Epílogo

Sin saber dónde me encuentro ni si sigo con vida, me siento solo con una ligera percepción de existir, en algún lugar.

No hay luz ni sensaciones.

Me parece oír un fuerte pitido de monitor.

No sé en qué momento me ha abandonado la oscuridad y la agradable, aunque a la vez temida, sensación de silencio. Tampoco sé dónde estoy, ni si soy dueña de mi propio cuerpo. De lo único que me alegro es de saber que aún estoy viva.

Mi mente parece navegar entre dos mundos: el consciente y el inconsciente.

Percibo cómo las voces de mis sueños, ya abandonados, se mezclan con los sonidos del mundo real: el pitido de algún aparato, pasos, muchos pasos; el chirrido de una silla de ruedas, un acceso de tos...

De pronto sueño con un día soleado. La fragancia inconfundible de Salomón me llena de dolor profundo. Me parece estar experimentando cosas que soy incapaz de comprender.

Lo escucho hablar. Su voz dulce y sensual me recuerda a una promesa. Él está aquí. Su presencia es innegable, y, sin embargo, también lo siento lejos.

A la deriva. Luchando por llegar hasta mí.

Hay ruidos en alguna parte. Un escáner fotografíandome la cabeza.

—No creo que se vaya a despertar —dice alguien.

Vuelvo a dormir.

En algún lugar en la distancia, los murmullos se reúnen. Siento sus brazos extendidos hacia mí. Intento levantar la mano, pero es en vano. Intento levantar un pie, pero no puedo. Es algo más fuerte que yo, que hace que todo sea imposible para poder moverme. Sé que mi cuerpo está completamente anestesiado. Lucho tanto como puedo para mover la enorme y pesada masa en la que mi cuerpo se ha convertido, pero parece estar atrapada bajo un barco que ha naufragado y reposa en el lecho del océano. No puedo moverme.

Hace un rato, no recuerdo cuándo, oí gritos, llantos, la voz de múltiples personas nerviosas próximas a mí y también el susurro de Salomón; otra voz femenina que no he logrado reconocer y luego todo se volvió silencioso.

Pacífico. Desapareció el dolor.

Vi la parte de mi cuerpo que era «yo» en una cama de hospital situada en una habitación blanca, de luz brillante con un fuerte olor a antiséptico; y a una enfermera afeitándome un trozo de la cabeza. Cuando todo esto desapareció, me vi dentro de un sueño en el que Abel, siempre prudente y sonriente, ha cuidado de mí durante un tiempo que desconozco, también he visto a Carlos.

—Abre los ojos —me pide una voz. —No me abandones de nuevo.

Lo oigo llorar y Salomón no es de lágrima fácil; siempre ha sido un chico extremadamente duro. Sólo la vi llorar cuando murió su pequeña hermana y ahora está llorando de la misma forma. Me siento mal al ser la causante; sigo esforzándome por ver la salida, por abrir los ojos y apretar su mano. Pero no
funciona.

Mi mente entra en caída libre. Me da la sensación de que mi corazón se contrae, se expande y salta en mil pedazos a la vez. El dolor es imposible.

«Salomón.» Las paredes de mi cerebro me devuelve la voz, siento dolor. Solo siento dolor.

—Lo siento —solloza. —Yo jamás debí alejarme... me alegré tanto al saber que has cumplido tu promesa.

«Te extraño.»

Estar en una pesadilla no es lo peor que esto.

Aquel dolor en el pecho es inexplicable, pero qué hay de mis recuerdos.

Ahí está Salomón sentado debajo de un árbol, leyendo un libro.

Lo quise desde el primer día que lo vi.

Pero también está Deam con sus ojos hipnotizadores mirándome mientras baja las escaleras.

Lo deseé desde el primer día que lo vi.

Las cosas cambiaron para nosotros, la vida nos atacó con fuerza y nos ha desviado de nuestro rumbo. Siento una serie de emociones atravesar todo mi cuerpo, siento la lejanía llenar el silencio con dolorosos recuerdos.

Estoy completamente sola y ambos son inalcanzables.

Su mano me aprieta con delicadeza.

—Vuelve conmigo, Peque.

Su voz, aquel profundo sonido que todavía me persigue en los sueños. Está llena de sentimientos de anhelo, repletos de los recuerdos de mi infancia y me sobreviene una cascada de emociones.

De pronto me viene la mente la cara de Deam. La forma en que su cabello huele a lavanda, y a esperanza.

Pero Salomón me sonríe, sé que con él nunca podrá pasarme nada malo e incluso si lo hace, estaremos bien. Una vez me dijo que hasta la noche más oscura encuentra una pequeña luz tenue que lo ayuda a iluminarse. Esto trata de nosotros, los que buscamos una manera de vivir en este mundo de oscuridad.

Quizás aún hay tiempo de salvarme.

No pasa nada. Cuando abra los ojos, me despertaré.

Esto no es real. Es solo mi imaginación salvaje y mi superstición uniendo fuerzas para torturar mi mente.

