4. Infinitas complicaciones
JUDITH
Me miro en el espejo del cuarto y me tiro del borde del vestido. Es de un rojo pasión que me llega por la mitad de los muslos y que ciñe a mis pechos.
―Espera... déjame adivinar. ¡Apuesto que has escogido este vestido debido a un hombre o no me llamo Esther!
―Para nada, no es la primera vez que uso ese vestido escotado. Además, porque una mujer use un maldito vestido sexy no anda detrás de un jodido idiota. ¡¿En qué siglo existe esa regla?!
Se echa a reír. ―Bueno, tienes razón. Pero igual detecto algo rondando por esa cabecita tuya.
―Te lo estás imaginando.
Me miro una última vez antes de seguirla hasta las escaleras.
Salgo de la casa, oficialmente no tengo toque de queda a pesar de tener dieciséis años siempre y cuando llegue a casa antes de que mi madre esté en ella para que no empiece a preocuparse todo estará bien. Bueno, quizás sí tengo, pero ella llega muy de madrugada así que no voy a tener problema y tampoco pienso durar mucho en la fiesta, solo voy por una hora, luego me retirare discretamente.
Está noche los padres de Esther la dejaron venir en su coche, me subo y ella arranca, subiendo el volumen de la radio y las nuevas canciones pop llenan el coche mientras cantamos a todo pulmón.
Sin casi darme cuenta llegamos a la casa de Abel, aparcamos. Yo aprovecho para retocar mis labios con el brillo labial de color marrón.
Listo Judith, tú puedes, no puedes dejarte intimidar por un tipo como él.
Vamos, tú puedes.
Esther y yo nos acercamos hasta la puerta.
Dejo escapar un largo suspiro.
En este momento la puerta se abre y Abel nos da la bienvenida con un vaso de alcohol en la mano, la fiesta está en su máximo esplendor por lo que puedo ver.
―Viniste ―se sorprende él, abrazándome.
Sonrío. ―Sí.
―Hola, Judith ―me saluda Thiago con una sonrisa, apoyado en el marco de la puerta.
―Hola ―arreglo un mechón de mi cabello detrás de la oreja, devolviéndole la sonrisa antes de entrar en la casa.
Mientras Abel está en plena conversación con Esther. Thiago me pregunta si quiero algo de beber: ―Iré por un trago. ¿Quieres uno?
―Um... Claro.
Nos alejamos de los chicos, sigo a Thiago hasta el barril y me sirve un vaso. Lo huelo antes de tomar un trago.
―Entonces ―dice mientras me dirige hacia la cocina. ―, ¿qué te hizo regresar a ese tipo de fiestas?
―La verdad es que no tenía ganas de volver, pero dicen que es bueno salir de la rutina, siempre y cuando uno pueda controlarse, ¿no?
Nos acomodamos cerca de la encimera. Mi sonrisa aumenta al ver qué no le importa sentarse en el suelo conmigo, al contrario, ha limpiado con la mano donde vio que me iba a sentar. Me gusta que no sea el típico chico mimado y creído, sino que es un chico muy amable y considerado.
―Cierto ―murmura, mirándome fijamente.
Empezamos a hablar. Me cuenta de su vida, me quedo asombrada, petrificada al descubrir que su hermana es Paloma Duarte, la primera chica que encontraron muerta con las seis pulseras. En realidad eran mellizos y también me dice que las dos pulseras que lleva son para recordarle que la maldad siempre empieza con algo inocente.
Decido cambiar de tema al verlo un poco afectado por la conversación. Le cuento que mis planes son encontrar un trabajo y ahorrar dinero para comprar un coche.
Él asiente en aprobación ante mi idea y me sonríe.
―¿Te gustaría regresar a la fiesta? ―le pregunto.
―No. ¿Y tú? ―el pelo, un poco largo, le cae sobre la frente. Me encanta como se le ve esos mechones rojizos rebeldes, le da un toque único. Me produce una sensación familiar, algo extraño.
¿En realidad quiero volver? El imbécil ese parece que no vino. Analizo cuando el momento es interrumpido.
Hablando del rey de Roma.
En este caso sería pensando en ese patán.
Él engreído de ojos glaciales entra en la cocina buscando a Thiago.
―Thiago... ―se detiene al verme tan cerca de Thiago. Sus ojos van a un punto en concreto, lo sigo. No me había dado cuenta hasta ahora si no fuera por él, pero la mano de Thiago está descansando en mi rodilla. ―Tenemos que hablar ―termina de decir y su mirada se vuelve hacia mí molesto.
