iii
iii.
«Confianza.
信頼
―エコー•メガロス防戦③―
Eco Megalos, 3ª parte.»
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El sol no había salido aún.
Si veías por la ventana, no se podía diferenciar si era muy tarde o muy temprano. El cielo estaba oscuro, ni siquiera la suave luz del crepúsculo tenía esperanzas de aparecer pronto. Las estrellas brillaban con fulgor en lo alto del cielo, sin embargo, la luna ya no se veía desde la enfermería. Lo que quería decir que pronto el sol empezaría a asomarse entre las montañas, dando el comienzo de un nuevo día.
Eco terminó de colocarse las botas altas de combate y se incorporó de un salto fuera de la camilla. Una pequeña mueca de molestia se formó en su rostro hichado por estar acostada; gracias a que todos sus huesos crujieron como madera vieja cuando se estiró lentamente. Tenía tanto tiempo acostada en esa camilla del infierno que ya ni siquiera sabía si había pasado navidad y año nuevo convaleciente por tres costillas rotas que finalmente, después de siglos, se habían curado- quizá estuviera exagerando un poco, pero definitivamente no pretendía seguir acostada mirando al techo y contando sus vigas y grietas, porque ya se las había aprendido de memoria tan bien que juraba poder hacer una réplica perfecta con los ojos cerrados.
Cuando entró a la gran sala llena de mesas y sillas que hacía las veces de comedor, no se sorprendió de toparse con la presencia de Erwin ya sentado y tomando una taza de café mientras revisaba un par de documentos. Eco bufó antes de hacer una media sonrisa sardónica, acercándose a la mesa: Smith no cambiaba, apostaba que ni siquiera había dormido, o no lo suficiente. Era tan diligente y tan responsable... por un momento se imaginó haciendo el saludo militar frente a un rubio con el cristal azulado colgando de su pecho orgullosamente, y sintió un inoportuno escalofrío recorrerle la columna vertebral.
— ¿Eco? No esperaba verte aquí —inquirió cuando ella estuvo frente a la mesa, llamando su atención.
Ella hizo el saludo propio, mostrando el respeto que se debía al líder de su escuadrón. Erwin sonrió al verla recuperada; aunque estaba un poco más pálida por la falta de sol, llegando a tener un color de piel enfermizo, y tenía la cara algo hinchada por no levantarse. Al menos ya se encontraba arreglada: la maraña gris que tenía por melena estaba sorprendentemente peinada, de nuevo la parte superior recogida en una desordenada bolita, y su uniforme pulcro, con todas las correas cuidadosamente en su lugar.
—Buenos días, heichō —saludó, sonriéndole suavemente—. Digamos que a mí no me sorprende encontrarlo aquí tan temprano.
Ya no tenía ese humor de perros tan afincado, pero seguía siendo irónicamente sincera. Al menos estaba sonriendo, y eso ya era una buena señal.
—No quería seguir desperdiciando mi vida acostada en una camilla cuando podría estar siendo más útil —dijo, señalando la mesa una vez descansó del saludo—, ¿puedo sentarme?
Erwin asintió en seguida, dejándole tomar asiento frente a él mientras hundía su mirada en su taza de café. Los papeles los había hecho a un lado cuando notó a la peligris llegar a la estancia, sabiendo que ya no podría seguir leyendo los expedientes plasmados en ellos. Eco apoyó los brazos sobre la mesa y la mejilla en la mano derecha, viendo intermitentemente a las hojas y luego a Erwin durante unos segundos.
—Debes descansar, no quiero que vuelvas a lastimarte y que no puedas realizar actividades por más tiempo del necesario —medio regañó el rubio, dejando la taza de nuevo sobre la madera. Ella frunció el ceño en una mueca torcida que hacía sin saber cada que algo le molestaba.
—Ya he descansado lo suficiente como para no necesitarlo más en los próximos quince años —refutó, sacando a relucir esa actitud obstinada que fuera del campo de batalla le había dado tantos problemas a Erwin.
El capitán negó un poco con la cabeza a modo de resignación y se levantó de su silla.
—Permíteme, el desayuno ya debe estar listo.
Después de decir eso se retiró a la cocina que se encontraba tras una puerta al final del salón del comedor. Eco estaba segura que Erwin había hecho su propio desayuno mientras terminaba de revisar los expedientes (porque sí, en una mirada de reojo descifró que se trataban de eso); casi siempre era de esa forma, porque él se levantaba incluso antes que Shadis para terminar pronto sus deberes.
—Que hombre tan diligente, me provoca arcadas.
