20. Salvajes

JUDITH

Unos escalofríos deliciosos vuelven a recorrerme la columna vertebral; todavía no me he recuperado del todo. Deam me hace perder la cabeza, el recuerdo de sus besos me hace perder la cabeza.

Nuestra noche de ayer en el club fue lo más sensual, lo más erótico de toda mi vida.

¡Maldito él! ¡Malditos sean sus recuerdos!

Justo después de dejar de leer lo que me habían encargado en Literatura, llevo la almohada a mi cabeza y grito llena de frustración.

—¡Uf! —gruño a la almohada.

Tengo ganas de arrancarme los cabellos. Se supone que este año para Halloween Abel se encargaría de nuestros disfraces, siempre lo hemos hecho así. Está fiesta adelanta todo, en una parte es muy buena porque significa que escogeré de nuevo los disfraces para Halloween y Abel tendrá que someterse a mis locuras. Pero igual temo que se vengue de mí.

Y de pronto me pregunto de qué nos va a disfrazar.

Me golpeo por un instante la cabeza. Luego me levanto de la cama al escuchar el timbre, bajo rápidamente las escaleras, y me encuentro con un gran paquete a mi nombre en la mano de mi madre.

—¡Ah! ¡Por fin llego! —exclamo y me entra la duda. —¿Crees que Abel sería capaz de vengarse por lo del año pasado?

—Ábrelo y lo descubrirás —me dice ella al ponerme un cúter entre las manos.

Me siento en el sofá y abro mi paquete riendo.

Descubro la forma negra del disfraz a través del papel de seda. Me vuelvo confusa a medida que desempaco el contenido de su caja. El material bajo mis dedos no es tampoco de tela, sino látex.

¡Un conjunto negro completamente de látex! ¡Y unas botas de cuero!

Mamá me da una mirada que dice ni en sueños vas a ponerte eso. Le dedico mi mejor sonrisa de convencimiento antes de centrarme en el disfraz. Es entonces que me doy cuenta de la máscara. Sus pequeñas orejas casi en punta, sus bigotes, tomo el disfraz entre mis manos, la larga, suave y flexible cola unida a la espalda baja me hace sonreír.

—Abel será Batman —le digo para persuadirla. —Y yo su Gatúbela. Además, no hay tiempo para elegir otro.

—Tu padre dirá que me encanta maleducarte —me mira con simpatía.

Sé que va a ceder.

—¿Quién eres y qué has hecho con mi madre? Papá te ama. Le encanta maleducarte al igual que a mí, y a ti te encanta maleducarme. Es un círculo vicioso que nos gusta a todos y no hace daño a nadie ─le guiño un ojo.

Con un suspiro, reconoce que tengo razón.

—Venga, date prisa y ve a ducharte antes de que cambie de opinión —se ríe y me empuja hacia las escaleras.

—Te amo.

Ya no lo pienso más. Subo corriendo las escaleras y entro a mi habitación. Me dirijo al baño a darme una ducha rápida. Momento después mientras estoy en pie bajo el chorro de agua caliente, siento un poco de vergüenza por la forma en que me comporte con Deam, me hace querer no ir solo para no tener que ver su cara y tentarme a querer su cabeza metida de nuevo en mi entrepierna.

Soy una idiota, lo sé.

Pero no caeré de nuevo. No lo haré. Lo digo en serio. Está vez no voy a ceder a la tentación.

Aunque él no ha tenido nada que ver con mi comportamiento, pero no ha hecho nada más que avivar mi deseo desde que lo conocí.

El instante en el que su cara se perdió en mi entrepierna, mi corazón comenzó a estremecerse, incluso ahora sigue latiendo con una fuerza y una velocidad que no sentía en años.

Eso sin mencionar que mi mente queda en blanco cada vez que me toca, Dios, su lengua se sintió increíble y maldición, con que ganas lo hace; me devoró, un hecho que me molesta porque tuve la oportunidad de alejarlo, pero no lo hice. Dejarlo hacerme eso fue una locura y ahora pago la consecuencia al no poder olvidarme de él.

