9. Contradicciones

JUDITH

Las voces en el aula, todas juntas, zumban como un enjambre de abejas. Me hundo en mi pupitre, sin dejar de mirar la pizarra. El profesor Bernardo, un tipo bajito, regordete y calvo, está sentado en el escritorio y apoya una pierna sobre la madera oscura.

—Ética y moral son conceptos muy relacionados que a veces se usan como sinónimos, pero tradicionalmente se diferencia en que la ética es la disciplina académica que estudia la moral.

»La ética no inventa los problemas morales sino que reflexiona sobre ellos. Las acciones relevantes para la ética son las acciones morales, que son aquellos realizados de manera libre, ya sean privadas, interpersonales o políticas. La ética no se limita a observar y descubrir esas acciones, sino que busca determinar si son buenas o malas, emitir juicio sobre ellas y así ayudar a encauzar la conducta humana. ¿Cuál es el problema del ser y el deber ser?

Varios alumnos levantan la mano y hablan de los problemas del ser y el deber ser. Recorro el aula con la mirada. Alguien levanta la mano, su ejemplo es entre lo que quiere ser y lo que sus padres quieren que sea. Estoy segura que el profesor no se refería a eso.

El profesor me mira fijamente.

Mierda, hoy no.

Hoy no, por favor. Se supone que si no levanto la mano es porque no quiero hablar ni participar, ¿eso no es una clara señal para él?

—Señorita Lima, ¿qué opinas?

Suspiro y muerdo el labio inferior, sé que algo quiere salir de mi boca, y sé que también que el profesor espera una mejor respuesta de mi parte. Odio sentir esa presión.

—Las oraciones descriptivas se pueden (quizás) justificar a partir de la investigación empírica. así por ejemplo el valor de verdad de la oración 'Los emperadores son crueles' se puede terminar haciendo una investigación histórica.

»Sin embargo, no sucede lo mismo con la oración 'Los emperadores deben ser crueles' la verdad o falsedad de esta oración se debe determinar por otros métodos, y si se descarta la posibilidad de probar su verdad a través de una deducción a partir de premisas verdaderas, entonces vale preguntar si hay algún otro camino.

El profesor me mira, se pasa el bolígrafo entre los dedos pensativo.

—Es decir, que el error se encuentra en el procedimiento, no en el punto de partida. Buena deducción, señorita Lima —dice conforme por mi respuesta, luego pregunta. —¿Cuál consideras un término de falacia lógica?

Se pone de pie muy despacio y se acerca a mi pupitre.

—¿Falacias lógicas? —él asiente como si estuviera seguro que tengo la respuesta. —La esencia de la sexualidad es la procreación, ¿cierto? —se inclina sobre mí hasta que sus ojos verdes quedan a la altura de los míos. Trago saliva por lo que está apunto de salir de mi boca. —Por lo tanto, la anticoncepción no debería estar permitida, porque no refleja la naturaleza de la sexualidad. Sin embargo, la anticoncepción es un método que la sociedad aprueba para prevenir un embarazo no deseado.

»Pero de cierta manera, la sexualidad es la forma de gozar y disfrutar, y va más allá de la genitalidad. Escribir, amar, trabajar, también son sexuales. La moral es uno de los límites a esa sexualidad. Entonces, la pregunta correcta sería la siguiente, ¿acaso nosotros mismos no criticamos nuestra propia moral mediante nuestras conductas y pensamientos?

El aula se hunde en exclamaciones ahogadas, la expresión del señor Bernardo es una mezcla de satisfacción y diversión.

Suena el timbre y acaba la clase.

Recojo mis cosas y me dirijo hacia la puerta. Tan pronto cruzo la puerta, aparecen Abel y Esther a mi lado. Caminamos en silencio en el pasillo mientras nuestros compañeros pasan a nuestro alrededor como si tuvieran prisa de llegar a sus casas.

—Nos vemos en un rato —sentencia Abel, dirigiéndose a su coche.

Me despido de Esther, dejo que el viento fresco me cubra la cara con mis mechones negros, volando por todas partes mientras sigo mi camino a casa.

Una vez que llego a casa y subo corriendo a mi habitación, saludando a mi madre desde la escalera, quien está en la cocina preparando algo que huele a recién horneado. Me meto a mi habitación y comienzo a desprender el uniforme de mi cuerpo.

Desde el primer timbre, salto sobre mi teléfono puesto sobre la mesita de noche. Llevo dos días esperando está llamada, de hecho, ya ni la estaba esperando. Creí que se le había olvidado.

—¿Judith?

—Buenas tardes, papá —articulo, obligándome a parecer jovial.

