17. Perdiendo el control

DEAM

Nunca he podido entender el cerebro humano por más que trato de hacerlo y eso sucede desde que era pequeño. Es un misterio que siempre me ha atraído y me parece totalmente excitante descubrir cómo funciona, incluso cuando la verdad de ella es aterradora.

Cierro la puerta de mi habitación para leer el mensaje de mi padre por enésima vez.

[Lo siento mucho, Deam.
Me encantaría verte este fin de semana durante el almuerzo para disculparme y poder empezar de nuevo. Solo nosotros dos. Juro que he cancelado todas las reuniones de negocios para centrarme en lo más importante.

Lo intento, papá.]

Reprimo un gemido, sabiendo que sus promesas como cada año nunca en mi vida serán demasiado reales para que las cumpla. Y tampoco es que me importe, solo que me fastidia que me escriba para eso.

Mi padre había desaparecido de mi vida entre sexto y séptimo curso de primaria, no hubo ningún aviso formal ni una conversación, salvo una demanda de divorcio.

Y claro que me alegré por eso.

Mi papá siempre fue un manipulador, mentiroso, tramposo y un hombre bastante jodido. De pequeño siempre ha intentado usarme para ponerme en contra de mi madre, pero nunca lo hice. Llevo su sangre por lo que siempre supe exactamente lo que intentaba hacer.

El único error de mi madre fue enamorarse de alguien como él. Mi madre sabía que tenía doce líos a la vez y aun así se quedó con él.

Nunca entendí eso.

Tampoco soportaba la idea.

En ese momento no sabía si era porque lo amaba o porque él ya había jugado bastante con su mente para crear un dependencia emocional bastante retorcida con tal de que ella siguiera a su lado. Tal vez ambos eran co-dependientes del otro. De todos modos, no era algo saludable. Las personas lo llaman amores tóxicos, pero yo lo llamo obsesiones que matan el alma. Quizás es por eso que ella nunca estaba en casa. Siempre estaba demasiado ocupada refugiada en el alcohol, de viaje con sus amigas, o de compras para alimentar su soledad, olvidándose del mío.

Malditamente despiadada.

Tuve que hacerle frente a la vida y dejé de creer en que una pizca de felicidad podía ser parte de mi oscura vida. Aún cuando después del divorcio las cosas habían mejorado para bien, las atenciones que antes necesitaba llovía justo cuando ya no las necesitaba.

Él había luchado con uñas y dientes para obtener mi custodia, con tal de seguir jodiendo la vida de mi madre, lo cual la hizo reacción de su pequeña burbuja. Haciendo que él no tuviera más opción que dar todo lo que pensaba que ella quería en el divorcio: pensión alimentaría para ella y para mí, custodia compartida y las cosas que habían adquirido durante el tiempo que duró su matrimonio.

No me había visto salvo en mis cumpleaños, (ni siquiera sé para qué iba si yo jamás me acercaba para hablar con él) y, nos mandaba billetes de avión para las vacaciones de verano y la navidad.

Justo ahí comprendí que necesitaba una mujer que me diera batalla. Alguien que quiera compartir su vida conmigo, no entregármelo.

No quiero comprometerme en una relación, estoy esperando a alguien verdaderamente fuera de serie porque una mujer desesperada por meterse a mi cama no me parece atractiva, resulta forzada y bastante molesta. Una mujer no tiene que forzarse a ser sensual porque cuando se esfuerza para serlo comete un fallo fundamental.

No quiero una mujer que me recuerde a como era mi madre... siento asco hacia cualquier mujer que se trate así mismo como un objeto.

Quizás fue justamente lo que me atrajo de Paloma.

Era como una dosis, vaya que lo fue.

Destruyó la otra parte del corazón que quedaba de mí, dejando solo un cascarón vacío. Justamente donde el amor más duele, ahí, en donde nos dejaron secos, abandonos, desgarrados.

Las personas viven hablando de las historias de amor, pero se les ha olvidado de los amores no correspondidos, los corazones rotos, los miserables que no pueden amar, los que no tienen nada que ofrecer, sino migajas, cicatrices, pedazos de carne seca. Somos los no contados, condenados al olvido con heridas que jamás serán cerradas.

Amor, corazón. Ja.

El corazón solo es un órgano solitario, porque cuando el amor no te mata, no te hace más, te hiere, te descompone. Te arruina y no deja nada más que un abismo.