Realmente no se sorprendió al escuchar esa voz decir sus pensamientos como si los hubiera leído, porque ya había pasado muchas veces con anterioridad. Lo que la descolocó fue de quién se trataba, tomando en cuenta la hora y que Viktor era uno de los últimos soldados en despertarse desde el principio de los tiempos.
— ¿Qué haces aquí? —Eco alzó una ceja mientras el moreno de mohawk tomaba asiento a su lado, moviendo la silla descuidadamente, al punto de provocar un escándalo en medio de todo el silencio nocturno.
—Buenos días para ti también, Megalos —gruñó Vitya, cruzando los brazos sobre el pecho—. Me he estado reuniendo con Erwin-heichō estos días. La verdadera pregunta es qué haces tú aquí —tras la acusación, le dio un golpecito en la frente con uno de sus dedos, o como mejor diría Eco: le apuñaló la frente con un dedo, haciendo que todo el buen humor con el que se había levantado se esfumara de repente.
—Déjame en paz. Tú no eres el que ha pasado los últimos dos meses confinado en la enfermería —se quejó ella, acariciándose el punto rojizo en su frente tras el atentado.
Viktor sonrió y su mirada oceánica normalmente tempestuosa pareció calmarse, y volverse un pacífico mar después de un tifón. Siempre era así: el gesto se le derretía hasta volverse tan cariñoso y puro que si alguien llegaba a verlo en ese estado, jurarían que se trataba del Mesías. Lástima que solo sucediera cuando estaban solos, Eco no podía aguantarse la risa de imaginar los comentarios burlistas que le harían Nash y Melania al respecto.
—Deja de mirarme con esa cara de retrasado mental —gruñó Eco, frunciendo el ceño hasta que sus cejas casi se fusionaron en la mitad de su frente.
—Es la única cara que tengo —dijo Viktor, finalmente apartando la mirada.
Erwin apareció a través de la puerta con una bandeja en donde reposaba un pan tan gordito y humeante que a ambos jóvenes se les hizo agua la boca y les rugieron los estómagos. Para colmo de males, tenía un olor celestial. El Smith pareció notar su impaciencia y se apresuró en dejar el alimento en el centro de la mesa, rehaciendo el camino a la cocina para buscar platos y tazas llenas de café. Hizo un par de viajes más, trayendo consigo miel y frutas, siempre con esa sonrisa de satisfacción en el rostro.
—Tan diligente, me provoca arcadas —repitió Abaddon, posando la vista en el pan y en la miel intermitentemente. Cuando Erwin volvió a sentarse fue que pudo saludarlo de manera más decente y educada—. Muy buenos días, heichō. Le agradezco por el desayuno.
—No ha sido nada. Que lo disfruten.
En silencio los tres empezaron a comer. Viktor tomó el primer trozo del pan pues era su favorito, y lo untó con un poco de miel antes de llevárselo a la boca y soltar un gemido de puro placer por el sabor de la comida. Mientras, Eco tomó una manzana y la mordisqueó al tiempo que Erwin comía su propio trozo de pan con café.
—Tú... ¿de verdad le estás untando miel al pan? —cuestionó la peligris, tras haberle dado el primer mordisco a su fruta. Su ceño fruncido, mirando fijamente al moreno.
Él se encogió de hombros, una gota de miel derramándose por la comisura de sus labios.
—Hace demasiado tiempo no pruebo tu manjar de dioses —y con eso se refería al pan de miel que Eco preparaba—, y ya no puedo más, si no como algo más que sea parecido, voy a desfallecer.
—Idiota —masculló ella, fijando la vista en la manzana.
Erwin sonrió por su corto intercambio de palabras, pero no dijo nada. Secretamente apoyaba al joven Abaddon: él también extrañaba el pan de miel que Eco hacía a veces para el desayuno, ¡habían pasado dos meses!
—Megalos —dijo el rubio, cortando el silencio—, ¿te molesta si te pido que nos reunamos en mi oficina después del desayuno?
Ella parpadeó un par de veces, ¿qué quería? Por un momento olvidó todo el asunto de la misión secreta de Viktor, por lo que al principio no logró entender. Sin embargo, tras un par de segundos, asintió: aunque quisiera negarse tendría que ir de todos modos. Su superior esbozó otra pequeña sonrisa, agradecido en silencio de que aceptara.