Cierro la llave de la ducha y salgo de ahí. Me seco el cuerpo antes de pasar al pelo. A diferencia de otras veces, cuando no me había importado mi aspecto, tengo que dedicarme un rato a peinarme perfectamente, rizando las puntas para darle una suave elasticidad y salvajismo a los mechones. Me maquillo, aplicándome un pintalabios de color rojo oscuro y dándole un toque ahumada a los ojos. El disfraz es cómodo y me hace resaltar, es en realidad una hábil unión entre látex y la lycera que funciona como una segunda piel. Si mi padre me viera en un atuendo así, se desmayaría. Maldición, creo que ni siquiera me dejaría cruzar la puerta. Me obligaría a regresar a mi habitación para cambiarme.

Me miro en el espejo de cuerpo entero del salón y no reconozco la criatura felina y sexy que veo en él.

Me veo y me siento sexy, soy toda una Gatúbela.

Le guiño un ojo a través del reflejo del espejo a mi madre quien me abrazar por detrás. Espero en un futuro tener ese tipo de relación con mis hijos.

—Te ves preciosa.

Doy la vuelta para esta vez abrazarla yo y darle un beso.

—Gracias por dejarme ir a la fiesta.

—Ya sabes que haría cualquier cosa por ti —me devuelve el abrazo. —Pero si llegas después de las doce estarás castigada.

Saco mi teléfono y tomamos unos cuantos selfies para enviárselo a papá. En el tiempo que le doy a "enviar" escuchamos el timbre sonar.

—Venga, date prisa y lárgate antes de que cambie de idea —se ríe y me empuja hacia la puerta de la entrada, donde me espera Abel.

Él no trae puesto su máscara, pero su silueta atlético moldeada de negro y su capa que se balancea por el viento no dejan ninguna duda que se vistió como predije. El traje de Batman le va de maravilla.

—¡Jud, estás... Qué ardes! —dice Esther, saliendo del auto vestida de vampira... una vampira muy sexy y arrebatadora. Los colmillos afilados son tan impresionantes que tengo ganas de que me muerda solo para sentir esa sensación y averiguar que tan afilados están.

«Y después dices que no estás loca». Aquella fastidiosa voz regresa.

Esther es una de esas chicas que atrae todas esa miradas masculinas en varios metros a la redonda con solo su presencia, posee el cuerpo que aparecen en las portadas de las revistas y esa personalidad que atrae toda atención sin proponérselo.

Si no la quisiera con locura la odiaría a muerte.

—¡Tú... estás deliciosamente arrebatadora! —digo con sinceridad.

—Estás hermosa —comenta Abel. —Por cierto tu madre no quiere matarme por el disfraz.

—No. Sabes que te quiere demasiado para eso, pero quién si te matará es papá. Lo único que me ha dicho mi madre es que debo disfrutar la noche.

—¿En serio?

—¡Lo he dicho en serio, Abel! —grita mi madre desde la sala. —¡Pueden irse ya!

—¡Nos vamos de huerga! —se emociona Esther.

—Sin duda —responde Abel, cerrando la puerta tras de mí y entramos al auto.

—¡Recuerden traerla antes de las doce, o formarán parte del castigo de Judith! —grita mamá.

—Como usted ordene, señora —dicen Esther y Abel al mismo tiempo como si fueran militar.

No puedo evitar reírme.

Nada se dice entre nosotros cuando Abel conduce hasta el club. Antes de franquear la puerta de entrada, Abel y Esther se ponen sus máscaras y yo los imito. Abel me toma en una mano y a Esther en la otra para que pasemos adentro mientras nos mezclamos con la muchedumbre heterogénea.

Abel me pone la mano en la parte baja de la espalda. Su afecto me resulta natural porque llevamos más de unos años haciendo aquello en público. Estoy acostumbrada a que él me toque y nunca me he sentido incómoda. De hecho, cuando su mano está sobre mí, me siento relajada y totalmente tranquila. Es mi mejor amigo además, de ser mi familia.