Mi corazón es una piedra y lo único que hace es hundirse si lo tiras al agua. Si late es sólo por costumbre y supervivencia, no por sentimientos mundanos.

Ni siquiera le respondo el mensaje a mi padre.

No sé dónde está y tampoco me importa, la última vez que hablé con él, fue a los dieciséis porque según él yo ya era lo bastante grande para asumir la responsabilidad de entrar en el negocio familiar.

―Has llenado el apellido Lacroix de pura mierda ―me había dicho en Francés.

―¿Según tú para ser el mejor tengo que ser como tú? ―me burlé en el mismo idioma. ―No necesito tu aprobación, seré mejor, no. Yo ya soy el mejor, padre.

Recuerdo que una sonrisa retorcida cruzó por sus labios al oír mis palabras.

―Como eres el mejor, creo que ya es hora de que descubras lo básico dentro de la empresa. No siempre estaré ahí, cuánto más rápido aprendas, más rápido tomarás el mando.

―Me largo ―lo respetaba lo suficiente para no caerle a golpes, pero eso no significaba que tenía que escucharlo.

―Ni se te ocurra ―me había mirado fijamente, con un gesto frío. Odiaba el hecho de saber que al mirarme en un espejo veía aquella misma mirada vacía.

Tiro el teléfono de golpe encima de la cama, esfumando mis recuerdos.

Solo tengo dieciocho años y todas las que han pasado por mi cama tienen ese mismo carácter de conformista. Lo que de cierta manera me provoca darle una paliza a sus padres. Me asquean lo disponible que son, tan falta de cariño que se conforman con cualquier migaja que les ofrecen, volviéndose presas fáciles, dispuestas a complacer, ¿qué depredador niega la carne de una presa fácil?

Pero siendo justo algunas viene a mí porque me ven como un reto, un desafío. Buscan enamorarme, conquistar el corazón de un chico frío y, así, vivir su historia de amor, sin embargo, ni siquiera haciendo las posturas más extravagantes del Kamasutra lograrán volverme loco. Porque si el sexo fuera la clave estoy seguro que ninguna de las prostitutas serían solteras, y estarían locos detrás de ellas buscando ser el primero en casarse con ellas.

Oigo que uno de mis teléfonos de prepago suena sobre la cama. Miro los tres móviles hasta que encuentro el correcto. El que está marcado como 'Trabajo'.

―¿Sí? ―respondo.

―Buenos días, señor Lacroix ―el suave sonido de mi secretaria suena en mis oídos. ―Siento mucho molestarle, pero tenemos algunos problemas importantes.

―Dime ―mi voz es pasible.

―Casi se han agotado las mesas VIP para el fin de semana y Dave está molestando por querer intentar adquirir cuatro.

―¿Y?

―Se trata de un miembro veterano, él pasa la mayor parte de tiempo en el club además, ―baja el tono de voz. ―Su padre tiene mucha influencia en la prensa, no quieres que una mala crítica afecte al club.

Me encojo de hombros.

―¿Hay mesas para su reserva?

―Solo dos, señor.

―Entonces, no hay problemas ―cuelgo y lanzo el teléfono sobre la cama.

JUDITH

Han pasado dos días desde la cena con Bryon. Mi concentración está cada vez más arruinada y no puedo sacar a Paloma de mi cabeza.

Ni siquiera a Salomón, lo absurdo es que no encuentro ninguna conexión entre ellos. Ni mucho menos el por qué las chicas siguen muriendo como si una plaga cayera sobre nuestra ciudad.

Suspiro cansada mientras lleno los vasos de bebidas. Por desgracia y alegría he conseguido trabajo en un restaurante de una amiga de mi padre, sólo tres veces a la semana. Lunes, miércoles y viernes, hoy es mi primer día, nunca paro y me he pasado la mayor parte del tiempo llenando vasos de bebidas. Casi finaliza la noche y mis pies están muy doloridos.

―Judith, bebida en la mesa del fondo ―me avisa Arthur, también mesero, pero más que eso es un conquistador.

Me ha dado algunos consejos que me han ayudado mucho para este primer día; de como hacer malabares con varias bandejas y hacerlo lo más rápido posible.

Voy con el pedido de la mesa del fondo y casi tropiezo cuando veo a Deam atravesar la puerta principal.

Tomo todo con toda la calma que puedo recolectar en ese momento. Tomo respiración profunda y me acerco a su mesa.

