35. Mira y recuerda

—¿Viste las noticias?

—¡Sí, qué horror! Pobre muchacha debe de estar muy traumada por haber inventado una acusación tan semejante.

—¿Quién dice que no es verdad?

—El Snap está muerto.

—Ambas jóvenes aseguraron no haber visto bien lo que sucedió aquella trágica noche y la policía supuso que el muerto había sido él porque querían cerrar el caso, pero ¿si el muerto solo hubiera sido un cómplice?

—Solo ellas saben lo que sucedió exactamente esa noche.

—¿Y si mintieron en sus declaraciones? Una verdad a media puede ser peor que una mentira.

—¿Por qué lo haría? Solo habían sido víctimas que se cruzaron en el camino de un lunático.

—Tienes razón. Pobre chica quedó tan profundamente loca, que ahora ni siquiera sabe que es verdad y que es mentira. Tal vez creyó en sus propias mentiras para proteger su mente.

—Solo Dios las puede salvar de aquel infierno que están viviendo en su mente.

Ambas mujeres tomaron sus bolsos y una sacó un billete dejando en la mesa de la cafetería para luego avanzar hacia la salida.

Mientras que una sombra desde lo alto, escondido fuera de la vista observa todo con nerviosismo. La figura de complexión delgada, esperaba que Thiago apareciera en cualquier momento. vio a las dos mujeres pasar, acarició su cuello con una sonrisa retorcida en los labios. Había sido un dos años armando aquel plan como para dejar que su estúpido consciencia y escrúpulos arruinará todo, dos años encerrando al lobo dentro de la cáscara de un indefenso ovejita solo para no ser descubierto.

Y ahora resulta que el idiota de Thiago tenía consciencia.

No hay duda de que Judith había hecho honor a su apellido; su secuestrador tenía el síndrome de Lima, con razón también se había enamorado de ella. Poseía la ternura de un cachorro y la fuerza de un león. Sin duda Judith había sido la mejor cacería de toda su vida.

Besó la pistola mirando fijamente la entrada de la cafetería antes de entregárselo de nuevo al matón que había contratado.

«La cacería ha vuelto.» pensó.

Pero está vez sería diferente ya tenía una presa y jugaría con su mente antes de acabar con ella, y lo disfrutaría aún más. Sus ojos se iluminaron al ver aquellos mechones negros ser agitados por el viento mientras que su presa llegaba.

«Judith». Susurro en su mente con éxtasis.

Judith respiró profundamente una vez que salió del cementerio con Esther, luego de haber ido de compras. Judith fue caminando, dejando caer tranquilamente el peso de su cuerpo sobre la de Esther hasta entrar a la cafetería.

La tarde de Julio caí lánguidamente y era sorprendentemente bochornoso aquel calor. Hoy justamente hace siete años había tenido aquel accidente, luchando contra los recuerdos que aún le faltaba por saber. A las 4 en punto. Lua y Arthur debían de estar a punto de llegar a su cuartel general.

Una emoción le invadió el estómago al pensar que la vida por fin le sonreía.

Sin embargo, no podía dejar de sentir esa mirada sobre ella, observándola, evaluándome y espiándola como de costumbre. Tenía los pelos de la nuca erizados. Miró a su alrededor con terror y escudriñó a la multitud, pero nada. No está esa persona que puede sentir. No lo ve, pero lo siente y sabe que está ahí.

Esa amplia sonrisa apareció en sus labios al ver llegar a sus amigos y esa pequeña sensación de inquietud desapareció solo por un momento.

—Jud, ¿qué te pido? —dijo Esther. —¡Te invito un café con algo especial!

Un atisbo de humor curvó en los labios de Lua al felicitar a su amiga y al entregarle su regalo. Judith aprovechó para presentarles a Arthur, el chico que había conocido en la oportunidad que tuvo de trabajar en aquel restaurante.

—Feliz cumpleaños, Mariposa.

El profundo susurro llegó desde su espalda, casi encima de la oreja. Un cálido y escalofriante aliento rozó el lateral de su cuello; y Judith entró en pánico.

«Oh, Dios santo...»

Judith y todos los de la mesa se giraron, aturdidos por el hecho de que Thiago se hubiera podido acercarse a ellos con tanto sigilo.

El cabello, espeso y rojizo, caía sobre su frente amplia. Las pequeñas pecas salpicadas como si fueran estrellas en el firmamento adornan aquel hoyuelo en la mejilla.

¿Cómo algo tan hermoso podría ser tan perverso? Se dijo a sí misma.

Judith tragó saliva. El corazón comenzó a palpitarle.

Y se quedó sin aliento, sintiendo que la sangre le huía de la cara. El pánico le atravesó a pesar de saber que él no sería capaz de actuar en público.

