P R Ó L O G O
i.
«Prólogo del ave enjaulada.
篭の鳥の前書き
―エコー•メガロス陥落①―
Eco Megalos, 1ª parte.»
"Érase una vez, la luna
que cayó a la tierra
en medio de una noche oscura"
• año 845; caída del muro maría •
Los caballos galopaban con fuerza en estampida, la luz del sol a duras penas traspasaba las copas de los árboles gigantes dándole al bosque un toque lúgubre y tenebroso, los charcos de agua no tardaban en formarse por la fuerte lluvia que caía; creando un ambiente de tensa expectación entre tanta oscuridad. Era difícil divisar correctamente lo que sucedía más adelante, y menos con todo el movimiento de los equinos.
Keith Shadis, actual comandante de la Legión de Reconocimiento, lideraba al grupo; secundado por Erwin Smith, su segundo al mando; Flagon Turret y Hange Zoë.
— ¡Todos, prepárense para pelear! —se escuchó la voz del comandante por encima del bullicio— ¡Tenemos un solo objetivo: exterminarlos y asegurar el destino de la humanidad!
Erwin se sobresaltó cuando el titán de quince metros apareció en su campo de visión, alertando inmediatamente a toda la tropa; quienes se tensaron más que listos para la batalla. Entre los cinco grupos en los que acabaron divididos, Eco galopó siempre un metro por detrás del rubio Smith.
— ¡Prepárense!
Esa fue la señal y tanto el grupo de Flagon como el de Erwin se elevaron sobre los caballos; anclados con el EMD3 a los enormes árboles. Siguiendo siempre de cerca al rubio que lideraba su escuadrón, Eco se balanceó con una facilidad casi impropia de un soldado; más bien fluida como una bailarina.
— ¡Acérquense desde los lados!
Mientras el grupo que se había quedado en tierra atraía al titán, sin detener su movimiento; las seis personas en el aire desenvainaron sus espadas y siguieron las órdenes, moviéndose ágilmente a través de los troncos y las hojas verduscas. Las gotas de agua golpeaban furiosamente contra sus pieles, nada comparado con la furia en los ojos de los soldados al abalanzarse contra el titán.
Te mostraré un poco de la fuerza de la humanidad.
•
—Eco...
Todo lo que veía era una inmensa negrura mientras todos sus sentidos estaban embotados, se sentía pesada, colapsada, como si no tuviera control de sí misma ni de su cuerpo. A pesar de que intentaba abrir los ojos; no era más que fallido: no se abrían, sus dedos no se movían, no podía hablar.
Era como si estuviera hundida en lo profundo de un mar negro, acalambrada.
—Eco...
¿Esa voz? ¿Quién la llamaba? Solo escuchaba una suave resonancia, un eco, como su propio nombre.
— ¡Eco, despierta!
Traída de vuelta a la realidad tal cual si le hubieran lanzado un balde de agua helada encima, despertó sobresaltada por el grito. No obstante, solo pudo abrir los ojos, aún tenía el cuerpo acalambrado y los sentidos, embotados. Sentía incontables descargas eléctricas recorrerle todo el cuerpo.
No bastó mucho para concluir que se encontraba en una carreta, detenida frente a un castillo reconstruido y adaptado expresamente para la Legión, ese rasgo de la milicia que se había convertido en su familia y hogar. Su ceño se frunció por confusión tras darse cuenta, y Melania no dejó que pasara mucho tiempo antes de explicarle, porque seguramente lo último que recordaba la peligris era estar en medio de un bosque de árboles gigantes en una expedición, luchando contra tres monstruos de cinco, nueve y diez metros.
—Un titán te azotó contra un árbol y quedaste inconsciente —dijo con una voz conciliadora. Sus ojos negros se abnegaron en lágrimas—. Creímos que habías muerto, Eco.
La peligris miró a Melania un momento más antes de intentar hablar. Su cabello rojo fuego estaba lleno de barro y probablemente sangre, enmarañado, manchado al igual que su rostro cuya blancura se encontraba oscurecida por la tierra, un camino de lágrimas se marcaba por la comisura de esos ojos negros que pronto empezaron a escurrir otra vez. Eco siempre pensó que su amiga era muy bonita, demasiado, parecía un hada con ese pixie cut y sus rasgos alargados, cualquiera que la viera en ropas de civil caminando por las calles de Trost pensaría que se trataba de una joven cualquiera; no de una de las mejores soldados de la Legión de Reconocimiento.