Esto. No. Es. Real.

Siento los párpados como si estuvieran pegados cuando intento separan el uno del otro.

Aprieto los párpados y cuento en voz alta en mente: «—Tres, dos, uno.»

Hago un esfuerzo por abrir los ojos pero me resulta muy complicado. Trato de enviar órdenes a mi cerebro para poder mover la mano que alguien me acaricia, pero no me obedece. Trato de girar el cuello hacia cualquier dirección, con la intención de que sepan que sigo con vida; pero hay cables y tubos que siento sobre mi rostro que me lo impiden.

Estoy aquí y puedo oír a Salomón, aunque no sé con quién habla y tampoco entiendo lo que dice.

—El cuerpo de Paloma no pudo haberse movido por si sola —dice Salomón. Su tono de voz es de auténtica rabia, nunca la había oído hablar así. —La dejé desangrándose cuando saqué a Judith de ahí. Seguro que mató a Andrés y la enterró sabe Dios dónde. Lo saben, saben que fue ella; que ha hecho algo más aparte de dejar a mi Peque en coma y por eso temen decir en la noticia que se equivocaron. Espero que se pudra en el infierno —comenta. —Vete a saber dónde ha enterrado el cuerpo del compañero de Judith.

—Ella no pudo haber sido —responde la voz femenina tranquilamente, apenas a unos metros de distancia de Salomón. —Y además, lo de Andrés es muy sospechoso.

—¿Qué estás insinuando, Lua?

¿Lua? ¿De dónde Salomón conoce a Lua?

—Nada. Despertará, no te preocupes. Ella es fuerte.

—¿Y de qué manera? ¿Y si no habla? ¿O no puede caminar? ¿Y si tiene una lesión tan grave en el cerebro que ni siquiera recuerda los días de la semana? ¿Nuestro pasado? ¡Su cerebro ha sufrido mucho todos esos años! Puede colapsar.

—Tenemos que ser positivos —insiste Lua, acercándose a Salomón.

—Gracias por estar aquí en todo momento y por haberlo estado en el pasado. ¿Cuánto hacía que no te veía de cerca? ¿Dos años?

—Tal vez. Sin tu ayuda jamás hubiera salido de aquel centro. Así que haber estado presente en la vida de Judith por ti fue lo de menos.

—No merecías estar ahí.

—Mi hermano no creía lo mismo —Lua lo dice con rencor y cierta furia.

No recuerdo saber nada de un hermano.

Creo intuir una sonrisa franca en la que acompaña a mi Salomón o quizá sólo son imaginaciones mías. Mis ojos quieren verlos, pero sigo sin
poder abrirlos.

«Abre los ojos —me digo. —Venga, hazlo. No debería ser tan difícil. Sólo, ábrelos y a ver qué pasa.»

Un segundo. Dos. Cinco.

Un minuto. Cinco minutos.

Una eternidad. Un distancia de luz.

Nada, no funciona.

—Espero que en verdad este muerta porque si no....

—Y más vale que la escondamos bien, Salomón —la interrumpe Lua. —Porque volverá a por nosotros, de eso estoy segura. Especialmente por ella.

—Ya es tarde sólo puede quedarse uno —creo que es la voz de una enfermera, quien ha entrado en la habitación.

Las voces de Lua y de una enfermera se van alejando hasta que quedan al otro lado de la puerta.

Salomón ha ido entrando y saliendo de la habitación; el hombre no se ha separado de mi lado en todo el día y ha seguido diciéndome cosas tan inquietantes como que me tengo que despertar, que es importante para mi seguridad. Yo, que a lo largo de toda mi vida he pensado que los hospitales son los lugares más seguros del mundo.

También he oído voces femeninas y la de un doctor, que me ha tocado los párpados y le ha dicho a mi Salomón y a Lua que no hay cambios. Que todo sigue igual que el primer día. Entonces, mi madre se ha echado a llorar por enésima vez, maldiciendo al que supuestamente me ha provocado el coma y el golpe en la cabeza que ha sido el causante de mi actual situación.

Estoy que ni me lo creo. Es como si estuviera dentro de una pesadilla de la que necesito despertar; pero cada vez que lo intento me fallan las fuerzas y las órdenes que le sigo enviando a mi cerebro son inútiles. No me despierto.

No abro los ojos, no puedo mover ni siquiera un dedo de la mano.

«Lucha. Lucha. Lucha.»

Quiero gritar, decirles que estoy luchando, pero que no puedo. ¡No puedo, maldita sea!

Y entonces, el silencio desaparece.

—¡Le cae una lágrima! ¡Le cae una lágrima! —exclama Salomón, como si fuera lo más maravilloso que ha visto en su vida. Oigo sus pasos acelerados hacia la puerta; la abre sin cerrarla tras de sí y desde el umbral grita en el pasillo: —¡Una lágrima! ¡Le cae una lágrima! ¡Doctor! ¡Enfermera!

