2. Sortilegio

JUDITH

Esquivando a los adolescentes ebrios Esther y yo caminamos hasta donde está el barman. La casa es hermosa y grande, me sorprende que no haya presencia de un adulto, ya que dudo mucho que la casa pertenezca a uno de ellos. En cada esquina hay una pareja besándose como si estuvieran solos, pongo los ojos en blanco y sigo pensando en lo que voy a pedir.

―Vodka ―escucho a la rubia pedir. La miro y se encoge de hombros.

El barman le entrega dos copas, ella me pasa una. Doy un trago y hago una mueca por la sensación de ardor en la garganta, Esther se burla de mí por la cara que pongo al terminar la copa y yo le dedico una mirada mortífera.

Pedimos unas cuantas rondas más, vamos a la pista de baile, con el alcohol ingerido en mi sangre y sin pensarlo demasiado invito mis caderas a seguir el ritmo de la caliente y sensual melodía. Esther decide ir por unos tragos más, dejándome sola en la pista.

Ya han pasado dos canciones y ella aún no regresa. Camino unos pocos pasos para luego tomar asiento en el primer lugar libre en la barra que veo y mi vista se encuentra perdida en la gente que se aprietan entre sí, mis ojos viajan de un lugar a otro hasta que se posan en un punto fijo, llamando mi atención, mi amiga se encuentra bajando las escaleras acompañada, pero lo que poderosamente llama mi atención no es ella, sino el par de ojos hermosos, brillantes y demandantes que jamás había visto en mi vida y que justo en ese instante repara en mi persona sin ninguna expresión. Pero no me está ofreciendo el tipo de mirada que diga "esa chica es linda" más bien una que podría interpretarse como "parece una loca sentada ahí". Mi boca se abre para llamar a Esther, pero las palabras no salen.

Ése que me fusila con la mirada tiene el tipo de ojos que se puede describir como azul profundo, con algunos destellos de marrón. Sus ojos me hacen una guerra, y es todo un ejército el que arremete bajo sus párpados, directo a mí, impidiéndome moverme, hablar, respirar e incluso existir.

Mi mente se ve envuelta en tantos pensamientos, pero uno sobrepasa cualquiera; el deseo de perderme en su mirada sin hacer ni una pregunta. Sus ojos se entrelazan con la mía sin dejar de seguir su camino hasta llegar en el último escalón.

No dejo de sostenerle la mirada ni en un solo minuto. Es extraño la forma que me siento solo con su mirada, es como si sintiera frío y calor al mismo tiempo.

¿Eso se puede?

El misterioso desconocido le susurra unas cuantas palabras a Esther sin dejar de mirarme y vuelve a subir, desapareciendo por las penumbras de las escaleras.

No sé en qué momento mi amiga llega donde estoy, arrastrándome literalmente a seguirle el paso y comenzamos a subir las escaleras.

―¿Adónde vamos? ―le pregunto cuando comenzamos a recorrer los inmensos y desiertos pasillos.

―Te voy a presentar unos amigos ―comenta, emocionada.

La miro levantando una ceja, conozco a todos sus amigos hasta los que tiene en otro país, no nos escondemos nada ni tampoco salimos una sin la otra. Al menos que sean algunos amigos de Abel, debe ser eso.

Dejo de pensar en eso al recordar aquellos ojos hechizantes que me causaron aquella sensación tan indescriptible y una sonrisa se dibuja en mis labios, pero también un escalofrío que me pone los vellos de punta, ¿por qué nunca antes lo había visto en una fiesta? Juraría que no es de aquí.

¿Será extranjero?

¿Desearía volver a verlo?

!No!

Salgo de mi ensoñación cuando choco con Esther por no prestar atención a donde pongo los pies, al ella detenerse enfrente de una puerta blanca. Da unos cuantos toques leves, se abre y un rubio de ojos color miel con una sonrisa muy linda, que parece bastante simpático por cierto, nos recibe.

―¿Quién es esa hermosura que te acompaña? ―le pregunta él a Esther.

―Es Judith, mi mejor amiga ―responde ella mientras el rubio nos da paso para que podamos entrar a la habitación.

―Encantado de conocerte, soy Bryon ―besa mi mejilla y me abraza, el cual correspondo con una gran sonrisa. Parece ser un chico muy risueño.

―El placer es mío, Bryon.

―Me puedes decir Bry ―me susurra en el oído y guiña un ojo al separarse.

―Est... puedes decirme Jud..

Una tos fingida me interrumpe haciendo que mis palabras queden en el aire y siento una penetrante mirada encima de mí que me eriza la piel. La misma sensación que sentí por él al verlo bajar las escaleras se apodera de mí, siento miles de hormigueos recorrer mi cuerpo y parar en mi bajo vientre, una sensación exquisitamente deliciosa me hace vibrar la piel.

