34. Enséñame a olvidar

JUDITH

Estamos todos en la casa de los Veneto, Lua bajará en cualquier momento; Esther también está aquí.

Estamos ansiosos por verla, una fina capa de lágrima cubre mis ojos y tras ella las caras aparecen borrosas, como si los mirará a través de unos espejos deformados de las ferias.

El plan ya está listo. Recorre un atisbo de temor, pero espero que la sensación desaparezca. No quiero que nadie se dé cuenta, sé que superan mi muerte. Mis padres aún pueden tener otra hija o hijo que no esté rota ni roto. Esther encontrará otra mejor amiga. Alguien que lo merezca más que yo y no le recuerda su sufrimiento, al igual que Lua. Deam encontrará alguien que lo sepa amar por quién es, sin la necesidad de cambiarlo. Estoy seguro que lo nuestro no estaba destinado. Mi mundo lo aburre y el de él me asfixia, literalmente así es.

Para mañana estaré muerta sólo seré un recuerdo en sus memorias, porque hoy he decido terminar con mi vida y lo hago absolutamente consciente aún sin saber lo que me espera en el otro lado.

Tal vez es la nada.

Tengo miedo, pero más miedo me da seguir en este mundo, un mundo que ya no deseo pertenecer porque no puedo olvidar lo que cause aquella noche. Fui estúpida pensando que iba a encontrar algo en este mundo luego de lo que pasó y que iba a aprender a vivir con eso. He iba a plantarme una meta que me iba a ayudar. Dejé que Thiago me sacará todo y ahora no tengo nada.

Ni siquiera las ganas de vivir me quedan, las personas no hace más que mirarme y susurrar a mis espaldas. Aún no se han dado cuenta que no soy de palo y que tengo sentimiento. Creen que a mí no me duelen sus comentarios aunque finjo que no me importa, deberían aprender a cuidar más su lengua porque puede ser igual o más filosa que un cuchillo clavado en la piel. Pero eso ya no importa.

Me voy de este mundo y me voy sola. Me voy con mi verdad y mi decisión porque incluso eso me habían quitado.

Lo que no saben es que a veces lloro en la noche mientras duermo y nadie se da cuenta. Tampoco quiero que lo hagan; bastante tengo con soportar sus insultos como para que me tachen de débil.

Lo único que me divierte hasta ahora es escribir en la ventana porque al día siguiente sólo queda el recuerdo y no genera nada más que vacío. Así debe ser la existencia, una vez muerto sólo queda eso.

Ahora nada me mueve, nada me motiva, nada me inspira. Es como esos libros que lees y una vez que descubres el final lo demás sucedido no importa.

Me voy a volver loca si sigo así... estoy mal y lo acepto, lo más triste es que tampoco puedo llorar y eso sí es peor que nada. Creo que era lo único de humanidad que quedaba en mí y lo único que me hacía sentir viva. Sin embargo, comencé llorando por nada, y hoy ya no lloró. Parece una enfermedad crónica, lejos de pasarse, pasa a terminal con el paso de los días.

¿Qué sentido debe tener mi vida ahora?

¿Por qué merece que la viva si ya estoy muerta?

Escuchamos pasos en la escalera que me saca de mis pensamientos y veo a Lua bajar.

Parece mentira que haya pasado un mes desde comenzó esa tortura. Y que pienso terminar mi vida esa misma noche.

Después de que Lua saluda a la mayoría soy una de las que se acerca primero, la abrazo fuerte, despidiéndome en silencio.

—Oh, Lua. Te he extrañado mucho —susurro. —Al igual que tu mala influencia.

—Judith, no te preocupes que estoy de regreso para llevarte por el mal camino —se burla. —Que buena amiga soy, desperté en el mes de tu cumpleaños.

Mi madre, se acerca y también la abraza. —Hola, cariño.

—Extrañe tus locuras —la abraza ahora Esther.

De repente los ojos de Lua se encuentran con Bryon, entonces ella se acerca y lo abraza. Es la mejor vista de todos, es la primera vez que veo a Lua tan entusiasmada con un chico, ojalá yo pudiera tener aquella sonrisa. Bryon la atrae hacia él y seguido de eso le da un beso en la boca.

Minutos después nos reunimos en la mesa y en donde se entra una conversación, pero estoy ajena a todo lo que dicen.

—¿Judith, estás bien? —me sorprende Lua.

—Sí, ¿así que tienes novio? —le pregunto, esforzándome en sonreír. —Jamás pensé vivir para ver eso.

