29. Los límites del consentimiento

JUDITH

Está mañana la habitación es bañada de sol. Siento que alguien está a mi par dormida, se ve linda, la amo y lamento mucho que esté pasando esa situación por mi culpa.

Odio tanto esa situación.

Siento la garganta seca, pero no quiero levantarme porque no quiero toparme con Thiago. Mucho menos después del tormentoso episodio de ayer.

—Hola —le sonrío al verla abrir los ojos.

—¡Dios! Jud, no vuelvas a asustarme así —se levanta para abrazarme y veo en su rostro una terrible preocupación.

—Yo... —hago una pequeña pausa y tengo ganas de llorar de nuevo. —Lo siento.

—Me da gusto que estés mejor... no vuelvas a asustarme así —Esther está llorando, y decido tragar las mías. Si ambas nos ponemos a llorar estaremos totalmente jodidas. —No te pongas en riesgo de nuevo.

—Ya no quiero estar aquí —susurro.

Ella hace una mueca. —No es difícil conseguirlo.

—¿Escapando?

—No. Eres una chica lista, Jud. Piensa por qué crees que aún seguimos con vida.

—¿Por qué quiere hacernos sufrir antes de matarnos?

Esther niega con la cabeza.

—No —me coloca las manos en los hombros y me susurra al oído. —Por ti. Deberías usar eso para atacarlo.

—Esther, yo no puedo... —es una idea un poco estúpida si contamos la fuerza de Thiago. —He visto como nos carga a una de nosotras como si no pesáramos nada.

—Podemos golpear con algo.

—¿Con qué? —pregunto con desgana. —Un golpe de nosotras no le hará daño, al contrario nos lastimaremos nosotras.

Me toma de la cara y me obliga a mirarla a los ojos y dice. —Entonces, ¿quieres que nos comportemos como si él estuviera de nuestro lado?

—No, pero... —respondo. —Cuando estás atrapa en el pantano... antes de salir debes tocar fondo.

—¿Qué estás insinuando?

—Digo que a él le gusto, podría usar eso a mi favor.

Los ojos de Esther se abren.

—Judith, no...

—Igual tomará lo que quiera de mí, así que es mejor si se lo doy yo primero.

La puerta se abre y yo brinco al ver a Thiago en el marco de la puerta, con una sola mirada que le dedica a Esther, ella se levanta sin rechistar, me besa la mejilla. Ambos se retan con la mirada y después ella decide acercarse a él y ambos desaparecen, cerrando la puerta a sus espaldas.

—¿Qué hay que comprender? —me acuerdo que le pregunté a Carlos intrigada.

Y él me había respondido. —Tantas cosas...

Te juro que lo estoy entendiendo Carlos. Perdón, debí haberte comprendido antes. En realidad sí lo hice, pero he preferido olvidar porque duele demasiado. A veces lo sueño, solo a veces... y entonces su recuerdo me lástima. Vuelve a refugiarme en mi mente y se me olvida.

Quise engañarme. Quise engañar mis ojos como mi mente lo hace conmigo, pero en el fondo siempre supe la verdad al igual que sé que será imposible que te hubieras suicidado. Cerrar los ojos no me han servido de nada, trate de huir de dolor y me refugie en uno mucho peor.

Es cierto lo de que a veces elegimos ver sólo lo que queremos ver y otras veces lo que vemos cambia nuestra forma de ver todo lo demás.

Justo hoy lo entiendo perfectamente a Carlos.

Oigo que Thiago abre la puerta de nuevo. Trae consigo una bandeja de comida, ¿habrá alguien más en la casa?, ¿o es él quién cocina?

—¿Cocinaste tú? —me pone la bandeja delante y yo como lo más relajada posible. Él no deja de mirarme, me pone de nervios.

—Ajá...

No tiene ganas de hablar.

—Yo también sé cocinar, te podría ayudar, si lo quieres.

Suelta una risa sarcástica.

—No, gracias. He visto que eres muy creativa con las cosas de la casa.

Termina tocando su hombro.

—Si insistes tan amablemente —mantengo la farsa comiendo, fingiendo que todo es perfecto, normal y que no tengo ganas de salir corriendo de aquí.