Los invitados rivalizan en imaginación por sus disfraces y no nos encontramos dos veces al mismo personaje. Los disfraces son de un realismo pasmo. Sin embargo, no puedo evitar dar un respingo ante la visión que aparece ante mí. Es un hombre, una bestia, solo un hombre bestia, pero su mera presencia inunda cada centímetro del espacio que hay a mi alrededor. Es impresionante, una mezcla equilibrada entre el hombre y el animal, lo que para mí equivale a la perfección masculina. Emane masculinidad y testosterona por cada poro de su cuerpo. Tiene la piel de un color verde brillante, seco como el bosque, pero estoy segura que hay una suavidad ahí. Me muero por acariciar ese rebelde mechón de cabello denso oscuro que le cae sobre la frente.

Puede ser que la mayoría de las chicas sueñan ser como Cenicienta y encontrar su príncipe azul, pero yo siempre quise ser Caperucita roja solo por al simple placer de ser devorada por el lobo feroz, pero ahora sin duda mientras hago un esfuerzo sobrehumano por dejar de babear y apartar los ojos de aquellos músculos que parecen haber sido esculpidos junto con los pectorales que he visto con mis ojitos, todo hay que decirlo. Lo cambiaría por otro tipo de bestia.

Rumpelstiltskin.

Jamás había visto a alguien que le quedará tan bien ese disfraz. Pero sin duda Deam es la excepción.

Desvío los ojos hacia su cara en un intento por recuperar la cordura. Es un intento inútil. Cuando nuestras miradas se encuentran, mis rodillas tiemblan en aquellos tacones por la impresión, él me devora con los ojos al igual que yo he hecho con él. Tengo que contener un jadeo, su mirada tiene una intensidad subyugante, esa mirada que te hace sentir desnuda, despeinada, sin maquillaje y estremeciéndote de placer.

Es la primera persona que me hace sentir fuego en las venas, y estoy en peligro de perder mi mayor tesoro si sigo estando cerca de su compañía. Y no, no me refiero a mi virginidad ni a mi dignidad. Sino mi corazón.

Deja de mirarlo tanto. Me regaño, concentrándome en los chicos.

Hablamos con algunas personas más a las que Esther conoce de su círculo social. Me encuentro con un par de personas a las que quería ver cómo Lua, quien viene disfrazada de policía y que haría que más de uno a querer ser esposados. Marina está despampanante como siempre, con aquel cabello cayendo sobre su espalda y envuelta en aquel vestido blanco que parece un conjunto de falda y blusa, pero en realidad es una sola pieza que contrasta con su piel, ya que la mayoría está descubierta al ella estar disfrazarse de la diosa Venus.

Ahora mismo siento una presencia a mi espalda, un escalofrío me recorre la columna vertebral y entonces lo sé: Deam está justo detrás de mí.

Enreda mi cola alrededor de su puño para luego tomarme con la otra mano por las caderas y jalarme suavemente hacia atrás para chocar con su torso, mi cuerpo traidor reacciona instantáneamente, mi respiración se acelera. Me huele el cabello como lo hace un depredador antes de devorar a su presa.

—Estás hermosa, gatita mía —aquel acento francés me hace contener el aliento, llenándome de una sensación exquisita al darme cuenta que solo lo utiliza cuando estamos solos.

Maldito manipulador con voz hechizante que derrite bragas de jovencitas hormonales.

Me suelta. Y se va como si nada ha pasado mientras yo tengo las piernas como una gelatina.

Incapaz de seguir soportando el suspenso y dado que esa preocupación de tener sus ojos en mí toda la noche me impedirá centrarme en otra cosa, decido seguirlo y preguntarle directamente por qué me hace eso.

Lo sigo por el pasillo oscuro.

Y lo pierdo de vista.

Intento respirar, pero al no verlo ni saber a dónde se fue me siento derrotada, justo ahí es cuando escucho unos pasos acercarse a mí sin saber de donde proviene, me escondo hacia una esquina oscura para evitar encontrarme con cualquier idiota porque últimamente son los únicos que encuentro en el camino. Cuando más se acerca los pasos, más extraña me siento. No puedo verlo y sin embargo, puedo sentir cada paso que da.

