12 Anon Vs Mia

Mia Moretti, la hija mayor de la familia, se encontraba frente a su padre, quien la miraba con una furia que rara vez había mostrado. Había pasado por muchas cosas recientemente, y ahora, todo su enojo parecía concentrarse en ella.

Primero, la expulsión de Mia de St. Hammonds por destruir propiedad de la escuela y agredir a una compañera discapacitada. El hombre había tenido que mover cielo y tierra, usando todas sus influencias, para que el asunto no pasara de una simple expulsión. Gracias a sus contactos con el director Spears, había logrado que le permitieran retomar sus estudios el próximo semestre en la universidad volcano, pero, aun así, había perdido todo el año.

Y luego estaba Naomi, su hija predilecta, la que siempre había considerado el orgullo de la familia. La esperanza de los Moretti... hasta que también había comenzado a tambalear.

El hombre soltó un suspiro cansado, tratando de controlar su frustración. —Mia, te mandé a llamar por algo importante. Necesito que me ayudes con algo—. Su voz era dura, pero controlada. —Tienes las habilidades necesarias. Eres buena con las cámaras... y puedes romper algunos huesos si es necesario—.

Mia esbozó una sonrisa mientras afilaba distraídamente las púas de su cola. —¿Y yo qué gano con esto...?—

—¡Que no te desherede y te mande a la puta calle!— gritó de repente, golpeando la mesa con tal fuerza que el eco resonó por la habitación.

Mia se encogió, sorprendida. Nunca había visto a su padre así. ¿Qué demonios le pasaba al "angelito de papá"?

El hombre, ahora visiblemente agotado, se frotó el rostro con las manos antes de lanzarle un folder. Dentro, la respuesta a por qué todo había cambiado.

Mia casi se queda sin aliento al ver lo que tenía frente a ella. Su hermana Naomi, la dulce, recatada, "no rompo ni un plato", la hija perfecta... ¡se estaba besando con un Skinnie! Era el mismo humano que había visto llevándole rosas al hospital el otro día.

—Madre de Dios...— murmuró Mia, luchando por contener su sorpresa y las ganas de reírse a carcajadas.

Su padre, el Parasauro Antony, apuró de un trago el whisky en su vaso y gruñó: —Investigamos al desgraciado...—

Mia bajó la vista al resto del informe y lo único que pudo decir fue un sorprendido —Oh...—

En silencio, comenzó a leer para sí misma:

Nombre: Anon Y. Mous
Edad: 20 años
Ocupación: Estudiante de cuarto semestre en el Instituto tecnológico Volcano y trabajador de medio tiempo en Dino Moe's
Carrera: Aún sin decidir, a la espera del próximo semestre
Familia: Clase baja, humanos
Lugar de nacimiento: Rock Bottom
Resumen: Un perdedor, otaku, sin vida ni futuro. Su familia no da un duro por él. Sobrevive en SkinnRow con lo mínimo, con calificaciones mediocres. No participa en ningún club cultural ni deportivo, y su futuro parece tan incierto como mediocre.

El hombre lanzó una mirada de desprecio mientras decía: —Es toda la información que obtuve de un contacto en Volcano High...—

---

Mientras tanto, la Sra. Roberts, relajada en su casa, sonrió con satisfacción. —Qué bueno que omití varios detalles en el informe que le di a Antony de Anon. Me debes una y me la voy a cobrar — susurró, disfrutando del silencio de su hogar. —Ni quiero imaginar lo que haría ese hombre si se enterara de que te tiras a varias chicas... incluida su hija... Y a mi jejeje—

---

Mia se rió a carcajadas, agarrándose la barriga por la fuerza del ataque de risa. —¡Qué irónico! Tu "hija dorada", saliendo con un perdedor, Skinnie y el peor tipo de hombre posible para tu princesita perfecta—.

Su padre la miró con furia contenida, y Mia, aún con la risa en los labios, se encogió de inmediato, asustada por su intensidad.

—Sé que te dije que eres buena rompiendo huesos— gruñó él, con un tono más frío —, pero esta vez quiero que seas sutil. Consigue evidencia. Quiero que Naomi se desencante de ese imbécil por sí sola. Por desgracia, y por razones que no entiendo, ese chico está protegido por Moe... y créeme, nadie quiere tener problemas con ese tipo—.

Mia observó una vez más la fotografía de Anon, ese Skinnie calvo que no parecía tener nada especial, y sonrió de lado. —Veamos qué tienes entre manos...— murmuró para sí, intrigada. No podía entender cómo alguien como ese había logrado conquistar a su hermana. No es que le preocupara Naomi... ni nada por el estilo.

El espionaje de Mia comenzó de inmediato. Ella era experta en ese tipo de cosas. Trató de sacar información a los Skinnies de la zona donde vivía Anon, utilizando un par de golpizas como persuasión. Sin embargo, nadie parecía saber nada de él. Lo único claro era que nadie se metía con Anon desde que el sheriff Ripley lo había traído una vez al barrio, y ambos parecían llevarse bien.

Durante varios días, Mia lo siguió sin descanso, pero lo que descubrió fue... aburrido. Monótono. Anon no hacía nada interesante, ni se daba cuenta de que lo estaban siguiendo. La monotonía casi la desesperaba.

Fue una semana aburrida...

La siguiente semana coincidía con el cierre de semestre, y ella esperaba que esto le diera más pistas, por ello decidió espiarlo en Moe's Pizza, haciéndose pasar por una cliente más. Era su primer día vigilándolo en ese ambiente, y Mia había optado por un disfraz modesto, intentando pasar desapercibida.