Cuando se queda en silencio, sé que está pensando en algo y yo necesito que no piense en otra cosa.

Su mano se pasa sobre mi muslo, adentrándose bajo la camiseta que me puso. Seguramente ayer me bañó cuando me había dormido en sus brazos. Quizás también me haya drogado. Dejo que su mano siga su recorrido mientras tiemblo por dentro.

Tengo que hacerlo para protegerme.

Se le oscurecen los ojos de lujuria al ver mi terror. Me besa, es un simple roce de sus labios con los míos. Quita la bandeja de la cama, me vuelve a besar, gimo contra su boca en el momento en que me suelta unos segundos para respirar.

Se aleja un poco y toma su tiempo en quitarse la ropa. Cuando llega el turno de su camiseta, yo jadeo una vez que su pecho está completamente desnudo. Sus marcadas abdominales bajan hasta perderse en unos oblicuos en V, pero el tatuaje grises y negro de una S que serpentea a ambos lados de su torso me deja sin aliento. Automáticamente mis dedos tocan la pequeña cicatrices que me hizo cerca del ombligo.

Aparto la mirada, lo que está pasando es tan surrealista que no termino de procesarlo. No puedo creer que tenga impulso de acostarme con él solo por miedo a que si me niego sea peor, si tuviera la fuerza suficiente creo que comenzaría a llorar por permitir que mi secuestrador me toque y manosee por todas partes.

¿Promiscua yo?

¿Cuándo se encendió el putimentro?

Pero en el fondo sé que dejaré que hago lo que quiera conmigo porque le temo al dolor. Llámame cobarde, pero no arriesgaré a que desate su ira sobre mí cuando sé que sería capaz de obligarme y luego matarme.

Sin decir una palabra, desliza la mano por el costado de mi camiseta y me la levanta lentamente.

Sin dejar de mirar sus ojos cautivadores intento pensar en otra cosa para no acobardarme en el acto.

Me sonríe y tira de la tela al suelo, luego me besa la frente. Me tumba casi con delicadeza y me enrosco haciendo un ovillo temblando.

Lo siguiente que escucho es cómo se baja la cremallera; con eso mi cuerpo siento un escalofrío, mi respiración se vuelve más agitada.

Estoy asustada.

Me estoy cagando del miedo.

No sería violación si doy mi consentimiento. Me repito. El sexo por sexo es normal hoy en día y tampoco me estaba guardando para nadie especial, solo uno menos idiota que los demás. Así que no tengo porque tener miedo. Solo es sexo. No va a doler mucho.

Dios, me siento como una puta.

Sus manos se desplazan hasta mis caderas y me baja las bragas con un violento tirón.

Me contempla posesivamente. Me controlo para no esconder mi desnudez bajo las sábanas. Se inclina sobre mí, besando mi cuello y me da un mordisco juguetón, lo bastante fuerte para provocarme una mueca, pero no para hacerme sangrar, al menos.

—¿Todavía estás dispuesta a consentir, Judith? —me pregunta.

—Sí —respiro hondo, tratando de contener las lágrimas que se mueren por salir.

—¿Consientes que te ate a la cama y vende tus ojos? —noto el calor y dureza de su erección que presiona en la parte interior de mi muslo y sé que eso me va a hacer daño.

Trago saliva y dejo escapar un susurro. —S-sí.

Veo el trozo de encaje con la cual me ata juntas las muñecas antes de atarlas al cabecero de la cama.

Traza mi labio superior.

—¿Sabes cuánto he fantaseado con tenerte completamente a mi merced?

¿Thiago fantaseaba conmigo?

Oh, Dios. ¿Por qué suena más malo que la situación actual?

Thiago anuda con firmeza el fular alrededor de mis ojos. El miedo se insinúa, me cuesta trabajo respirar, no escucho nada, mis miembros se crispan. Perder la vista me hace muy consciente de todo lo demás. Como la sensación de las suaves sábanas debajo de mí, el aroma a canela y lima de Thiago, la piel de gallina que deja cuando desliza su dedo por mi mejilla. El miedo que desprende de mi cuerpo y él puede respirar.

