11 Citas
VIERNES
La última semana de exámenes finales termino, solo quedaba ir el lunes para ver los resultados, si pasaba todos los exámenes era el final del semestre si reprobaba alguno, seria otra semana para intentar recuperarlo... quizás 2 dependiendo de la materia...
Estaba completamente exhausto, me encontraba en el área de recepción del restaurant nuevamente, y lo único que podía hacer era trabajar, ese día estaba algo agitado porque había muchos estudiantes y padres celebrando por el cierre de semestre.
Lo único que quería era irme a dormir... cuando saliera del trabajo me iba a tirar a la cama... y no tenia pensado salir hasta el lunes de mi cueva en skinrow, las chicas y Sage, estaban igual que yo por lo que de seguro también querían descansar, y así fue, y tuve suerte de que Sage quería dormir conmigo esta noche... nada de sexo, estábamos mentalmente agotados, esa noche dormí acorrucado a él, como si fuera mi osito de peluche por la gran diferencia de estaturas entre ambos, ya que el no llegaba ni al metro con cincuenta y yo media uno con ochenta.
El fin de semana tome un respiro presumiendo de miz hazañas en 4chan relajándome en casa, hazañas que nadie me creía si tan solo supieran que era la pura verdad.
El domingo en la noche recibí un mensaje del chat grupal de mis novias.
Casi se me salen los ojos... Naomi posteo un mensaje anclado, y al parecer gracias a que metió mano en el sistema vio que todos habíamos pasado todas las materias, para que no perdiéramos tiempo yendo a la escuela el lunes, lo cual fue de gran ayuda.
Estaba dudoso de que hacer en las vacaciones, si sabía que pasaría casi todo el tiempo con las chicas, pero no sabía que tenían planeado ellas.
Naomi paso un formato Excel...
Santa mierda eran horarios... de citas, Naomi lo preparo para que yo tuviese citas individuales y en conjunto con todas ellas, el horario me pareció relativamente normal, hasta que el viernes, sábado y domingo de la segunda semana, estaban completamente en negro, Naomi por privado me dijo que nos reuniríamos ese viernes de la segunda semana en casa de Misty, ya que ese día seria la novatada de Lucy...
Oh... sabía que llegaría el momento, pero me sorprendió el porqué del lugar, ya que creía que Lucy querría un momento privado cuando llegáramos a eso, Naomi me respondió que ella misma lo sugirió...
Me despedí y sabia que esos primeros 15 días serian toda una odisea.
Claro seguía trabajando en Moes de medio tiempo, pensé por un momento si pedir que en las vacaciones me permitiera trabajar de tiempo completo, pero... decidí no hacerlo, tenia que darles su momento especial a todas mis chicas este verano, 2 meses de puro amor y obviamente sexo, mucho, mucho sexo, eso era lo que quería.
Lunes
El lunes comenzó con una nota inesperada. Mia, la hermana de Naomi, hizo una entrada bastante ruidosa en el restaurante. Apenas había oído hablar de ella, pero su actitud lo decía todo. Era como una tormenta que se acercaba con fuerza provocando nubes en aislamiento, intensa y decidida a dejar su huella. Para colmo, parecía tener algo en contra de Sage.
Observé cómo lo provocaba, lanzándole comentarios mordaces y cruzando la línea sin piedad. Pero, después de escuchar suficiente, me planté y le dejé claro que su comportamiento no sería tolerado, especialmente con Sage.
Pude ver el destello de molestia en sus ojos, y aunque por un momento creí que se enojaría aún más, termine teniendo un duelo con ella, la destroce.
El día avanzó y, aunque la situación había sido incómoda, estaba satisfecho por haber protegido a Sage. Las cosas no escalaron, y eso era lo que importaba.
Martes - 3 de la tarde
Ese martes tenía una cita especial, una que había anticipado durante días: una salida doble con Rosa y Stella, mis adoradas "rosita" y "verdecita". Había estado pensando en formas de hacer este momento memorable, y se me ocurrió que sorprenderlas con apodos sería una manera encantadora de jugar con ellas. Además, ver sus reacciones me llenaba de una expectativa divertida.
Al llegar al departamento de Stella, las encontré esperando en la entrada, ambas radiantes y sonriendo. Fue imposible resistirme; las envolví en un fuerte abrazo, sintiendo la calidez de ambas, y luego las besé a las dos, un beso largo que provocó suspiros y risas nerviosas.
—¿Listas para nuestra primera cita? —pregunté con una sonrisa, buscando sus ojos para captar esa chispa de emoción.
Stella soltó un chillido, casi como una niña pequeña, y se cubrió la boca tratando de contener su emoción. Parecía que iba a ponerse a saltar de la alegría en cualquier momento.
—¡Finalmente está sucediendo! Oh, Dios, oh, Dios... no pude dormir de la emoción —murmuró, sus palabras saliendo atropelladas y entrecortadas, como si no pudiera contener la energía que la hacía brillar en ese instante.
Rosa la miró con una mezcla de diversión y cariño, colocándole las manos en los hombros, como tratando de calmarla sin dejar de sonreír.
—Tranquilízate, mujer, respira —dijo Rosa en tono firme, pero con dulzura.
Stella, obediente, tomó un par de respiraciones profundas, pero luego replicó mientras miraba a Rosa con una sonrisa retadora.
—Por favor, Rosa... tú estás igual o peor que yo. ¡Mírate, nada más! —Y Stella soltó una risita, señalando disimuladamente el pie de Rosa, que golpeaba el suelo con un ritmo nervioso.
No lo había notado, pero Rosa realmente estaba algo inquieta; la punta de su pie había estado moviéndose rápidamente sobre el suelo de los nervios. Ella se sonrojó, pero no perdió su sonrisa segura.
Rosa sonrió Ok lo admito, pero al menos me contengo... eso creo... bien vamos a la mamalona para irnos entonces, que ya quiero estar acorrucada de mi hombre mientras miramos la película que ustedes dos querían ver. —
Esa última frase nos hizo sonrojar a Stella y a mí. Rosa tenía una forma directa y sin rodeos de decir lo que pensaba, y, aunque era uno de sus encantos, a veces me dejaba descolocado.
Después de un corto trayecto en la Ford lobo de Rosa, llegamos al cine.
Me ocupé de comprar el combo más grande que había para los tres, con la esperanza de que sería suficiente. Sin embargo, entre la emoción de Rosa y el entusiasmo de Stella, las dos devoraron las palomitas antes de que la película siquiera comenzara. Me resigné a no probar bocado, aunque era un sacrificio menor si eso significaba verlas tan felices.