Un microraptor de pelo purpura, cuyo género no pudo distinguir de inmediato, se le acercó con una amplia sonrisa. —Buenas tardes, bienvenida a Moe's Pizza. Mi nombre es Sage ¿Puedo tomar tu orden?— preguntó con amabilidad, y Mia se preparó para la vigilancia... y tal vez para algo más.

Mia chasqueó la lengua, pero decidió no hacer una escena... por ahora. —Quiero el especial de pizza carnívora, para comer aquí, por favor— dijo con desdén. A pesar de ser una Parasaurio, Mia disfrutaba de comer carne. La hacía sentir poderosa, aunque siempre terminaba vomitando en el baño después. No le importaba. La sensación de devorar algo que alguna vez había estado vivo la llenaba de una oscura satisfacción.

El chico de piel rosada/naranja la miró con una expresión de incomodidad. —¿Es solo para usted?— preguntó, titubeante.

Mia lo fulminó con la mirada, irritada. —¿Acaso estás ciego? ¡Claro que es para mí!—

El chico se rascó el cuello, nervioso, y bajó la vista. —Lo siento, señorita, pero... no se me permite tomar su pedido. Por razones de salubridad y... la ley. No puedo ofrecer carne a clientes herbívoros—.

Antes de que pudiera terminar, Mia dio un golpe fuerte sobre la mesa, haciendo eco en todo el local. La ira se reflejaba en sus ojos mientras lo encaraba. —¡Escúchame, imbécil! Soy la cliente aquí, y se hace lo que yo digo. Si quiero un jodido bistec, vas a ir a la cocina y me lo traerás. Así funcionan las cosas, ¿entendiste, pendejo?—.

El rostro de Sage palideció, y su nerviosismo se intensificó. Sage, al borde de un ataque de pánico, apenas podía controlar su respiración. Los insultos y la agresión lo desarmaban completamente, y lidiar con clientes difíciles siempre había sido una pesadilla para él. Pero antes de que la situación empeorara, sintió una mano sobre su hombro.

—¿Sucede algo, Sa...?— comenzó a decir Anon mientras se acercaba. Pero se detuvo en seco cuando vio a Mia. Ambos se quedaron paralizados por un momento, reconociéndose mutuamente.

Anon la recordó al instante: era la hermana mayor de Naomi, la que había visto brevemente en el hospital cuando fue a visitarla. Naomi le había advertido en varias conversaciones que su hermana era peligrosa, alguien con quien era mejor no cruzarse. Y ahora estaba justo enfrente de él.

Anon tragó saliva, pensando: Menos mal que no le dije cariño a Sage. Qué suerte....

—Hola, Mia— dijo finalmente, forzando una sonrisa. —Es un... gusto volver a verte—.

Mia sonrió de forma ladina, un gesto que desprendía peligro. —Oh, pero si es el amigo Skinnie de mi hermanita— dijo con un tono cargado de sarcasmo. —Qué grata coincidencia—.

Anon sintió cómo su piel se erizaba. Sabía que no podía mostrar debilidad. —¿Hay algún problema con mi compañero?— preguntó, manteniendo la calma, aunque sus manos temblaban ligeramente.

Mia chasqueó la lengua, disfrutando del momento. Podía ver el miedo en los ojos de Anon y decidió jugar con él. Quería que perdiera la compostura. —Este... puto transexual no me quiere tomar el pedido— dijo, sonriendo con malicia, intentando provocar una reacción.

Todos los comensales voltearon a ver a Mia con sorpresa, incluso uno que comía espagueti dejó caer un poco de su tenedor, quedándose congelado por la gravedad del insulto. El ambiente en Moe's se tensó de inmediato.

Anon sintió cómo una vena en su frente amenazaba con explotar. —¿Qué dijiste?—, gruñó entre dientes.

Bingo, pensó Mia con una sonrisa burlona. —No tengo ni puta idea si ese fenómeno es hombre o mujer, pero me da igual. Será mejor que tomen mi maldita orden si saben lo que les conviene—.

Anon apretó los puños, viendo cómo Sage luchaba por contener las lágrimas. Estaba a punto de estallar. —¡Cierra el...—!

—Mia Moretti—, interrumpió una voz profunda y severa.

Era Moe, el T-Rex dueño del local, y estaba claro que contenía su enojo. —Qué grata sorpresa tenerte aquí. No te había visto desde que eras una bambina. ¿Cómo está Antony?—, preguntó con una cortesía cargada de autoridad.

Pocas cosas en la vida le daban miedo a Mia, pero Moe era una de ellas. Su mirada severa y el peso de sus palabras la aplastaban de una manera que pocos podían lograr. No era como las peleas físicas a las que estaba acostumbrada; la presencia de Moe la hacía sentir pequeña. Aun así, no iba a mostrar debilidad.

Mia chasqueó la lengua, cruzando los brazos de manera desafiante. —Solo tomen mi maldito pedido—, espetó, aunque su voz tenía un leve temblor.

Moe negó con la cabeza, su paciencia intacta. —Escuché lo que pediste, y mi hijo Sage ya te explicó que no podemos ofrecerte eso. Es por el bien de mi negocio. Si no te gusta, puedes comer en otro lugar. —.

Anon no podía soportarlo más. Recordó las cosas que Naomi le había dicho sobre Mia, cómo lo que más le dolía era que hirieran su orgullo. Y en ese momento, Anon estaba ansioso por desquitarse, deseando ver cómo su arrogancia se desplomaba.

—Tío Moe, déjame encargarme de este asunto—, dijo Anon con una mezcla de resolución y rabia contenida. —Confía en mí—.

El T-Rex miró a Anon por un largo segundo antes de asentir lentamente, dándole luz verde. Anon respiró hondo y luego fijó su mirada en Mia.