Se sentía vulnerable, aspiró con temor y apretó los puños para impedir que le temblaran las manos.

Él la sujetó, decidido a contarle la verdad, pero ella lo miró con una mirada salvaje, sacudiendo los hombros para liberarse de él.

—¡No se te ocurra tocarme de nuevo! —gritó a todo pulmón mientras lo golpeaba con sus puños en la cara, en el pecho y cualquier parte en la cual podía atinar, pero era inútil, no lograba hacerle todo el daño que deseaba.

—Siempre te he amado, Mariposa. Por eso quiero decirte la verdad, hoy voy a terminar con aquel secreto.

—No me interesa escucharte.

—Tengo suficiente, hermano mío. Sea tuyo lo que es tuyo —recitó su frase favorito antes de tomar fuerza para revelar la verdad. —Judith, yo no soy Snap. Era dos en uno solo, pero el verdadero, el que está al mando y se hace... Llamar... Snap es...

Él la sujetó de nuevo, pero se quedó paralizado una vez que desvió su cabeza a la izquierda, con la mirada clavada en un punto al otro lado de la calle. Precisamente en una ventana justo cuando estalla un disparo, que va directamente a su cabeza.

Judith se estremeció y contuvo un grito cuando el cuerpo de Thiago cayó al suelo antes de que aquellas gruesas gotas de sangre salpicarán su hombro.

Dio la vuelta atontada.

Judith vio a una silueta darle la espalda detrás de las cortinas de una ventana. Su mente se ha disparado y su corazón acelerado a plena potencia. Aún tenía la sensación de que él mundo se había paralizado. En sus oídos escuchaba un zumbido.

La adrenalina que fluía por su organismo le daba a Judith la claridad de una película a cámara lenta.

Judith se dio cuenta al mirar hacia el cadáver que su corazón seguía latiendo con rapidez y que se había mareado. También reparó que no sentía felicidad, sólo compasión y pena porque en el fondo siempre supo que existía un secreto que obligaba a Thiago vendarle los ojos cuando tenían relaciones; había sentido aquel distinto sabor en los besos entre otras cosas.

Siempre le pareció estar con dos personas al mismo tiempo. Entonces, ¿era eso? ¿Dos personas diferentes?

Quizás Thiago era un asesino, pero no era un psicópata.

Trató de concentrarse en el sonido de la sirena que empezaba a acercarse cuando sintió un tirón en las manos.

—Vamos —le susurró Lua al oído.

—¿Estás herida? —se preocupó Esther.

—N-no.

—¡Entonces corramos!

Corriendo tanto como se lo permitían las piernas, los cuatro salieron hacia la parte de atrás de la cafetería.

En silencio, entraron por las calles, metiéndose en los callejones. De pronto, Judith los comenzó a guiar, su mente empezó a trabajar y su cuerpo con voluntad propia caminaba.

—¿Adónde vamos? —preguntaron todos.

Judith no contestó; estaba demasiada ocupada en conseguir un taxi. Su respiración se había vuelto superficial, sentía las gotas de sudor en el nacimiento del cabello. En su cabeza resonaba sin voz la palabra «La verdad está equivocada», como si estuviera suplicando algo; ¿Una conexión con ella y Carlos?, ¿una conexión con Carlos y Thiago?, ¿una conexión con Thiago y ella?, ¿o una conexión de ellos tres?

Cualquiera fuera una de las preguntas formuladas, conducía a una sola persona y eso la aterraba aún más.

Todo parecía sacado de una película de terror, muy ajeno al estilo de su vida.

Al cabo de unos minutos, Judith detuvo un taxi. Les pidió a Lua y Arthur que se quedarán porque de alguna manera sentía que ellos no formaban parte de eso y no quería más muerte en su consciencia.

Esther se había negado rotundamente y el tiempo corría en las agujas del reloj. Aún existe un acosador, quizás vigilándola y si era correcta su hipótesis sabía quién era.

Judith miró a través de la ventanilla y tragó saliva porque estaba a punto de descubrir una verdad, que por más que haya pasado arrancando con algunas vidas ella formaba parte de ella, esa verdad aún la perseguía y aunque pareciera completamente increíble esa verdad no era de ella, pero sin darse cuenta, quizás en su inocencia le había dado el nombre.

Bueno, nada de eso sabe, ni siquiera lo pudo intuir al escuchar el nombre.

Durante todo el trayecto, ella estuvo completamente callada, inmóvil; no dejaba de pensar: «Es mi culpa, si tan solo lo hubiese escuchado nada de esto hubiese pasado. ¡Oh, no!, ¿por qué no lo escuché?, ¿por qué tarde tanto tiempo en recordar?», mientras miraba la calle su corazón palpitó con menos fuerzas.