Dentro de la sala, las luces se atenuaron, y poco después, Rosa se acomodó a mi lado. Sin previo aviso, me envolvió con sus brazos y apoyó su cabeza en mi hombro. Podía sentir su respiración tranquila, aunque también notaba de vez en cuando el susurro de su risa cuando se acercaba a mi oído. No era una risa cualquiera; cada cierto rato, Rosa se inclinaba y, con un tono casi travieso, me susurraba palabras que solo ella podía decir con esa mezcla de picardía y ternura.
—Sabes... podríamos aprovechar esta oscuridad para hacer algo más divertido —me dijo una vez en voz baja, su aliento cálido rozando mi oído y provocando un escalofrío.
Sonreí, tratando de mantener la compostura. Su insinuación, tan sugerente como esperada, me hizo desviar la mirada a la pantalla. Pero en el fondo, no podía evitar sentir cómo mi corazón latía un poco más rápido.
Mientras tanto, Stella estaba completamente absorta en la película, casi como si nada más existiera en el mundo. Sus ojos verdes brillaban, reflejando las luces de la pantalla, y no parecía consciente de lo que Rosa hacía.
Pero de vez en cuando, giraba hacia nosotros con una sonrisa inocente y feliz, disfrutando la compañía sin una pizca de nerviosismo.
La película avanzaba, pero para mí, era difícil concentrarme. Cada beso en la mejilla que Rosa me daba, cada susurro al oído, encendía algo en mí. Intentaba mantener la calma, pero sabía que mi propio pulso estaba acelerado, y cuando finalmente se acomodó de nuevo en mi hombro, ella misma dejó escapar un suspiro satisfecho.
—Te amo —me dijo Rosa suavemente, en un susurro que casi desapareció en la oscuridad de la sala, pero que se quedó grabado en mi mente.
Sentí que el tiempo se detenía un instante. Era algo que ya habíamos dicho, pero allí, en ese momento y en ese lugar, sonó tan profundo que no pude evitar mirarla a los ojos y sonreírle en respuesta. Ella también sonrió, como si hubiera encontrado una tranquilidad que solo su corazón entendía.
Por otro lado, Stella, inmersa en la historia de la película, no parecía notar nada. Al ver su entusiasmo, no pude evitar pensar en cuánto había deseado este momento, poder estar con ellas dos, juntas, en una cita, compartiendo algo tan simple como una película. Me sentía completo y rodeado de una calma que hacía mucho no experimentaba.
Cuando terminó la película, nos quedamos un momento sentados en la oscuridad, sin prisa por salir. Ambas se acercaron aún más, como si la magia del momento no quisiera desvanecerse. Rosa tomó mi mano y la apretó suavemente, mientras Stella, con una sonrisa radiante, descansaba su cabeza en mi otro hombro.
Después del cine, la siguiente parada era una ocasión especial. Todavía era bastante temprano cerca de las 6 en la tarde, así que decidimos ir al parque donde se celebraba la famosa Feria de las Flores. Apenas sugerí el lugar, vi cómo sus ojos se iluminaban de emoción. Rosa y Stella se miraron entre sí con una complicidad divertida, y en ese momento supe que había acertado de lleno en la elección.
El parque estaba decorado con miles de flores de todos los colores y tipos, desde rosas hasta orquídeas exóticas, todo dispuesto en hermosas instalaciones que hacían que el lugar pareciera un paraíso botánico. El ambiente estaba lleno de un aroma dulce, floral, que se mezclaba con el sonido de risas y murmullos de los visitantes. El lugar tenía un toque casi mágico bajo el sol de la tarde que ya comenzaba a bajar, y ambas se veían encantadas, como dos niñas pequeñas entrando por primera vez en una tienda de juguetes.
Mientras paseábamos, ellas se detenían en cada esquina, extasiadas ante la variedad de plantas. Rosa señalaba las flores con una mezcla de entusiasmo y orgullo, compartiendo con Stella y conmigo datos curiosos sobre cada flor.
—Estas son amapolas rojas —me explicó Rosa, sonriendo con esos ojos brillantes que le salían solo cuando estaba en su elemento—. Antiguamente, se usaban para simbolizar el descanso eterno, ¿lo sabías?
Stella la miraba fascinada, mientras asentía con la cabeza, absorbiendo cada palabra. No dejaba de sonreír y tomarle fotos a cada rincón, capturando los detalles con un cuidado casi reverencial.
—¿Y esta? —pregunté, señalando una planta pequeña y delicada con flores blancas que parecían tan frágiles que uno pensaría que se romperían con solo tocarlas.
—Esa es la flor de la niebla —me dijo Stella, su voz dulce y entusiasta, como si estuviera enseñándome un secreto bien guardado—. Es tan delicada que se usa para simbolizar la pureza y la serenidad... me encanta porque es pequeña pero muy fuerte.
Miraba la flor con una ternura que parecía casi contagiosa. Era claro que para ambas, estas plantas no eran simples adornos; eran una pasión, algo que las conectaba a un nivel profundo. Por un instante, me sentí privilegiado de estar allí, compartiendo esa parte de sus vidas, viendo ese lado tan natural y genuino de ellas.
Mientras seguíamos recorriendo la feria, cada una con una mano en el bolsillo del pantalón de mi trasero, reí en silencio, sin poder evitar sentirme un poco cómico con ambas pegadas a mí. Pero me gustaba. De hecho, me hacía sentir en casa, como si estuviera donde pertenecía.
Finalmente, nos acercamos a una pequeña tienda que vendía helados de flores, y las chicas prácticamente brincaron de emoción. Había sabores que jamás había oído, desde rosas hasta tulipanes y flor de loto. Rosa y Stella insistieron en probar cada sabor, con la emoción de quien está a punto de descubrir un nuevo mundo.
—Quiero uno de tulipán —dijo Stella emocionada, casi vibrando mientras esperaba su turno en la fila.
—Y yo quiero de rosas, obvio —dijo Rosa con una sonrisa pícara, tomando un momento para hacerme un guiño—. Así podré comerte... digo, compartir mi helado contigo, Anon.
Solté una carcajada, pero no pude evitar que una leve sombra de sonrojo se asomara en mis mejillas. Esa forma que tenía Rosa de bromear con una insinuación descarada siempre lograba descolocarme.
Después de elegir los helados, nos sentamos en una banca del parque, disfrutando el atardecer. El sabor era curioso, diferente a todo lo que había probado antes; era como si cada bocado trajera consigo una sensación suave y dulce, casi como estar comiendo un pétalo. Me costaba entender cómo algo así podía ser un helado, pero tenía sentido en un lugar como ese.