Abrió la boca para hablar, pero no salió nada más que un gemido agónico.
Eco frunció el ceño a sabiendas que eso se había escuchado horrible, y no le extrañó que Melania soltara una corta risita. La pelirroja buscó entre la carreta un poco de agua, dándosela lentamente para refrescar sus labios resecos.
—Me siento como si un grupo de titanes de quince metros me hubieran caminado por encima... —ronca, grave y rasposa sonó su voz. ¿Cuánto tiempo llevaría desmayada? Debían haber llegado a la base poco antes pues no la habían trasladado a la enfermería aún. Trató de moverse, pero solo consiguió que un corrientazo de dolor le recorriera el cuerpo entero, provocando otro gemido de agonía.
Melania se estaba inclinando para preguntarle qué había pasado, cuando en su campo de visión pareció un hombre de mohawk negro y ojos profundamente azules.
—Hasta que al fin despiertas —inquirió como si le estuviera reprochando el estar inconsciente—. Llevas ocho horas de aparente muerte, Melania no dejaba de lloriquear.
—Hola, Vitya. Gracias por preocuparte —murmuró ella con ironía, sintiendo la garganta como una lija.
La mujer a su lado volvió a darle un poco de agua en lo que Eco tragó con fuerza.
— ¿Te refieres a ser el único en pensar que no te habías muerto? No fue nada —dijo Viktor, subiendo a la carreta de un salto. Seguidamente de él, se acercó un castaño, sus ojos verdes brillando de alegría al ver el movimiento debido a que Eco había recuperado su consciencia.
Nash era su nombre, y se limitó a quedarse de pie en el borde del vehículo mientras Viktor cargaba cual princesa a la peligris quien, sin dejar de quejarse, dejó escapar un par de lágrimas por el dolor.
—Debo tener algún hueso roto... —gruñó entre dientes, aferrándose a la espalda del moreno con el brazo izquierdo, apretando los labios para soportar lo mejor que podía durante el camino.
— ¿Solo uno? ¡Eco! Me sorprende que seas tan optimista —Viktor se carcajeó, enviando vibraciones al cuerpo de la más pequeña, que le hicieron soltar otro quejido.
Melania, Nash y Viktor habían sido sus amigos desde que se enlistaron en el ejército, cumpliendo las veces de familia en ocasiones, cuando alguno se sentía mal o decaído, incluso si alguno salía herido. No era nada raro verlos juntos y soltando esa clase de comentarios ácidos, a los que se habían acostumbrado tras conocer lo oscuro que podía ser el humor de Viktor y lo cruelmente irónica que llegaba a ser Eco en ocasiones.
¿Hace cuánto habían llegado? Había muchos soldados afuera de la base y mucho bullicio; el desorden era evidente, entre heridos y cadáveres de aquí para allá y otros cuantos llevando los caballos y las carretas a los establos. Sin embargo, no se escuchaban gritos ni llantos, de parte de las personas lo que había era un silencio tenso como cristal que se podría romper al más mínimo susurro. ¿Tan mal había resultado la expedición?
Eco aventuró su mirada entre las personas, buscando sin darse cuenta una cabellera rubia muy particular que no encontró por ningún lado. Una punzada le azoró los latidos del corazón, pero tras una profunda inhalación se calmó un poco.
—Cuánto... —trató de hablar aunque lo que saliera fuera un graznido—, ¿hace cuánto llegamos?
—Treinta minutos —esa conciliadora voz era de Nash—, no te han llevado a la enfermería porque Viktor no quería dejarte en manos de nadie más y él mismo estaba ocupado llevando un par de personas adentro de la base.
El susodicho gruñó con molestia, Eco lo supo por la vibración de su pecho. Aunque quiso reír, el dolor le ganó tras el primer intento de carcajada, así que prefirió limitarse a esbozar una sonrisita. En un nuevo intento por localizar a Erwin entre los vivos o heridos, sus ojos se desviaron hacia los soldados por encima del hombro de Viktor, antes de entrar a la base, pero nuevamente falló en encontrarlo.