—¿Quieres apostar? — dijo con una seguridad que sorprendió a todos, especialmente a Sage, que abrió los ojos como platos al ver cómo su amigo se ponía tan serio de repente.

Mia sonrió con suficiencia, levantando su cola puntiaguda en señal de desafío. —Está bien, calvito. Juguemos a tu juego— respondió con un tono cargado de arrogancia.

Ambos se miraron fijamente, como dos depredadores a punto de lanzarse al ataque. La sonrisa de Mia se volvió más cruel cuando se tronó el cuello, lista para el enfrentamiento. —Prepárame tu mejor pizza. Si sabe a mierda o no me gusta, no solo tendrás que pagarla, sino que te pondrás de rodillas, besarás mis pies y les darás un masaje, delante de todos aquí—.

Anon sonrió, mostrando un orgullo frío y calculado. —Trato. Pero si yo gano— continuó, y su sonrisa se torció con malicia —pagarás el triple de lo que costó la pizza. Y cuando llegues a casa...— hizo una pausa dramática —le darás un fuerte abrazo a Naomi—.

El silencio que cayó sobre el local fue tan denso que se podía cortar con un cuchillo. Moe, Sage y hasta Mia quedaron con los ojos casi saliéndose de las cuencas, sorprendidos por la audacia de aquella condición. La propia Mia, tras un instante de incredulidad, se levantó de la silla como un resorte, sus ojos llameando de furia.

—¡Hagámoslo, puto cabeza de testículo!— escupió con un tono tan venenoso que casi podía quemar el aire a su alrededor. —No hay forma de que me hagas decir que la pizza que me vas a dar es buena. Te pusiste la soga al cuello, maricón—.

Anon y Mia se dieron un apretón de manos, tan fuerte que parecía que intentaban romperse los dedos el uno al otro. El ambiente estaba cargado de tensión, mientras Mia reía para sí misma, segura de que este era su juego.

Pasando al lado de Sage, Anon le susurró con seriedad: —Usaré aquello... nos servirá de conejillo de indias—.

Moe, observando la escena, se bajó un poco el sombrero para cubrirse los ojos, murmurando para sí mismo. —Es hora de probar tu valía, Anon... Veamos si puedes defender el honor de Sage... y, tal vez, el de Naomi—.

Mia sonreía para sus adentros, ya imaginando el placer que le daría tomar fotos de Anon humillándose frente a todos. Su plan era mostrárselas a Naomi y hacerle ver lo patético que era su "noviecito". La derrota de Anon estaba asegurada, pensaba.

Veinte minutos después, Anon regresó a la mesa con una pizza que, a simple vista, parecía una pizza herbívora común y corriente. Mia lo miró con desprecio mientras él la servía. —Oh, vaya, ¿eso es todo? — dijo con burla. —Es decepción...— Su voz se cortó de repente al notar unos cubitos rosados encima de las hojas y las rodajas de cebolla. Parpadeó incrédula. —¿Eso es... tocino? —

Mia comenzó a reírse como una maniática. —¿En serio le pusiste tocino? ¿No que "salubridad" y "leyes" y todo ese bla, bla, bla?— escupió, usando el sarcasmo para ocultar su creciente confusión.

Anon la miró, su expresión completamente seria. —Eso no es carne— dijo con calma, sus ojos fijos en los de Mia. —Es mi ingrediente secreto, uno en el que Sage y yo hemos estado trabajando desde hace tiempo—.

El Microraptor se tapó la boca sorprendido. —¿Es...?— susurró, impresionado.

Con un gesto dramático, Anon señaló la pizza con un dedo extendido. —Así es. Te presento nuestro proyecto de carne artificial a la Moes—, declaró con orgullo.

Mia sintió cómo la ira empezaba a invadir su cuerpo. —¿Qué carajos? ¿Planeas envenenarme, puto mono de mierda?—, gritó, sus ojos llenos de furia.

Pero Anon no se dejó intimidar. Se inclinó hacia ella, su sonrisa llena de malicia. —¿Qué pasa?— murmuró, sin apartar la mirada. —¿La señorita ruda tiene miedo?—

Mia nunca había estado tan furiosa en toda su vida. Las palabras de Anon hicieron que un fuego intenso ardiera dentro de ella, y sus manos temblaban de rabia.

Lo único que quería en ese momento era romperle todos los huesos a ese sucio humano. Pero no ahora, se recordó. Aún no. Ahora tenía que jugar su propio juego. Todo lo que tenía que hacer era probar la pizza, incluso si sabía bien, escupirla, burlarse de él y humillarlo públicamente. Jugar sucio siempre había sido su estilo.

Ella apretó los dientes, pensando en lo fácil que sería destrozar a Anon. Él era solo otro obstáculo más en su camino. Había roto a muchas personas antes, y este calvo no sería diferente.

Mia tomó la rebanada de pizza, sus ojos fijos en Anon con una sonrisa desafiante, y lentamente acercó la comida a sus fauces. Apenas uno de los cubos rosas tocó su lengua... todo en su mente se apagó. De pronto, la pizza ya no estaba en su mano, y su rostro tenía manchas de salsa. Se quedó paralizada por un segundo, sin entender lo que había sucedido.

Gruñó, frustrada, y tomó otra rebanada. Pero lo mismo ocurrió. Uno a uno, los trozos desaparecían mientras ella los devoraba como una bestia hambrienta. Para cuando terminó la pizza, su cuerpo temblaba. Su lengua, sus papilas gustativas, todo su ser clamaba por más. Estaba aturdida, apenas consciente de lo que había hecho.

Anon la miró con una expresión de soberbia, sus ojos brillando con malicia. —Parece que gané—, dijo, con una calma que solo intensificaba la humillación de Mia.