—Calculé bien la diferencia de horario para saber a qué hora saldrás de clase, y aquí ya es de noche.

—Entonces, buenas noches —digo.

Mi corazón se estruja mientras me imagino a mi padre al otro lado del mundo. Me encantaría decirle cuánto lo extraño, contarle de mis cosas como antes, hablarle de mi vida, pero no puedo. Me faltan las palabras. Mi boca queda seca, sin que pueda salir una palabra.

—¿Estás bien, cariño? —me pregunta.

Me obligo a carraspear la voz.

—Sí, estoy bien. ¿Y tú?

—Sí... Bueno, quería decirte que se retrasaron demasiado en el proyecto. No podré volver la próxima semana como te lo había prometido.

¡Oh! Ya veo.

Mi rostro se descompone.

—Está bien, espero que puedas resolverlo... estoy muy ocupada. Tengo muchas tareas que hacer... adiós.

—¡Judith... hija espera! —mi padre se aclara la garganta. —Sabes que te quiero, ¿Verdad?

Silencio de mi parte.

—Prometo que regreso pronto —dice con la voz cansada.

—Hasta pronto, papá.

—Hasta pronto, cariño. Te quiero.

—Yo también te quiero —y cuelgo, obligándome a no llorar.

Me quedo en la cama y decido resolver un crucigrama para no pensar, no sé cuánto tiempo pasa exactamente cuando llaman a la puerta una sola vez, y el ruido sordo me hace sobresaltar.

—Cariño. Está aquí, Abel. Le digo que entre. ¿Estás visible?

—No. Estoy en ropa interior.

Oigo que le dice a Abel que no estoy "presentable". Me rio porque lo que ella no sabe es que él ya me había visto en ropa interior, muchas veces de hecho.

Abro rápidamente el armario. Me coloco unos shorts y una blusa de tirantes.

—Mamá, puede entrar.

La puerta se abre y Abel entra a la habitación. Se pasa la mano por el cabello. Siempre lo ha llevado así, con mechones rebeldes sueltos en su rostro que le quedan bien. Creo que lo que más me gusta de él es que es tan predecible. Se conforma con la mejor nota, es co-capitán del equipo de fútbol y sigue luchando por quedarse con el puesto completo, todos en el instituto saben que se lo merece, pero la competencia es fuerte, no hay que negar que Octavio Azgar es uno de los mejores del equipo y hasta ahora ha hecho un buen trabajo con el equipo. Sin embargo, sé que mi amigo de corazón de oro no va a descansar hasta tomar ese puesto y es por su actitud de luchador que lo admiro.

—¿Te llamó? —se deja caer sobre mi cama y me mira con el ceño fruncido.

—Sí —me dejo caer a su lado con un suspiro.

—¿Malas noticias? —dice mirando una foto de nosotros en la pared, la habíamos tomado el año pasado en la navidad, ambos tenemos caras raras en ella.

Sacudo la cabeza. —No, nada grave.

―¿Segura? ―insiste.

―Segura.

Me acaricia la mejilla sin creerme.

―¿Abel?

Me acerco más a él, poniendo mi cabeza en su pecho.

―¿Mmm?

―Eres muy bueno, ¿lo sabías?

Me observa con una expresión confundida.

―Solo soy así contigo.

El teléfono de Abel comienza a sonar de repente, me alejo, él de un salto sale de la cama y contesta, su mirada se ensombrece de inmediato y puedo ver que está conmocionado, desaparece por la puerta de la habitación.

¿Una llamada misteriosa? ¿Quién podría ser? Esto es muy extraño. ¿Y por qué se esconde de mí? No tenemos secretos, ¿o sí?

Movida por la curiosidad me acerco a la puerta, pero Abel no está. Empiezo a bajar las escaleras en silencio para que Abel no me oiga: acepto que soy muy curiosa y que algún día me meteré en graves problemas, pero no será hoy.

—¡¿Qué quieres que haga qué?! ¡¿Estás loco o te has fumado algo?! —exclama Abel desde el salón.

Me asomo por la barandilla y lo veo de espaldas hablando por teléfono. Caminando de un lado a otro y su mano desocupado frota su nuca, lo cual indica que está nervioso.

—Entonces, ¿está seguro que es la misma chica?, ¿está muerta?

¿Quién se murió?

Él acaricia la nuca de nuevo.

—Papá se está ocupando de todo... no te preocupes, yo cumpliré con mi parte.

Uf, silencio profundo y agónico.

—Sí, Carlos. Entendí —dice con exasperación. —Papá lo hará todo bien, lo sé. Nadie puede sospechar nada.