Stella probó el suyo y dejó escapar un pequeño suspiro de satisfacción. Su expresión se iluminó mientras lamía el helado, sus ojos reflejando el mismo entusiasmo de antes.
—Es delicioso... como comer el aroma de una flor. ¿No te parece? —preguntó con una sonrisa, mirando a Rosa y luego a mí.
Rosa, que estaba disfrutando de su propio helado de rosa, se rió y asintió.
—Totalmente. Y además es perfecto para nosotros, ¿no, Stella? Los herbívoros amamos estas cosas, aunque a veces la gente no lo entiende. —Me miró de reojo y luego me dio un ligero codazo—. Tal vez deberíamos traer más a menudo a Anon a estas ferias... podríamos enseñarle mucho sobre nuestras plantitas.
Sentí su mano apretar un poco en mi bolsillo, como un recordatorio juguetón de su presencia y su afecto. Sabía que lo decía en broma, pero también sentía que en el fondo disfrutaba mucho compartir esa parte de su mundo conmigo. Estaba rodeado por dos personas a quienes les apasionaba de verdad algo tan simple y profundo como la vida misma de las flores.
Pero a pesar de lo cómodo que estaba, no podía sacudirme una extraña sensación en la nuca, como si alguien estuviera observándonos. Miré disimuladamente a mi alrededor, pero no vi a nadie sospechoso. Todo parecía perfectamente normal, pero aún así, la sensación seguía ahí, como un cosquilleo persistente que no podía ignorar.
Volví a concentrarme en las chicas, decidiendo dejar pasar esa inquietud. Quizá solo estaba siendo paranoico. Pero en el fondo, algo no dejaba de molestarme.
Rosa, sin embargo, pareció notarlo. Me miró con una ceja levantada y una sonrisa divertida, como si estuviera a punto de descubrir un secreto.
—¿Qué te pasa, Anon? ¿Acaso alguien está celoso de que te estemos dando tanto amor?
Me encogí de hombros, tratando de minimizarlo.
—No, no es eso... es solo... —dudé, pero terminé sacudiendo la cabeza—. Nada, tal vez me estoy imaginando cosas.
Stella se inclinó un poco hacia mí, con una expresión de preocupación genuina en sus ojos.
—¿Estás seguro? Si te sientes incómodo, podemos irnos. Lo último que queremos es que te sientas raro —dijo, y su voz sonó tan sincera y dulce que me hizo sonreír.
Negué rápidamente.
—No, no, estoy bien. Es solo que... bueno, por un momento pensé que nos estaban mirando, pero supongo que solo es mi imaginación.
Rosa soltó una risita, y luego me rodeó con su brazo, dándome un ligero apretón.
—No te preocupes, Anon. Si alguien está mirando, seguro es porque no puede evitar envidiar lo increíble que se ve nuestro novio en medio de dos bellezas como nosotras.
Las tres reímos juntos, y la incomodidad se desvaneció un poco. Mientras terminábamos nuestros helados, Rosa y Stella me contaron más anécdotas sobre el club de jardinería y algunas de sus experiencias más extrañas cultivando plantas inusuales. Era fácil notar su entusiasmo, su pasión por el tema, y verlas tan felices y relajadas me hacía sentir tranquilo. La tarde pasó, y la feria de las flores se convirtió en una cita que jamás olvidaría.
Por momentos, olvidé completamente aquella sensación de que alguien nos observaba. En ese lugar, rodeado de tantas flores y bajo la calidez de sus risas y sus sonrisas, solo existíamos nosotros tres y el mundo que habíamos creado juntos en esa pequeña burbuja de paz.
Nos sentamos en una banca y prácticamente no probé el helado que elegí, porque nos turnamos para darnos de comer entre nosotros... Rosa parecía a la que más le gustaba hacer eso, posiblemente porque es una cocinera al igual que Sage y yo.
En unas de esas comencé a besarlas primero a Rosa y luego a Stella, y en un ataque de valentía nos dimos un beso triple bien obsceno.
La tarde sin darme cuenta se fue como si nada...
Y sabia lo que seguía... o si, es hora de pulir a Anon Jr.
Las dos como bestias salvajes me jalaron para el departamento de Stella donde no tuvieron piedad esa noche.
Miércoles
Era el turno de mi cita con Sage. No podía negar que sentía algo especial por él, una mezcla de comodidad y excitación que pocas veces experimentaba con alguien. Desde que nos encontramos en el punto acordado, me di cuenta de que él parecía extrañamente emocionado, como si estuviera orgulloso de estar conmigo, tomándome del brazo y mostrándolo sin reservas.
—¿A dónde quieres ir primero? —pregunté, notando cómo se aferraba a mí, su sonrisa apenas contenida.
—Mm, estaba pensando en explorar algunos de esos puestos de comida nuevos que abrieron en la ciudad —respondió, sus ojos brillando de anticipación mientras me miraba—. No solo para divertirnos, sino también para inspirarnos un poco, ya sabes, por si se nos ocurre algo genial que cocinar juntos.
Lo conocía lo suficiente para saber que, detrás de sus palabras casuales, había un significado más profundo. Este paseo no era solo una cita cualquiera, sino también una excusa para compartir una pasión, algo que siempre lo había entusiasmado desde pequeño y a mi recientemente, la cocina. Y estar allí, explorando juntos, lo hacía especial.
Caminamos lado a lado, explorando los puestos uno por uno, dejándonos llevar por el aroma de especias, carnes a la parrilla, y dulces que endulzaban el aire. Sage se detenía en cada puesto, probando los sabores y evaluando cada detalle con una expresión tan concentrada que me hacía reír en silencio. Lo observaba mientras analizaba cada plato con esa pasión que solo él tenía, murmurando cada observación en voz baja.
—¿A qué sabe? —le pregunté cuando probó un taco lleno de ingredientes que no lograba identificar.
Él cerró los ojos, saboreando cada bocado, y después se giró hacia mí con una sonrisa juguetona.
—Sabe... a una explosión de texturas, como si la carne y las especias estuvieran bailando —dijo, y su entusiasmo era tan genuino que contagiaba.
Cada puesto que probábamos era una aventura. Había veces en las que compartíamos un bocado, probando nuevas combinaciones de sabores y especias, discutiendo cuál nos gustaba más o qué cambiaríamos para mejorarlo. Y aunque parecía un simple recorrido de degustación, cada momento compartido se sentía más especial.
Pero había un instante en el que no pudimos resistirnos más. En medio de toda esa exploración y emoción, Sage me miró con una intensidad que apenas podía sostener, como si fuera a explotar de tanto aguantar sus sentimientos. Y antes de que pudiera decir nada, me rodeó con sus brazos y comenzó a besarme con una necesidad palpable.
