21. La diosa y las bestias
DEAM
No debí haberme sentido así al ver a los chicos mirándola de esa manera.
Yo también lo había hecho al verla con aquel disfraz.
Tengo que controlarme y tomarme aquello con calma.
Me inclino en el sillón y miro por la ventana.
Joder.
¿Cómo ha pasado aquello?
Mi antiguo estilo de vida ya no me interesa. En cuanto Judith ha entrado en mi vida, dedicándome aquella mirada insolente junto con su lengua viperina como si se la hubiera robado a una serpiente venenosa, mi mundo cambió.
Los trucos de antes ya no me funcionan. Los polvos de una noche me aburren porque ya no tengo vacío el corazón.
Todo el tiempo deseo tener sexo con ella, con una chica bella, sensual y tan inocente que carece de la malicia y experiencia suficiente como para utilizar sus atributos como arma, que sin duda desarmaría a cualquiera, incluyéndome. Sin duda, sería el primer en caer bajo el hechizo Lima.
En el pasado había pensado que ser un completo idiota o un monstruo haría que las personas creyeran que no tenía debilidad. La apariencia a pesar de todo es importante porque nadie en realidad sabrá quienes somos realmente, pero con Judith no me sirven aquellas apariencias.
No puedo negar que su sangre llama a la mía.
Y es como una adicción. Al final cada quien tiene su veneno favorito y, ella es la mía.
Se abre la puerta de mi oficina, sacándome de mis pensamientos.
—¿Deam? —reconozco su voz de inmediato.
—Hola, Marina —dejo el vaso con whisky en el escritorio.
Marina se acerca a mi escritorio. El vestido que apenas cubre lo necesario junto con el cabello le dan ese aspecto de diosa sensual que intenta reflejar con su disfraz, y no puedo negar que hemos vivido buenos momentos juntos.
—¿Qué tal estás?
—Bien —horrible. —¿Y tú?
—Genial —dice ella.
Nunca ha sido buena para mentir, nuestra relación no es saludable y yo lo sé. Se ha vuelto co-dependiente y eso ha sido un problema, lo que ambos hemos ignorado, por supuesto, porque estábamos más ocupados en ser el consuelo del otro. Siempre hemos sido miserables desde nuestro nacimiento y sabemos exactamente que es tener un corazón roto, y pensar que jamás se llenaría. Eso fue lo que más nos ha unido. Pero al menos la mía ha encontrado a alguien que lo ha obligado a latir.
—¿Qué te parece si voy a tu casa está noche? Obviamente, después de que termine todo. Me encantaría que nos pusiéramos al día.
Pasar más de dos semanas sin sexo empieza a afectarme. Judith me aparece en los sueños y siempre me hace despertar acalorado y sudoroso.
Estoy, pero muy necesitado. Sin embargo, su propuesta no es lo que quiero está noche.
Mi barco está anclado ahora en el puerto de Judith.
En el pasado nuestro acuerdo solo consistía en follar, no hablábamos de nuestras vidas ni de nada: íbamos directo al grano y luego ella se marchaba, o yo lo hacía. Lo nuestro no es en realidad nada más que un rollo, me llamaba cuando quería un polvo y punto. Eso era lo que más me gustaba de ella y esa razón fue por la que hemos durado tanto tiempo.
Nunca hubo amor.
Y jamás nos arrepentimos ni una sola vez.
Solo era sexo por sexo.
Pero su adicción a las pastillas para dormir mezcladas con alcohol cambió todo y cuando por fin lo dejó. Fue inútil porque solo cambió las pastillas por mí. Yo era el nuevo objeto de su adicción, ya que Bryon no está a su alcance.
Ella aún no estaba ni está preparada para aceptar que él no la quiere y eso la sigue destrozando por dentro.
—Nunca salgo dos veces con antiguas ligues —le doy una calada a mi poro.
Ella se sienta en el borde de la mesa. Se inclina hacia mí y sus ojos oscuros se posan en mis labios.
—Eso es lo que cree todo el mundo, pero tú y yo sabemos la verdad.