Ella sintió el calor subiéndole por el cuerpo. Apenas había mordido la pizza cuando perdió por completo el control, devorándola rebanada por rebanada como un animal salvaje. Su mente le decía que parara, pero su cuerpo no le hacía caso. Necesitaba más. Desesperadamente.

Aterrada, miró sus propias manos, aún temblorosas, mientras su instinto le suplicaba otra porción. Anon se acercó y, con una sonrisa aún más arrogante, le susurró: —¿Quieres más?—

Por dentro, Mia gritaba "¡No!", pero su cuerpo la traicionó, asintiendo con desesperación.

Anon dio un paso atrás, cruzándose de brazos, su tono burlón y despectivo. —Recuerda que prometiste pagar el triple—, le recordó con una sonrisa llena de superioridad.

Mia golpeó la mesa con furia, sus ojos llameaban de rabia. —¡No me importa! ¡Tráeme otra! ¡Tráeme otra, maldito imbécil!—

Anon, sin dejar de sonreír, levantó su dedo anular en señal de negación. Su tono era cruel, casi sádico. —Así no se piden las cosas, CUÑADA. Pídelo bien—.

Moe, que había estado observando desde el principio, estaba completamente sorprendido. Sabía por experiencia que Mia era un hueso duro de roer, una fuerza intimidante, y nunca había visto a nadie doblegarla de esta manera.

Mia apretó los dientes, casi a punto de estallar. Su ira bullía, pero cada vez que miraba la sonrisa triunfante de Anon, sentía que perdía el control. Estaba al borde de golpearlo, de romperle la cara, pero algo en ella la detuvo. No tenía opciones. Tragó su orgullo, bajando la mirada, furiosa consigo misma.

—Por favor... tráeme otra pizza—, gruñó, con los ojos ardiendo.

Anon se inclinó más cerca, lo suficiente para que su rostro quedara a la altura de ella. —¿Qué dijiste?—, susurró con un brillo sádico en la mirada.

Mia sintió como el vapor parecía salir de sus oídos. Cada palabra que pronunciaba era como un clavo en su orgullo, pero lo dijo. —Por favor... tráeme otra pizza... señor Mous...—, masculló entre dientes. Y entonces, con un esfuerzo titánico, añadió —Por favor... tráeme otra pizza, señor Mous—.

Anon se encogió de hombros mientras observaba a Mia retorcerse en su propia frustración. —Ok, de todas formas...—, comentó con indiferencia antes de mirarla nuevamente con esa sonrisa arrogante que la hacía hervir por dentro. —Ya la había puesto en el horno—.

Mia apretó sus manos contra su cabeza, sintiendo cómo el orgullo se desmoronaba en su interior. Mientras procesaba lo que acababa de hacer, su mente luchaba entre la furia y el desconcierto. Jamás en su vida había experimentado algo como esto. Se sentía traicionada por su propio cuerpo. ¿Cómo había llegado a suplicar por una pizza?

Mientras tanto, Anon se dirigió a la cocina, y Moe lo siguió de cerca, su rostro serio. Tan pronto como estuvieron lejos de los clientes, el T-Rex lo confrontó de manera directa. —¿Qué demonios le pusiste a esa pizza?—

Anon, que hasta entonces había estado manteniendo una fachada calmada, se recargó contra una mesa, casi desplomándose por el estrés acumulado. —Es algo que Sage ha estado creando desde hace un tiempo—, confesó, su voz más cansada de lo habitual. —Desde que llegué a Volcano High y lo conocí, lo he estado ayudando. Aunque, a este punto, él insiste en que es más mi creación que suya. Es un sustituto de carne hecho con tofu, arroz, y un concentrado de umami... Parece algo simple, pero no lo es. Lo que le di a Mia es una versión beta, muy beta. Ya viste lo que puede pasar si se pone a la venta en este punto... podría ser peligroso. Le faltan ajustes—.

En ese momento, el sonido de un ding resonó en la cocina. Anon sacó la pizza del horno, lista para ser entregada. Moe, con una sonrisa divertida, le palmeó el hombro y dijo —Los 30 dólares extra por cada pizza considéralos una propina, hijo, te lo ganaste—.

Anon le agradeció, y salió con la pizza empacada, sabiendo que Mia ya no se quedaría para comer. Efectivamente, la Parasaurio estaba de pie cerca de la puerta, esperando con impaciencia. Apenas lo vio salir, casi le arrancó la caja de las manos. Anon, ofendido por su actitud, le dijo: —Normalmente serían 15 dólares por pizza, pero por la apuesta son 45. Así que me debes 90—.

Mia, rechinando los dientes, sacó un billete de cien dólares de su cartera y, con desdén Anon, le devolvió diez en cambio. Anon sonrió con arrogancia mientras le miraba directamente a los ojos, su tono retador. —Gracias, vuelva pronto—, dijo, disfrutando de cada palabra.

Pero antes de que pudiera relajarse, sintió algo frío y afilado cerca de su cuello. La cola puntiaguda de Mia estaba allí, una de sus púas filosas rozando su piel. —Esto aún no se acaba, simio estúpido—, susurró Mia con una mirada asesina.

Anon mantuvo su postura tranquila, aunque su corazón latía con fuerza. La miró a los ojos y, sin perder su sonrisa, le recordó suavemente. —Recuerda la segunda parte de la apuesta—.

Mia se quedó inmóvil por un segundo, la furia latiendo en su pecho. Su cola retrocedió lentamente mientras chasqueaba la lengua, evidentemente molesta, pero sin más que decir. Dio media vuelta y salió del lugar, dejando a Anon con la satisfacción de una victoria que había puesto a prueba más que su habilidad para hacer pizza.

20 minutos despues, Mia llegó a casa con la caja de pizza en las manos y una expresión de derrota en su rostro. Apenas cruzó la puerta, Naomi la recibió con los brazos cruzados, observándola con curiosidad.