Nos olvidamos de la gente alrededor, del ruido de la ciudad y de los vendedores que miraban de reojo. Solo existíamos él y yo, en una burbuja donde el tiempo parecía detenerse. Sus manos me sujetaban firmemente, y podía sentir su pulso acelerado a través de sus caricias. Me sorprendió lo intenso que se sentía todo en ese instante, como si cada beso que nos dábamos fuera una declaración, un grito silencioso de todo lo que sentíamos el uno por el otro pero que rara vez expresábamos con palabras.
—Te extrañaba — murmuró entre besos, su voz apenas un susurro.
—¿Extrañarme? Nos vemos todos los días en el trabajo— bromeé, aunque sabía perfectamente a lo que se refería.
Sage se apartó un poco, mirándome a los ojos con una expresión vulnerable y sincera.
—Es diferente, Anon. Estar contigo así, sin limitaciones, sin tener que preocuparnos por si mi papá entra al cuarto y nos ve... es otra cosa. Ya no puedo aguantarlo más —confesó, y su tono me hizo entender lo mucho que esto significaba para él.
Yo también sentía lo mismo. Era verdad que a veces dormía en Moe's cuando me quedaba a veces a trabajar turnos en la noche, y pasábamos noches juntos en su cuarto, riéndonos y compartiendo secretos, pero siempre había una barrera invisible.
Por respeto a su padre Moe nos ofrecía, nunca habíamos cruzado esa línea... dentro de los muros de su propiedad, Pero ahora, en este instante, en medio de la ciudad, no había restricciones, y ambos lo sabíamos.
—Entonces, aprovechémoslo al máximo, ¿no? —le dije, tomando su rostro entre mis manos y atrayéndolo hacia mí.
Pasamos minutos así, sin palabras, solo dejándonos llevar por los sentimientos acumulados. La pasión entre nosotros era tan intensa que parecía envolvernos completamente, haciéndonos olvidar incluso de nuestra misión original. Pero después de un rato, ambos soltamos una risa nerviosa, dándonos cuenta de que habíamos perdido la noción del tiempo.
—Vamos, todavía hay mucho por probar —dijo Sage, limpiándose los labios y recuperando su compostura, aunque en sus ojos aún brillaba esa chispa de deseo.
Seguimos explorando la ciudad, probando más puestos de comida mientras intercambiábamos miradas cargadas de complicidad y susurros que solo nosotros podíamos entender. A veces, Sage se inclinaba hacia mí para darme un beso rápido en la mejilla o en el cuello, como si no pudiera contenerse, y cada uno de esos gestos hacía que mi corazón latiera con fuerza.
Finalmente, cuando la tarde comenzaba a caer y el sol teñía el cielo de tonos anaranjados, nos detuvimos en un pequeño restaurante de postres. Decidimos terminar la cita con algo dulce, y pedimos un pastel de chocolate para compartir.
—Esto es perfecto —dijo Sage, mirándome con una sonrisa satisfecha mientras tomaba una cucharada del pastel.
—¿A qué sabe esto? —le pregunté, imitando el tono curioso que había usado antes.
Se quedó pensativo por un segundo, observando la cuchara con el trozo de pastel.
—Sabe a... nosotros. Algo dulce y amargo, intenso y suave al mismo tiempo. Como esta cita, como nosotros —respondió, mirándome con un brillo en sus ojos que no dejaba lugar a dudas.
Y en ese momento, comprendí que cada segundo que pasábamos juntos era un recuerdo que ambos íbamos a guardar con cariño. Esta salida no había sido solo una cita cualquiera; había sido una conexión profunda, una oportunidad de estar juntos sin reservas, de explorar la ciudad y explorar nuestros propios sentimientos al mismo tiempo. Sage tenía razón, este día había sido distinto, y estaba seguro de que quedaría grabado en nuestras mentes por mucho tiempo.
Con el cielo oscureciéndose, caminamos de regreso, sin soltar nuestras manos y en un silencio cómodo. No necesitábamos decir nada más; habíamos dicho y sentido lo suficiente. Aquella noche, me despedí de Sage con un beso suave, sabiendo que este miércoles quedaría marcado como uno de nuestros días más especiales.
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El con malicia me mostro las llaves del departamento de Stella... entendí rápidamente, y como alma que lleva el diablo, nos fuimos de ahí llenos de lujuria, de hecho lo cargue estilo Nupcial para llegar rápido a los taxis.
Esa noche, por primera vez tuve sexo bien duro con Sage ya que el me lo pidió a gritos, y como su novio obedecí sus deseos.
Jueves
Era el día de mi cita con Misty, y quería que fuera algo especial, una noche a su altura. Sabía que, para ella, no cualquier plan sería suficiente; quería darle una experiencia que mostrara lo importante que era para mí. Planeé todo con cuidado, y a las seis de la tarde, pasé a recogerla en su casa. Cuando abrió la puerta, me quedé sin palabras.
Llevaba un vestido negro elegante que destacaba cada curva, con un escote que apenas dejaba algo a la imaginación. Misty parecía una visión, segura y radiante, pero sus ojos reflejaban algo de vulnerabilidad. Me acerqué y le besé la mano, sosteniéndola con cuidado, viéndose como una absoluta Milf.
—Buenas tardes, bella dama —le dije, intentando mantener mi compostura a pesar de la impresión que me había dejado.
Ella sonrió y se sonrojó, ese rubor que pocas veces mostraba, y me siguió hasta su auto. Durante el trayecto al restaurante, ambos estuvimos en silencio. Había algo en su expresión, en la forma en que miraba por la ventana, que parecía distraído y pensativo.
El restaurante al que íbamos era uno de los que Moe, Me recomendó ya que en muchos los humanos no son bienvenidos, un lugar sofisticado que exigía reservación y en el que sabía que Misty se sentiría especial.
Nos recibieron con amabilidad y nos condujeron a una mesa apartada. Aun así, noté que Misty miraba a su alrededor con un leve nerviosismo, como si algo no encajara del todo en su mente.
Finalmente, no pude resistirlo más. Tomé sus manos, entrelazando mis dedos con los suyos y la miré a los ojos.
—Misty... ¿hice algo mal? —pregunté suavemente, manteniendo mi tono cálido y comprensivo.
Ella me miró sorprendida, pero luego bajó la mirada, y sus ojos se llenaron de un tinte de tristeza que pocas veces había visto en ella.
—Es que... hace mucho tiempo que no tengo una cita así —admitió, con un tono casi inseguro—. Y siento que la gente nos está mirando demasiado, como si no fuera apropiado para mí... quiero decir, una mujer de mi edad, con un vestido así... —suspiró y apartó la mirada—. No sé, quizás no debería vestirme tan sexy.