—Sí —se sonroja un poco. —Espero que algún día encuentres el amor de tu vida.

Una mueca forma en mis labios.

—A mí en lo particular no me interesa el romance, huyo de quienes predican la luz, libertad y amor cuando por dentro son el infierno mismo además, la realidad es que son muy pocas personas que tienen esa bendición de encontrar a alguien más allá de ser novio y novia, sean mejores amigos, compañeros y amantes. Porque el cuerpo puede encajar con cualquiera, sin embargo, el alma no vibra con cualquiera. La relación de mis padres es una de un millón, es una fantasía creer que todo el mundo tiene ese tipo de oportunidad en la vida para encontrar el amor y en este tiempo la mayoría de chicos prefieren la cantidad que la calidad.

Todos me miran desconcertados cuando solamente dije lo que pensaba.

Alguien como yo no encontrará el amor, ya no tengo aquella electricidad en los ojos. Empiezo a pensar que ya no lo tengo porque ya no conecto con él. Es imposible que alguien me saque del infierno, tal vez es ahí donde pertenezco.

Yo ya estoy muerta, pero no se dan cuenta.

—El hombre que desee enamorar a mi hija lo tendrá muy difícil —papá comenta para alejar la tensión.

—Ahora, con permiso, debo irme —me levanto y salgo corriendo.

—¡¿Judith?! —escucho que gritan, pero no puedo detenerme, no después de lo que tengo planeado.

La garganta la tengo seca y la cabeza me va a explotar con tantos recuerdos en cámara lenta que se produce en ella.

He corrido demasiado. Estoy jadeando y mis piernas duelen de tanto correr, me falta el aire y siento la necesidad de querer morir en estos momentos antes de volver a mi realidad.

La luna está en lo alto del cielo, bailando entre la niebla. Me habla y me refleja mis cicatrices.

Deambulo por el bajo Goiás, mirando a los habitantes con su ropa engañosamente informales.

Pienso en las víctimas... en aquellos cuerpos sin vida encontradas y resulta curioso que siento envidia de ellas.

Pagaría por esa forma de bondad en este momento.

A veces las personas no entienden que lo peor de Snap no es la muerte. A veces lo peor no es haber muerto, sino haberse salvado. Lo peor es vivir. A veces lo peor es sobrevivir estando muerto, ese sí, es el verdadero castigo.

¿Por qué Abel murió y yo no?

¿Acaso no merecía vivir más que yo?

¿Más que Thiago?

Vuelvo a mirar el cielo. Los latidos de mi corazón retumban en mi garganta mientras me l viento agita mi cabello. Cierro los ojos y respiro. Huelo a un pasado olvidado y a un presente repudiado. No merezco vivir, el mundo será un mejor lugar sin mí.

No puedo evitar preguntarme cómo Thiago había terminado de aquella manera; es un monstruo, pero había sido siempre un monstruo. ¿Alguna vez fue una persona normal?

Sigo caminando, alejándome un poco de los bocinazos y de la risa bulliciosa de la calle.

Sigo caminando hacia la oscuridad, con la esperanza de que todos estarán mejor sin mí. Respiro con más prisa u el corazón bombea como si supiera que sus latidos están contados.

Giro hacia los muelles iluminados de la otra orilla, ¡cómo si fuera exactamente el momento exacto de contemplar el paisaje!

Entonces mi cerebro experimenta una rápida actualización que implica una salvaje colisión en cadena de varias preguntas: ¿qué sentido tiene el haberme salvado? No soy inocente y nunca he deseado vivir eternamente, ¿por qué Thiago pudo sobrevivir a tres balas?, ¿necesitaba de un cuarto? ¿Esther me odia por la muerte de Abel?

Me acerco hasta el puente mientras la luna me apunta. Registro mi bolso para sacar un cúter, alargo mi brazo y lo presiono sobre mi muñeca.

Y entonces juraría que el aire huele al champú que usa Abel.

—¿Abel?

Silencio.

Cierro los ojos, y en mi mente se arremolinan imágenes fijas de personas y recuerdos desordenados.

Los brazos y la sonrisa de Abel.

Los abrazos de Deam cuando Abel murió.

Mamá diciendo que lo sentía.

Papá diciéndome que con el tiempo iba a doler menos.

El rechazo de Esther.

Mi mente diciendo que era mi culpa.

La sonrisa de Abel mientras me decía que me viviría mil y una vez.