—¿Ya volviste, eh?—, comentó Naomi, con un tono burlón.

—¿Qué te importa?—, bufó Mia, sin mirarla, claramente molesta.

Naomi alzó una ceja al notar la caja. —Te dije que comieras algo más saludable...—. Luego, entrecerró los ojos al ver de dónde provenía la pizza. —Oh, es de Moe's Pizza—.

Mia, intentando mantener la compostura, esbozó una sonrisa sarcástica. —Tenía antojo—, respondió con desdén. —De hecho, conocí al patético de tu noviecito—.

Naomi no se inmutó y continuó mirándola, expectante. —¿Y?—, preguntó, como si ya supiera la respuesta.

Mia abrió la boca, lista para mentir, para decirle que había humillado a Anon de la manera más cruel posible, pero... algo la detuvo. La imagen de la sonrisa soberbia de Anon, esa mirada penetrante que la había hecho sentirse tan pequeña, apareció en su mente. Involuntariamente, un escalofrío recorrió su cuerpo. ¿Qué demonios le pasaba?

Naomi, percibiendo el silencio, sonrió con malicia y se acercó, con una chispa burlona en sus ojos. —¿Te puso en tu lugar?—, preguntó con una satisfacción que no se molestó en ocultar.

Mia apretó los dientes, furiosa, mientras sus manos temblaban. La voz de Naomi la sacó de su trance.

—Me lo contó todo por mensaje hace un rato—, dijo Naomi, alzando una ceja, disfrutando cada palabra. —Solo quería ver cuánta presión te metió. Él tiene ese poder, ¿curioso, no te parece?—.

Sin esperar respuesta, Naomi le quitó la pizza de las manos, como si fuera un trofeo ganado en una batalla que no había sido suya.

Vamos a comernos esto antes de que se enfríe— Naomi vio la pizza y vio los trozos rosados y dijo — Puedes tenerlos, recuerdo que perdí el control cuando Anon y Sage me probar esto, puedes tenerlos— añadió Naomi, abriendo la caja. —Y será mejor que me des ese abrazo cuando terminemos—.

Mia se quedó congelada. Jamás en su vida se había sentido tan completamente derrotada. Ni siquiera la humillación de ser expulsada de St. Hamond por el "pelón de gafas negras" y la "cocodrilo lisiada" se comparaba a esto.

Esta derrota era diferente. No era solo una pérdida moral... era una herida directa en su orgullo. Su corazón latía con furia, mientras su mente juraba una sola cosa: haría pagar a Anon, aunque fuera lo último que hiciera.

Mientras Naomi comenzaba a devorar la pizza, Mia cerró los ojos con fuerza, conteniendo la rabia que hervía en su pecho.

---

Mia estaba completamente furiosa y decidida a hundir a Anon. Aunque era Marteds, no pudo resistir la tentación de stalkearlo de nuevo, con la esperanza de encontrar algo con lo cual destruirlo. Lo que vio, sin embargo, la dejó helada. En el parque, a plena luz del día, Anon caminaba tomado del brazo de dos chicas dinosaurio: una Aquilosaurio de escamas naranjas, que parecía ser Rexicana, y una Estegosaurio verde. Los tres se veían muy cercanos, e incluso acaramelados, lo que hacía hervir la sangre de Mia.

Los siguió con cautela, tomando fotos en secreto. Anon no parecía tener reparos en coquetear abiertamente con ambas, lanzando comentarios directos y atrevidos, y lo que más enfurecía a Mia era que ambas chicas no solo lo aceptaban, sino que lo seguían el juego, sonriendo y riendo. De vez en cuando, Anon las besaba, y Mia observaba todo con incredulidad, mientras tomaba fotos de todo.

—¡Qué hijo de perra!—, murmuró en voz baja, furiosa. —¿Por qué le hace esto a Naomi?—.

No podía creer lo que veía. Anon estaba actuando como un completo playboy sin importarle nada, y las dos chicas parecían encantadas con él. Compraron helados y se daban de comer entre si, Lo peor llegó cuando vio a los tres compartiendo un helado y, para su absoluto horror, un beso triple. Su furia se mezclaba con una sensación extraña que no podía definir.

Mia los siguió en su auto hasta un edificio de departamentos. Se estacionó cerca y, con extremo sigilo, se posicionó cerca de la puerta de entrada, escuchando atentamente. Sabía perfectamente lo que iba a pasar dentro, pero cuando los sonidos empezaron a salir del departamento, se quedó congelada.

Gritos y gemidos de las chicas llenaban el aire, mientras ellas suplicaban por más, por más de él. Durante cinco minutos, Mia escuchó algo que la dejó completamente perpleja.

—Lo admito... ese tipo es una bestia...—, susurró para sí misma, mordiendo su puño con fuerza, como si tratara de contener su propio enojo... y algo más. No se dio cuenta de que su cuerpo había reaccionado de una manera inesperada, y su entrepierna se había humedecido.

Mia estaba cada vez más desconcertada. Al día siguiente, vio a Anon paseando de nuevo, pero esta vez con el Microraptor que trabajaba en Moe's Pizza, el mismo al que vio en el restaurante el otro día. Su mente no podía procesar lo que estaba ocurriendo.

—No mames, este tipo batea para los dos lados—, se dijo a sí misma mientras tomaba más fotos, incapaz de apartar la mirada. Y, para su sorpresa, la escena fue casi idéntica a la del día anterior. Los dos terminaron yendo al mismo departamento, y no pasaron ni unos minutos antes de que los mismos sonidos que había escuchado antes empezaran a llenar el lugar. Anon, aparentemente, le estaba dando "como cajón que no cierra" al Carnosaurio con la misma intensidad.