Seguramente hará un berrinche por haber desobedecido su orden.
Pues, bien por mí.
―Voy enseguida ―le responde Thiago con el ceño fruncido, luego se vuelve hacia mí. ―Oye, Judith. No te molesta quedarte sola, ¿verdad?
―No ―veo otro lugar que no sean los ojos de aquel estúpido. ―Estaré con Esther.
Thiago y el chico creído vuelven a la fiesta y yo me reúno con los demás chicos. Nos quedamos un buen tiempo hablando antes de que Thiago se reuniera de nuevo con nosotros. Luego salgo en busca de Esther para avisarle que me voy, ella había subido hace unos segundos a hacer no sé qué con Abel.
Subo las escaleras, sin más opción tratando de comunicarme con ella por el teléfono, pero no me contesta, apago el móvil y llamo a la puerta del dormitorio de Abel. Su habitación está en el segundo piso, al final del pasillo.
Llamo tres veces a la puerta, pero nada. Estoy a punto de dar la vuelta y marcharme cuando un ruido se filtra por la rendija de la puerta de al lado.
―¿Esther? ―llamo.
Escucho el sonido de la ropa agitarse.
Jadeo. ¿Eso es un jadeo?
Por lo que tengo entendido nadie tiene permitido subir al piso de arriba, mucho menos entrar en las habitaciones porque para eso están los de abajo, todos los que están jugando conocen las reglas.
A menos que mi amigo estuviera teniendo una mini fiesta con alguna chica sin ropa ahí dentro.
Avanzo un poco más donde se escucha el ruidito extraño. Es indiscutible que ese jadeo es femenina, pero estoy segura que no es de Esther.
―Esther ―vuelvo a llamar por si acaso me equivoco.
―La has jodido, Judith ―dice esa voz tan irritante y familiar a través de la puerta. ―Te advertí que no vinieras.
Abro la puerta de golpe e irrumpo en la habitación con la rabia creciendo en mi interior, no entiendo como él puede sacarme tanto de quicio.
―¿Acaso no te ha quedado claro...?
Clavo la mirada en la enorme cama y mis palabras se ahogan. Dios, lo que me faltaba, y ahí está él sentado en el borde del colchón, y tiene en su regazo a una chica que me deja ver su tanga negra.
Sus ojos se oscurecen al ver mi expresión, me mira fijamente de arriba a abajo, sin dejar de besar a la pelirroja. ¡Descarado!
Arqueo una ceja para mostrarle que no me importa lo que hace y que no voy a apartar la mirada avergonzada porque en realidad no lo estoy. Además, ellos deberían de tener vergüenza, no yo.
―Termina lo que ibas a decir ―dice, sin despegar la boca de la chica. Sus ojos ardientes, burlones, fríos se clavan más en la mía como si me retara.
―Tú no mandas en mí ―cruzo los brazos y apoyo mi cadera en el marco de la puerta, quiero apartar la mirada. De verdad lo quiero hacer, pero al mismo tiempo no.
No me entiendo.
Su lengua se mueve en los labios de ella, escucho un suspiro de placer y las manos de él viajan lentamente por sus caderas hasta darle un gran apretón en los glúteos y todo sin dejar de verme.
―¿Te quedarás ahí mirando? ―comenta burlón, dándole a ella una mordida, por cómo su cuerpo reacciona tensándose es obvio que le duele o es otra cosa. Él succiona el labio inferior de la chica y ella suelta un fuerte suspiro de puro placer.
«No, no le dolió. Más bien parece gozarlo.» Me dice esa vocecita burlona.
―Hay cosas más interesantes que ver abajo.
Levanta a la pelirroja de la cadera, dejándola sobre la cama y dirige sus ojos hacia mí, ella gruñe en protesta por la pérdida y pone los ojos en blanco, apretando los labios.
Pobrecita, la han dejado caliente.
«Solo falta que ella también haga un berrinche.» Dice esa vocecita con sarcasmo.
—¿Quieres ser tú la que tenga la lengua está noche en mi pene?
Un estremecimiento repentino sacude mi sistema.
—Vete a la mierda.
Suelta una risa baja que envía escalofríos por mi espina dorsal. No llega a sus ojos, ni siquiera de cerca, pero es la primera vez que muestra alguna semblanza de emoción humana. Y no sé por qué me encuentro memorizando cada segundo.