El comedor no tardó en llenarse de soldados rasos y las cocineras empezaron a llegar, inundando el salón con el olor de pan recién horneado, proveyendo las mesas con platos, tazas, vasos, y más tarde las respectivas frutas, café, jugos y demás alimentos. Para cuando la mesa donde antes solo estuvieron sentados los tres, se llenó; Erwin y Viktor ya habían acabado con el pan y Eco estaba comiendo unas cuantas uvas luego de haber terminado su manzana y una pera. Hange y Flagon se sorprendieron al verla, cosa que no pasó con Nash y Melania, mascullando que más bien ya se había tardado demasiado en huir de la enfermería.
— ¿Disculpen? Al menos yo tengo la decencia de guardar mi reposo como se debe, tontos —se defendió la de ojos grisáceos, llevándose una uva a la boca—. Es la principal razón por la que me curo más rápido que todos ustedes.
Y era verdad. Megalos siempre tuvo un factor curativo más rápido que el de los demás, aunque no era milagrosamente rápido, pero sí tardaba un poco menos de tiempo en sanar. Eso aunado al hecho de que en verdad guardaba el reposo completo, pasando a ser casi un vegetal cuando tenía una lesión. Hange se carcajeó por su sentencia, no negaba que tenía cierta razón en sus palabras.
— ¿Cuándo empezarás a entrenar? —preguntó ahora Flagon, tomando un poco de café.
Eco volvió la vista a la líder de escuadrón con lentes, quien se encogió de hombros, dándole libertad plena de su estado físico actual.
—Si Hange-buntaichō me lo permite, me gustaría empezar hoy mismo.
—Tras el desayuno pasa de nuevo por la enfermería para hacerte una última revisión sólo en caso de algo inesperado —dijo, sin embargo suspiró—; pero conociéndote, podrás reincorporarte hoy.
— ¡Maravilloso! —Viktor celebró, como si de verdad estuviera contento de que Eco probablemente le diera una paliza en el entrenamiento cuerpo a cuerpo.
Nash le dio un par de palmadas en el hombro y Melania aplaudió como felicitación: a simple vista el cuarteto era tan hilarante que a los tres mayores frente a ellos les fue imposible no soltar una risita; Viktor y Nash estaban en los bordes de la banca mientras Melania y Eco se encontraban entre los dos enormes hombres, viéndose aún más pequeñas y menudas de lo que ya eran. Megalos parecía un ser micorscópico en comparación de ellos desde que era la más bajita entre los cuatro.
Pero cualquiera que la conociera sabía bien que su diminuto tamaño no la hacía ser menos fiera. Apenas llegaba al metro sesenta y con todo y su estatura de pre-adolescente, tenía una actitud titánica.
Solo pensar en el simil hizo a Erwin aguantarse una sonrisa.
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—Disculpe la tardanza, heichō —Erwin supo que Eco por fin había llegado a la oficina tras escuchar tres golpes seguidos en la puerta, y esa oración ni bien la misma se abrió un par de centímetros—. Hange-buntaichō me arrastró con ella a la enfermería para examinarme.
El segundo al mando de la legión dejó de lado la pluma entintada y apartó un poco los papeles que yacían sobre su mesa, frente a él. Su oficina era un sitio demasiado ordenado, había una estantería con libros a mano izquierda que ocupaba toda esa pared, y detrás de la mesa, la ventana que tenía plena vista al patio de entrenamiento de los soldados. Sobre su escritorio solo tenía una pila pequeña de hojas, y un pergamino extendido en el cual estuvo escribiendo con anterioridad. Finalmente, a mano derecha, un mapa enorme de las tres murallas desplegado, con múltiples puntos marcados. Seguro de cuando Erwin se inspiraba para hacer sus raros planes de expediciones.
— ¿Cuál fue su diagnóstico? —no le hizo falta pedirle que tomara asiento, ella misma se hundió en una de las sillas de terciopelo rojo frente al escritorio primorosamente tallado.
—Ya puedo volver a las actividades regulares —suspiró Eco, haciendo evidente su alivio—. Es lo mejor que me han dicho en semanas.
Los ojos de Erwin brillaron por un segundo, lo que atrajo la atención de la muchacha. Se trataba de lo que Viktor mencionó semanas atrás, sin duda.
—Igual a mí —dijo el rubio, concordando completamente—. Tengo una misión para ti, Eco. Es... algo especial, en lo que solo trabajaremos cuatro personas, incluyéndome. Quiero que sea lo más bajo perfil posible —soltó todo sin espera y sin piedad, dejando a Eco desarmada, no sabiendo bien qué responder.
— ¿Una misión? Heichō, acabo de salir de reposo y no estoy segura si...
—Sólo será atrapar ciertos delincuentes en la ciudad subterránea.
... ¿Qué?