Lo más raro de todo era que esto seguía repitiéndose. Al día siguiente, Mia lo siguió de nuevo, pero ahora era una Ceratosaurio que se veía como una completa milf. Esta vez, Anon se mostró mucho más caballeroso, actuando como un verdadero galán, llenándola de halagos y siendo increíblemente atento. Fueron a un restaurante lujoso donde él la trató con mucho cariño, como si fuera una reina, lo cual era completamente opuesto a su comportamiento despreocupado de los días anteriores. Culminaron la cita yendo a una casa, distinta al departamento de antes, pero Mia no necesitó comprobar lo que estaba ocurriendo allí; lo sabía.

—Este tipo es...— Mia ya no sabía qué pensar.

Al día siguiente, la historia se repitió, pero ahora con una pterodáctilo de escamas blancas. A estas alturas, Mia no sabía si Anon era un jodido monstruo, una bestia o un héroe, porque lo que estaba viendo no tenía ningún sentido para ella.

Anon seguía rompiendo todos los estereotipos que ella había construido en su mente, y cada encuentro la dejaba más confundida y frustrada. No sabía qué clase de persona era este tipo, pero cada vez sentía una mezcla extraña de odio, curiosidad y... algo más.

Sobre todo porque ella observo oculta el gesto romántico que le hizo en el café y la canción toda cursi, aunque por suerte las cosas no escalaron tanto esta vez.

El sábado, Mia entregó toda la evidencia a su padre Antony: las fotos y los pocos audios que había logrado conseguir. Él no tardó en reaccionar, arrastrándola rápidamente hacia la sala para confrontar a Naomi. Desde su perspectiva, ese humano estaba jugando con los sentimientos de su hija a sus espaldas, y no podía permitirlo.

Naomi estaba recostada en el sofá, relajada con un libro entre las manos y un té negro con hielos a su lado. La tranquilidad del momento se rompió abruptamente cuando la puerta se abrió de golpe. Levantó la vista, sorprendida al ver a su hermana entrando con una mirada llena de soberbia, seguida de su padre, que tenía el rostro encendido de furia.

Ajustándose las gafas, Naomi se incorporó lentamente, adoptando una postura recta y serena. —¿Saliste temprano hoy, papá —preguntó, manteniendo su tono despreocupado.

Su padre lanzó las fotos sobre la mesa con un movimiento brusco. Naomi las miró con detenimiento, observando las imágenes de Anon con otras chicas. —Cuando me enteré de que salías con un humano, no podía creérmelo —dijo con dureza—. Así que decidí investigarlo. Y mira lo que tu hermana encontró. Por eso siempre he dicho que los humanos no son de fiar.

Naomi se cubrió la boca, fingiendo sorpresa con una sutileza que ni su padre ni Mia notaron. —¿Así que eso te ha tenido tan ocupada esta semana, Mia —preguntó, mirando a su hermana.

Mia, sonriendo con falsa preocupación, respondió en un tono de aparente nobleza: —Solo quería ser una buena hermana por una vez. Esto es algo que ni siquiera yo puedo tolerar.

Su padre no se anduvo con rodeos. —Ese imbécil merece una lección. No tuve ni tiempo de mandar a mis muchachos para que le dieran una golpiza, pero en cuanto lo haga...

Sin embargo, tanto Mia como él quedaron congelados al ver el cambio en los ojos de Naomi. Un escalofrío recorrió a ambos al sentir la atmósfera de la habitación volverse pesada y tensa.

Naomi soltó una risita fría, cortante. —No tomes decisiones precipitadas, papá —dijo con una sonrisa maliciosa—. Ya lo sabía.

Tanto Mia como Antony se congelaron al instante, sus ojos fijos en Naomi, que parecía imperturbable. Mia, llena de enojo, fue la primera en reaccionar: —¿Qué dijiste?

Naomi se encogió de hombros con indiferencia. —Que ya lo sabía. Ustedes dos solo perdieron el tiempo.

El padre, incapaz de contener su furia, rugió: —¿¡Cómo que ya lo sabías!?

Naomi asintió de nuevo, sin molestarse en mirarlo. Su actitud despreocupada solo exacerbaba la tensión en el ambiente.

—¿Qué? ¿Cómo? —Mia era la más afectada, su mente en completo desconcierto ante la revelación.

Naomi, sin alterarse, tomó un sorbo más de su té negro, disfrutándolo con la calma que solo ella parecía tener en ese momento. Luego habló, con una simpleza desarmante: —Me enamoré. Lo amo, y ya.

El hombre se acercó a su hija, sin poder creer lo que escuchaba. ¿Qué clase de respuesta es esa? —

Naomi suspiró, casi con resignación. —Si algo aprendí de Anon, después de nuestro primer desliz —dijo, usando el término con ironía—, es que ese tipo es un animal... y supongo que la señorita aquí presente podría confirmarlo con la evidencia que consiguió. —

El parasaurio comenzó a sudar profusamente. —¿Te acostaste con él? —preguntó, su voz cargada de incredulidad y desesperación.

—No es asunto tuyo —respondió Naomi sin titubear—, pero sí, varias veces, de hecho.

El hombre se dejó caer en un sillón cercano, derrotado. —¿Qué hice mal contigo? Se suponía que tú eras mi hija buena...

Mia lo miro con la ceja levantada ofendida.

Naomi se cruzó de brazos, visiblemente ofendida por esa afirmación. —Técnicamente, lo sigo siendo. Que mi novio sea humano y esté en una relación poliamorosa cerrada no cambia eso. —

La serenidad y seguridad de Naomi contrastaban con la confusión de su padre y hermana, que aún intentaban procesar lo que acababan de escuchar.