Parecía una idea retorcida y perversa el hecho de volver al lugar donde uno fue secuestrada, pensó Judith cuando el auto se detuvo en la cabaña.

La sensación de malestar que había tenido desde que vio aquella silueta empezó a remitir y ella mostró una risa nerviosa.

Judith se quitó la cinta de la muñeca y se la enrolló en la mano para atarse el pelo en una cola. Dos mechones oscuros le cayeron al instante a la cara.

Entró a la casa, le dirigió una mirada esperanzadora a Esther. Comenzaron a revisar todo el lugar; debajo de las dos alfombras del piso de abajo (uno nunca sabe que se puede encontrar), las habitaciones, las camas, el escritorio, el sillón rojo. Nada, absolutamente nada, pero Judith sentía un apetito insaciable por su búsqueda. Sabía con certeza que algún indicio lo conduciría a Snap.

Observando todas las cámaras, por donde seguramente desfilan sus imágenes para quién las estuviera viendo, sintió que de alguna manera no la estaba viendo. Era imposible, seguramente ya estuviera muy lejos, o tal vez no. Pero si la estuviera viendo, sin duda diría 'ven a buscarme'.

Judith entró en la habitación que recuerda siempre haber encontrado cerrado. Es como una cueva, las paredes están repletas de fotografías; una foto de Judith dormida, Judith y Paloma abrazándose en la playa. Pero también en el fondo a la izquierda hay una fila de cajas.

Ella se inclina, elige una caja al azar y saca una fotografía de Thiago, ella sintió un breve flashback con aquel imagen y de pronto entendió el significado de aquella habitación. Un paseo a la memoria, se trata de recordar por más difícil que sea. De no olvidar. Quizás cualquiera lo haría en un diario, pero las imágenes te transmitían a aquel lugar, aquellos momentos, las sensaciones que sentiste en un sólo instante como diciéndote que no vivieras de fotos amarillas, que recuerdes, pero también vive esos momentos de nuevo, donde fuiste feliz, y olvídate de recordar los malos porque esos momentos felices curan todo lo malo.

Es justo en ese momento en el cual te das cuenta de que recordar es la mejor manera de olvidar.

Judith se dedicó a mirar las fotos uno a uno, sin percatarse de la presencia de Esther. Repaso cada momento olvidado, observó la relación de su pasado con su presente. Una vez concluido el examen, los volvió a colocar en el sitio que ocupaban en la habitación para tomar otra caja.

Durante un segundo miró la fotografía respirando despacio, boquiabierta, sin parpadear mientras le hablaban los recuerdos de su mente atormentado, las lágrimas recorrieron por sus mejillas.

—"Tengo suficiente, hermano mío. Sea tuyo lo que es tuyo" —repitió en voz alta. —¿Qué significa?

Esther la miró alzando una ceja. —Libro del Génesis —aseguró. —Génesis 33:9. Eso le dijo Esaú a su hermano Jacob.

—Isaac tuvo dos hijos —continuó Judith como si las palabras fluyeran por sí solas. —El hermano mayor Esaú, era fuerte y le gustaba cazar. El hermano menor, Jacob, era inteligente y cuidaba de la casa. Un día, cuando el exhausto Esaú volvió a casa, con mucha hambre e imploró por comida, Jacob le dio un plato de guiso de lentejas a cambio del derecho primogenitura de Esaú. Mientras disfrutaba del guiso, no tenía idea de que Jacob había ido a tomar la bendición del padre, fingiendo ser Esaú.

—¡No! Mierda... ¡No es cierto! —Esther se llevó la mano a la boca con horror al entender las palabras.

El tablero de ajedrez en el centro de una mesa llamó la atención de Judith, colocó cada pieza en su lugar dándose cuenta que faltaba una en específica; una que solamente una persona sabría que ella entendería el significado porque esa persona siempre lo repetía: se supone que el juego consiste en matar al rey, pero ¿qué pasa cuando matas al rey y el juego continúa?, ¿y si el rey solo hubiera sido una marioneta de alguien, un simple peón?

Entonces, ¿quién mató al rey?

Tomó rápidamente su teléfono móvil, cerró la boca y marcó los números correspondientes del teléfono de Deam sin titubear un momento. En este momento no pensó en la fiesta de cumpleaños que la esperaba en casa ni en lo preocupado que estarían sus padres, su único objetivo era llegar cuanto antes a su lugar de destino; encontrar a la reina... o tal vez era al caballo.

—¿Sí?

—Deam, te necesito...

Thiago no es Snap.... ¿Se sorprendieron al saber quien es el verdadero Snap?

¿O es qué aún no lo saben?

Ya lo dije.

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