Intenta besarme, pero me aparto justo cuando sus labios se van a pegar con los míos y van directo a mi mejilla, me besa ahí.
Es un beso inocente y delicado.
—Y lo seguirán creyendo.
—¿Te has enamorado de ella?
—¿Por qué lo dices?
—Con tus otras ligues no te importaba acostarte conmigo —asegura.
Frunzo el ceño por su lógica. —¿Tengo qué querer acostarme contigo todo el tiempo?
—Sí —afirma.
—¿Y se puede saber por qué?
—Porque tú eres un hombre, y yo soy sexy —roza su nariz con la mía, alzando una ceja.
Toma el poro de mi mano, dándole una calada, tose y vuelve a dar otra calada. Está vez expulsa el humo en mi rostro. —¿Y yo soy el arrogante?
Se lo quito de las manos, dejándolo en el cenicero.
—¿No lo eres? —sonríe con malicia. ─¿Por qué nunca me dejas fumar contigo? ─intenta tomar el poro de nuevo.
─Será porque no sabes fumar ─decido apagarlo está vez mientras pone los ojos en blanco.
—¿Sabes?, al acercarme a ti, utilice ese dicho de que "Un clavo saca a otro clavo" —comenta con amargura. —Pero es una mierda, Deam. Lo único que conseguí es quedarme con dos clavos dentro —termina con un tono lúgubre.
—No te abandonaré. Dejaremos de tener sexo, no de ser amigos —le digo, levantando una mano y acaricio su cabello mientras ella me sujeta del hombro, intentando aliviar su ansiedad. —Nunca te quedes con alguien que no te aprecie y que no te adore por lo que eres. Eres alguien maravillosa, inteligente. Eres algo más que sexy y te mereces lo mejor. Hace tiempo que alguien debió decírtelo.
—Gracias, Deam —a Marina se llenan los ojos de lágrimas, pero no los deja caer. —Entonces, es definitivo. ¿No hay posibilidad de que volvamos a ser como antes?
—No.
—¿Por qué ahora?
Por la conversación que tuve con mi madre.
—Tenía seis años —le recordé a mi madre cuando había intentado hablar conmigo. Esa frase siempre la recriminaba, haciendo que se sintiera culpable. Era un mentiroso, manipulador, pero había aprendido del mejor, ¿qué esperaba? —No tienes idea de que es crecer sin una madre, me dejaste al cuidado de una desconocida, sin tan sólo fueras un poco la madre que ahora intentas ser, no estarías...
—¿Sabes por qué no te quería cerca? ¿Por qué alejarme de ti era lo mejor? —replicó dolida sin dejarme terminar la frase. Hubo silencio tras sus palabras. Era la primera vez que me decía algo como aquello, ella esperaba que sus palabras de alguna manera me hicieran reaccionar. —No tienes ideas de lo que es ver su rostro en ti cada vez que te veía. Te pareces tanto a tu padre que me hacía odiarte casi tanto como a él.
»Verte reflejado en él solamente aumentaba mi ira, sabía que estaba mal y que no era tu culpa, pero no podía evitarlo. Y alejarme me resultó el camino fácil. Los padres hacemos lo que creemos que es lo mejor para nuestros hijos, pero algún día ellos tienen que crecer y tomar el control. Criamos como nos enseñaron, pero la decisión de hacer algo diferente siempre está en nosotros, y no es justo que culpemos al pasado por ello. Sí, Deam es mi culpa que tú niñez fuera miserable, lo acepto, pero no me culpes a mí ahora porque tú presente lo es. Tú has tomado ese camino por ti solo, al autodestruirse no me estás haciendo daño a mí, sino a ti. Así que madura y deja de culpar a todos por tus idioteces.
Con esas palabras me di cuenta que pasé mi vida entera tratando de no ser como él, pero resulte siendo una peor versión. Y me odié al ver la misma frialdad de sus ojos en los míos.
Me odié por ser mi padre.
La caricia de Marina en mis brazos me regresan de los recuerdos.
—¿Y por qué no? —le respondo a ella, alejando mis recuerdos.
—¿Qué tiene ella que yo no? —pregunta iracunda. —Los cuatro parecen idiotizados solo con verla.