Me eché a reír suavemente y negué con la cabeza.
—Déjalos mirar, Misty. Es pura envidia —dije, sonriéndole para tranquilizarla—. Te ves increíble, y créeme, si alguien te está mirando, es porque les gustaría estar en mi lugar. Además, si algo he aprendido estos días es que solo importa la opinión de quienes nos quieren de verdad. Los demás... pueden irse al infierno.
Ella soltó una risa leve, mirándome con algo de alivio en sus ojos, aunque todavía parecía un poco insegura.
—¿Y si alguien de la escuela nos ve? —preguntó, un poco más preocupada.
—¿Y qué? —me encogí de hombros—. Ambos somos adultos, y estamos fuera del terreno de la escuela. Claro, sugiero que dentro de la institución mantengamos cierta distancia, para que no corras ningún riesgo... pero fuera de ahí, somos solo tú y yo, Misty.
Ella meditó mis palabras, cerrando los ojos unos instantes, y cuando volvió a abrirlos, me sonrió de una manera que hizo que mi corazón diera un vuelco.
—Tienes razón... últimamente veo que te estás tomando esto más en serio, a pesar de lo absurdo que puede parecer nuestra situación —murmuró, con una mirada que mezclaba admiración y algo de resignación.
Solté un suspiro de alivio, sintiendo que había despejado cualquier duda o temor en ella. Era como si en ese momento, Misty hubiera dejado atrás cualquier inseguridad y se hubiera permitido disfrutar de la noche junto a mí, sin preocupaciones.
—A este punto no queda de otra —respondí, tomando su mano y acariciándola con el pulgar—. Ya elegí este camino, y no hay vuelta atrás. Solo me queda amar y ser amado, y eso pienso hacer, sin mirar atrás, Misty. A todas ustedes, por igual.
Misty apretó mi mano, y en sus ojos vi un brillo especial, como si cada palabra que había dicho resonara en ella de una manera profunda.
—Te aseguro que nosotros también estamos contigo, Anon. Y, aunque hayas elegido este camino difícil, no lo estás recorriendo solo —respondió con una voz suave y cariñosa.
La noche siguió entre risas y miradas cómplices, donde cada plato que compartíamos parecía estar envuelto en una atmósfera íntima. Misty había dejado de preocuparse por las miradas alrededor y parecía totalmente entregada al momento. Hablamos de muchas cosas, de sueños, de los recuerdos de su juventud, de lo que la había llevado a ser quien era hoy. Poco a poco, cada palabra, cada gesto, fortalecía esa conexión única que compartíamos.
Misty retiró sus manos de las mías y me miró con una expresión seria, con algo de preocupación en sus ojos.
—Es imposible que convenzas a sus padres y lo sabes, Anon.
Asentí, dejando escapar un suspiro resignado.
—Lo sé... —murmuré, con una sonrisa algo forzada—. No queda de otra, será cuestión de suerte —admití, tratando de sonar confiado, aunque ambos sabíamos lo complicado que sería.
Justo en ese momento, un cambio de música llenó el lugar. Una melodía suave comenzó a sonar, y noté que el centro del salón estaba despejado: había llegado la hora del baile. Sabía que este restaurante organizaba pequeños momentos como estos, y no quería perder la oportunidad. Me levanté de mi asiento y le ofrecí mi mano con una sonrisa juguetona.
—¿Me concedes esta pieza, hermosa dama?
Misty se sonrojó, un leve rubor iluminando sus mejillas, y aunque al principio pareció titubear, finalmente aceptó mi mano, sin dejar de sonreír de esa forma tan elegante y reservada que la hacía ver aún más encantadora. Caminamos juntos hacia la pista, donde la suave luz del salón parecía hacerla brillar más intensamente.
La rodeé con mis brazos, colocando mis manos en su cintura, mientras que ella rodeaba mi cuello con los suyos. Comenzamos a movernos al ritmo de la música, pero pronto me di cuenta de que Misty llevaba la delantera. A diferencia de mí, que apenas sabía lo básico, ella parecía una experta, guiando nuestros pasos con delicadeza.
—Parece que eres mejor en esto que yo... —dije con una risa nerviosa, intentando seguir su ritmo sin pisarle los pies.
Ella sonrió, divertida.
—Bueno, digamos que no es la primera vez que bailo en un lugar así... aunque hacía tiempo que no lo hacía con alguien a quien amará—respondió en un tono juguetón, aunque sus palabras llevaban un toque de nostalgia.
Mientras me concentraba en sus movimientos, supe que había algo en su mirada, algo en la forma en que se dejaba llevar, que no había visto antes en ella. Y entonces, cuando comenzó una pieza lenta, Misty acercó su rostro a mi pecho, apoyándolo con suavidad. Dejó escapar un suspiro leve y cerró los ojos, relajándose completamente en mis brazos. Sentí cómo su respiración se acompasaba con la mía, y cómo cada latido parecía resonar en perfecta sincronía entre ambos. No quería interrumpir este momento con palabras. Solo quería que ella se sintiera segura, querida, y que disfrutara plenamente de este instante.
Cada tanto, podía sentir sus manos recorriendo mi espalda suavemente, como si quisiera asegurarse de que estaba realmente allí, como si por un momento, ella también quisiera olvidar todo lo que nos separaba fuera de esa pista de baile.
Cuando la música llegó a su fin, me alejé solo lo suficiente para mirarla a los ojos, mientras su expresión reflejaba una mezcla de alegría y tristeza.
—Gracias por esto, Anon... —murmuró con una voz apenas audible, y me di cuenta de que realmente apreciaba el esfuerzo que estaba haciendo por hacerla sentir especial.
La llevé de regreso a nuestra mesa, donde la cuenta ya nos estaba esperando. Al verla, noté que era considerable, aunque era de esperarse en un lugar de esta categoría. Estaba a punto de tomar la cartera cuando Misty me detuvo.
—Mitad y mitad —dijo, en un tono firme—. No voy a permitir que insistas en pagar todo. Respeta mi orgullo, ¿de acuerdo? Así como yo respeto el tuyo.
Intenté disuadirla, pero no pude convencerla. Había una firmeza en su voz que dejaba en claro que no cedería. Al final, cedí, aceptando su decisión. Ella sonrió, con esa expresión de victoria que la hacía ver más segura, y tomamos nuestras cosas para retirarnos.
Mientras caminábamos hacia su auto, me detuve un momento y tomé su mano, acercándola a mí.