Es Deam. Se acerca... se acerca succionando el aire.

Generalmente puedo sentirlo antes de que mis ojos alcancen a verlo. Su intensa aura es como una onda sonora y mi cuerpo es un radar que detecta su calor, su energía... su olor.

Cuando Deam pasa por delante de mi escondite, yo le espeto:

—¿Qué es lo que quieres?

Él se detiene y gira la cabeza, con una sonrisa como si él ya hubiera sabido que estaba ahí.

—A ti.

Se gira sobre sus talones para quedar enfrente de mí y se acerca con elegancia propia de un depredador; su mirada se oscurece a medida que va avanzando. Me quedo sin aliento mientras mis pechos tiemblan cuando se detiene en frente de mí. Su presencia me obliga a dar un paso atrás, chocando con la pared.

—¿Por qué tiemblas?

—Tal vez porque estoy asustada —miento.

—Tal vez estás excitada —inclina el cuerpo hacia mí y pone la mano en mi cadera. Se me corta la respiración de inmediato. —Si existe alguien que puede diferencia esas dos cosas, ese soy yo.

—Claro —me odio de inmediato por sentir celos por saber eso. —¿Sabes? Lo que buscas exactamente de mí es que abra las piernas como una descerebrada y que te dé lo que sea que andas buscando para que puedas ir en busca de tu próxima presa, pero no te preocupes si no lo encuentras; la lujuria se te pasará pronto.

—La lujuria es el mejor pecado capital, pero esto no es lujuria.

—Entonces, ¿qué es?

—Obsesión.

Peor aún.

Me aparto rápidamente de su tacto para seguir mi camino, pero cuando siento su mano acariciarme el hombro no puedo evitar dar un brinco por el sobresalto. Uno de los tacones de mis botas se dobla, haciendo que de un traspié y caigo hacia atrás justo en los brazos de Deam.

Super Cliché.

Estoy comenzando a odiar el cliché con Deam.

—Suéltame —gruño ente dientes.

—Te caerás —advierte él, porque en la posición en la que me mantiene sus brazos son los únicos puntos de equilibrio para mi cuerpo y el suelo.

Pero estoy tan afectada por su cercanía que no soy capaz de pensar y mi cerebro no funciona bien. Mis manos en su pecho en un inútil acto de mantenerlo alejado de mí, no hace más que hacerme sentir puro músculos baja mis dedos.

—He dicho que me sueltes —lo miro enfadada.

—Te vas a caer —repite.

—Deam —advierto. —Suélt... —justo en es momento el abre los brazos y me suelta. Y yo caigo de trasero en el suelo, a sus pies.

Lo miro incrédula, sentada en el suelo.

—Tú... tú... ¡Me soltaste! —articulo completamente indignada. —¿Pero qué clase de persona eres?

—Uno bastante obediente —declara, con una carcajada.

Aquel tono burlón y presuntuoso me enfada tanto que, aún en riesgo de parecer una niña infantil y vengativa. Antes de él ser consciente de lo que hago, mi pierna se estira y lo golpeo detrás de las piernas, haciendo que caiga a mi lado con un golpe sordo.

—Merde. Hija de put...

Me mira con los ojos desorbitados.

—¡Bestia! —lo interrumpo.

—Parece un juego muy divertido, ¿no es así Bryon?

Nos encontramos frente a un hombre lobo con una sonrisa divertida que nos examina, justo al lado está un ogro.

Estoy chicos son hermosos hasta vestidos de bestias salvajes.

—Uuh... —dice Bryon disfrazado de ogro, riéndose. —Parece que Deam ha encontrado su media naranja... O tal vez es su medio limón.

Ambos chicos me ofrecen la mano para levantarme. Deam se levanta solo, luego se aleja y se pierde por el pasillo con sus fuertes brazos tensos por aquel desagradable enojo.

Puedo percibir su ira mientras se aleja.

¿Se habrá enojado porque lo tumbe?

Ni que se hubiera dado tan fuerte.

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