13. A imagen y semejanza

JUDITH

Está mañana he dudado en si salir a correr o no, y finalmente lo hice, salí a correr, pero no me pude quitar esa extraña sensación de ser observada durante todo el recorrido. O el hecho de que siguen muriendo chicas sin un motivo específico, salvo por esas dichosas pulseras.

Salgo a correr todos los sábados por la mañana, es una costumbre que disfruto mucho, excepto que hoy no me sentí nada cómoda ni segura.

Me gustaría pensar que la mayoría de las imágenes que han aparecido últimamente son solo eso, pero ahora dudo de la realidad. Espero que solo sea un tiempo de abrumación por todo lo que ha ocurrido durante estás últimas semanas.

Me encuentro en la sala de estar, recostada en el piso, viendo la televisión con un gran tazón de palomitas de maíz, y me dedico a él, de puñados a puñados.

Sí, tal vez no es un ambiente cómodo para algunos adolescentes, pero para mí es mejor que ir a ese partido de fútbol.

No es que sea aburrida, pero no sé nada de fútbol y no tengo que fingir que me encanta. Estoy segura que la mayoría de las chicas que van es para mirar lo bueno que están los jugadores y lo digo porque he estado en algunos de los entrenamientos. Se quedaban con la boca abierta como hipnotizadas mientras ellos entran cada día en ese campo.

Por más bueno que están, no voy a soportar esa tortura.

En este momento suena el timbre.

Desde arriba, mamá me grita. —Judith, abre la puerta.

Suena de nuevo y antes de que me vaya a gritar de nuevo corro hacia la puerta y lo abro sin molestarme en comprobar quién es.

Abel, me mira entrecerrando los ojos, Esther vestida de animadora a su lado.

—No perderás el juego de nuevo. Tienes exactamente diez minutos para cambiarte.

—No voy a ir —Abel frunce el entrecejo y yo regreso de vuelta a mi antigua posición.

—Necesitamos tu apoyo, ya sé que nos has dicho que te aburre, pero es importante para Abel...

—No —respondo demasiado rápido, cortando a Esther.

—Sí —insiste Abel con su sonrisa de convencimiento.

—No.

Él entorna los ojos y apaga la televisión. —Sí.

—No.

No va a ceder. Lo sé. Siempre es lo mismo hasta que termino por ceder, aún no sé por qué sigo contradiciendo, él sabe que ya me tiene. Lo noto.

—Sí —me sonríe, con una voz suave. Tiene una mirada maliciosa.

Mamá baja las escaleras y saluda a los chicos, entrando en la cocina.

—Está bien, subiré a tu habitación, tomaré algunas fotos de tus bragas y las publicaré en todas las redes sociales. ¿Te imaginas los muchos hashtags acusadores que sin duda apuntarán hacia ti? —se venga, huyendo por las escaleras.

—Nunca haría eso —dice la rubia, riéndose, se deja caer en el sofá. Se pone seria de pronto. —¡De hecho, sí, creo que sería capaz de hacerlo!

—¡Mamá! —salto del piso. —Haz algo... ¡Abel va a fotografiar mis bragas!

Nos ponemos Esther y yo a correr al mismo tiempo para alcanzar al fugitivo en la habitación.

Subo los peldaños de dos en dos. Sin saber que esperar.

—Crezcan ya —grita mamá desde la cocina.

¡Dios! Es él quien no crece.

—Está bien, iré —resoplo, abriendo la puerta de mi habitación.

Lo encuentro sentado en mi cama, con una gran sonrisa. Está claro que sabía que su estrategia iba a funcionar.

Voy a mi armario y comienzo a buscar que me voy a poner. Luego subimos al taxi hasta el estadio.

Me lo pagará.

Cuando llegamos, los chicos se van a su lugar y yo voy donde Lua.

—Lua, vamos, me aburro —digo media hora después, sentada en las gradas viendo el partido.

—No es aburrido —me dice, sentada al lado mío. —Si está buenísimo.

Pongo los ojos en blanco, sabiendo que no hablamos de la misma cosa.

—¿El fútbol o el capitán? —la molesto.

—Ya, ya.

Bostezo por quinta vez en un segundo. Miro a mi alrededor en la parte baja, Esther está animando con el resto del equipo. Moviendo y agitando los pompones, todas las siguen como un reloj. Está super cómoda, está absolutamente segura de sí misma como debe ser cualquier capitana de un equipo.