Abel se voltea, estoy tan impactada por lo que estoy escuchando que por poco me ve la mano apoyada en la barandilla. La retiro rápidamente y subo corriendo las escaleras, me encierro en el baño y escucho sus pasos acercarse hasta mí, con el corazón latiendo a toda velocidad, bajo el baño para que piense que lo estaba usando y luego salgo como si no hubiera escuchado nada.

Abel me mira con los ojos entrecerrados. El corazón me late desbocado, creo que me va a salir del pecho. Tengo que sacarme de la manga una mentira para que él no sospeche.

—¿Ya te vas? —le pregunto, al verlo desde el umbral de la puerta mirándome seriamente.

—Sí, me voy tengo, prácticas —me dedica una media sonrisa.

—Buena suerte —murmuro.

—Muchas gracias.

Muerdo el labio inferior al ver que sigue observándome.

—Nos vemos mañana.

—Estás rara. ¿Qué te pasa? —se mete las manos en los bolsillos mientras me contempla, con sus hombros rígidos.

Pongo mi mejor cara de póquer. —¿Desde cuándo soy normal? —bromeo, eso siempre ha funcionado cuando no quiero hablar, espero que hoy también lo haga.

―Soy incapaz de herirte, ¿sabes? ―dice de pronto―. Soy bueno contigo porque te respeto. Soy bueno contigo porque confío en ti. Para mí eres de mi familia. Pero el resto de las personas, los que no forman parte de ella... para mí no significan nada. Si me alejé por la llamada es porque hay cosas que no siempre se pueden compartir. Puedes pensar todo lo malo que quieras, pero esa es la fría verdad. ―Sacude la cabeza y se queda mirando fijamente su celular―. Los secretos de familia siempre será así.

Observo atentamente su hermoso rostro y veo la verdad en sus ojos. ―En primer lugar, no pienso mal de ti.

Vuelve a sonreír. ―Por eso te quiero.

Aprieta los labios y parece a punto de añadir algo, pero su celular suena en ese momento. Me dedica una mirada y se da media vuelta, dispuesto a irse.

Se ha ido, dejándome sola, con millones de preguntas y dudas en la mente.

Minutos más tarde, soy yo la que baja las escaleras con pereza hasta la cocina, preguntándome si Abel está encubriendo a alguien de un asesinato.

—¿Tienes hambre? —me pregunta mi madre, que está viendo televisión en el mostrador de la cocina.

Siento el estómago cerrado desde que escuché esa conversación. —No.

—¿Cómo estás? —sé donde quiere llegar.

—Estoy bien y le puedes decir que no estoy enojada con él.

Sus ojos se iluminan.

Miro con horror una imagen de la pelirroja que vi ayer con Carlos en el club presentarse por la pantalla. Mamá sube el volumen.

"Talita Montana, de dieciséis años de edad, fue encontrada muerta en la carretera, a orillas del camino. Temprano de esta mañana —dice una reportera. —Su auto había sido encontrado abandonado a unos metros de su cuerpo. Cuando los agentes de la policía fueron para investigar, encontraron a la fallecida con moretones en el cuello y las seis pulseras rotas a su alrededor, ya no se puede seguir negando los hechos evidentes, es un trabajo de Snap..."

Mamá apaga la televisión y yo estoy en shock.

—Pobre chica. Sus padres deben de estar devastados con esa noticia —dice con tristeza mi mamá, acercándome a ella para acariciar mi cabello como si necesitará saber que estoy fuera de peligro.

Eso me hace sentir rara.

—Sí... seguramente —susurro en un hilo de voz, separándome de ella. —Voy a hacer tarea en mi habitación por un rato.

Ella vuelve a abrazarme antes de dejarme ir.

Subo y me encierro en mi habitación, ¡Dios mío! Me niego a creer lo que mi malinterpretado cabeza piensa en ese instante. Abel no sería capaz de ser cómplice de algo así. Una parte de mí entendía que quisiera proteger a su hermano y, por otro lado, está esa que me presenta como mujer, una posible víctima. Mi piel se eriza y siento miedo, pero miedo de verdad.

Trato de llenar de aire los pulmones temblorosos. Me niego a creer eso.

Seguramente malinterprete la conversación, Carlos es raro, pero eso no lo convierte en un asesino. Así que, Esther tenía razón sobre Deam, ser raro no es una prueba suficiente para culpar a alguien.

Solo es una casualidad la muerte de esa pobre chica y la conversación de Abel, no hay una posibilidad de que fuera él.

Solo olvida lo que has escuchado. Me recuerda esa voz. Olvida como siempre lo haces.

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