Mia, aún aturdida por el shock, apenas pudo murmurar: —Cielos, Naomi... ¿qué te pasó? —

Naomi, visiblemente irritada, la miró con molestia. —Ya lo dije, me enamoré. —

—Oh, por Dios... —respondió Mia, incrédula—. Esa es tu respuesta...—

Naomi la miró fijamente, con una expresión desafiante. —¿Y para ti, qué es enamorarse, Mia? —

Mia, llena de orgullo, estaba a punto de responder, pero las palabras no salían. Recordó a su ex, Ben, con quien había estado casi cinco años antes de que rompiera con ella cuando fue expulsada de St. Hamond.

La verdad era que nunca lo había querido; para ella, solo era un peón, una herramienta que pensaba desechar tan pronto como terminara la universidad, porque ya no le sería útil. Mia sonrió de manera fría. —Es una estupidez superficial con la que la gente se engaña a sí misma. No lo necesito, nunca lo necesité.

Naomi soltó una risa burlona, llena de desprecio. —Me das lástima, Mia. —

Mia dio un paso adelante, furiosa, con la intención de atacar verbalmente a su hermana, pero se detuvo. La mirada que Naomi le dirigía la hizo retroceder.

Naomi continuó, manteniendo el control. —Cuando salía con Naser, tenía una noción infantil del amor. Hoy, ni siquiera podría llamarlo amor. El amor no se trata solo de apariencias o de ser útil para el otro, o de complacerla física y emocionalmente. Es algo más profundo. Claro, esa última parte es importante, pero el amor verdadero se basa en la confianza y en encontrar un equilibrio en la felicidad de ambos. Si no hay felicidad mutua, no tiene sentido continuar. Con Naser, yo era miserable. Él tenía demasiados problemas, y yo también. Ninguno de los dos fue feliz, probablemente nunca lo fuimos. Romper con él era la solución, pero ambos estábamos atrapados por nuestras posiciones, y seguíamos adelante por inercia. Yo misma me convencí de que su hermana era la culpable de nuestro estancamiento.

La seriedad con la que Naomi hablaba dejó a Mia sin palabras, su mirada fija en su hermana mientras trataba de procesar lo que estaba escuchando. El tono firme y decidido de Naomi contrastaba fuertemente con el vacío que Mia siempre había sentido dentro de sí misma.

Naomi levantó la mano y, con un gesto brusco, se bebió el resto de su té de golpe, golpeando la mesa con el vaso vacío. —Ahí es donde Anon entró en escena —continuó—. Él, un perdedor, un otaku sin futuro, era el candidato perfecto para emparejarlo con la hermana de Naser. Pensé que, si lograba juntar a esos dos, los problemas de Naser desaparecerían y nuestra jodida relación podría sobrevivir. Honestamente, fue demasiado fácil juntarlos; como ambos eran unos fracasados, se llevaban bien desde el principio.

Mia frunció el ceño, mirándola con desdén. —Dios, eso es despreciable, incluso para mí.

Naomi la ignoró por completo y siguió. —No te falta razón —dijo con frialdad—. Las cosas iban bien al principio, pero de un día para otro todo se fue al infierno. Fang cometió una estupidez y Anon se distanció de ella, lo que arruinó mis planes. Todo volvió a ser como antes, caótico. No tomé en cuenta el deterioro mental de Anon, ni el mío. Estaba llena de estrés, Naser nunca me satisfacía, y necesitaba desesperadamente cariño. Siempre lo estuve... pero esa parte la explicaré después. En resumen, tuve otra pelea con Naser, y Anon estaba allí. Cuando Naser huyó, como lo hacía siempre, yo solté toda mi ira en Anon... y él explotó.

Naomi hizo una pausa, observando las reacciones de su padre y su hermana antes de añadir, con un tono algo travieso: —Solo diré que, en ese momento, Anon me dio la más salvaje, satisfactoria... y deliciosa cogida que jamás había tenido...

Su padre la interrumpió bruscamente, levantando una mano. —¡Basta! Ya, ya, ve al punto... no quiero tener esa imagen en mi cabeza.

El ambiente en la sala se volvió tenso, con Mia en shock y su padre claramente desconcertado por la confesión de Naomi, quien mantenía una actitud tranquila, casi desafiante.

Naomi rió suavemente, como si reviviera cada uno de esos recuerdos. —Y eso fue el inicio. No pude sacarme de la cabeza el placer que me dio durante toda esa semana. Y, en otro encuentro casual... bueno, terminamos haciéndolo de nuevo, y esta vez superó a la anterior. Pero... —su voz se tornó algo más seria— él no lo disfrutó al mismo nivel que yo, ni esa vez ni la primera. Eso hirió tanto mi orgullo como mi corazón. Quería que sintiera el mismo placer que él me daba, pero no podía. Me deprimió a un nivel que no tienen idea... terminé en el hospital, ¿lo recuerdan?

Mia y su padre asintieron, confundidos, pero atentos a lo que seguía.

Naomi bajó la mirada, con un destello de vulnerabilidad en sus ojos. —Suena ridículo, lo sé, pero no poder devolverle a Anon ni una fracción del placer que él me dio me hizo sentir inútil. Me dolió profundamente.

Luego levantó la cabeza, su mirada se llenó de una suave nostalgia, y sonrió de manera casi soñadora. —Y entonces vino el preludio del mejor día de toda mi vida —dijo con énfasis—, Nada absolutamente nada va a superar ese día, posiblemente nunca. Quizás solo cuando tengamos a nuestro primer hijo...

Su padre puso la mano en su rostro, visiblemente exasperado. —Oh, por el bendito Jesús Raptor en su santa cruz de piedre —murmuró, agotado.