—No es dependiente de ningún de los cuatro.
—Además, de que les recuerda a Paloma, ¿no?
—Yo ya no veo a Paloma en ella, solo veo a Judith.
—¿Por qué amamos tanto el dolor? —sisea ella.
—Porque nos recuerda que aún estamos vivos.
—¿Seguimos en contacto? —me pregunta y agrega. —Como amigos.
—Por supuesto ─aseguro, toco su corazón. ─¿Aún te duele?
Ella sabe a lo que me refiero.
─Sí.
─Me alegro.
─¿Te alegras? ─me mira dolida por mis palabras.
─Sí, me alegro. Si aún te duele el corazón es porque sigue latiendo y cuando llega esa persona adecuada podrá entrar en las grietas y curarte.
Ella cruza de brazos y baja la vista al escritorio. Su respiración se agita lentamente y el rubor ha ascendido a sus mejillas. Está enojada, está llena de emociones al mismo tiempo.
—Marina, nunca te aferres a alguien porque pienses que puede curar tus heridas porque cuando se va te dejará más rota que antes.
Ella abandona el escritorio, se me sube al regazo y me echa los brazos a su cuello. Su rostro se aprieta contra mi pecho. Su respiración se agita más, hasta que las lágrimas salen a la superficie.
Llora en mis brazos.
Yo la estrecho contra mí, permitiéndole descargar todo. Marina no es el tipo de persona que se echa a llorar tan fácilmente, por lo que sus lágrimas tiene un significado mucho mayor cuando las deja salir.
—Lo siento.
—No estoy llevando esto muy bien —siento como tiembla en mis brazos por los sollozos.
No sé que más decir para que la situación mejore. Hacerle daño a ella es lo último que quiero.
¿Pedir disculpa? Está fuera de lugar porque no tengo nada por lo que pedir disculpas.
—Sé que la quieres a ella. Hasta me cae bien, pero duele... duele por muchas razones, pero lo principal es que siento como si hubiera sido reemplazado de nuevo por la misma persona. La que tanto daño nos hizo a todos por igual.
—No podemos seguir recordando el pasado... no va a lograr que ninguno de los dos se sienta mejor.
—Tienes razón. No lo hará —dice secamente. —Ella te cambió.
—No es así. Todos cambiamos con el tiempo, pero en lo básico, los rasgos del carácter de una persona no varían. Da igual los años que tengas. Solo me enseñó algo que ya tenía y no veía. Sin embargo, ella lo supo ver desde el principio.
Se levanta lentamente sobre mí y se mete al baño.
Marina vuelve un momento después, tras haber lavado su cara y pintarse los labios. Se arregla el vestido y se pasa los dedos por el cabello.
—¿Nos vamos? —así es ella.
Asiento.
Salimos de la oficina como si nada para regresar a la fiesta, ella vuelve a ser como siempre y esa sonrisa que la mayor parte del tiempo no siente aparece en su rostro.
Echo un vistazo a la pista de baile. El corazón me late con fuerzas en el pecho mientras la adrenalina me corre por las venas.
Está ahí, bailando en la pista con una gran sonrisa en el rostro, rodeada por los chicos y moviendo su cadera como una striper. Levanta la vista cuando siente mi mirada, luego sus ojos se desvían a Marina quien llega junto a mí. En esa ocasión no es capaz de controlar su reacción. La dulzura en sus ojos construye un muro de piedra, pero también de tristeza.
Justo cuando nuestras miradas se clavan para decir algo más, las luces se apagan.
Se forma el caos.
Y se escuchan los gritos de pánico.
MARINA
Miro todas las direcciones buscando una respuesta de todo esto y de ese apagón. Un ruido extraño desde las escaleras llama mi atención, esfuerzo mis ojos para intentar ver algo, veo algo moverse como si alguien estuviera subiendo al segundo piso.
—¿Deam? —susurro, esperando encontrarlo a mi lado, pero nada.
Atravieso el salón, con el teléfono móvil en la mano para iluminar el camino y subir en medio de la oscuridad las escaleras hasta el segundo nivel.
