menos que puedas leer los labios, sabremos lo que hablan —observé—. Aunque tú idea es un buen comienzo.
—Oh, sí, no pensé en eso. Sí, leer los labios... Bueno, solo era una idea... No entiendo cómo no se me ocurrió... Leer los labios —murmuró desconcertado.
Se trataba de un gran logro el solo hecho de penetrar sin ser visto en la guarida de Xavier Ventura y de apoderarnos de una de sus cámaras. No obstante, concluí que faltó comunicación entre Samuel y yo, y una mejor planificación. Sam no me hizo saber los detalles de los planos y la historia de las cámaras IP, y omitió avisarme del dispositivo lector de IP que llevaba oculto en mi traje. Tenía que hablar seriamente con él. Eso sería en otra vez. Por ahora, Angie estaba entre ceja y ceja. Debía llamar a Samantha Bill y averiguar sobre la situación de Angie.
Marqué el número del móvil de Samantha y este sonó. En poco obtuve respuesta.
—¿Samantha? Quería saber sobre Angie.
En unos segundos escuché su voz.
—Ah. Hace una hora vinimos de la delegación. Aún estamos en mi oficina. Puedes venir por ella. —La noticia me llenó de alegría—. Ella no quiso ir a su casa. Dijo que tú comprenderías.
—Llego pronto —respondí.
—Ah. Y trae algo de ropa para ella, no nos quedó tiempo de pasar a un almacén y comprarle algo.
—Sí, claro.
Colgué.
—Dijo el Teniente Rocco que no debe abandonar la ciudad —explicó Samantha—. No hay cargos contra ella. Se trató de un simple interrogatorio acerca de ti, querían saber si conocía tu paradero, o si tenía noticia tuyas, pero, al parecer, se complicó porque ella agredió a un oficial en el aeropuerto. El Teniente es una persona razonable y pensó que no había por qué retenerla.
Angie sondeó a Samantha con sus ojos azules de mar inquieto.
—Te debo una, Samantha... Creo que no la conocías —dije a Angie—. Ella es una vieja amiga, de mucha confianza.
Angie espetó un corto silencio.
—En ese caso, también es mi amiga —aseveró, y sonrió con una desconfiada sonrisa que solo yo podía ver—. Usted comprenderá que nunca había pasado por una situación así de humillante. Estuve entre un montón de mujeres alcoholizadas de la calle, pero lo terrible fue una que quiso convertirme en su novia, pero pronto nos hicimos amigas luego que le torcí el brazo. Creo que después de eso sintió un poco de respeto por mí.
Samantha veía a Angie Blake, y tal vez se preguntaba cómo aquella muchacha de aspecto apacible se mostraba tan recia y firme. Cualquiera pudo tomarla como una chica desvalida; quizá esa fue su primera impresión. Los ojos color miel de Samantha se posaron en Angie, en tanto mostraba una ligera sonrisa de sorpresa.
—Gracias por todo —le sonrió Angie, mostrándose más confiada y agradecida. Extendió la mano a Samantha, quien la tomó de inmediato—. Espero volvernos a ver en otras circunstancias, claro.
—Sí, eso espero... Y hablando de ti, Snow. —Samantha movió los ojos, conectándolos con los míos—. Pregunté al Teniente Rocco, y cree que es buena idea que te entregues... Pero si me preguntas, te diré sinceramente que son pocas las posibilidades de ganar. Todo apunta a que fue una venganza. Pero como debes suponerlo, lo único sólido que tienen en tu contra es una testigo. Sin ella, lo demás es circunstancial.
—¿Puedes hablar con ella, con la testigo?
—Tan pronto tome el cargo de tu representación legal, me haré de toda la documentación. Entonces podré conversar con ella. Aunque hay una foto suya en el periódico. Creo que está por aquí. —Samantha cogió un matutino de hace unos días de entre las cosas de un escritorio y me lo mostró—. Su nombre es Marta Angly.
—¿¡Angly!? —exclamé.
Angie también quedó sorprendida al escuchar el nombre, y vino junto a mí para leer la nota del periódico.
—¿No le ves un cierto parecido a Lucía Angly? —interrogó Angie.
—Pero no son la misma persona. Podrían ser familiares, quizá hermanas —pensé en voz alta.
—Son una bella familia —resolvió Angie—. Una finge desaparecer y la otra sirve de testigo ocular.
—Tendrás que decirme todo lo que sabes, Snow. ¿Quiénes son esas personas? —dijo Samantha.
—Claro. Yo también quiero saberlo —dije.
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