―Hola ―digo, entregándole el menú. ―¿Qué vas a ordenar?

―Bueno ―se ríe entre dientes, echándome un rápido vistazo de pies a cabeza. ―Lo que quiero probablemente no está en el menú. Así que solo café.

Nuestros ojos se encuentran y las promesas carnales que tiene en su mirada están a carne viva. Agarro la parte posterior de una silla vacía para no perder el equilibrio antes de alejarme hacia el mostrador.

―¿Pararte a observar a los clientes es tu trabajo? ―me sorprende Arthur divertido.

Me rio. ―De hecho no.

―¿Por qué no me dejas terminar de atender a ese chico y te vas a otra mesa?

Asiento, aliviada.

―¿Qué van a ordenar? ―les pregunto a un grupo de tres chicos que parecen unos imbéciles.

―¿Qué tal tú? ―dice uno con una sonrisa. Intento no poner los ojos en blanco, ya que tengo que sonreír y no puedo ofender a uno de los clientes.

―Eso no está en el menú.

―Bueno, es una maldita lástima.

―¿Está todo bien aquí? ―interrumpe Arthur, se está volviendo mi salvador.

―Sí, Arthur ―sonríe el muy imbécil. ―Solo estoy siendo amable con la nueva mesera.

―No le den mucho problema a Judith. Es solo su primer día.

―Oh, no te preocupes. Problema es lo que menos le voy a dar.

Los ojos de Deam no se apartan de mí, seguramente ha escuchado la conversación. Tiene el ceño ligeramente fruncido.

Cuando doy la vuelta después de anotar los pedidos de los chicos siento un pequeño tirón de mi ropa, luego unos ruidos de golpes. Doy la vuelta y me encuentro con uno de los tres chicos en el suelo, con el labio partido y unos ojos fríos fusilantes que me hacen estremecer.

Muy bien, mi primer día, mi primer trabajo y ya estoy despedida. Gracias, Deam.

―¡Discúlpate! ―le ruge Deam.

―¡Vete a la mierda! ―se defiende el chico del piso, recibiendo un golpe en el estómago.

―¿Qué pretendías tocar, maldito idiota? ―Deam trata de golpearlo de nuevo y yo por acto de reflejo le agarro la mano.

―¡¿Qué sucede aquí?! ―pregunta Aruna, la amiga de mi padre.

―Le iba a tocar el trasero a Judith ―dice Deam, y yo me quedo sorprendida. ―Ahora, se va a disculpar.

―Lo... siento ―dice por fin el idiota número uno, escupiendo.

¡Qué idiota soy! Me estaba defendiendo y yo pensando lo peor de él.

Paso el resto de la noche corriendo por todas partes, tratando de tener mis pedidos correctos para no enojar a nadie.

Salgo del restaurante un poco malhumorada, viendo a Deam subir a su auto. Juro que me controle lo mejor posible para no abrir la boca y soltar un vómito verbal contra algunos de los clientes.

Mamá tiene razón, necesito un filtro. Sin embargo, que lo necesite no significa que tengo que ponerlo.

La noche está ya muy entrada, un cielo negro y profundo.

No hay ni siquiera una estrella salpicada.

Como cuando van a matar a alguien en las películas de terror.

Camino sobre la acera, bajo un haz de luz provisto por una farola y me cuesta trabajo distinguir a las pocas personas que cruzan. Lo que me hace pensar que en un lugar así tan aislado y muy oscuro es un verdadero escenario para una película de terror. De pronto, me siento sola y vulnerable.

Acelero el paso, al hacer esto, me doy cuenta que estoy acercándome a las voces del trío de imbéciles, lo mismos del restaurante, están jugando a golpearse y mi rostro decae, no tengo otra opción, desviar del camino sería mucho más peligroso.

Los callejones oscuros y yo nunca hemos sido partidarios.

Las tres miradas se encuentran conmigo, avanzan hacia mí, dejando su auto atrás, pero se separan para dejarme pasar.

Lanzo un suspiro de alivio.

Gracias a Dios.

De repente siento una mano sobre mi hombro: ―¿A dónde vas tan rápido, Judith? ¿Quieres que te llevemos como una muestra de disculpa?

Aprieto mis dientes al escucharlo mientras que me volteo hacia el chico, intentando no entrar en pánico.

―Oye, Thierry creo que te está ignorando de nuevo. Y eso no es muy amable ―escucho que dice uno de sus amigos.