Las lágrimas resbalan como un río sobre mis mejillas. Bajo la mirada y me doy cuenta que me tiemblan las manos.

El viento me silba y de pronto pierdo la voz.

DEAM

Corro detrás de Judith y la pierdo en la oscuridad. Subo rápidamente a mi auto.

Recorro todas las calles, de alguna manera mis manos me conducen al muelle como si supiera que estaría ahí.

Lo que veo me obliga a pararme en seco.

Está a escaso metro de mí, su cabello negro se agita con la brisa, su vestido se infla. Sus ojos están en sus muñecas como si estuviera paralizada. Salgo sin alma del auto.

Llego trotando y Judith se voltea con el sonido de mis pasos.

—Ya basta.

Sus ojos me miran, tiene la desesperación pintada en la cara. Necesita encontrar una salida. Vuelve los ojos hacia el cúter y sé cuál será su próximo movimiento.

—Necesito olvidar.

Ella agarra la empuñadura y se apunta con él directamente al corazón.

—Te lo digo por experiencia, lo peor que puedes hacer en este momento es tomar esa decisión. Eso no va a cambiar lo que pasó.

Ella aprieta el cúter contra el cuello del vestido. No demuestra ni la más mínima duda. Acepta su muerte. Desea marcharse y desangrarse.

—Duele, duele mucho —suelta un sollozo. —¿Alguna vez has sentido que te dolía tanto el corazón qué sentiste que rompería? No, verdad. Desearía no sentirlo. Tú no has pasado por eso y no lo entiendes. Duele tanto que no puedes respirar —el labio inferior le tiembla por la emoción, a la destrucción que azota su vida, con los ojos bañados en lágrimas.

Me doy cuenta que ha tocado fondo, es la misma mirada que tuve aquella vez y sé exactamente qué es no tener salida.

—Si bajarás el cúter tal vez deberías que ambos somos parecidos. Si tan solo lo bajarás te darías cuenta que no solamente tú estás en esa oscuridad y que el mismo dolor de tus ojos son aquellos que están reflejados en mí. Solo mírame, Judith, ¿y dime qué dolor reflejan tus ojos?

—No me hables de dolor si no sabes que es estar triste, sin poder evitarlo.

—No me juzgues sin conocerme.

—Aunque te conociera no podría juzgarte.

—Es lo que has hecho desde el primer día que te conocí.

—Lo haz entendido todo mal —ríe con amargura. —Lo único que buscaba era eso; alejarte de mí, pero te convertiste en una piedra dentro de mis zapatos —da dos pasos atrás, un paso más va a caer. —Nunca me importó el daño que pudieras hacerme porque aunque lo intentarás jamás sería el suficiente como para lastímame.

—Tú sí puedes lastímame porque soy humano. Si me cortas, verás que sangro —le confieso. —Mi corazón no es frío, Judith solo está roto.

—Ya nada importa. Sin importa lo que yo haga ese dolor continúa dentro, destruyéndome en silencio hasta carcomer mi alma —respira. —Lo siento, Deam, pero ya no puedo más.

—¿Te vas a rendir solo porque tropezaste? ¿Dónde está la Judith que conocí? ¿La que quería volar sin importar que tan profundo era el abismo?

—Está muerta, Deam —doy un paso más hacia ella. —¿Sabes por qué? Decidió volar como mariposa, pero falló porque de tanto volar de rosa en rosa se espino.

Extiende la muñeca, lista para dar el golpe. Mis piernas me impulsan hacia delante y permiten llegar justo a tiempo. Le bajo la muñeca y le quitó el cúter de la mano. Tintinea contra el suelo al caer.

—¡No! —las rodillas se le aflojan al inundarle la angustia, puedo sentir el odio en su voz. —Eres un maldito, Deam. ¿Por qué haces eso? Si hay dos cosas que odio en los hombres son aquellas que son cavernícolas; invaden tus espacio como si fueran suyos, y los que son héroes; aquellos que piensan que necesitan salvar a la damisela en apuros porque creen que son débiles —intenta empujarme. —Déjame decirte Deam que tú encajas en ambas lista. ¡Te odio! ¡Odio a este mundo de mierda en donde los que no se hacen pasar héroes se hacen pasar por víctimas! ¡Hipócritas!

Yo la tomo mientras el cuerpo se le afloja y se derrumba. Cae sobre mi pecho, impidiendo que se vaya directamente al suelo. Le rodeo con mis brazos y después la cojo en brazos para abrazarla.