—¿Por qué no fuiste al castings? —me sorprende Lua viendo el grupo de animadoras. —No eres tímida y mueves muy bien esas caderas.

Me encojo de los hombros.

—No es suficiente solo mover bien las caderas. Eso lo puede hacer cualquiera —digo con desgana. —Es igual que el sexo, la mayoría puede hacerlo, si quiere y eso no significa que sean bueno en ello.

—Yo sí sé cómo moverlo en ambos —me guiña un ojo la muy sinvergüenza.

Ruego a Dios que termine el partido y ahogo otro bostezo. Busco a Abel con la mirada y lo encuentro mirándome, le lanzo una sonrisa esforzándome en demostrar que si estoy aquí es solamente para apoyarlo, a pesar de que me estoy muriendo de aburrimiento. Me lanza un beso y yo hago un gesto con la mano como si estuviera atrapando el beso imaginario y lo llevo al corazón antes de él concentrarse de nuevo en el juego.

—Cualquiera que los ven pensará con certeza que son dos enamorados —me dice mi acompañante de al lado a mi oído.

—Sabes muy bien que en su corazón está Esther y a ella no le importa compartirlo conmigo.

—Quizás ella no, pero el primo de Abel sí —comenta ella, mirando la fila delante de nosotras.

Decido mirar el mismo lugar que Lua y descubro dos ojos azules más vírgenes que todos los océanos juntos que brillan con determinación, fusilándome. Entonces, todo se detiene.

Literalmente, Deam es una de esas personas que prácticamente te retan con los ojos a que hagas travesuras con él. No dejo de mirarlo ni por un minuto. Nunca me había sentido tan pequeña ni tan emocionada con solo un vistazo. Nuestras miradas se atraen, se dicen todo y nada, luego entran en una batalla y se alejan.

Regreso mis ojos al juego. Me siento como drogada, anestesiada. La pelota va y viene, realmente sigo sin entender mucho del fútbol, pero no me siento capaz de mirar a otra parte porque si no mi mirada automáticamente iría a él. Porque puedo sentir la suya quemándome la piel.

Esto es una locura.

Él está loco.

He sido muy consciente de ese hecho desde la primera vez que lo conocí, pero ahora estoy cien por ciento segura. No hay duda sobre su psicosis. Evitarlo hasta ahora es la mejor solución.

¡Pum!

La pelota golpea la red y ahí lo tenemos: Abel con su sonrisa; esa que dice que es un ganador. Le guiña un ojo a Esther y se pasa la mano por el cabello mojado por el sudor.

Durante el resto del juego me esfuerzo en centrarme en el juego y reprimir uno o más bostezo. Al final del partido nuestra preparatoria gana. Todos empiezan a bajar las gradas para celebrar mientras que otros para irse. Echo un vistazo a Deam, quién tiene una sonrisa de satisfacción en la cara.

Lua y yo bajamos las gradas, y somos absorbidas por la marea de estudiantes que se mueven por el campo. Mientras caminamos junto a la multitud en movimiento que emite voces a todo volumen y una energía sudorosa, me siento aturdida y lenta.

Nos apresuramos a ir en dirección a Abel, donde también está el capitán del equipo. De pronto veo a Esther ya cambiada con una blusa, un pantalón, una chaqueta y unas botas con sus brazos alrededor del torso de Abel y le planta un beso en los labios.

Me quedo ahí plantada y miro la escena con incredulidad, como una idiota.

¿Qué?, ¿cómo?, ¿cuándo?, ¿y dónde?

Esther y Abel, ¿pero cuándo ha pasado?

Me trago mi desconcierto e intento reaccionar para darle mis felicitaciones.

—Luego hablamos —me susurra Esther antes de que Abel me abrace.

Decido corresponderle y felicitarlo por el juego.

—Hay una fiesta de celebración en casa de Bryon, ¿quieres ir? —me pregunta Abel.

Asiento porque en el transcurso del camino los dos me darán alguna explicación sobre lo que sucedió hace unos segundos. Porque tendrán que hacerlo, ¿no?

Deam nos lleva hasta la casa de Bryon. Lua y Esther se pasan todo el camino hablando, emocionadas por el partido, luego Esther y Abel hablan conmigo, me emociono por ellos, pero estoy demasiada afectada por las miradas insistentes de Deam por el espejo retrovisor, así que me mantengo en silencio todo el camino.

Es demasiado difícil expresar cómo me hace sentir Deam. Ni siquiera entiendo la razón de por qué me asusta y me excita.