Unos pasos frenéticos se aproximan a mi cuerpo. Luego llega a mi lado porque puedo sentir muy cerca de mí.

De nuevo unas manos fuertes palpan mis ojos; me extraen el oxígeno y vuelven a dejarlo. Me apretujan la mano, tengo la sensación de que me van a estallar todos los huesos de mi cuerpo y en un instante, la alegría de mi Salomón desaparece.

—Un acto reflejo. Todo sigue igual —informa la voz que ya he identificado como la del doctor.

—Mierda —masculla Salomón que está conmigo noche y día.

«Mierda», pienso yo. Pero al menos he conseguido algo.

Una lágrima.

Menos es nada.

—Yo creía que... Oh, Dios...

«Salomón. Sigo intentándolo. No llores más, yo sigo intentándolo.»

«Pues no lo haces del todo bien», me dice una voz desconocida, que no parece real.

«¿Qué dices? ¿Quién eres?», le pregunto.

«Sigo aquí. Aunque te hayas desintoxicado de tus pastillas  no me he ido y sé muy bien que sabes quién soy. Eres lamentable, Jude. Siempre caes en algo peor cuando no es Judiproblemas es Judicoma. Se te ha vuelto una costumbre.»

«Déjame en paz.»

La voz empieza a reír escandalosamente, impidiendo que siga oyendo la conversación entre mi Salomón y el doctor.

—Judith, tengo que dejarte sola un momento. Te prometo que solo será un
momento —me dice cariñosamente, acariciando mi mano como de costumbre. —Si te vas a despertar, espera a que venga, ¿ok? Espérame, por favor.

Acto seguido se ha marchado y ha venido una enfermera para asegurarse de que todas las máquinas funcionan correctamente.

Me he acostumbrado tanto a su pitido que forman parte de mí. Cuando la enfermera se ha ido, me ha invadido una desesperante soledad y preocupación por no saber dónde están mis padres. Ellos, que no han venido ni un sólo día desde que estoy aquí en coma, debe de haber tenido un contratiempo muy importante para no haber venido.

Me duermo con ese pensamiento.

Alguien ha entrado en la habitación despertándome de la ensoñación extraña en la que me encontraba. No reconozco quién es por el olor y el hecho de que no diga nada me desconcierta y a la vez me da miedo.

«¿Quién hay aquí?», pregunto. Pero nadie me oye. Soy solo un cuerpo dormido que no se inmuta ante nada. Que no se mueve.

Han colocado algo encima de mi rostro entubado, algo suave, parece un cojín. Y lo aprietan contra mí.

¡Alguien quiere matarme!

«Y lo conseguirá», dice la voz.

«No —le digo, tratando con todas mis fuerzas de luchar para seguir respirando. —¿Qué clase de cobarde mata a una persona en estado de coma? ¡Mierda, tengo que despertarme. Tengo que moverme y defenderme!»

Pero por más que quiero no puedo. Aunque no me puedo mover, mi mente sí reacciona con desesperación. Quien quiere acabar con mi vida debe de estar regocijándose en el placer de ver cómo acaba con alguien que ni siquiera se inmuta, alguien a quien parece no importarle abandonar este mundo.

—Hay un mito tan antiguo como el tiempo que dice que cuando conoces a alguien que se parece a ti, uno de los dos morirá. Según el mito, el primero en ver al otro está destinado a encontrar su fin. En la misma década. El mismo año. Quizás incluso el mismo día.

¡Que alguien abra la puerta! Que alguien la abra ahora mismo y descubra quién me quiere asesinar.

¡¿Paloma quiere acabar conmigo, y por qué?!

—Has acabado con una vida antes —su tono tranquilo, pero amenazante.

«No quise hacerlo.»

«Aun así, sucedió.» dice esa voz. «Tanta sangre sólo puede significar una cosa.»

«Tomé una vida.

Mis demonios finalmente ganaron.

Ahora están en silencio, ni siquiera intentan susurrar esas cosas maliciosas, esos pensamientos que me han atormentado día y noche.

Subieron de volumen, chocando y arañando los confines de mi cabeza hasta que los escuché.

Hasta que hice realidad su deseo.

Lo siguiente que sé ahora es que seré mis propios demonios.

Seré mi propia perdición.

Seré lo que he evitado toda mi vida.»

El cojín ha dejado de presionar sobre mi cara y he oído unos pasos apresurados dirigiéndose hacia la salida.

—Pero... pero... —balbucea la enfermera consternada. —¡Oh por Dios!

Tarda tanto en reaccionar que, para cuando sale al pasillo a pedir ayuda, Paloma ya ha salido corriendo de mi habitación, ya es demasiado tarde.

«Oh. El mito es sobre ella y tú.» me recuerda la voz.

«Creo que esto significa que ella me vio primero. Hizo contacto visual primero.»

«Qué mala suerte. Pero creo que nunca has tenido suerte desde que naciste. Ahora te toca a ti morir.»

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