Naomi ignoró el comentario y siguió hablando con una calma imperturbable. —Después de que él me visitara en el hospital, me pidió una cita. Sí, una cita. Y no le dije que no. De hecho, fue la primera vez que me sentí genuinamente feliz de que alguien me lo pidiera.

Su rostro se iluminó al recordar el momento. —Y así empezó el mejor día de mi vida. Fuimos a nuestra cita, me llevó al cine. Vimos una película tonta, pero, aunque suene estúpido, hacía mucho tiempo que no me divertía tanto. Anon acertó con el tipo de humor que disfruto, y me siguió el juego todo el tiempo. Me sentí... libre. —Sus palabras salían con un brillo de emoción.

—Pasaron algunas cosas, y luego ocurrió —continuó, perdiéndose momentáneamente en sus pensamientos—. Me llevó a una pequeña cafetería, aunque, para ser honesta, ahora es mi favorita y la visito con frecuencia. En ese entonces, jamás habría pisado un lugar como ese por mi cuenta, ya que... bueno, Anon no tiene mucho dinero. Es pobre. Muy pobre, para aclarar —se encogió de hombros con desdén—, pero no me importa. —

Naomi respiró hondo, recobrando la calma tras su explosión emocional, mientras su padre y Mia la observaban en un estado de confusión y desconcierto absoluto.

—En fin, él me hizo un gesto que ni siquiera ustedes jamás hicieron —continuó Naomi, ahora con una seriedad que contrastaba con la intensidad de su reciente declaración—. Y aunque les parezca algo infantil o inmaduro... —se tomó un momento, como si buscara las palabras precisas—, me organizó una pequeña fiesta de cumpleaños sorpresa. Me compró un pastel, que a kilómetros se notaba que era barato y corriente... pero ese simple gesto me rompió por completo. Ese idiota hizo algo que nadie más en mi vida había hecho por mí. —La emoción en su voz se hizo más evidente—. A pesar de que lo traté como basura por meses, no solo me perdonó, sino que me mostró preocupación, respeto, cariño... y sobre todo, me demostró que estaría ahí para mi. —

Mia y Antony seguían en silencio, atrapados en la sinceridad aplastante de las palabras de Naomi.

—Caí rendida ante él completamente —admitió Naomi con una sonrisa suave, como si se quitara un peso de encima—. Y desde ese día me prometí ser una mujer digna de ese hombre. —

Se inclinó hacia adelante, su mirada firme y decidida. —Y fin. Eso es todo. Lo único que necesitaba era amor y cariño. Dinero, propiedades, un título, poder... nada de eso me importa un carajo, porque ya lo tengo todo. —Dio un golpe seco en la mesa—. Si se atreven a hacerle algo a Anon, me largo de aquí. No dudaré en darles la espalda si es por él. —

El Parasaurio, al borde de un colapso emocional, tartamudeó: —Hija, yo...—

Naomi lo interrumpió con un suspiro profundo, como si estuviera agotada de la conversación. —Si algo he aprendido gracias a Anon, es que nosotros no somos una familia. Solo somos personas que compartimos sangre y convivimos bajo el mismo techo. Pero no somos una familia. —Su mirada se volvió hacia Mia, fría y penetrante—. Tú, con tus pleitos y atrocidades constantes... y tú, papá, y mamá, que nunca están en casa. Llevan casi una década divorciados, y ni siquiera tienen la decencia de estar presentes. No tienen la más mínima idea de la soledad que me causaron todos estos años. —

Su voz se volvió un susurro cargado de dolor. —Y para desgracia de ustedes, quien me sacó de esa espiral de soledad fue un humano. Un "skinnie", pobre y sin futuro... pero él fue el único que me dio lo que realmente necesitaba. —

El hombre estaba por tener un colapso total, su hija tenía razón, no había ninguna sola mentira en sus palabras acerca de esta familia, todos los 4 Vivian cada uno completamente apartados, él ni siquiera recuerda cuando fue la última vez que siquiera hablo con su ex la madre de sus hijas o ceno a solas con alguna de sus hijas... nada...

Para su sorpresa Naomi se levantó y le dio un abrazo —Aun podemos salvar esta familia, no esta todo perdido, si algo aprendí de Anon es que rendirme, no sirve de nada, lo mejor es seguir adelante, todos en esta familia necesitamos ayuda papá y va siendo hora de que demos ese pasó.

Mia estaba sentada, mirando al suelo, y por primera vez en su vida se puso a reflexionar acerca de la soledad... ella siempre estuvo sola, al igual que Naomi, solo que en lugar de encogerse y aceptarla, Mia se fue por el camino opuesto, el del odio, ella creía que era demasiado tarde para ella... Mia se levantó y se salió de la casa, ella por primera vez se sintió culpable de sus actos... algo que jamás había experimentado... Ella miro el cielo nublado y comenzó a caminar sin rumbo, recordó a Ben, al pobre chico que ella casi destruyo, no lo amaba, nunca lo hizo, pero... Él siempre la apoyo arriesgando su cuello, por ella, y al final fue su culpa que todo acabara...

Ella odiaba sentir esta rabia, esta culpa, este odio consigo misma que acababa de brotar de golpe y no se detenía, incluso su corazón comenzó a dolerle, el dolor era tal que se detuvo y cayó al piso gritando mientras se ponía las manos en su cabeza... todos aquellos a quienes había herido pasaron por su mente, en especial, Ben, Inco y... Olivia... ella era un monstruo, que no tenia salvación ni redención, ella debía abrazar su odio y terminar de corromperse su propósito solo era causar dolor al prójimo era lo único que hacía bien, ella no merecía na...

Una voz conocida la saco de esos horribles pensamientos...

—Oye Mia ¿Estás bien? —

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top