—Déjame cuidar de ti —la abrazo mientras solloza en mi pecho. —Déjame curarte. Déjame besar aquellas lágrimas que aún no has derramado.

Solloza. —No soy ella y hasta ahora todas mis desgracias han sido por parecerme a ella.

—Me gustaste desde la primera vez que te vi, no por parecerte a ella, sino por el fuego que arde en tu mirada. Te quiero porque no eres ella y jamás quiero que lo seas.

—Yo no le gusto a nadie —susurra.

—A mí me gustas.

—Retráctate ahora mismo —me ordena furiosa.

—No lo haré —ella lucha por liberarse de mi agarre. —Sé que sientes lo mismo.

—No te quiero. Tú no puedes quererme. No sabes en lo que te estás metiendo, Deam.

—Baja la guardia —le beso la comisura de los labios.

—Debo... irme —dice tartamudeando antes de salir corriendo.

Ahí vamos de nuevo. Siempre huye y yo detrás de ella.

JUDITH

No puede quererme. Saldrá lastimado.

Alguien me toma del brazo, evitando que de el próximo movimiento.

—¿Por qué me persigues?

—Porque te amo.

Jalo bruscamente mi brazo y mi palma va directamente a su mejilla, veo que se pone roja en cuestión de segundos, pero no parece dolerle.

—¡No, no me amas! —le grito llorando por primera vez. —No puedes hacerlo.

Me toma a la fuerza para besarme y no lo aparto.

—Sé que tú también me amas.

—¡No, no te amo! ¡Te odio!

Me levanta del suelo y nuevamente nuestros labios se estrellan, nuestro beso salado se intensifica hasta que nos conduce hacia su auto y me pega contra la puerta.

—Repítelo, pero está vez mirándome a los ojos.

Me toma del cabello y lo acaricia mientras me besa nuevamente, su beso no está cargado de furor, me está besando como si me adorará, como quien quiere y yo lo besó como deseo hacerlo desde hace un mes.

—Repítelo —dice apenas en un gruñido.

—Eso está mal —susurro apartando mis labios.

—No, lo que está mal es que sigas resistiéndote —me contradice. —¿Qué quieres, Judith?

—Alguien que me quiera rota, sin sentir la necesidad de querer arreglarme.

Me toca la cara y sus ojos buscan los míos. —Te quiero tal y como eres y no quiero que eso cambie —une nuestra frente. —Aquel que no ha sufrido, no puede valerse por sí mismo y no hay cavidad para ellos en el amor.

—¿Y si quiero estar rota?

—Encontrarás otra pieza rota que encaje en tú puzzle.

Cierra los ojos e inhala el aroma de mi cabello. Deam abre los ojos y me sonríe. De repente su boca está sobre la mía de nuevo, otra vez, no puedo resistirme a sus besos. Nuestros labios se mueven con hambre y necesidad. Yo gimo de placer, deseando más.

Paso mis manos por su espalda y por su cabello, tirando de su boca con más fuerza contra la mía. Pero luego se detiene bruscamente y se aleja.

—Nos vamos —dice con la voz ronca.

—Yo pensé... —susurro, sin poder terminar la frase. Tengo un impulso incontrolable de tener sexo con él y me sale con eso.

—¿Lista para volver a casa? —se aparta de mí, respirando con dificultad.

Tengo una sensación de frustración. Eso debe ser el karma y la madre que la parió por todos los desplantes que le hice a Deam.

Karma ríete todo lo que puedas.

Suelto un suspiro y asiento.

—Sí.

Los dos nos subimos a su auto y él enciende la música. Me sorprende mirándolo con mal genio y sonríe.

—No sabes lo hermosas que te ves enojada —dice tomando mi mano. —Ten paciencia.

—La paciencia está sobrevalorada.

—No juegues con fuego si no estás dispuesta a aguantar el calor, Judith —amenaza.

—A mí me gusta el calor.

Nos dirigimos a casa en silencio, pero yo no puedo hacer evitar dar vuelta a lo que me dijo está mañana. Se detiene en mi casa, evito que abra la puerta del auto.

Me mira fijamente con una expresión estoica. Él me sube a horcajadas sobre sus caderas, y yo lo beso.

Me devuelve el beso y yo me restriego despacio contra su miembro. Su respiración se vuelve trabajosa dentro de mi boca. Deam entierra las manos en mis caderas, pero en vez de acompañarme en mis movimientos, los detiene, dejando un beso en mi mejilla.