—Misty, gracias por esta noche —le dije en un tono suave—. Fue... mejor de lo que imaginé.
Ella entrelazó sus dedos con los míos y asintió, mirándome con un brillo en sus ojos que hablaba más que cualquier palabra. Sabía que había algo en su mirada que quería decirme, pero en lugar de romper el momento con palabras, simplemente apretó mi mano y juntos nos dirigimos de vuelta a su auto, disfrutando del silencio compartido, sabiendo que esta noche quedaría en nuestros recuerdos como algo único.
Cuando llegamos a su casa, creo que ya imaginaran como termino la noche.
Viernes
Con Lucy siempre había algo especial, una cautela que me empujaba a avanzar con calma. No habíamos cruzado la línea de lo íntimo, y ni siquiera estaba seguro de querer hacerlo todavía. De todas mis chicas, Lucy era la más frágil emocionalmente en ese momento, y prefería ir despacio, adaptándome a su propio ritmo.
Para nuestra cita, escogí un lugar que supiera se sintiera como "su ambiente". Un café roquero con decoración gótica, luces tenues y paredes llenas de arte oscuro; era el sitio perfecto para relajarla. Apenas entramos, vi cómo sus hombros se relajaban y cómo una sonrisa suave se asomaba en sus labios. Su mirada oscura y melancólica parecía encajar a la perfección con el lugar. Nos acomodamos en una mesa cerca del escenario, y el fondo se llenaba de una mezcla de bandas indie, guitarras eléctricas y algún que otro poeta que recitaba con voz profunda.
Mientras charlábamos, traté de animarla a que subiera al escenario. Sabía cuánto le gustaba tocar música, y pensé que tal vez eso la animaría un poco. Sin embargo, cada vez que lo mencionaba, bajaba la mirada y jugueteaba con su bebida, evitando el contacto visual. Podía sentir su incomodidad; aún estaba desmotivada, y notaba el peso de todo lo que la mantenía atrapada en su propia mente.
Decidido a hacer algo para cambiar el ambiente, pensé en una idea que quizás la sorprendería. Me levanté sin avisar y me dirigí hacia el pequeño escenario. Tomé el micrófono y busqué la canción que tenía en mente: "Love You Like an Alcoholic". Mi voz no era gran cosa, lo sabía; apenas alcanzaba lo suficiente para el karaoke, pero eso no me detendría. Quería darle algo especial a Lucy, algo inesperado.
Los primeros acordes comenzaron, y mientras la música llenaba el lugar, respiré hondo antes de entonar el primer verso:
—Heavy humid night, corner of Park and Main... —Mi voz sonaba algo áspera, pero la gente empezó a prestarme atención. Algunos incluso aplaudían para seguir el ritmo.
Noté cómo Lucy me miraba, sorprendida. Su expresión cambió, como si no estuviera segura de si debía sonreír o quedarse atónita.
—Cast that first glance, "Your smile, my veins," —continué, dejándome llevar por la melodía. Sentía cómo el pulso aumentaba, y, poco a poco, mi voz ganaba en intensidad—. At maximum capacity, blood pumpin' so fast... My girl, if looks gave heart attacks.
A medida que avanzaba la canción, bajé del escenario con el micrófono en mano y me acerqué a ella, manteniendo la mirada fija en sus ojos. Lucy parecía algo nerviosa, pero no apartaba la mirada. Mis palabras parecían atravesarla, como si le hablara directamente, y aunque era solo una letra, cada línea llevaba un mensaje personal, un intento de decirle que ella también podía ser amada, incluso en sus momentos más oscuros.
Cuando llegué al segundo verso, tomé su mano suavemente, sin dejar de cantar:
—The dangerous men in the shadows were like an audience, —recité, con una intensidad que ni yo mismo esperaba—. And even the meanest among them had... A special little shine in their eyes when they saw us walk by...
Lucy me miró con una mezcla de sorpresa y emoción, sus ojos brillaban con una luz especial, una que hacía tiempo no veía. Los demás clientes parecían desaparecer, y por un momento éramos solo ella y yo, en esa atmósfera cálida y etérea del café, llenos de música y de significado.
Mientras sostenía su mano, recordaba aquellos días donde ella parecía indestructible, y ahora, verla vulnerable y sensible me llenaba de una mezcla de ternura y compasión. No podía evitar recordar que Lucy era mucho más de lo que ella misma creía ser: una guerrera en lucha constante con sus propios demonios.
Terminé la canción con un último susurro, acercándome aún más a ella:
—Walked about 20 blocks talkin' about good bars and better towns than this one... Kissed that first night, and then the rain opened up the sky...
Cuando le ofrecí el otro micrófono, Lucy me miró con esa sonrisa sarcástica que tanto había extrañado. Esa chispa, la expresión traviesa y confiada que hacía tiempo no veía en ella, me dio un golpe de nostalgia y alivio al mismo tiempo. Sabía que, aunque fuera solo por un momento, su esencia de antes estaba volviendo. No podía evitar sentir una oleada de calidez al ver que se animaba de nuevo.
Ella tomó el micrófono y me siguió con una actitud que reflejaba su antiguo espíritu. Nos encaminamos juntos hacia el pequeño escenario, de su mano. Era una acción simple, pero ese contacto me hacía sentir que estaba logrando que Lucy volviera a conectar con su yo más auténtico.
—One last kiss... —comencé, cantando mientras la miraba directo a los ojos, poniendo todo lo que sentía en cada palabra. Ella me sostuvo la mirada con una mezcla de picardía y concentración.
—I love you like an alcoholic, —respondió Lucy en su tono suave y profundo, siguiendo mi ritmo.
El público comenzó a aplaudir suavemente al vernos cantar juntos, como si nos animaran a no detenernos. La conexión entre nosotros era palpable, y me sentía como si estuviéramos en una burbuja donde solo existíamos nosotros dos. No era solo una canción; era una conversación, una forma de decirnos cosas sin necesidad de palabras explícitas.
Al llegar al siguiente verso, su voz brilló por encima de la mía. Era una voz hermosa, intensa y llena de emoción. Me sorprendió lo mucho que su voz destacaba, y el silencio respetuoso del público me lo confirmó; cada nota parecía envolver el lugar, cautivando a todos los presentes. La escuchaba mientras la guiaba suavemente en el escenario, dejando que ella tomara el protagonismo.
Ella cantó con esa fuerza que tanto admiraba:
—I was getting off the late shift attempting to recover, —su voz resonó, profunda y dulce, llevándonos a otro lugar y tiempo con cada palabra—. Crumpled up the bus pass, tossed it into the gutter...