Así que el idiota principal es Thierry.

―No, gracias ―me veo obligada a decir al ver a los otros dos acercarse. ―Voy a encontrarme con mi novio en la próxima cuadra.

―Por Dios, tu novio debe ser un completo idiota ―dice el tercero con una voz plana. ―¿Acaso no sabe de los peligros de la calle y más de noche? Uno nunca sabe con quién se puede encontrar en la oscuridad.

Intento liberarme del puño de Thierry, pero es más fuerte que yo.

―Suéltame.

―¿O qué? ―se ríe.

―Lindos senos ―responde el segundo, observando mi escote.

―Seguro que nosotros si sabremos aprovechar las cosas buenas y bellas, eso es seguro.

Voy a ignorar que me ha llamado cosa sólo porque estoy entrando en pánico.

―¡Déjame en paz! ―grito está vez. ―¡Déjame ir!

Cuando uno se coloca detrás de mí y pone sus manos sobre mi cintura, luego las desliza entre entre mis piernas, me arqueo violentamente y le doy un golpe en el hueso que une la rodilla con el pie con el talón.

―¡Imbécil! ―mi miedo se convierte en rabia, le doy un codazo al que me sigue deteniendo y salgo corriendo cuando el tercero me toma de los puños y me tuerce el brazo derecho detrás de la espalda, desgarrando mi camisa y haciendo que todos los botones salten al piso.

―¡Auxilio! ¡Ayuda! ―el dolor invade mi hombro y sin comprender cómo, me encuentro en el piso.

―¡De rodillas estás mejor! Ahí es tu lugar. Ahora no eres tan arrogante ni valiente, ¿verdad? ―se burla Thierry, bajando la cremallera de su pantalón que se encuentra a la altura de mi boca.

Desvío la cabeza horrorizada, a lo lejos veo a alguien con capucha, los puños apretados viendo en nuestra dirección mientras se acerca, pero en el instante que se da cuenta que lo estoy mirando da dos pasos hacia atrás para esconderse entre la oscuridad antes de haberse fijado en el otro lado de la acera.

Lo que sucede ahora es confuso porque tengo el rostro pegado al suelo, pero de pronto, veo un par de tenis negros que se acercan a una velocidad impresionante. Siento una fuerte oleada y un golpe sordo de dos cuerpos que chocan. Luego uno de los chicos se derrumba al lado de mí, quejándose y lo veo detener la hemorragia de su nariz con una mano, después de haber recibido un buen golpe. Escucho un crujido sobre mi cabeza, paralizada, con las piernas como gelatina, sin aliento me arrastro lejos para alejarme de la zona de combate.

No logro quitar mi mirada de los tres chicos que siguen luchando. Presa del pánico, imposible moverme para ponerme a salvo. Narices y dientes se rompen, los pómulos truenan y la sangre vuela. Deam recibe un violento puñetazo en el pómulo y creo que estoy a punto de desmayar. Cierro los ojos por el manojo de nervios, al abrirlo de pronto, unos ojos glaciales están a dos centímetros de la mía y me ven con preocupación.

―Estás segura. Estoy aquí ―sigo asustada que tardo en darme cuenta que estoy ahora entre sus brazos mientras caminamos hacia su auto.

Yo tiemblo, no siento preparada para caminar, así que me aferro a sus hombros. Me hace sentar en el asiento de copiloto. Levanto la mirada para verlo cuando entra también al auto. Su pómulo está abierto y comienza a hincharse, hay sangre que corre por su mejilla, ensuciando su camiseta.

Es extraño, pero sentados allí, nos miramos el uno al otro durante un rato sin hablar. Al poco tiempo, empiezo a sentir un calor en algún lugar de mi vientre que se convierte en un abrumador deseo.

Estoy excitada en este momento, ¿habré tomado algo?, ¿qué es esto?

¡Maldito sea!

Deam es como esas pastillas que mi mamá me da para abrirme el apetito.

Él sacude la cabeza mientras enciende el auto. De pronto pisa el freno, deteniéndose en la carretera, golpea el freno unas cuantas veces y sin saber cómo pasó, me encuentro a horcajadas sobre él en el asiento delantero y nuestras bocas están juntas. Con su mano izquierda en mi nuca, su beso es más insistente, sus labios se entreabren, los míos lo imitan naturalmente. Su lengua tiene un sabor amargo seguramente pidió su café sin azúcar.