Entonces, de repente, sus dedos agarran mis muslos y trato de apretarlos para cerrarlos, pero mi posición y las cuerdas me impiden hacer una gran diferencia.

—Quédate quieta, mariposa. Solo lastimarás esa hermosa piel y eso lo deseo hacer yo.

Rápidamente siento sus labios por mi muslo, me quedo en blanco cuando llega a su destino.

Por un segundo intento resistirme, pero me aparta las piernas sin ningún esfuerzo y con una delicadeza que me sorprende. Me besa los labios menores, desencadenando una sensación de calor por todo mi cuerpo. Mis miembros se relajan y todos mis sentidos se concentran sobre los efectos que produce. Todo mi ser está a la escucha de mis sensaciones. Su habilidosa boca lame y mordisquea alrededor de mi clítoris hasta que empiezo a gemir; lo rodea con los labios y lo chupa suavemente.

—Joder, estás empapada. —Roza de sus dedos contra el interior de mis muslos, sus manos se han ido.

»Te gusta, ¿no? —Rodea mi clítoris con sus delgados dedos, haciendo que mi espalda se arquee fuera de la cama—. ¿El hecho de que estás bajo mi control, el hecho de que puedo hacer lo que quiera contigo sin que tu cerebro se entrometa y que puedas echarme toda la culpa de lo que sucedió?

—La lubricación es una reacción involuntaria de nuestro cuerpo —cierro los ojos con fuerza, humillada.

Acaricia mi muslo, murmurando: —Ambos sabemos que eres una mentirosa.

Siento el aire de su respiración en mi sensible piel; el placer es abrumador. La presión en mi interior es insoportable y entonces estallo con un grito ahogado. Mi cuerpo se tensa y una ola de placer hace que apriete los dedos de los pies. Mi cabeza cae de lado y mis mejillas están en llamas.

Mierda, mierda, mierda. Me he corrido.

Ten calma, Jud.

«Respira. La estimulación prolongada provoca un orgasmo, sí. El placer físico no va siempre ligado con el bienestar mental, es normal que tu cuerpo reaccione así, eso no significa que te gusta. Lo estás haciendo para vivir, para que ambos puedan seguir con vida. Enfócate en eso».

—Eres adictiva, mariposa. —El retumbar de su voz y su ligera barba crean un tipo diferente de fricción contra mis partes más íntimas.

Thiago acerca su cara a la mía, dándome un beso completamente diferente de lo que me haya dado antes. Esté es más cálido, más suave y dulce. Siento un sabor salado y algo almizcle. Es mi sabor.

Con una mano me agarra la cabeza mientras me hunde la otra entre los muslos, empieza a frotarlos, provocando las mismas sensaciones.

Yo odio que me guste, pero ni cuerpo no parece pensar lo mismo.

Sin embargo, la lógica dicta que no deberíamos liarnos con una persona a la que guardas rencor, alguien que te hizo la vida imposible o que, directamente, nunca te cayó bien o que odias. Sin embargo, el sexo es de todo menos lógico. O, más bien, sigue su propia lógica: la de la biología, que es independiente de la que siguen las emociones. Se llega a considerar el sexo como una necesidad muy importante más cuando es lo único al que aferrarse. Así que me voy a aferrar a esa lógica por mi propio bien.

Thiago me mete dos dedos, dentro sin aviso y estoy empapada.

Maldito cuerpo traidor. Maldita biología.

Deja escapar un gemido contra mis labios cuando siente lo mojada que estoy. Me frota los dedos húmedos contra el clítoris, creando sonidos de fricción debido a la humedad.

Su cuerpo se retira encima de mí y escucho algo ser desgarrado. Luego siento su piel de nuevo contra la mía, pero menos ligero, coloca los brazos detrás de mis rodillas y mantiene su rostro sobre el mío.

Jadeo cuando introduce la punta y toda mi excitación se apaga.

Pensé que podía con ello, pero no puedo.

Intento alejar mi cadera, pero su peso me retiene, impidiendo todo tipo de movimiento.