Cuando llegamos a casa de Bryon, Lua se queda a mitad de camino para hablar con alguien, los chicos desaparecen mientras Esther y yo seguimos nuestro camino a la cocina para obtener algún trago.

Movernos es todo un reto porque cada metro de aquella casa está repleta de personas pegándose entre ellos, riéndose, hablándose y moviéndose al ritmo de la música que proviene de algún lugar. Los chicos parecen mantener los ojos en el trasero de Esther, los siento en mi escote y se puede ver reflejada en sus ojos la lujuria, hombres de la era primitiva.

Me sirvo un vaso y le doy un trago largo mientras regresamos. Nos instalamos en un sofá. Llevo falda corta por lo que cruzo las piernas. En cuanto estamos a solas Esther rompe el silencio.

—Los hombres son unos idiotas. Ni siquiera tienen la educación de mirar a uno a los ojos, pero no tienen ningún problema en quedarse mirando el trasero.

En este momento Lua hace su aparición. —En su defensa diré que tienes un trasero bonito.

Esther pone los ojos en blanco.

Y esa es una de las razones por la que me gusta la compañía de Lua porque no tiene filtros como yo, tampoco le interesa lo que piensan los demás de ella y tiene sus objetivos claros. Si le interesa un chico, le pide salir. Si quiere algo, lo consigue y punto.

—Ya, sabes que casi todos los hombres son así. No es la primera vez, solo ignóralos y no dejes que eso te moleste ahora. Algunos son unos imbéciles.

—Siempre los hay —Lua concuerda conmigo. —Si no los necesitará para el sexo, me olvidaría de que todos existen.

Esther y yo nos miramos, y soltamos una carcajada.

Oigo una carcajada y me giro justo a tiempo de ver a una chica, sujetar el brazo de Deam e inclinarse hacia él.

Por Dios, ya empezamos tan temprano.

Es una chica preciosa, tiene los cabellos rubios y los ojos azules, casi como Deam. En este caso, ambos son bastantes parecidos y ella coquetea descaradamente con él, y por la mirada de adoración que le dirige a él, es evidente que está totalmente embelesada.

—¿Por qué frunces el ceño? —me pregunta Esther al tiempo que me siento en medio de ella para que así pueda abrazarme.

—No frunzo el ceño —ella hunde su cabeza en mi cuello. —Es solo que... mira cómo le cae la baba a esa tonta por Deam. Es asqueroso.

—¿Te parece? —comenta Lua divertida.

—Sí. Solo prométeme que si alguna vez hago eso, me darán un tiro. No quiero ser una FCDL.

Fan club de Deam Lacroix.

—Lo haré por las dos —asegura Lua entre carcajadas. —Pero no puedes negar que está superbueno. Es todo un "dios del sexo" además, emane masculinidad por todos los poros.

—¿Has estado con él? —no sé por qué me molesta esa idea. Ella niega divertida. De alguna manera me siento aliviada por su confección y añado. —Y también recuerda que se tira a una chica distinta cada noche. Los usa como si fueran calcetines viejos: las utiliza hasta que ya no sirven y luego las desecha como si no tuvieran valor, menudo imbécil. Necesita a alguien que le haga lo mismo para que le duela cien veces peor.

—Vamos, que aunque rompa el corazón merece la pena por lo bueno que está —contraataca Lua. —Además, solo quiero una cosa de él, me acercaría por el paquete completo para descubrir si es tan bueno como dicen por ahí.

—Muchos lo tienen, pero pocos saben usarlo bien. Además, las personas suelen exagerar cuando se trata de hablar sobre sus habilidades, y otras solamente dicen lo que los demás quieren escuchar.

—Pero si el río suena es porque hay algo, ¿no? —enarca una ceja divertida.

Me encojo de los hombros.

—¿Y eso qué? Yo amo el café sin azúcar y con dos cucharadas de ponche, ¿cómo crees que lo sé? —le pregunto con malicia. —He probado diferentes variedades de café hasta darme cuenta del por qué me gusta el café así, ¿y ellas?, ¿han hecho lo mismo con los chicos?, ¿han probado una variedad diferente para asegurar que tan bueno es Deam en la cama? Más fácil le creo a una prostituta que a una chica que apenas está descubriendo su vida sexual y cree que una salchicha es igual que un pepino grande. Yo las mandaría a buscar una regla y a comprobar antes de estar diciendo los centímetros que creen que ven sus ojos —Esther se muere por reír y Lua me mira mal. —Además, tú más que nadie sabes que los chicos son capaces de venderte las estrellas cuando ni siquiera pueden llevarte al cielo.