¿Eso era todo? ¿Atrapar delincuentes?... ¿Por eso Viktor estaba tan emocionado? Se quedó en blanco por unos segundos y no pudo evitar fruncir el ceño por confusión, lo cual estuvo bastante segura que fue obvio para Smith. Eso no tenía sentido: empezando por que atrapar delicuentes era trabajo de la policía militar, no de la legión de reconocimiento, ¡desde un principio no tenía sentido! Además la ciudad subterránea estaba entre los muros de Sina, todavía menos su territorio. ¿Por qué Erwin querría inmiscuirse en asuntos que no le incumbían?
—... ¿Señor? —fue todo lo que pudo decir, la única cosa coherente que su mente procesó, entre tantas dudas y confusión.
Erwin se enderezó, entrelazó los dedos y apoyó la barbilla sobre las manos mientras sus codos reposaban sobre la madera. Eco tuvo que prepararse, seguro existía un trasfondo importante... o quizá él optaría por mantenerla a raya y no contarle nada. De cualquier forma el muy bastardo sabía que ella cumpliría cualquier orden que le diera al pie de la letra, lo que a veces le hacía ser tan desconsiderado con su posición que se preguntaba si de verdad era importante o imprescindible como le hacía creer.
—Hemos recibido la solicitud de la policía militar ya que esos individuos portan equipos MD3, y aparentemente son muy diestros en su uso —explicó—. La policía no ha podido controlar la situación y saben que nosotros tenemos más experiencia.
Hay algo más —fue lo primero que pensó Eco, a pesar de que asintió sin decir palabra.
—No obstante, esa no es la única razón —él se relajó de nuevo en su sitio, recostándose contra el espaldar de la silla en una pose particularmente serena—. Conozco la identidad del líder del grupo anti-expediciones —Megalos se tensó ante eso.
¿No habían resuelto ese tema todavía? Ahora lo veía con más claridad... las reuniones con el comandante en jefe Zacklay, no eran solo por la caída de wall María:—. He estado un tiempo investigando a estos delincuentes y podrían sernos útiles. Tienen la habilidad de un soldado de la legión promedio.
— ¿En qué serán útiles? —Eco se cruzó de brazos—. No entiendo qué tienen que ver con el grupo anti-expediciones. Estás hablando incoherencias.
Erwin sonrió:— ¿Cuento con tu apoyo?
Maldito, no le iba a explicar nada después de todo.
Resopló, a sabiendas que no iba a conseguir nada más, Smith mantendría el secreto hasta que la misión se cumpliera y ella pudiera verlo. Siempre había sido así, y a pesar de la información técnicamente nula que desde siempre le había dado, su poder de palabra y convencimiento podía mover hasta a las montañas. A eso debía añadirle la confianza ciega: ya podría decirle que matara a una persona o que se lanzara por un vacío directo a las fauces de un titán, que lo haría. Ese jodido hombre siempre tenía un plan, una doble intención, a veces incluso se preguntaba si podía ver el futuro desde que todo lo que maquinaba salía justamente como le daba la gana.
Esa no sería la excepción.
Eco se levantó de su silla y le dedicó un saludo con firmeza, ese brillo ciego en sus ojos que a los cuatro vientos gritaba que confiaba en su líder de escuadrón. El rubio sonrió porque sabía su respuesta:
—Sí, señor.
—Perfecto —dijo, apenas terminó de hablar—. Entonces puedes retirarte; ve a entrenar... te necesito en forma lo más pronto posible.
Megalos hizo otro asentimiento y se retiró de la oficina sin decir más, rumbo directo al campo de entrenamiento.
•
Melania estaba peleando con una de las cadetes regulares cuando un grito hizo que se distrajera. Lo siguiente que vio fue a Nash estampado contra un árbol, cercano al lugar donde él continuaba su entrenamiento con Eco.
La peligris se acercó para tenderle una mano: su cabello estaba revuelto, chorreaba sudor al igual que por su frente y pecho corrían las gotas, su piel brillando de tanta transpiración. Para entrenar llevaba unos pantalones algo holgados y un top deportivo. Un par de guantes cortos de cuero, desgastados y sucios, cubrían sus manos. Tenía un par de moretones en el abdomen y su mejilla derecha empezaba a hincharse por algún golpe del enorme hombre que salió disparado contra el tronco tras una de sus patadas, la primera que había lanzado correctamente tras estar dos meses de reposo. Hiperventilaba, producto de la pelea sin descanso que habían tenido segundos antes.