¿Qué es esa sensación? ¿Se puede sentir miedo y atracción a la vez?

Eso es muy desgarrador.

¿Es él?, ¿está aquí?

Tiene que ser él. ¿Pertenece a los grupos de amigos de Abel? ¡Imposible, ¿no?!

Siento su mirada sobre mí, examinándome con determinación y creo que eso me encanta.

A todas nos gusta ser observadas por ángeles o demonios que nos tienen ganas. Como si esa mirada te subiera al cielo o te arrastra al infierno, la complicidad en forma del silencio te dice que eres la próxima presa. Todo está exento de la racionalidad de un objetivo, todo es sentimiento y te dejas llevar sin planificar el momento ni el cómo... te encuentras ahí sintiendo tanto que todo a tu alrededor desaparece y de nuevo entra en juego la maravillosa intuición, la que consiste en dudar de si lo que estás viviendo en ese momento con esa mirada es solo una imaginación tuya o solamente lo que deseas creer. El miedo o ese deseo que te quema la piel, en este caso te preguntas cómo sobrevivir a ambas cosas, cuando estás mezclas son aterradoras.

Todos volteamos en la misma dirección para ver al causante, aunque estoy segura de saber quién es, solo he sentido esa sensación con él.

Me quedo petrificada ante aquella mirada que me desarma.

Por lo general yo no soy de las que se dejan intimidar, pero él me intimida.

Su persona emana un aura de seguridad y poder, intensamente atrayente. Sus dos par de zafiros están fijos en mí, pero no me ve, solo está concentrado en su mente, tiene una mirada increíblemente electrizante e intensa, pero fría a la vez. Es como si el frío quemará al invierno en tu piel.

Y su mirada es como si estuviera muerto en vida, pero creo que eso puede ser dolor. Reconozco esa mirada.

No dejo de seguirlo con la mirada hasta viajar directamente a esos carnosos labios. Muerde su labio inferior y yo lo devoro con el pensamiento, inconscientemente humedezco mis labios por los nervios.

¿Por qué me causa tanta curiosidad?

Él no deja de verme sin preocuparse por la perturbación que esto me produce, tampoco es que eso parece importarle. Aprovecho para examinarlo completamente: su cabello despeinado y que desconoce los peines es negro como la de un cuervo, su frente es amplia y su nariz es apenas aguileña, una boca totalmente inolvidable por lo lleno que están, una tez ligeramente mate y piel lisa, con la excepción de una cicatriz sobre el pómulo, demasiado sobresaliente para ser honesta. Viste totalmente de negro lo que le da un toque de misterio y totalmente sensual.

Es súper guapo, no en el sentido que digas "wow puede ser modelo o vaya dios griego" sino el tipo de belleza rara, aquella piedra que destaca entre las otras y te hipnotiza; se puede decir que tiene una mirada perturbador, una belleza animal y apariencia de rufián, y siento como si me apuntará con la mira de un rifle. Y eso no me agrada.

No sé en qué momento llega al lado de Bryon pero le susurra algo, luego ambos me miran sin disimulo. Me concentro en sus labios que se mueven tratando de averiguar que dicen, sin embargo, estoy ajena a todo lo que dicen, observo cada uno de sus movimientos y sus labios me invitan a querer probar cada rincón de esa boca pecaminosa, pero ese pensamiento se esfuma cuando creo haber leído 'Sus labios son rojo como la sangre y eso no me agrada' en los movimientos de sus labios, y sacudo rápidamente la cabeza.

―¿Jud, me estás escuchando?

Miro a Esther como si ella tuviera tres cabezas y niego con la cabeza mientras ella sonríe, arrastrándome a un círculo donde hay cuatro personas, saludo a Abel quien es el único a quién conozco y tomo asiento. De pronto, Bryon y su amigo nos acompañan. A la izquierda tengo a Esther y a la derecha Bryon, y enfrente unos pares de ojos tan profundos como el mar y penetrantes que me dejan sin aliento, siento como si hubiera corrido sin descanso por una hora.

Creo que me estoy volviendo loca o tal vez es porque él me mira demasiado.

En medio del círculo hay una caja llena de pulseras de diferentes colores. Frunzo el ceño mientras veo como cada persona toma algunos y se los colocan en las muñecas, Esther es la única que toma dos de color amarillos y me entrega una. Lo sostengo entre mis manos, mirándolo detenidamente antes de ponerla.

Un chico pelirrojo con unas hermosas pecas en la cara me sonríe, me ofrece dos pulseras: una negra y la otra roja. Me quedo observando su mano mientras debato internamente entre cogerla o no.