—Una boca tan sucia para una carita tan bonita. Que contradicción.
Admitiendo mi derrota estoy a punto de salir corriendo cuando su mano de hierro me agarra por el codo desprevenida y tira de mí lo que hace que mi cuerpo gire por completo y choque con su pecho de titán.
―¿Qué coño crees que hac...? ―exclamo furiosa, intentando liberarme.
Su expresión no muestra emoción alguna.
―¿No te apetece unirte? Tengo una pulsera morada y otra negra, por si te apetece un trío ―sus labios están tan cerca, demasiado cerca. Con su respiración agitada y salvaje.
―Ni en tus mejores sueños ―replico y pongo la espalda recta.
Se ríe, pero es hueco como su alma.
―Qué insolente. ¿En serio te creías esa idiotez? Creo que ni siquiera estando borracho me apetecería acostarme contigo ―me mira con una mueca de asco. El sonido desaparece tan pronto como aparece cuando sus dedos agarran los lados de mi garganta. Con fuerza. Tan fuerte que prácticamente me está asfixiando.
No tiene ningún motivo para ser tan cruel conmigo, yo no le he hecho nada.
Me suelta tan rápido como me agarró y jadeo por aire, mis pulmones casi se agotan.
―Disculpa, tampoco lo haría contigo porque simplemente no eres mi tipo ―respondo con una mueca y finjo bostezar cuando mi primer impulso es acariciar mi garganta.
Se inclina hacia mí, pegando su boca a la mía. Me siento indefensa y no me gusta esa sensación para nada.
―Soy del tipo de todo el mundo ―susurra con naturalidad.
―Está claro que no soy todo el mundo ―sentencio.
—Señorita no soy todo el mundo, te vigilaré. Pórtate bien, cariño.
Trago como si me hubieran dado un puñetazo en el estómago. Hay tantas emociones oscuras y perversas escondidas detrás de sus palabras y no sé si gritar o llorar, o hacer ambas cosas al mismo tiempo.
Me alejo por completo de él y salgo a toda prisa de la habitación, bajo las escaleras de dos en dos queriendo salir lo más pronto posible de la casa.
Veo a Esther dirigirse al patio y la sigo.
Entra en una conversación muy animada con los chicos y dos chicas que no conozco. Estoy demasiado afectado por el idiota misterioso, así que me despido de todos con la excusa de que me duele mucho la cabeza y quiero irme a casa.
Esther y Thiago se ofrecen para llevarme, pero en realidad no tengo ganas de entablar una conversación ni que se pierdan la fiesta por mi culpa.
Cuando llego a casa, me dejo caer en el sofá, quitándome los zapatos de tacón, mi estómago empieza a retumbar en protesta, abandono el cómodo sillón para ir a prepararme un refrigerio, es decir, calentar lo que mi mamá ya ha preparado.
Abro la nevera y saco un recipiente grande de macarrón con queso y lo coloco en el mostrador para después poner un recipiente más pequeño la cantidad que quiero y luego entrarlo en el microondas. Durante un minuto, miro el plato dar vueltas y me llega a la mente la tarea de matemática que no he hecho.
―Idiota ―murmuro. ―¡¿Cómo pudiste olvidarlo?!
Y lo peor no es haberlo olvidado sino que no me acuerdo en dónde dejé el libro de matemáticas. Son las once. No quiero perder tiempo buscándolo. Lo buscaré mañana, pero está noche no me siento con fuerzas. Llamo cuanto antes a Esther.
―Ete, ¿puedes enviarme una foto del trabajo que dejó la profesora de matemáticas del libro de Abel?
Esther se ríe. ―¿Se te perdió de nuevo?
―No está perdido solamente no sé donde está ―me defiendo mientras subo las escaleras con el recipiente en la mano.
―Cuando lo encuentres le pondré un GPS ―se burla.
Me dirijo a mi habitación.
―Muy graciosa ―me parece oír ruidos en la habitación cuando estoy frente a la puerta. ―Espera, creo haber escuchado algo.
―Jud, ten cuidado ―dice ella preocupada.
Entro a la habitación, mis ojos se mueven rápidamente de un lado a otro y me quedo sin aliento cuando veo una sombra moverse en el balcón. Asustada doy un paso atrás y mi corazón se detiene cuando veo como alguien entra a mi habitación, se me cae el recipiente de la mano.