—Está en una reunión con Shadis-danchō —le dijo Melania, la única que se había dado cuenta de su acción—, fue de emergencia, Zacklay-sōtō les llamó y no tuvieron otra opción que acudir.
Eco soltó un suave suspiro de alivio y asintió sin decir nada más, cerrando los ojos lo que restaba de camino hasta la enfermería que estaba a reventar de heridos. Hange saltaba de acá para allá ayudando a todo el que podía, cambiando vendas, limpiando y cosiendo heridas; el trío de recién llegados alzaron ambas cejas al ver a la científica (porque sí, habían logrado descubrir que era, en efecto, una mujer) en tal actividad, de forma incansable y sin parar. Las camillas estaban ocupadas casi en su totalidad, pero lograron llegar a una antes de que fuera ocupada también, depositando a Eco cuidadosamente sobre el colchón.
Megalos soltó otro quejido mientras Vitya la acomodaba lo más delicado y gentil que podía, pero tomando en cuenta su ancha y tosca contextura, aquello fue un poco difícil.
— ¡Eco! —Hange exclamó al verla entre todos los heridos, con esos ojos gris-azulado abiertos y respirando, cuando horas antes la había pensado muerta.
—Hola, buntaichō —intentó sonreír pero no tuvo tiempo antes de que la científica se le abalanzara encima y comenzara a revisarle hasta el rincón más recóndito del cuerpo, descubriendo que tenía un dolor más fuerte y punzante en el costado, la muñeca y el hombro derecho, mientras que en el muslo izquierdo tenía un hematoma preocupante y le dolía también el tobillo.
—Bueno, tienes tres costillas rotas —empezó a diagnosticar—; el hombro y la muñeca derecha dislocados. Y en la pierna... debemos hacer algo con toda la sangre en el hematoma, y tienes un esguince de segundo grado en el tobillo —se mordió los labios al terminar, mirando cuidadosamente a la mujer—. Creo que saliste muy bien parada a pesar de la situación.
Viktor se carcajeó sin previo aviso y eso le ganó un par de miradas reprobatorias de Nash y Melania. Eco, por su parte, suspiró, moviendo como podía el brazo izquierdo para masajearse la sien.
—Tienes una suerte de los mil demonios, Eco —argumentó el moreno, dándole una palmada en la cabeza.
La peligris suspiró con un poco de fuerza y se apartó del toque de su compañero, removiéndose en la camilla para sentarse. Al final, la ayuda de Melania fue necesaria, pero una vez sentada sobre el borde del colchón, miró a Hange resignadamente.
—Al menos puedes arreglarme el hombro y la muñeca —sonaba como una petición, así que la líder de escuadrón se acercó para cumplirlo.
En un rápido movimiento colocó el hombro en su sitio, y decidiendo ignorar el grito de dolor de Eco, tomó su muñeca y repitió la acción de moverla hasta que estuvo bien colocada nuevamente. Los gritos se detuvieron como si Megalos hubiera sido apagada con un botón y cuando quiso darse cuenta, la peligris estaba otra vez desmayada entre sus brazos. Viktor la miraba con los ojos entornados en un gesto más o menos inconforme, Nash tenía el rostro deformado al punto intermedio entre el pánico y el terror, mientras Melania se mordía los labios con fuerza y tenía los puños cerrados a los lados de su cuerpo. Hange depositó a Eco sobre la cama nuevamente, y tomó unas vendas para envolverlas en un tenso torniquete alrededor del pie esguinzado.
—Necesita descansar, ha hecho mucho esfuerzo sólo con mantenerse despierta soportando todo ese dolor.
—Lo sabemos... —Viktor se cruzó de brazos—; diablos, ni siquiera debería seguir viva. Y está prácticamente ilesa. Tiene una buena suerte del demonio.
Melania se llevó las manos a la cintura en jarras, frunciendo el ceño.
—Casi puedo escuchar su respuesta a eso —las otras tres personas la observaron con curiosidad—: "ya saben lo que dicen, que hierba mala nunca muere".
No pudieron evitar reír. A decir verdad, era bastante cierto.
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