Solo son pulseras. ¿No? ¿Qué mal me harían?

Levanto mi mano para alcanzarla, pero mi brazo es jalado abruptamente hacia atrás.

―¡Thiago, aléjate de ella! No tiene idea de lo que estos colores significan.

Su voz es cálida, grave e inquieta. Hay un breve acento francés.

El tono que utiliza es una advertencia. Percibo su mano en mi piel. Una mano larga, bella que causa miles de sensaciones en mí y expansivas descargas eléctricas que emiten olas de calor por todo mi cuerpo. Lentamente levanto los ojos para encontrarme con su mirada y todo se detiene a mi alrededor, no veo ni oigo a nadie más que a él, sus ojos de cerca se ven de un color glacial que ahora mismo me congelan en el tiempo. Tal vez han pasado minutos o segundos, pero para mí no... es más hipnotizador de cerca, pero no me gusta para nada lo que veo en sus ojos; es un reflejo de los míos, emite un vago gemido al notar mis labios entreabiertos. Me mira fijamente un instante y veo desaparecer su temperamento de hielo, pero su rostro duro sigue igual de insolente.

Suelta mi brazo rápidamente y se da la vuelta para irse.

―¡Encantada de conocerte y gracias por no sé qué... sigue disfrutando de una excelente fiesta! ―ironizo, estrechando una mano imaginario, en el vacío.

El chico indiferente se digna a girarse... y me sonríe; una sonrisa retorcida.

―Leyó mi mente ―me responde en portugués, con la voz ligeramente ronca.

―Es mejor tarde que nunca, ¿no? ―le digo con el corazón latiendo a mil por hora, pero incapaz de dejar de provocarlo.

―Parece ser que tu impaciencia es superada únicamente por tu imprudencia y torpeza ―me dice insolente antes de volver a su lugar.

Idiota, es un engreído de réplica mordaz y la mala educación de un patán. Uf, ya me cae mal.

Quedo alucinada sin entender aún lo que pasó con las pulseras. Esther agarra mi rostro y me mira seriamente.

―Jamás uses esas dos pulseras juntas, o por separado, ¿entiendes? ―dice y sacudo repetidamente la cabeza.

Sé que ella tendrá su motivo y confío plenamente en ella. Aunque sé que después ella me explicaría, la duda me carcome y más cuando siento esa mirada, esa sensación de ser observada que provoca miles de estragos en mí.

―¿Qué significa cada color? ―pregunto, queriendo saciar mi duda.

―El morado significa beso con lengua, es decir, un beso francés, el amarillo abrazo... ―mientras me sigue contando el significado de cada color, quedo estupefacta.

No entiendo como un adorno tan inocente puede ser un provocador juego de intercambios sexuales.

Llevar uno de los brazaletes o pulseras es sinónimo de querer mantener algún tipo de contacto con quien consiga romperlo. En ciertos casos, esa relación viene marcada por el color de la pulsera desde el tímido amarillo; solo abrazos, hasta el desinhibido negro; sexo completo.

¿En qué mundo estaba que nunca había escuchado hablar de ese juego? Y sin embargo, no puedo dejar de pensar en la extraña coincidencia que tiene con el tal "Snap" que utiliza las mismas pulseras con sus víctimas.

¿Es casualidad que se llamen igual?

Aunque tampoco es que me interesa en lo absoluto ese juego.

―Entonces, lo que me dices es que cualquier desconocido puede romper la pulsera y tienes que cumplir dependiendo del color de tu muñeca ―digo aún en trance y ella asiente. ―¿Es así como un cupón? ―murmuro incrédula, buscando un indicio de que es una broma o algo parecido, pero la cara seria de ella y de Bryon me confirman todo.

Golpeo mi frente con la mano pensando en aquellas dos pulseras que casi tomo. Miro con terror a Esther y ella niega con la cabeza mientras se ríe.

A continuación todo pasa tan rápido que cuando me vengo a dar cuenta la mayoría del círculo han desaparecido, no tengo que imaginar lo que están haciendo ya que casi todos tienen entre rojo, azul y negro. Sin embargo, en quien me concentro más es en él mientras sale con una rubia, pero en lo que más me fijo es en la pulsera negra que trae puesto en su muñeca y no entiendo el por qué comienzo a fijarme ahora en ese detalle si antes ni siquiera me daba cuenta de quienes lo tenían o no. Lo sigo con la mirada hasta que desaparece por el umbral de la puerta.

Pienso en el misterio de sus ojos, su figura parece la de un gladiador o vikingo, y ese escalofrío inusual que sentí recorrer mi columna vertebral cuando su mano hizo contacto con mi piel fue tan uf... ¿el miedo se huele?