Nash estaba en condiciones parecidas: escurría sudor y la camiseta de entrenamiento se le pegaba a los músculos tan bien tonificados. Aún no tenía moretones visibles, pero estaba seguro que pronto los tendría.
El castaño tomó la mano que le tendían y un segundo después de levantarse usó ese mismo agarre para hacerle a Eco una llave de sumisión, cruzando los brazos alrededor de su cuello y posicionándose a su espalda. La estaba ahogando.
—Nunca confíes en tu enemigo, Eco —advirtió el mayor, apretando un poco su agarre.
Eco se removió un par de veces intentando deshacerse de los fuertes brazos a su alrededor, diablos, Nash era tan grande en comparación a ella que podría romperle el cuello con una mano si quisiera, ¡y pretendía hacerle una llave con ambos brazos! Aunque aquello no duró mucho, porque en cuanto empezó a presentar señales de asfixia, su contrincante soltó uno de los brazos y la empujó hacia atrás, saltando él mismo. Entonces ella quedó suspendida en el aire en posición horizontal mientras él caía sentado en el suelo y Eco recibía de lleno todo el golpe con la espalda, quedándose finalmente sin poder respirar; y totalmente derrotada.
Boqueó unos segundos en busca de aire como un pez fuera del agua mientras Nash se levantaba con una deslumbrante sonrisa por haberle ganado... otra vez.
Mientras se daba media vuelta, encogiéndose sobre sí misma por el dolor que le recorría el cuerpo, se les acercaron Melania y Viktor.
—Creo que aún no puedo luchar contra alguien que anatómicamente ya tiene la pelea ganada —dijo en un graznido ahogado, volviendo a dejarse caer contra el suelo.
Viktor soltó una estruendosa carcajada. Eco había intentado ganarle a alguno de los dos desde que estuvieron juntos en la academia militar, pero ninguno de sus intentos funcionaba; sin embargo había mejorado considerablemente, tomando en cuenta que ya incluso les dejaba marcas de combate y los mandaba a volar.
—Quizá pronto lo logres —consoló Nash, ayudándola a levantarse y despeinándola tras eso—. Lamento ser tan brusco.
Ella gruñó, y los otros tres suspiraron a sabiendas que era algo que le irritaba. "No te controles, golpéame con todo lo que tengas" eran siempre sus peticiones. Porque "si peleo contra alguien en serio, no se van a contener solo porque soy una chica".
—Agradece que sí estabas bien curada, después de todo. De no ser así, ya tendrías otras veintiún costillas fracturadas —fue el ilustre comentario de Vitya, dejando extrañados a los otros tres.
—Vitya, santo cielo, ¿cuándo aprendiste tanto? —Melania fue la que habló por el grupo, acercándose al moreno para ponerle una mano sobre la frente.
El moreno bufó y en un brusco manotazo se alejó del contacto de la pelirroja. Solamente Eco se dio cuenta (porque lo conocía mejor que la palma de su mano); pero se había sonrojado. Su ceño se frunció un poco involuntariamente cuando una fugaz duda le cruzó la mente: ¿había caído en los encantos de Melania?
No sería tan extraño. Si conocías a Melania sin caer en sus encantos debías ser una especie de alienígena.
—Abaddon —de repente, la voz de Erwin sonó—, Megalos —el rubio apareció ante ellos con sus ropas de entrenamiento y unas cuantas gotas de sudor recorriéndole. Sin embargo su cabello seguía perfectamente peinado como siempre, causando que algunos se preguntaran cómo lo lograba—. Los espero en mi oficina al final del día.
Ambos soldados hicieron el saludo militar y asintieron firmemente, seguros que se trataba de los fulanos criminales de la ciudad subterránea, aunque era un poco raro que lo dijera así en voz alta sin importarle nada. Ya verían cómo explicarle el asunto a Nash y Melania, aunque no podían decirlo de todos modos. Viktor y Eco se echaron una cómplice mirada de reojo, maquinando en segundos una respuesta incluso antes de que la pregunta fuera formulada.
— ¿Por qué Erwin-heichō querría hablar con ustedes? —y ahí estaba, ambos ajenos los observaban con una ceja alzada y algo acusatoria.
Eco hubiera preferido cometer suicidio en medio de una batalla antes de dar la excusa que Viktor dijo sin pensarlo dos veces:
—Nos encontró en lo nuestro en la enfermería por accidente.
Tan sólo se apretó el tabique con el ceño fruncido sin emitir palabra, no quería ver esa expresión desconcertada ni la palidez en los rostros de sus amigos. Mal nacido Viktor, ya se vengaría después.
—... ¡QUÉ!
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