—¿Estás asustada? —me pregunta con diversión.

—Sí —respondo en un suspiro.

—Chica lista —su tono es bajo. —Ahora esto va a doler un poco.

Coloca su mano en mi boca como si quisiera callarme, con una fuerte embestida me atraviesa la barrera virginal. Me retuerzo con violencia ante el dolor, y un grito de agonía que queda silenciado en la palma de su mano. Siento mi interior estremecerse, las lágrimas amargas empapan mis ojos y la tela que los cubre, mis músculos se estiran ante la repentina invasión de su longitud en mis entrañas. No puedo gritar solo puedo respirar poco a poco. Su dureza inflexible me hiere, me quema por dentro. Mientras sigo retorciéndome bajo su peso lo escucho decirme que ya va a pasar.

Despacio, él retira su palma para permitirme recuperar la voz.

Thiago se queda inmóvil por un instante, no mueve las caderas ni me embiste.

No sé en qué momento sucede, pero el dolor comienza a pasar. Obliga a qué mis piernas rodeen su cadera para así tenerme aún más abierta. Siento unos labios cálidos en mis mejillas al tiempo que Thiago reanuda sus embestidas, pronto soy consciente de la quemazón que siento en las entrañas. Aprieto los muslos en el costado de Thiago y me arqueo bajo su cuerpo en una desesperada necesidad de sentirlo más.

Horrorizada vuelvo a notar cierta presión en mi interior. Mentiría si dijera que no duele, pero también siento placer y asco.

Sus acometidas se vuelven más duras, inmisericordes, profundas y entonces me sorprendo tratando de aferrarme a él con las piernas mientras siento el clímax abalanzarse sobre mí, temblando con los ojos muy abiertos y vidriosos bajo el pañuelo.

Los envites de Thiago se vuelven más salvajes, con un gemido gutural se hunde en mí por última vez y sé que también ha alcanzado el éxtasis.

Él se derrumba sobre mi cuerpo y me sacudo al sentir todo su peso descansar sobre mí. Ambos jadeamos, incapaz de hablar. Él suelta mis brazos y me quita la venda de los ojos. Me aferro a su cuello y lloro en sus brazos llena de vergüenza e ira contra mí misma, contra mi cuerpo y por estar buscando consuelo en la misma persona que ha provocado mis lágrimas.

Se quita encima de mí, obligándome a soltarlo. Se pone de pie y me lleva en brazos hasta algún otro lugar.

Ahora mismo estamos duchando. Tengo sangre en los muslos y veo cómo se mezcla con el agua y desaparece por el desagüe. Thiago muestra una mueca burlona y con una media sonrisa, se acaricia la nuca y me besa los labios. No lo aparto, pero tampoco le correspondo.

—Te odio.

—Tu elección, Judith —su voz es tranquila, pero puedo sentir la oscuridad debajo de ella.

Minutos más tarde, salgo de la ducha. Me coloca una toalla alrededor del cuerpo y vamos hasta la cama, me siento cansada y los ojos me pesan mucho. Es como si estuviera drogada o anestesiada.

Me seca a mí primero y luego a él. No sé cómo, pero ahora la cama tiene sábanas limpias y no hay rastro de sangre. No tengo tiempo para pensar nada.

Me derrumbo sobre la cama, dándole la espalda.

—¿Mariposa? —murmura.

—¿Sí? —respondo volviéndome hacia su voz con la esperanza de que se suba a la cama y me abrace hasta quedar dormida.

Es solo para no sentir sola. No porque sienta que lo necesite, pero no estará mal si pudiera hablar de lo que sea hasta quedar dormida con tal de no pensar en lo que acabo de hacer.

—Voy a salir —susurra en una clara advertencia. —No intentes nada, ¿de acuerdo?

—De acuerdo —respondo dolida por su frialdad.

Me besa en los labios, sale de la habitación y la cierra con llave. Estoy cansada, molesta y con los músculos doloridos, que intento esconder lo miserable que me siento bajo la calidez de las sábanas antes de quedarme dormida.

Al menos he sobrevivido un día más, ¿quién sabe que pasará mañana?

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