Me dedico a observar las manos de todas las personas que salen de la habitación y hago anotación mental. Llego a ver algunos colores llamativos combinados con el rojo y negro.

―¿Quieres? ―salgo de mi trance y miro a mi lado, viendo al pelirrojo con pecas.

Creo que se llama Thiago, sostiene una botella de coñac en la mano y me sonríe.

―Sí, me gustaría ―contesto evidentemente contenta por tener su compañía. Parece adorable y eso me causa curiosidad, porque todos los chicos que he conocido excepto por Abel parecen "primitivos", amargados y oscuros.

―Perdón ―murmura y toma un trago pasándome la botella.

―¿Por qué?

Hago una mueca por el ardor que siento en la garganta. Creo que jamás me voy a acostumbrar a su sabor.

―Por la pulsera, no sabía que eras una principiante ―rasca su nuca y mira detenidamente a alguien detrás de mí, yo embriagada por la curiosidad miro y lo sorprendo mirando la muñeca de una chica que tienes dos pulseras, una rojo y la otra negra.

―¿Por qué no vas dónde ella? ―mi pregunta hace que deje de mirarla para poner su atención en mí, avergonzado.

―No me gusta ese tipo de juego ―fijo mis ojos en su muñeca y veo que tiene una negra y otra roja. Explica rápidamente. ―Ya sé lo que piensas, pero siempre lo tengo conmigo, es como un recuerdo.

Asiento.

―¿Qué significa las dos pulseras juntas? ―sigo mirando la muñeca de la chica.

―En el caso del rojo y el negro; la posición 69 ―¡qué asco hacer eso con un desconocido!, él se levanta ofreciendo su mano. ―¿Quieres ir a bailar?

Extiendo la mano para juntarlo con la suya, recorremos los pasillos en total silencio, varios jadeos y gemidos resuenan detrás de esas inmensas paredes. Al llegar hacia las escaleras sin darme cuenta él ya ha roto mi pulsera y una sonrisa divertida se dibuja en sus labios.

―Me debes un abrazo ―comenta, enseñándome el brazalete.

Sus manos se depositan en mi cintura para acercarme a él, le doy un abrazo rápido y mis ojos se encuentran con unos pares de ojos fusilantes, un frío me recorre la piel, ¿se puede ver el alma con una sola mirada? Porque creo que él ve la mía.

Me separo de Thiago y el desconocido termina de bajar las escaleras con su indiferencia, pasando a nuestro lado.

―Podemos dejar el baile para otro día, me siento un poco mareada ―miento mientras mi corazón palpita al compás de la música que retumba en toda la casa.

Él asiente no muy convencido.

Doy media vuelta para subir de nuevo la escalera, recorro los desiertos e inmensos pasillos solo escuchando aquellos murmullos. Al detenerme al final del pasillo, las últimas dos habitaciones que hay una enfrente de la otra; las puertas son idénticas, maldigo por no haberle prestado atención a Esther.

Decido por la izquierda, giro el pomo, escucho el "clic, clac" y mi corazón palpita deprisa, la habitación está a oscuras, en vez de dar la vuelta e irme como lo haría otra persona decente, me introduzco al ver unas pulseras regadas en la mesa.

Esa habitación tiene que ser de Deam.

Deam es primo de Abel, nunca he tenido la oportunidad de conocerlo, solo su voz en las conversaciones telefónicas. Siempre tuve curiosidad por conocerlo, su voz produce cosas increíbles en mi piel y jamás me atreví a pedir a Abel una foto suya para que no notará mi interés y todo por su regla de oro.

Paseo por la habitación tratando de encontrar alguna foto suya, abro cajón por cajón, pero nada. Lo único extraño es que en el último cajón encuentro una foto de una pelirroja, su rostro me parece conocida, pero no recuerdo de dónde, vuelvo a poner todo en su lugar al no encontrar lo que busco. Me acerco hacia la ventana y observo a la misma chica que se fue hace unos minutos con el extraño de ojos azules, subir a un auto, intento ver quién es el chico con quien se va, sin embargo, él está de espalda y aunque se girará no le vería la cara por la penumbra de la noche. Lo sospechoso es que él mira a todos los lados con nerviosismo, sus ojos se quedan en mí como si de verdad supiera que estoy ahí. Creo percibir una sonrisa en sus labios que van dedicada a mí antes de él subir al fin a su coche.

Qué extraño.

Escucho unos pasos en el pasillo y me alejo rápidamente de la ventana.

Salgo de la habitación a toda prisa al escuchar la voz de Esther en el pasillo llamándome.

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