—Eres una perra.

—¿Disculpa?

—Eres una perra —vuelve a decir Lua y yo le saco la lengua como toda una madura. —Lo eres sin intentar serlo.

—No le hagas caso —Esther cubre mi rostro con mi cabello mientras Deam sube las escaleras con la fulana esa. Sé que lo ha hecho para que no los viera, pero ya es tarde. Los vi y no me gusta para nada esa sensación amarga en mi boca.

Tomamos algunos vasos más y acabamos uniéndonos en la pista de baile. Una mano toma mi cintura, causando una extraña sensación que me recorre todo el cuerpo. Una sensación de paz similar al que siento cuando Abel me abraza.

No aparto la mano, me he acostumbrado a lo largo de los años al tacto de mi mejor amigo. Lo extraño es que no haya ido detrás de Esther. Sin embargo, cuando miro donde mi amiga la encuentro en los brazos de Abel.

La mano me da media vuelta sobre mi misma y me paralizo frente a unos ojos mieles. Está borracho, las palabras que pronuncia al principio son inaudibles y después se vuelven comprensibles.

—¡Paloma!... Por favor, perdóname.

No sé que significa estás palabras, ni por qué insiste en confundirme con ella, pero decido hacerme pasar por Paloma.

Lo peor podría ser que se dé cuenta que no soy Paloma, lo mejor, que me responda.

—¿De qué hablas, Bryon? ¿Qué se supone que debo perdonarte?

No dice nada. De repente, su boca está sobre la mía. Me está besando. ¡Oh Dios mío, me está besando pensando que soy Paloma!

Geniaaaal.

Estupefacta, no sé cómo reaccionar.

Su boca se presiona con más fuerza sobre la mía, intentando hacer que encaje. Me alejo apenas salgo de mi trance. Sin saber por qué, algo me hace lanzar una mirada de lado y repentinamente turbada veo a Deam, quién nos mira con una expresión dura, pero voltea su mirada y sin prestar ninguna atención desaparece de mi campo de vista.

¿No se había ido con la fulana?

Me disculpo con Bryon un poco mareada y me dirijo a la cocina por agua. Pero al entrar decido que necesito un poco de coraje en forma de líquido para asimilar todo. Mientras sirvo, un chico alto se acerca a mi lado, con olor a gel y perfume.

—¿Qué tal va la noche? —pregunta una voz. Es Thiago, quién está frente a mí, espléndido con una camiseta gris y un pantalón de vestir ceñido de color negro.

—No me puedo quejar.

—¿Es una Caipirinha? —me pregunta mirando el contenido de mi vaso.

—No lo sé —digo, un poco apenada.

Sin pensar dos veces, el pelirrojo estira el brazo, toma mi vaso y le da un trago antes de regresarlo.

—Caipirinha —confirma. —Es una de las bebidas favoritas de Deam.

Un malestar me invade al escuchar su nombre, llevo el vaso a mis labios y doy un gran sorbo escuchando las advertencias de Thiago muy tarde.

—No es bueno tomarlo de golpe porque lleva a un estado de embriaguez y causa alucinación dependiendo de la resistencia.

Ni siquiera estoy segura de cómo sucedió, pero lo próximo que sé es que estoy en los brazos de Thiago y nuestras bocas están pegadas. Siento la suavidad de sus labios, el calor de su respiración, el ardor de su deseo. Bajo mis pies la tierra gira. Rápidamente, nuestras lenguas se encuentran, siento un hambre intenso que no sabía que existía. El calor abraza mi piel como la lava y solo deseo que alguien me apague el fuego.

Deseo que alguien me toque. Quiero sentir una piel desnuda con la mía.

Y luego, este contacto termina. Thiago se aparta y me mira a los ojos. Estoy confundida en la intensa oleada de deseos que siento.

¿Alguien tendrá un putimetro? Para ver a cuando grado está mi fiebre por el deseo.

—Lo siento... no sé qué me pasa...

—No te preocupes —dice tranquilo. —Son los tragos.

Avergonzada aparto la mirada de Thiago, miro hacia la puerta y veo dos pares de ojos azules, nuestros ojos se encuentran mientras puedo sentir una descarga de electricidad entre nosotros.

Dios, es urgente el putimetro.

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