La veía completamente inmersa en la canción, como si cada palabra contara una historia personal. El brillo en sus ojos tenía un toque de nostalgia y determinación que no veía desde hacía tiempo, y algo en mí se estremeció al darme cuenta de cuánto había echado de menos a esta versión de Lucy. Mientras ella cantaba, noté cómo su expresión iba cambiando, suavizándose en los momentos vulnerables y endureciéndose en los puntos más emotivos de la letra.
Los clientes comenzaron a moverse al ritmo de su voz, y yo mismo sentía que mi corazón palpitaba más fuerte con cada frase. Era como si estuviera viendo a una nueva versión de ella, una que emergía con más fuerza y claridad que antes. En un momento, cerró los ojos y cantó con una intensidad que casi me dejó sin aliento:
—Some handsome dark stranger, you were standing there on the corner... You had those compelling magnetized eyes, you must have lost when you got older...
Vi un destello de tristeza mezclada con determinación en su mirada cuando abrió los ojos, como si las palabras tocaran alguna herida escondida. Era un vistazo al verdadero Lucy, una ventana a sus miedos y deseos. Mientras cantaba la siguiente línea, su mano se deslizó de la mía para acercarse más al borde del escenario, conectando aún más con el público, pero también conmigo. Su voz se tornó más suave, íntima:
—Seven blocks in, my fingers brushed your hand... I blushed and you laughed, but you seemed a little sad...
Ese momento capturó el alma de cada persona en el café, incluyéndome a mí. Lucy tenía una magia en su forma de expresarse que hacía que todo se detuviera. Por un segundo, me perdí en sus palabras y en la nostalgia que transmitía. Sentí una punzada en el pecho, una mezcla de orgullo, tristeza y algo más que no podía definir. Su voz era como una puerta abierta a su corazón, y me sentí privilegiado de poder ver ese lado tan honesto de ella.
Ella cantó la última línea de su verso con una vulnerabilidad que me desarmó:
—I ain't one to jump a ship, but I absolutely knew... I was six steps in when I fell into you...
En ese momento, la canción dejó de ser una actuación. Era algo entre nosotros, una especie de promesa tácita y silenciosa de que estaríamos ahí, de que, a pesar de las dificultades, nos sostendríamos mutuamente. Noté que los demás clientes aplaudían, pero apenas les presté atención; mi mundo entero se reducía a ella, a la Lucy que estaba viendo renacer justo frente a mí.
Nuestros ojos se encontraron con una intensidad que hacía que todo lo demás se desvaneciera. La canción estaba llegando a su clímax, y cada palabra que cantábamos resonaba profundamente, como si fuera más que una letra en un papel. Lucy y yo nos acercamos un poco más con cada verso, apenas conscientes del público alrededor. Todo lo que importaba en ese instante era la conexión entre nosotros, la emoción latente que se reflejaba en nuestras miradas.
—One last kiss... —comencé suavemente, dejando que mi voz se mezclara con la suya, poniéndole toda la carga emocional que sentía en ese momento.
—I love you like a broken pot... —respondió ella, con una expresión que mezclaba vulnerabilidad y una determinación feroz.
Sentí un temblor en mis manos mientras cantaba, y en su mirada veía cómo sus emociones se desbordaban. Cada palabra que salía de sus labios parecía desbordar un dolor profundo y una pasión incontrolable. Ella estaba entregada completamente, sin reservas. Mi pecho se llenaba de orgullo y un sentimiento indescriptible al verla así, tan libre y sin miedo a lo que estaba expresando.
Ambos repetimos la línea en un susurro intenso, sincronizados en el ritmo y el tono:
—One last kiss... —pronunciamos juntos, como si no hubiese nada más importante en el mundo.
—I love you like a pack of dogs, —dijimos, nuestras voces unidas en una armonía imperfecta pero honesta, llena de sentimientos crudos.
A medida que cantábamos, cada nota se sentía como una promesa tácita. Lucy estaba mostrando su lado más sincero, y yo también me encontraba dejando caer mis barreras, permitiéndome ser tan vulnerable como ella.
Nos acercamos aún más, nuestros cuerpos apenas a centímetros de distancia, sintiendo el calor que emanaba de ambos. Podía percibir el aroma de su perfume y el ritmo acelerado de su respiración, y sabía que ella también notaba el temblor en mi voz, el latido de mi corazón resonando en cada palabra.
Ella tomó aire, cerrando los ojos por un segundo y dejándose llevar completamente. Su voz sonó profunda, llena de una intensidad que me dejó sin aliento.
—One last kiss... —cantó, sin apartar la mirada de la mía—. I need you like I need a gaping head wound...
El público comenzó a aplaudir, pero el ruido apenas me llegaba. Todo mi enfoque estaba en Lucy, en el momento que estábamos compartiendo, en esa última línea que parecía capturar toda la pasión y el caos de lo que sentíamos. Sin pensar demasiado, sin detenerme a cuestionar, me acerqué a ella un poco más. En el instante en que el último verso dejó nuestros labios, sentí un impulso incontrolable, algo que ya no podía ignorar.
—One last kiss... —murmuramos juntos una última vez.
Nuestros rostros estaban tan cerca que podía ver cada detalle de sus ojos, la chispa de rebeldía y tristeza en su mirada, la dureza y a la vez la ternura de sus facciones. Sin decir nada más, me incliné y dejé que nuestros labios se encontraran en un beso intenso y prolongado. Fue un beso cargado de todo lo que no habíamos dicho, de todas las emociones reprimidas y el caos que nuestra relación traía consigo.
Lucy respondió con la misma pasión, aferrándose a mí como si ese beso fuera la única forma de mantenerse firme en medio de la tormenta emocional que compartíamos. Su mano se deslizó por mi nuca, sus dedos, apretando mi cabeza, profundizábamos el beso, entregándonos por completo a ese instante.
El mundo a nuestro alrededor desapareció, el sonido de los aplausos se volvió un eco lejano, y solo quedamos nosotros dos, unidos en ese momento de completa vulnerabilidad. El beso no era solo una muestra de afecto; era una afirmación, una manera de decir que, sin importar cuán caóticos fueran nuestros caminos, estábamos dispuestos a recorrerlos juntos, a enfrentar todo el dolor y la incertidumbre que vinieran.
Cuando finalmente nos separamos, ambos respirábamos con dificultad, nuestros rostros enrojecidos y una sonrisa débil pero sincera en los labios de Lucy. Su mirada reflejaba algo que no había visto en mucho tiempo: una mezcla de esperanza y gratitud, como si el peso que llevaba en sus hombros fuera un poco más ligero.
—Supongo que... —murmuró, bajando la mirada pero aún aferrada a mi mano—, tenía razón en venir contigo hoy.