No se ve movimiento ni ninguna luz por allí. Echo a andar muy despacio hacia el pasillo siguiendo el sonido de unos tacones. Del pasillo oscuro veo una chica disfrazada de bella doblar la primera esquina, un nuevo golpe hace que me pare en seco. Palabras intangibles de una discusión.
¡Bam!
Y luego le sigue un grito desgarrador que me eriza la piel.
Ahora tengo miedo.
Una luz débil comienza a parpadear y el rugido de una bestia resuena muchas veces, tengo mucho miedo que estoy temblando, nunca ante he sentido miedo así, siento como algo se acerca.
Avanzo muy despacio, al llegar a la esquina me asomo un poco. Veo algo volverse en la oscuridad, con manos temblorosas ilumino la esquina. La bestia parece yendo hacia el pasillo oscuro con el cuerpo sin vida de bella siendo arrastrada.
De repente sus pasos se detienen.
No, no es un hombre. ¿Qué es?
Lo que aparece no es un hombre, sino algo salido de la peor pesadilla. Aunque quiero gritar, no puedo. No puedo tomar aire y tengo la garganta seca. Siento un miedo atroz cuando me mira con aquellos ojos que tanto conozco.
Sollozo con incredulidad al ver el cuerpo sin vida dejado en el piso.
—Tú... tú no —tartamudeo. —No es posible que seas Snap. Tú estás... —me atraganto con mis propias palabras.
Saca la lengua y se relame los labios como si estuviera saboreando mi miedo. Y no es la primera vez que mi cuerpo no me pertenece, pero sí es la ocasión en la que más miedo tengo. No puedo correr, sus pasos están cada vez más cerca. Sin embargo, mi cuerpo no responde.
Deseo con todas mis fuerzas mitigar de alguna manera el terror que siento para correr hacia mi salvación, pero nada sucede.
—¿Por qué Marina?, ¿por qué tuviste que seguirla? —me pregunta con fingida tristeza.
Esa voz tan familiar me produce un escalofrío, como dos trozos de cristal al frotarse el uno con el otro.
—¿La mataste? —me tiembla la voz. La incrédula sigue en mí, aún estando frente a mis ojos. —¿Por qué?
Un objeto punzante me golpea fuertemente la cabeza y me quedo tendida en el suelo.
Noto como me observa.
¡No! ¡No! ¡Duele!
El miedo. El espanto. El dolor. La confusión... todas ellas me aprietan el pecho con tanta fuerza que estoy a punto de ahogarme. Creo que en cualquier momento dejaré de respirar.
Al darme cuenta de que tiene la intención de golpearme de nuevo, consigo reaccionar. Me arrastro hacia el pasillo, buscando absurdamente algo de ayuda.
En silencio camina hasta mí, se agacha. Su aliento desprende toda la maldad que contiene su alma; esa maldad que nunca supe entender aunque lo había visto, esa que nadie a logrado ver por fin reluce en sus ojos.
—Las adicciones pueden ser peligrosas, querida Marina —comenta con frialdad. —Una sobredosis es una muerte predecible para cualquier adicto, ¿no crees?
—Me duele... —digo con las pocas fuerzas que me quedan, apenas en un murmullo. —¿Por qué haces eso?, ¿por qué yo?
—Porque.. —ríe sin gracia. —Cuando cae la noche, también caen los inocentes, Marina. Es una lástima, pero así es la ley de la vida; unos nacen siendo cazadores y otros la presa. Hoy te toca ser la presa.
Justo en este momento, en el último aliento de mi vida me pregunto qué tanto conocemos a las personas que nos rodean.
¿En verdad sabemos de lo que son capaces de hacer?
Lo dudo.
Aunque también habría bastado con un simple comentario de nuestros padres al nacer de como sobrevivir; en vez de decirnos no confíes en extraños, debieron haber dicho "Cuidado con el psicópata que se sienta a tu lado y que llamas amigo, o algo así, ¿no?" Pero yo lo he aprendido tarde.
Quizás aún no es tarde para que te salves tú, porque yo ya estoy muerta.
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