―¡Oh, Dios mío!... Esther ―grito horrorizada corriendo hacia los pasillos. ―Alguien... está en el balcón.
―¿Qué? ¡Encierrate en una habitación! Voy a llamar a la policía.
Suelto un grito al escuchar unos pasos detrás de mí, haciendo que mi teléfono termine cayendo al suelo, una mano agarra mi cabello fuertemente, y me arrastra de vuelta a la habitación.
―¡Ayuda! ―digo al sentir el fuerte tirón en mi cuero cabelludo.
Dios, duele.
―¡Auxilio! ―grito entre llanto desesperada cuando me tira al suelo con violencia y me estrello contra la fría baldosa, sintiendo los huesos de mi cuerpo gritar de dolor.
Intenta subir sobre mí, yo me aparto rodando y luego salto sobre él, estrellando mi rodilla en su entrepierna y salgo corriendo sin mirar atrás. Bajo deprisa las escaleras y tiro la puerta que lleva al cuarto de limpieza poniendo seguro.
―¡Déjame en paz! ―grito entre sollozos al escuchar que intenta forzar el pomo. ―Por favor, vete.
Me desplomo en el suelo con un sollozo.
Me abrazo a mis rodillas, cerrando mis ojos solo para no ver el movimiento del pomo. No sé cuánto tiempo pasa exactamente, pero de repente hay un silencio absoluto.
De la nada escucho un golpe seco en la puerta y la bisagra cae al suelo.
―¡Por favor, no me hagas daño! ―me abrazo con más fuerza a mis rodillas temblorosas, y con pánico.
Esther y Abel entran corriendo. Me levanto de un salto, abrazo a ambos mientras ponen sus brazos alrededor de mí, obviamente conmocionados.
Quince minutos más tarde, un coche patrulla se para en la casa, me hacen varias preguntas y luego se van.
―¿Viste quién era? ―pregunta Esther.
―¿Adónde se fue? ―interroga Abel por el otro lado.
Niego con la cabeza ya que ni la voz me quiere salir.
Cuando por fin la voz me sale de nuevo, comento. ―La verdad estaba demasiado asustada, no vi nada. Ni siquiera le presté atención.
―Eso debe haber sido horrible, cariño ―dice mamá, abrazándome, quien había aparecido en casa después que nosotros la habíamos llamado para decirle lo que había pasado.
―Me voy a dormir ―espeto, bajando del sofá. ―¿Se quedarán a dormir?
Levanto la barbilla y miro a Esther y Abel.
Ambos asienten.
Ciertamente no puedo quejarme de la vida, tengo a los mejores amigos del mundo.
Abel duerme en el piso de mi habitación está noche, por si acaso volvía esa persona.
Cuando me despierto al día siguiente son las seis de la mañana y Abel ya se ha ido a su casa.
Me estiro, me muerdo el labio inferior y miro hacia la ventana mientras Esther sigue durmiendo. Me acerco a la puerta del balcón y la abro. Mi curiosidad aumento al descubrirse seis pulseras en el suelo.
―¿Estás bien? ―me sorprende Esther recogiendo los brazaletes.
―Sí.
Ella da un paso a mi lado y entrelaza su brazo con el mío. ―Vamos a prepararnos para esté nuevo día de clase.
―Está bien.
Tiro las pulseras entrando a la habitación. Después de ducharnos y cambiarnos, bajamos las escaleras.
―Buenos días ―saluda mamá cuando entramos a la cocina, mi sorpresa ha sido evidente al encontrarla, bebiendo café mientras trabaja en su computadora.
―Buenos días ―le decimos Esther y yo.
Me sirvo una taza de café porque realmente lo necesito para comenzar mi día con energía y nada es más fuerte que eso para animarme, Esther escoge jugo de naranja.
Las siguientes veinticuatro horas la paso sin poder concentrarme. Le cuento a Esther sobre las pulseras que encontré y nos ponemos a investigar en el receso, no dejo de mirar las muñecas de todas las personas del instituto que cruza delante de mí. Después de investigar toda la mañana para mí es un alivio descubrir que las pulseras no son del famoso "Snap" según sus anteriores colores siempre se repiten como si fuera un patrón; azul, rojo, negro, violeta, verde y blanco, en este caso el mío no aparece el rojo sino un amarillo.
¿Qué significa?
No lo sé y tampoco estoy segura si lo quiero averiguar.
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