Perturbada, estremeciéndome, con la sensación de haber sido drogada. El creciente deseo me nubla el pensamiento.

¿Qué significa esto?

¿Es el contragolpe?

¿El shock?

¿El hechizo de su mirada?

¿El efecto afrodisíaco por haberme salvado?

¿O simplemente lo deseo?

¡Dios! ¿Qué estoy haciendo?

Porque no es normal ese hambre intenso dentro de mí, rápidamente su boca está besando mi cuello mientras sus manos se mueven sobre mi vientre. Yo gimo de placer, deseando más. Paso mis manos por su espalda y su cabello, tomando su boca con más fuerza contra la mía.

Aprieto la cadera lentamente contra él para frotarme contra su creciente erección. Gimo de placer mientras me mezo sobre él. Desabrocha mi sostén y besa mis pechos. La sensación me hace temblar, nadie antes lo había hecho y me gusta aquella sensación. Deam aprisiona y mordisquea mis pezones tan bien que pone todas mis terminaciones nerviosas a prueba.

Levanto la cabeza, ahogando un grito. Mi mirada se pierde hacia el asiento de atrás y en los vidrios está escrito:

"Te estoy viendo."

Justo al lado de la frase hay una huella de una mano. Mi cuerpo se congela y me tengo que ordenar a mí misma respirar.

Quizás otra persona en mi situación hubiera gritado asustada como me siento, pero yo solamente me congelo.

―Calma. Todo está bien ―Deam aprieta su cara contra la mía, me pone la mano en la cara y me mira a los ojos. ―Quédate conmigo ―me besa la comisura de la boca al no obtener ninguna reacción de mí.

Nunca antes hubiera creído que Deam pudiera ser tierno, peor lo tiene y por alguna razón me pierdo en sus ojos y cuando vuelvo a mirar atrás ya la frase está borrada.

Me quito de encima de él e intento abrochar el uniforme descubriendo que no hay botones, pero igual dejo mis manos sobre ella para taparme. Nos dirigimos a casa en un incómodo silencio.

Cuando llegamos frente a la puerta mi mano tiembla tanto que no logro abrirlo. Deam se acerca detrás de mí y su mano toma la mía y la guía tranquilamente. Una vez dentro, voy a la cocina a buscar como puedo algunos hielos que meto en una toalla húmeda. De paso tomo un pañuelo desinfectado del botiquín.

Subo las escaleras, siento como los escalones se derrumban bajo mis pies. Lo invito a sentarse en la cama, rápidamente cierro la libreta que tengo encima del pequeño escritorio en donde tengo cosas anotadas de él, de hecho es de los cuatro; porque aunque no lo quieran admitir hay algo macabro entre ellos o que les persigue y la muerte de Carlos me lo confirmó. Es por eso mismo trato de observarlos cada vez que encuentro una oportunidad.

Entro la libreta en el cajón con cierta discreción y me acerco a él.

Lo limpio con el pañuelo, intentando hacerlo suavemente, pero la sangre ya está seca y me veo obligada a insistir con más fuerza. Descubro que la herida no es tan grave como parece a simple vista. Él no parece quejarse por hacerlo así.

Un dolor agudo atraviesa mi cerebro, siento que me estoy cayendo, cuando dos manos, suaves y cálidas me rodean la cintura.

―Merde ―gruñe por debajo, no sé Francés, pero estoy segura que dijo mierda porque es justamente lo que hubiera dicho yo.

Me sienta en sus piernas, levanto la mirada y me encuentro con los sus ojos perplejos.

―¿Estás bien? ―dice sosteniéndome la mandíbula.

―Sí... solo fue un mareo. Dame un momento ―me gira la cabeza y veo que traga saliva antes de aclarar su garganta.

―Te va a doler un poco ―me advierte, sin saber por qué sus manos van a mi mejilla, me veo mordiendo mi labio inferior al mismo tiempo que siento un ardor en el pómulo. Siento su caricia en la herida. Tiene algún poder porque ha desaparecido.

Necesito echar agua fría en la cara o no voy a superar más su cercanía. Jamás había sentido aquel intenso deseo y no sé si me gusta o no estar así. Me siento desesperada, fuera de control y esa sensación es aterradora y poco familiar.

Y no puedo olvidar nuestro trato.

―Voy al baño...

Elijo una camiseta y me encierro en el baño.

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