—No podemos —se pasa los dedos en el cabello con frustración. —Todavía no lo has entendido.

—¿Es por la cicatriz? —¿aquello le quita las ganas? En realidad no es grande. Me hubiera parecido lindo, sino fuera por la maldita "S".

—Para nada. Es muy hermosa y me parece sexy.

—Entonces...

—Te dije que no te follaría —me besa la comisura. —Porque quiero hacerte el amor.

Listo, me han callado de la manera que nunca espere. Deam Lacroix puede llegar a ser una caja de sorpresas.

Me acerco más a él y presiono mi boca con la suya. Pronto nos estamos besando y mis manos están sobre él.

Aprieto mis caderas contra él y gimo de placer mientras me mece contra él por accidente toco la bocina.

—Merde —gime cuando la puerta de mi casa se abre.

Me quito de encima de él, recobrando la compostura. Hay un golpe en la ventana que nos sobresalta al encontrar con los ojos de papá, quién tiene el ceño fruncido. Ambos levantamos la mano automáticamente.

—Hey, ¿qué está pasando aquí? —grita papá. —Las manos donde las pueda ver.

—Hola, papá... solo estábamos hablando.

Él sonríe. —Las ventanas se empañaron muy bien con todo lo que han hablado ustedes dos.

Me muevo incómoda en el asiento y los dos sonreímos.

—Adiós, Deam —bajo rápidamente del auto.

—Buenas noches, señor Lima —comenta Deam.

—Me alegro que le hayas sacado una sonrisa a mi niña, pero la próxima vez que sientan sus hormonas en ebullición mantener las ventanas abiertas y tú cariño dale agua fría...

Una hora después de la intervención de papá subo a mi habitación, me dejo caer en la cama y dormir en paz por primera vez.

¿Qué se siente cumplir diecisiete año?

Me he despertado agitada, sudando frío y con mucho miedo.

Feliz cumpleaños, Judith.

Mis ojos saludan el ventilador del techo, el sol fluye a través de mi ventana y mi mamá canta feliz cumpleaños detrás de la puerta.

—Ya estoy despierta, cálmate —grito con la voz ronca por el sueño y me obligo a sentarme. —Por favor, ya no cantes.

Adoro a mi madre, pero no adoro como canta.

Froto los ojos soñolientos.

—Está bien, ahora date prisa. He hecho panqueques para el desayuno y también tengo tu pastel.

—Me voy a dar una ducha.

Una vez salgo de la ducha, me pongo unos pantalones de mezclilla y una blusa negra. Mientras estoy arreglando el cabello se abre la puerta de mi habitación y entra Esther.

Yo la miro sin expresión, sin saber si estoy viéndola realmente a ella. Después de que me estuvo evitando no esperaba verla aparecer ante mí.

Vuelvo a poner los ojos en el espejo y termino de arreglar mi cabello. La veo aproximarse a mí sin pizca de hostilidad en su cuerpo.

Se sienta en la cama y por fin me sale la voz. —Me alegro mucho verte.

—He estado pensando mucho en ti.

Trago al sentir la garganta seca y juego con el cepillo de peinar.

—Yo también he pensado mucho en ti, Ete.

—Después de la muerte de Abel no pensé con la lógica y por eso me encerré en mí. Me dolía verte, porque me recordaba nuestro grupo. Yo había perdido a mi mejor amigo y el chico a quién amé y sigo amando, no te imaginabas mi dolor, pero tampoco me imaginé el tuyo ni que con mi comportamiento estabas perdiéndonos a los dos. ¿Me perdonas?

Me da vergüenza admitir que entre ayer y hoy estoy derramando más lágrimas que nunca, pero no me importa. Permito las lágrimas salir mientras voy a abrazar a Esther.

—No pasa nada, Ete. No hay nada que perdonar.

—¿De verdad? —se limpia los ojos.

—De verdad, pero siento como si estuviera perdiéndome de algo —estudio la mirada de Esther en busca de una respuesta.

—Deam pasó anoche por mi casa —admite.

Siento una calidez abrasar mi corazón al escuchar su nombre. —¿Y?

—Me hizo ver que ambas estamos muy jodida con lo de Abel mientras que yo me comportaba como una completa tonta.

Una vez más Deam ha hecho algo increíblemente dulce por mí.

—Voy a ir a llevarle flores a Abel, ¿quieres ir conmigo? —le pregunto, tomándola del brazo.

—Claro. Luego vamos de compra por tu regalo.

—Qué esté aquí ya es un regalo.

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