La apreté suavemente, sonriendo.
—Te lo dije, Lucy. Siempre puedes contar conmigo.
La noche estaba fresca y el aire parecía cargado de una energía renovada. Caminábamos sin prisa, con el eco de la música aún en nuestros oídos, y Lucy me tomaba del brazo con una confianza que hacía mucho tiempo no mostraba. Sentía su calidez junto a mí, y mientras avanzábamos por las calles iluminadas de forma tenue, me daba cuenta de lo mucho que significaba este momento para ambos. Era como si, finalmente, todas las capas que habían acumulado tensión entre nosotros se fueran desvaneciendo.
Decidí que era momento de hablar de algo que llevaba rondando mi mente desde hace tiempo. Quería que supiera que valoraba su esfuerzo por mejorar, pero también quería que sintiera que no necesitaba cambiar de forma radical para complacerme.
—Lucy... quisiera por favor, decirte algo importante... —susurré, tomando aire mientras intentaba ordenar las palabras en mi mente—. Me gusta que estés cambiando, que intentes ser mejor persona. Pero... tampoco quiero que te esfuerces tanto en cambiar que termines olvidándote de ti misma. —La miré de reojo, esperando su reacción—. A mí me gusta bromear contigo, me gusta que tengamos esos pequeños duelos de sarcasmo y, sí, hasta ese toque venenoso de vez en cuando. Me gustaba esa versión de ti, desvergonzada y algo cínica... No quiero que dejes eso, que pierdas tu esencia.
Ella me miró, con los ojos brillando de una mezcla de sorpresa y comprensión. En un gesto repentino, colocó suavemente sus dedos sobre mis labios para detenerme, esbozando una sonrisa divertida y tierna a la vez.
—Eres un puto masoquista bobo —dijo, y su tono fue tan familiar, tan auténtico, que me hizo reír al instante. Esa era la Lucy que siempre había querido a mi lado.
Ella continuó, como si finalmente hubiera encontrado las palabras que había guardado en su pecho durante tanto tiempo.
—Tienes razón —dijo, y vi cómo su expresión se volvía un poco más seria—. Sentía que me estaba perdiendo a mí misma... Ni siquiera me reconocía al espejo últimamente. Supongo que tenía miedo... miedo de que si me pasaba contigo o volvía a insultarte como antes... —Hizo una pausa, bajando la mirada, y un atisbo de inseguridad cruzó su rostro.
Antes de que pudiera continuar, me acerqué y levanté su rostro, colocando mi mano en su mejilla con suavidad. Sentí cómo su piel se calentaba bajo mi tacto, y esa familiar chispa de confianza volvía a iluminar sus ojos.
—Lucy... —le susurré con una sonrisa—, solo volvamos a ser como éramos antes. No quiero que pierdas eso que te hace única. Claro, con nuestros cambios positivos, y ahora como pareja. —Pasé mi pulgar suavemente por su mejilla—. Solo seamos nosotros, tal y como somos.
Ella me miró intensamente durante unos segundos, como si estuviera procesando cada palabra. Finalmente, dio un largo suspiro de alivio y asintió. La sonrisa que apareció en su rostro era genuina, una sonrisa que no veía desde hacía mucho tiempo, llena de esa seguridad que tanto admiraba en ella.
—Bueno, cabeza de bolo —dijo, levantando la barbilla y mirándome con ese toque desafiante—. Vas a tener que aguantarme de nuevo. —Sus palabras fueron acompañadas por una sonrisa pícara—. Y ahora sí que no voy a contenerme.
Me reí, sintiendo una calidez inusual al escucharla, como si el peso que había estado cargando finalmente se hubiera esfumado.
—Me parece perfecto, pico de pista de aterrizaje —respondí con un tono burlón, mientras pasaba mi mano por todo su pico, haciendo un sonido de avión despegando.
Ella me lanzó una mirada que mezclaba diversión y una amenaza juguetona, con las cejas alzadas y una sonrisa que delataba sus intenciones.
—Te doy ventaja de cinco segundos... —murmuró en un tono calmado, pero con un brillo peligroso en sus ojos.
Mi corazón dio un salto. Tragué saliva y sin pensarlo dos veces, me di la vuelta y empecé a correr, sintiendo la risa de Lucy resonar detrás de mí. Podía escuchar sus pasos acelerándose, y aunque sabía que eventualmente me alcanzaría, la emoción del momento me hizo sentir como un niño otra vez, escapando de las "garras" de alguien que solo quería jugar.
—¡Te voy a atrapar, idiota! —gritó Lucy entre risas, su voz resonando en la noche mientras se acercaba cada vez más.
Finalmente, sentí cómo sus manos se aferraban a mis hombros y me jalaban hacia atrás, logrando atraparme. Ambos estábamos sin aliento, y antes de que pudiera decir algo, Lucy se acercó y comenzó a llenarme el rostro de besos, en un gesto tan inesperado como apasionado. Sus labios recorrieron cada rincón de mi cara, y yo solo podía reírme mientras intentaba devolverle algún beso perdido entre la maraña de risas y caricias.
Después de unos momentos, nos detuvimos, respirando entrecortadamente y riendo. Lucy, con las mejillas sonrojadas y los ojos brillando, me miró con una expresión que mezclaba cariño y desafío. Fue entonces cuando supe que habíamos llegado a un nuevo entendimiento, a una nueva etapa donde podíamos ser nosotros mismos sin reservas, sin miedo.
—Bueno... —dijo finalmente, mientras me miraba con una sonrisa satisfecha—, creo que ya has tenido suficiente de mí por hoy, ¿no?
La miré con una sonrisa desafiante.
—Nunca será suficiente, Lucy.
Ella sonrió, ese tipo de sonrisa llena de ironía y complicidad.
La acompañé hasta su casa, tomándola de la mano mientras caminábamos en silencio, ambos disfrutando de la tranquilidad del momento. Al llegar, nos detuvimos frente a su puerta. Lucy parecía reacia a despedirse, y yo sentía lo mismo, pero sabíamos que era hora de regresar a la realidad.
—Hasta la próxima, pico de pista de aterrizaje —dije con una sonrisa.
Ella rodó los ojos, pero sonrió, mostrando ese brillo burlón que tanto me gustaba.
—Cuídate, cabeza de bolo —murmuró, dándome un último beso rápido antes de entrar.
Cuando se cerró la puerta, me quedé de pie unos momentos, sabiendo que esta noche, habíamos logrado algo más que una cita. Habíamos recuperado algo que había estado perdido: la confianza, la complicidad, y, sobre todo, esa libertad de ser nosotros mismos.
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